Un
poco de ayuda humanitaria ©
G.O. Tigers , Ludo Mentis ®
Parte
1 Capítulo 1
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… “¡¿Aquí en la privada?!”. “¿Con los Méndez?”. “No, tú sabes que no es eso Jan., no es que
sea racista ni nada pero no es algo que me esperara”. “¿Cuántos años dices que tiene y que o como hicieron para que lo
dejaran entrar al país?”‑
Recordaba como apenas dos meses
después de la tragedia que cimbrara hasta lo mas profundo de aquella isla
Ernesto le había soltado aquel rosario de preguntas a su esposa Hana al
enterarse que sus vecinos habían acogido en su hogar al joven muchacho de
color.
Hana ‑ o Jan como más habitualmente la gente la
conocía‑ ,a sus 35, esposa de Ernesto
de la Riba, madre de un pequeño ya próximo a celebrar con cuatro velitas en el
pastel un nuevo cumpleaños que atestiguaba las bendiciones y felicidad de sus
siete años de matrimonio, era toda una revelación por si misma. A pesar de la imagen que en tierras
occidentales se tiene de la insulsa mujer japonesa, delgada sin gran cuerpo y
actitudes pueriles o extrañas para nuestras idiosincrasias, era la antítesis de
aquellas representaciones a donde quiera que iba y hacía girar las cabezas de
todos cuantos la miraban y se embelesaban con ella.
Con su cabelló oscuro, escasamente ondulado que
como una corta cascada llegaba poco debajo de los hombros y aquel rostro
angelical que apenas rememoraba algunos cuantos vestigios de la herencia nipona
de sus padres que aún habían regado en su cuerpo digno de ocupar la página
central de cualquier magazine, o como también algunos que la conocían, a veces
a espaldas de ella o de su marido, se referían a ella como “El sueño oriental húmedo”.,
en verdad era una visión digna de atesorar en la mente.
Gentiles los finos rasgos de su rostro y fina
anatomía femenina de la que resultaba imposible no distraerse a mirar los
generosos pechos de copa C que enseñoreaban su tentadora presencia tanto como
las amplias caderas y el llamativo trasero que contrastando con la
increíblemente breve cintura de ella, misma que no obstante haber concebido a
un pequeño maravillosamente se mantenía aun como la de una quinceañera en edad
de colegio, e incluso era la envidia de algunas de sus vecinas, amigas y
compañeras, quienes cuando en la
oficina notaban como la miraban sus jefes o por algún inocente descuido
se agachaba ella a recoger algo del piso únicamente doblándose por la cintura
en vez de doblar las rodillas como se suponía que eran las castas costumbres
del tradicionalista país de sus padres, habían llegado a comentarle: ‑ ¿Y tú olvidaste tus buenos modales en
Japón Jan o tus papás no te enseñaron Janita?... Pobre de tu marido… ¿Que
será peor para él?., ¿verte agacharte por delante o cuando te doblas así y te
ve por detras?... Si el pobre viera
como se le salen los ojos al jefe cuando vienes con esas falditas y él no puede
dejar de mirarte el cabus…
Aparte de todo aquello y los casi 95 centímetros
en la parte mas ancha de su anatomía, el resto de ella, especialmente el
cerebro era otro de sus mejores atributos. Graduada como primera en su clase de
economía, y ahora ejerciendo el puesto de supervisora de procesos de calidad
para la empresa, en si misma toda ella era el mejor patrimonio tangible de la
empresa en la que trabajaba, y un codiciado bocado siempre en disputa por los
tiburones empresariales, que sin importarles que estando casada ella los
rechazara una y mil veces. No
obstante Hana no diera otro motivo más que su misteriosa y encantadora belleza,
los hombres simplemente no podían resistir insinuársele cada vez que podían
aunque ella continuara negándoseles para seguir siéndoles fiel a su esposo y su
hijo.
Poco importaba que aunque en condición general
Ernesto no estuviese tampoco del todo mal, aquejado recientemente por los
efectos del alopurinol que para contrarrestar los ataques de gota que se habían
sucedido de manera frecuente en sus
articulaciones, de forma colateral hubieran
reduciendo notoriamente su libido, causando con esto también que el sexo
entre ellos hubiera disminuido drásticamente durante los pasados seis
meses. Situación que sumándose a una
vida sexual que si bien, antes de que se agravara la condición del marido de la
japonesita no podría considerarse como insatisfactoria para ninguno de ambos
tampoco hubiera podido decirse que durante los años posteriores al nacimiento
de su pequeño fuera la más candente o propia de los maratones sexuales que
durante algún tiempo sostuvieron al inicio de su relación amorosa.
Al punto que luego de que iniciasen los
repetidos ataques de gota, las relaciones sexuales entre el joven matrimonio
eran tan esporádicas en grado tal que pese a la condición siempre latente de
insatisfacción que Hana había comenzado a mostrar, cada vez que Ernesto
conseguía sostener una erección como las de antes de que se casaran, estando
ella siempre dispuesta a recibirlo dentro de su receptivo cuerpo, sin importar
cuán húmeda y excitada pudiera encontrarse, experimentaba problemas para
acomodarlo placenteramente entre sus piernas.
Situación que lamentando un poco su frustración en silenció ella, aunque no se lo reclamaba de ninguna manera,
sino que por el contrario, al sentir como su cuerpo batallaba para recibirlo y
recibir el mismo nivel de placer que antes él le entregara, gustaba de hacerlo
sentir como todo un campeón y encomiarlo a que la poseyera utilizando todo
lenguaje que conociera para decirle lo bien que se sentía ser penetrada por él, y entre lloriqueos y gemidos que sabía que a
él le gustaba escuchar, alentarlo a que la penetrara, diciéndole lo mucho que
disfrutaba experimentar aquella sensación que surgía desde lo más íntimo de su pequeña persona al ir
avanzando él con su miembro distendiendo de paso a pasito las empapadas paredes
de su amoroso canal vaginal.
Para Ernesto sin importar que ahora cada vez
que lo hacían, él tuviera que usar condón para protegerla de la posibilidad de
un nuevo embarazo, aquellos estremecimientos que con sus poco mas de 13 o 13
centímetros de masculinidad causaba en su esposa al avanzar dentro de ella
mientras la veía abrir los labios para resoplar entre gimoteos que lo amaba y la hacía sentir toda una reina al
empujar la cabeza de su pene pasando los delicados labios de la feminidad de
Hana, simplemente lo volvían loco de felicidad cada vez que conseguía
penetrarla como antes lo hacía, aun cuando ahora al hacerlo se interpusiera entre
ellos aquella capa de latex que los separaba y se lo hacía más difícil.
Habían intentado ya otros medios como pastillas
de diversas marcas que siempre causaban efectos secundarios como repentinos
cambios de ánimo y nauseas que, siendo el caso que su vida sexual había
disminuido al nivel que ahora tenía, simplemente no resultaba correcto o
necesario que ella también padeciera de estos si aunque a él le hubiera gustado
poder sentir siempre la tibia humedad del cuerpo de ella plenamente en contacto
contra su pene excitado, pese a que
fueran marido y mujer con el uso de un simple condón de vez en cuando todo se
solucionaba.
Así, queriéndose y adaptando la vida a sus
circunstancias habían continuado viviendo el momento hasta que poco después de
mediados de marzo a la casa de los vecinos llegó el muchacho que estos habían
acogido para darle refugio en su hogar.
Aparentemente escasos tres meses después de
que, cómo parte de aquella ayuda humanitaria René llegara a vivir a la privada
lo que realmente era y había sido su vida en la afectada isla comenzó a
revelarse cuando a sus dieciocho años empezó a faltar a clases en el colegio
que lo tenían inscrito los Méndez, atemorizar a los compañeros menores y pelear
con los hijos de algunos de los vecinos, o si se daba la oportunidad de no
haber ido a la escuela, convivir con coterráneos que ‑con sus mismos problemas‑,
en vez de aprovechar la oportunidad que se les estaba dando para rehacer sus
vidas, romper el cristal de algún auto para hacerse de dinero fácil con el que
costearse sus vicios.
E incluso peor que todo lo anterior resultó
que, quizás debido a lo extraño que una belleza tan misteriosa y ajena a las
que pudiera haber conocido el muchacho en su isla natal, sin poder evitarlo o
siquiera mostrar disimulo en la atracción que le producía la frecuente cercanía
con la menuda y grácil figura de Hana, empezó a insinuarle constantemente lo
mucho que le gustaba, aun en presencia de sus mentores y el propio Ernesto que
no tardó en darse cuenta del modo en que siempre lo sorprendía intentando mirar
dentro del escote de su esposa., o lo
mucho que sin percatarse ella de nada , el chico no dejaba ver todo lo que
podía de sus piernas y formas que se sugerían bajo las faldas que veces Hana se
ponía. Hasta que un buen día
suponiendo que nadie aparte de ella lo oiría,
con su acento entre africano y francés que aparentemente sólo medio digería
el español, la llamó ‑su “chinita nalgona con pechos de vaca”‑. Y al notar que ella en vez de amonestarlo,
siquiera alzarle la voz para regañarlo o mucho menos decírselo a nadie para que
lo reprendiera o se aprestara a ponerlo en su sitio para que no volviese a
pasar de la raya, simplemente se sonrojó apenada de la comparación a la que
creía que había dado lugar.
Y es que no obstante los dos sean islas,
terremotos o no., Japón y Haití son dos
mundos casi paralelos en los que para los de raza oscura lo misma da amarillo
que blanco, si chinos y japoneses
tienen los ojos rasgados…
* *
*
A partir de esa tarde en que la joven madre del
hijo de sus vecinos no reaccionó de otra manera, cada que podía el amañado
muchacho buscaba la manera de intimidarla con toda clase de humillantes
comentarios referentes a la corta estatura y por demás evidentes atributos
femeninos de la mujer que con los cabellos de la corona escasamente alcanzaba
la altura del cuello del maleducado hombretón. Y comenzó a decir y mascullarle
cosas cada vez mas perturbadoras.
‑“¡Ya verás tú un día putona japonesita!… ¡Cuando pruebes tú la cabezota del garrote
de negro de René, ya no querrás más nunca que tu marido te coja con ese
lapicito que tienen para darte en tu cosita cuando te coge en la cama de
ustedes!”‑ En un retorcido español le
soltó el depravado comentario que la hizo enrojecer por completo y a punto
también estuvo de ocasionar que contrario a la habitual discreción aprendida de
sus ancestros, la aturdida esposa de su vecino fuera a decírselo a éste para
que de una buena vez y por todas lo pusiera en su sitio o incluso tal vez
hablándolo con sus tutores vieran la posibilidad de enviarlo a vivir a otro
lugar.
* *
*
…Pues por mí que lo echen de aquí y del
país. ¿Tú crees que no he visto como
te mira cada puede el negro ese?‑
Irritado le preguntaba Ernesto a Hana un sábado por la noche, después de
que los Méndez afligidos por el muchacho les pidieron que los ayudaran para que no lo deportaran,
luego de que la visitadora del departamento de inmigración les dijera que tal
sería la sanción en caso de que tuvieran cualquier nuevo reporte de mala
conducta o posibles actos delictivos en los que el muchacho estuviese
involucrado.
‑¿En verdad que creen que van a solucionar con
el negro ese?... ¿Cómo vamos a ir tú o
yo a pedirle al Señor Corcuera que le de empleo temporal en tu oficina o la
mía?... Ya bastante es que consiguiera
que nadie de la compañía se entere de que estamos casados y trabajando en la
empresa…‑ Externaba molesto Ernesto
a su esposa sin poder comprender como era posible que dentro de aquella pequeña
persona existiera tanta bondad como para pasar por alto la molestia que le
producía el muchacho y abogara por él.
‑Bueno, no es la misma compañía, recuerda que
son sólo filiales… Y aunque mi jefe sea
todo un payaso, el Señor Corcuera es una buena persona… Démosle una oportunidad. Nada nos quita intentar ayudarlo antes de
echarlo de vuelta a la vida que siempre ha tenido‑ Le pidió ella apiadándose del muchacho y de sus vecinos que no
querían dejar que se lo llevaran.
…De acuerdo., pero, ¿ y que ganamos con esto?‑ Sin salir
de su asombro Ernesto quiso saber.
‑No, Neto, ya sé… No ganamos nada con esto‑
Admitió Hana antes de acotar:
‑ Pero tampoco perdemos. Recuerda lo que nos han contado que
sufrieron mis abuelos en aquellas barracas de detención en las que tuvieron
sólo por ser japoneses aunque en realidad ya vivían en Estados Unidos desde
antes que iniciara la guerra…
Dejó en el aire la consideración que la movía a
pedir ayuda para el muchacho sin importar las inconfesables obscenidades que le
había dicho al oído en mas de una ocasión sin que ella se atreviese siquiera a
comentarlas con sus más cercanas
amigas.
Consideración que por su parte Ernesto, sin
conocer la clase de humillaciones que su esposa había recibido de parte del vago aquel, sopesó tanto como
el hecho de que en realidad dentro de su cabeza no veía una clara posibilidad
de que alguien empleara a un muchacho con la chocante pinta que el desadaptado,
no sólo por su color tenía, sino también por el tipo de ropas que usaba, forma
de hablar y de conducirse de manera tan
primitiva y poco considerada hacia los demás.
De cualquier forma, y muy a regañadientes de
sui mismo, al lunes siguiente el perturbado Ernesto entro a ver al
plenipotenciario jefe de su compañía y consiguió que al alebrestado mozalbete
le fuera concedida una entrevista por éste.
…Mira, no es mala la idea. Está de moda ayudar y al negrito este le
podemos conseguir un trabajo temporal.
Los del consejo se pueden parar el cuello, tú le ayudas y me ayudas a mí
con ellos, siempre y cuando lo tengamos bien checado y lejos de donde se pueda
o nos pueda meter en problemas… Digo,
no vamos a ponerlo como cajero o mensajero que vaya al banco con millones para
depositar…‑ Concluyó Corcuera de la
Madrid, satisfecho de sus soluciones.
‑Sí., ya sé.
Pero es que lo que no sé, y sí
más me molesta del negro es que para mí es un pasado de listo que se aprovecha
de la compasión que la circunstancia de su país genera en la gente… Ya varias
veces lo he visto queriendo tirarle la línea a Jan como si yo ni existiera.‑ Por fin , sin pensarlo mucho Ernesto externó
ante su jefe la cuestión que más le perturbaba de la presencia del jovencito y
la cercanía con su esposa.
‑Ah no Ernesto… No seas así… Que si lo
pones de esa manera muchos, no sólo el negrito ese sino hasta conmigo incluido
ya nos tendrías que haber mandado a la isla…
¿Qué no has visto bien a tu esposa?...
O ¿esperas que todos los otros que
la conocemos estemos ciegos y no digamos lo… ‑ No alcanzó a terminar el desenmascarado admirador de la belleza de Hana, antes de recomponer y
sin dar la mala nota de lo que iba a decir terminar corrigiendo entre risas: ‑¨Vamos tú sabes… Lo
antojable que siempre ha parecido con su discreta belleza que la hace lucir tan
atractiva y deseable…
Por algunos instantes luego de que se
sucedieran los desmedidos e indiscretos comentarios ante los cuales Ernesto
reaccionó quedando con la sonrisa dibujada en el rostro sin saber que otra cosa
decir cuando escuchó a su jefe decirlos entre risas, como si quisiera tantear
algún posible terreno que pensara pisar.
Y ambos hombres permanecieron en un incomodo impase hasta que fue el jefe
quien notando la incomodidad producida en su subalterno buscó suavizar la
situación al decirle:
‑Ya hombre quita esa cara… tú no te apures de nada y ya lárgate de mi oficina., que esto no nos hace compadres y aquí te lo
anoto como uno de los favores que sólo me debes., y que ya son muchos… O sea., aquí te lo anoto para cuando se
me ofrezca acordarme que te salvé tu trasero., que eso acá y en china siendo tu
jefe y viniendo esto del origen de la palabra “ayudar” que en su raíz del latín
estudié en la escuela, quiere decir que de aquí en adelante o hasta que se me
olvide o me consiga otro a quien restregárselo., yo soy tu papi y tú eres mi “ ¡beeatch!”
…‑ Divertidos del modo en que el jefe articuló la palabra exagerando las
silabas del modismo norteamericano, ambos fueron soltando una carcajada genuina
ante la políticamente incorrecta pero ocurrente expresión del avezado hombre de empresa.
Ludo, excelente relato...tendrás en mi un ferviente seguidor y un crítico sincero. A mi me gusta tu estilo, la psicología con que inicias este me parece muy correcto...
ResponderEliminarLudo, la verdad no supe como ingresar mi comentario, pero Anómino es Richy...gracias
ResponderEliminaralguien dijo BBC???
ResponderEliminarAsí es Lily:
EliminarAunque algunas de mis lectoras favoritas, dicen que esto de la British Broadcasting Company -BBC-, no les acomoda por cuestiones , mas bien sociales, raciales, y también de meros gustos, creo que aveces esa misma especia de racsimo, pueder ser muy usada a favor para crear situaciones y antojos.
Ludo M.