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♪♪♪ – Si eres de las que te gusta bailar… Aquí te traje un regalo especial… y ahora tú vas, tú vas, tú vas a sudar
–“Aparte de la invitación aquí le doy mi tarjeta para que les diga que va de mi parte y que Renato, o “El Bebé” los atiendan como su encantadora damita y usted se merecen…” . Vino también la memoria de las palabras que aquél había utilizado para animarlos a que asistieran al al no muy famoso pero concurrido centro nocturno del que realidad no le parecía haber oído hablar mucho a ninguno de sus buenos amigos, o amigas del matrimonio o su esposa.
¡Si cómo no!, ¡Viejo Cabrón!, mira no más al pinche congal al que nos mandaste a buscar a tus dos pinches amigos…‑ Dentro de su cabeza le recriminaba a aquel hombre que los había a mandado a aquel lupanar con cara de antro reglamentado, cuando preocupado de no encontrar a su esposa, vio a un joven uniformado al que se le ocurrió preguntar si era que acaso él conocía a alguno de ellos.
– “ A El Bebé no lo he visto… pero por aquí de andar” – Teniendo que contestar casi a voz en cuello el mesero explicó. – … “Y “El Don, Reni…” creo que anda por allá abajo cerca de “Socios”. Pero creo que estaba algo ocupado o que pudiera el atenderlo… Talvez seria cosa de preguntarles a alguno de los de seguridad…” ‑ Muy quitado de la pena contestó el joven empleado evidenciando cierto amaneramiento en el modo de gesticular cuando le contestaba.
– “¡¿Socios?!” … “¡¿Qué es o donde está eso?!”… “Mira, es que estoy buscando y no encuentro a mi esposa… pero no creo que haga falta decirles o que llamemos a nadie… Sólo era que a mi esposa y a mí nos dijeron que cuando viniéramos buscáramos a alguno de ellos…‑
Sobre el ruido de fondo, intentó explicar antes de acabar de buscarse la tarjetita personal que le había dado el sujeto del restaurante para mostrarla y ver si acaso le servía como alguna especie de salvoconducto al tiempo en que volvió a cuestionarle: ‑El área esa… La de Socios… Sólo ¡¿Podría ir a buscarla yo a allí, en ese lugar?! – Tratando de serenar su inquietud preguntó el por demás alterado Alejandro, apenas logrando que el mesero lo alcanzara a escuchar.
‑No… Ahí solo pueden entrar socios y sus acompañantes o damitas de compañía que luego ellos invitan al club… ‑ Expresó el empleado del sitio en principio meneando de un lado hacia el otro su dedo de señalar o negar, el cual luego de concluir su meneo uso para apuntar justo a la zona opuesta en que se hallaban ellos parados, sitio donde tras la densa penumbra que inundaba casi todo el espacio semi vacío ocupado por los ductos de ventilación, dispositivos de la tramoya y lámparas que dirigidas el suelo del piso inferior instaladas por encima de las cabezas de la concurrencia colgando del techo del salón para iluminar distintos rincones del lugar, servían para dar ambiente a la pista de baile; allá mirando a lo lejos luego de que el muchacho se lo señalara, – y de alguna manera ahora que lo veía Alejandro,‑no muy lejos del pasillo de los sanitarios por el cual ya hubiera él pasado una vez luego de empezar a buscar a su esposa, el inquieto marido de la desaparecida descubrió una serie de ventanales y balconcitos iluminados que desde arriba rodeaban buena sección del lugar.
…Si desde aquí puede verla está bien… pero si entró allí ella con alguien a alguno de los privados que quedan del otro lado del pasillo, ahí sí yo ya no te podría ayudar caballero… Digo , usted sabe a qué o para qué se supone que las llevan allí a algunas de las damitas que vienen aquí a visitarnos. – Sonriéndole un poco al apurado Alejandro, en tono un tanto indolente el despreocupado muchacho soltó la sobrecogedora indicación que de inmediato aturdió al afectado marido.
– Digo… y ni modo de que la voceemos a la Señora o preguntando entre la gente a ver si nadie la ha visto, o usted se las describa a los socios, ¿Sí, Encanto…? O que anduviéramos entrando a buscarla a todos los privaditos pa´ saber a cuál o con quien se metió… –Con una especie de descuidado desparpajo e insolencia que dejaba asomar cierta retorcida alegría e inicua malicia ante el apesadumbrado talante del desconcertado esposo le dijo el imprudente mesero sonriente pretendiendo por un momento con ello dar por zanjada aquella conversación ante el boquiabierto Alejandro que aun no se sobreponía de verlo y oírlo mientras gesticulaba aquel de la voz mientras continuaba manoteando delante de él; hasta que casi sin disminuir en mínima parte sus exagerados aspavientos se acercó un poco hacia la barandilla del balconete abierto donde hasta ese momento se hallaban los dos sosteniendo la tan inusitada e incómoda conversación surgida entre ambos.
‑Pero ya te dije que no te apures Papi chulo… Tu chica de seguro debe de andar por ahí o habrá ido al tocador de las damas... ‑ Quiso parecer mas condescendiente y amable al insistir ahora tuteando al pobre y angustiado individuo en tanto que como si oteara al vacío parecía buscar algo.
–“Si quieres por qué no…” ‑ Iba a ofrecerle al nervioso señor que mientras él iba preguntar a los sanitarios de las mujeres Alejandro esperara allí mismo buscando desde aquel sitio a ver si en algún momento se aparecía la extraviada mujer, cuando de repente algo o la vista de alguien a quien de seguro había encontrado le hizo callar y cambiar e incluso sonar alertado y distraído con otra cosa a la vez; cuando en vez de concluir el ofrecimiento, optó por decir otra cosa.
“¡Ay, Papacito, a ver si con ella te alcanza!, y ella a ver si no se atraganta o se espanta cuando te vea el verdadero tamaño de esa cosota que tienes, Mi Vida!” –Aunque casi mascullando entre dientes toda aquella sarta de obscenidades que el atolondrado mesero fingió proferir en voz alta en dirección hacia aquel punto donde miraban sus ojos en esos momentos mientras realizando un femenino y muy delicado ademán con una de sus manos cubría parte de su propia persona llevando esta hacia el pecho al tiempo que como loro parlanchín o de feria pareció que le hubieran dado más cuerda para de soltar de nuevo la boca con otra andanada de angustiosas y desmedidas sandeces cuando volvió a decirle.
“Ay bueno, y si no ya no se aflija tanto por ella… Que ya me supongo yo que no la trajo a aquí a que aprendiera a rezar a su esposa… De seguro que ya ha de andar por ahí pasándola bien con alguno bailando o hasta sí está muy buena su esposa, en un descuido ya algún Chucho la ha de tener a la chula bien empinada o en cuatro dándole su buena ración de camotote enmielado, como el del Reni… Que ése si está bien narigón el santo muchacho.
‑“¡Mírelo… allí está…!” .‑ Exclamó el joven y entusiasmado mesero, haciendo espacio para que se acercara Alejandro. – Es el que está allá atrás dándole su arremangón a la nalgona esa de allá abajo. Ahí está, ¿ya ves?... Si te dije que estaba ocupado. ‑
Y modulando la voz en un manierismo que hasta el Gran Liberace hubiera podido llegar a copiarle de haberlo escuchado emplearlo pero que dadas las circunstancias que a Alejandro, ‑que en definitiva y en su estado de nervios no estaba para esa clase de juegos‑, sólo sonó entre chillantón y fingido por parte del grandilocuente y afeminado muchacho, del que aparte de todo ya de éste también le estaba ya hartando la errática e inestable manera de dirigirse hacia su persona a veces llamándolo con propiedad y otras más con inadecuada cercanía en el hablar; así como luego lo hizo de nuevo utilizando aquel modo.
“¡Ayy Dios , pero si mira no más que cosa!... ¡¿Te imaginas que una así, o esa fuera tu esposa a la que andas buscando?!...” Ve no más como la tiene a la loba… La ha de tener toda empapada con tanto arrimón; bien mojadita y escurriéndose en la tela de sus calzoncitos la muy güila, güilota… ‑ Acabó enfatizando el morboso mesero.
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