Aunque mucho me piden la culminación de aquella escena en la que hace ya poco más de diez años, Mónica quedó suspendida en el tiempo , y a punto de ser vejada de nuevo por un oscuro oficinista y el tiltular de la dependencia al que su jefe la había mandado a visitar para que se entendiese con él y pagara por su "error", a la fecha no he encontrado el momento oprtuno para retomarlo. Empero, a este momento he trabajado un poco en una actualización de la circunstancia de la "atormentada" protagonista, trayendola plenamente a estos momentos.
Espero comentarios.
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Imp
2Pgs x Cara, Fmto Pag Cta
Mónica
y el Nuevo Suplente ©
Ludo Mentis
...
Aunque el presente relato pretende ser una re-visita a la continuación de
Mónica y el Director y En manos del
Director., dada el enorme lapso de tiempo transcurrido entre aquellos y esta
nueva pieza, aun cuando algunos de los personajes sobrevivieron el embate de
las circunstancias, éste puede ser tomado como capítulo enteramente nuevo que
-a no ser que se así se deseé - causa
necesidad de leer las precuelas...
Espero no haber perdido el toque, y que lo disfruten tanto como los
primeros.
Ludo Mentis
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* * *
Así como ir a las luchas o una pelea de
box y verla desde la primera fila sin querer exponernos a acabar con sangre o
cerveza derramada en las ropas, ocurre frecuentemente que para presenciar algún
espectáculo o problema, el peor sitio para observar un agujero negro es dentro
de éste mismo, así sucede con cualquier nudo gordiano de los demás, cuando resulta
que desde otra perspectiva todo mundo propondría alguna solución alejandrina
ante la que no se atreve quien se encuentra inmerso entre sus propios dramas y
temores.
Mónica
y el Nuevo Suplente ©
Ludo Mentis
Parte 1 Capítulo 1 Escena 1 ( Cuando
una puerta se cierra, a veces la otra también )
...Y cada amanecer me derrumbo al ver la puta
realidad... No hay en el mundo, no,
nadie más frágil que yo... Tengo miedo lo mismo que tú... Pelo, acrílico cuero
y tacón , maquillaje hasta en el corazón...
(1)(¿?/Naranjo)
Por los diminutos altavoces del dispositivo de audio
portátil apenas se alcanzaban a escuchar las ácidas rimas de aquella canción
cuando las negras y austeras manecillas del reloj de pared del cubículo de
Mónica se disponían a marcar el comienzo de la última hora de la mañana al
momento en que el sobresalto de escuchar el atemorizante presagio del
repiqueteo de su teléfono, por poco la hace brincar de su asiento.
...¿Sí?. Asistencia de Dirección... Habla Mónica... ¿En qué puedo ayudarle?.‑ Se escuchó la armoniosa aunque apesadumbrada voz de ella
que contestaba a quien fuera que se hallara del otro lado de la línea, cuando
con pesar y bastante ansiedad no tuvo otro remedio que alzar el auricular para
llevarlo hacia su oído y ofrecer una fingidamente atenta respuesta.
‑Sí Enrique, soy yo...
Sí, si los tengo... Enseguida
voy.‑ Sin poder evitar sonrojarse al
responder la inquietante demanda, cómo el Titanic sintió que su corazón se
hundía hacía las oscuras profundidades del helado mar. Y luego de devolver el
auricular se dispuso a pararse de su asiento para ir con rumbo al cadalso.
Al dirigirse hacia la oficina desde la que le llamaran,
Mónica hubiese querido poder ser invisible tanto así como que los altos tacones
que junto con prendas íntimas, que no obstante lo inadecuadas e incómodos que
pudiesen resultarle de llevar puestas para ir al trabajo, y luego de aquella
cena con los clientes de Enrique ahora ella había tenido que volver a usar de
forma cuasi “reglamentaria” como parte habitual de su atuendo al atender sus
labores dentro y fuera de la oficina, al menos en esta ocasión estos le
concediesen por una vez el regalo de no producir aquel característico ruido que
delataba al caminar su presencia por los pasillos de la oficina, pero aquello
resultaba tan imposible como que desde los escritorios no la observaran sus
compañeros y alguna que otra secretaria que distrayéndose de sus ocupaciones
para voltear a mirarla con disimulada reprobación aparejada de aquellas
sonrisitas fingidas, que de pena ajena venían cuando la veían dirigirse hacia
la oficina de quien hasta hacía sólo unos cuantos meses atrás había sido únicamente
“El sobrino del jefe” y que, por lo que ahora se veía ya a todas luces, al
menos por el momento al hacerse cargo de los negocios de la empresa parecía
también haber heredado de éste el derecho a hacer uso de ciertos “activos”,
prerrogativas y “prestaciones” reservadas para su tío.
...Si Hombre, te digo que eso yo lo controlo. Tú quédate por allá y yo te llamó si surge
algo con lo de mi tío.‑ Apresurando
involuntariamente el cadente ritmo de su exaltado e hipnótico contoneo de
caderas al intentar pasar desapercibida frente a los últimos escritorios que finalmente,
y sin mucho éxito, irremediablemente tuvo que sortear pasando delante y por
entre los mismos y algunos de los ocupantes de estos, quienes ante tan tremendo
palmito que irremediablemente ella paseaba justo frente sus narices y atentas
miradas que sin perder mucho detalle, algunas por unas y otros por algunas
otras buenas razones y causas admiraban las tan incitantes formas de su
compañera acompañándola en su camino con algo más que las ganas y las miradas,
aun antes de que queriendo entrar lo antes posible al privado donde sin duda ya
la esperaban, la inquieta asistente, señora, madre y esposa, golpeara
ligeramente con los nudillos el panel frontal de madera y al tiempo en que girando
a la vez del latonado picaporte, desde el otro lado de la robusta puerta, al
igual que los compañeros cercanos a aquella área de la oficina, Mónica alcanzó
escuchar la joven y viril voz del muchacho, cuando sin querer esperar a que la
secretaria la anunciara ante su novel jefe, ella se decidió a apersonársele sin
hacer antesala de espera.
El veinteañero que por azares del destino tenía ahora
el control de la vida de Mónica y sus secretos, usando el escritorio a modo de
apoyo para su trasero mientras hablaba por el teléfono se hallaba parado
delante del ostentoso mueble sobre el cual la candorosa e ingenua mujer y madre
de dos, aparte de terminar de perder lo que pudiera haber quedado de inocencia
y decoro dentro de su persona en aquellos entonces, desde algunos años atrás la
había visto hacer bastantes más cosas que simplemente corromperse al aceptar el
ultraje mediante el cual, arrodillada ante Alejandro González en aquella ocasión,
aparte de cerrar aquel primer acto de extorsión, sumisión y chantaje con el que
injustificadamente sellara ella su propio destino como casquivana y meretriz de
la compañía.
Varias veces después de aquella primera tarde en que
había visitado esa oficina, había vuelto allí mismo a consumar felones tratos
que, arrastrando hasta lo indecible su dignidad de mujer y señora casada, y abandonando
cualquier dejo de decencia, que pudiera alguna vez ella tenido como persona,
culta decente y educada con los más finos modales, dignos de la mejor hija de
buena familia, requirieron de algunas otras de sus aptitudes para cerrar algún
trato entre los dos Alejandros, alguno de los clientes más importantes o amigos
de éste.
De pronto, no más de tres o cuatro meses luego de
haber pensado que sus reiteradas infidelidades hacia su marido podían haber
llegado a su fin, aquella sensación que ella creía desterrada de sus emociones
y sepultada con su pasado tras la partida de tan nefasto personaje que la había
orillado a convertirse durante algún tiempo en nada más allá que una fácil
conquista para los antojos de los hombres como Alejandro, y otros, que sirviéndose
de su baja autoestima y naturaleza insospechadamente sumisa, amancebada por el
jefe de su oficina, a quien sin importarle su condición de señora casada y con
hijos, simplemente le gustó someterla para alongar su circunstancia como mujer
adúltera e infiel a su esposo.
Súbitamente, y todo de golpe la vida había venido a
abofetearla de nuevo y decirle que a uno no escapa tan fácilmente de su pasado
ni la posición en que ante los demás nos han puesto nuestras decisiones buenas
o malas.
Aquí estaba parada de nuevo en la misma oficina donde
todo había comenzado. Y el encontrarse
allí la hizo darse cuenta de que sin importar las edades o el tiempo que
hubiere pasado, el jovencito al que ahora se debía Mónica escasamente rondaba
la primera mitad de sus veinte, y sin duda, por su edad podría tener más una relación
con su hijo de doce que con ella misma, que hacía apenas poco menos de tres
meses había celebrado de manera culposa no solo con un cuatro de parafina y una
segunda velita extra que encajada en la cubierta merengue de su pastel, terminó
atestiguando que un año más lejos habían quedado ya sus treintas. Que si en vez
de enredados entre el connivente amparo de las sabanas de la recamara principal
de algún departamento de soltero u hotel de paso, las traiciones e
infidelidades se festejasen de similares maneras, bien podrían haber añadido
sendas figuras de cera con la forma de un uno y un cero para paliar algo de la
vergüenza de plantearse ante el ominoso décimo aniversario de la primera
deslealtad cometida en perjuicio del cándido e inocente de su marido.
En su cabeza Mónica que aparte de culpas y obsesiones,
gustaba el sudoku y los números, mientras observaba al joven sobrino de su
primer amante repasaba los datos y circunstancias. – Ella
de poco más de cuarenta, casada con el mismo hombre por cerca un poco más de un
cuarto de tiempo de dicha edad, mientras que al hombre con quien ahora tenía
que engañar a su esposo lo había conocido de la misma edad que ahora su hijo de
doce tenía. Y usando tal dato, ahora
este muchacho tenía aproximadamente el doble de la edad de la luz de su vida, y
ella a su vez bordeaba cerca del doble de años del muchachito que ahora la
usaba a su antojo sin que su marido sospechara que tantos cambios habían sucedido
dentro de la vida, obligaciones y necesidades de su mujer.—
La inmensidad de sus injustificadas infidelidades
siempre la hacían querer tener alguna excusa que reivindicara algo de la enorme
letra escarlata con forma de “P” que sentía que se le dibujaba en la frente
cuando por aquí o por allá surgía entre sus conocidos o amigas el tema de
alguna de “esas” de las que se habían enterado que andaba “poniéndoselos” a su
marido.
–‑“Pero es que Gerardo... Siempre tú con tu inestabilidad, luego la
crisis económica... Tú sin trabajo hace dos años y aunque ahora ya te empieza a
funcionar el negocio, yo ganando el doble de lo que antes ganabas...”-‑ Para sus adentros volvía a querer
convencerse de la validez de sus actos mientras esperaba a que el juvenil
sobrino del hombre que había vivido justo al lado de su casa terminara de
hablar por teléfono.
Sin duda alguna que el fornido hombretón sobrino de su
vecino que ahora debido a la ausencia del tío se hacía cargo de manejar las
relaciones publicas y desempeño de la compañía ya no era aquel adolescente
lleno de temores y acné por la cara, y aun cuando para su edad resultaba ahora
curioso verle aquellas prematuras entradas que prolongaban la terminación de su
frente, con aquel talante de hombre que desenfadado y dueño del mundo iba
conquistando, —cuando no doblegando—, voluntades para hacer lo que se le venía
en gana., aunque en algún momento Mónica había llegado a temer que ocurriera,
en realidad jamás hubiera querido que algo sucediera entre ellos, ni mucho
menos caer atrapada en sus manos de la manera en que ahora lo estaba. ‑ Luego de sacar aquellas cuentas, la cabeza de
la bella señora se había puesto a pensar mientras esperaba a que él se
desocupara para atenderla.
‑-Si hombre... tú no te apures... Yo veré que quedes a
gusto., ya sabes que sí hombre... Y de
plus ya sabes., ¡Falda cortita, tacón alto y bien peinada para que tú la
despeines!... – Con completo descaro le
ofrecía a su anónimo interlocutor, cuando volteando a mirar a su vacilante y
más reciente recluta, y opción natural para la vacante del puesto que tras
quedar en espera de un bello angelito que iluminaría su vida y la de su esposo,
había dejado vacante su predecesora al quedar encinta unos meses antes de que
toda aquella avalancha de sucesos se viniesen de nuevo encima de Mónica.
Sin si quiera molestarse en disimular la insidiosa
mirada que su posición le permitía mientras continuaba en la llamada le hizo
una seña a la encantadora señora para que se acercara hacia donde él se
encontraba plantado. Y la titubeante e
indecisa mujer, insegura de si el efecto que sus cuarenta y tantos años daban a
su encantadora y apetitosamente madura figura enfundada dentro de la ajustada
falda blanca que llevaba luciendo sobre su cuerpo sería del agrado del hombre,
o quizás habiendo malinterpretado la indicación que éste le hiciera la tarde
anterior para que antes de salir de casa aquella mañana se pusiera algo más llamativo
e interesante de lo que ya de por si tenía acostumbrado ponerse habitualmente para
ir al trabajo y que él aprobara cuando la viera vestida durante el día.
Siguiéndola con la vista mientras continuaba su
conversación telefónica, se limitó a hacerle una sonrisa que vino desde los
labios de el hombre antes de que sin molestarse en suspender por un momento la
plática apoyó más su cuerpo sobre el escritorio para separar el compás de sus
piernas, y con el simple ademán de una mano señalarle a la apenada mujer el
lugar que esperaba que ella tomara en el medio metro de espacio que le había
preparado para que se postrara ante él.
Luego, cuando ella, la bella Mónica, en la actitud más
servil y denigrante, que cualquier feminista hubiera usado en su contra para
mandarla tanto a él como a ella juntos al paredón de los abusivos misóginos y
las mujeres que en estos tiempos de los derechos humanos e igualdad de géneros,
se permiten semejante actos de sumisión ante cualquier hombre., éste
dedicándole apenas si una leve sonrisa al nuevo juguete de carne y hueso que la
había puesto delante la vida, usando el dedo índice de su mano se limitó a
señalarle el bulto que se formaba al frente de su costoso pantalón
confeccionado con la mejor selección posible de finos hilos de lana de borrego
merino teñidos de azul.
No siendo ingenua ya, y habiendo aprendido tiempo
atrás con alguno de los amigos, jefes u otro tipo de clientes muy especiales
con los que en el pasado, luego de atender durante alguna reunión de negocios,
había tenido también que complacer como parte de las funciones que su tío le
había encargado que les concediera., la mano en que aun lucían las rutilantes
sortijas de compromiso y matrimonio de Mónica acompañó a la otra para ir en
busca de la cremallera de los pantalones de Enrique y abrirla sin más
miramiento.
‑-No. Si te digo que yo tampoco sabía hasta hace unas
semanas... Pero no me digas que tú si lo
sabías... De haberlo imaginado antes,
hace años se las hubiera pedido...-‑
Indicó a su interlocutor al tiempo en que bajando la mano que no
sostenía el teléfono fue a acariciar con ésta de una vez, una buena porción de
los sedosos cabellos rojizos de Mónica.
‑-“¡No!., Si te digo que es una ricura que ni te lo
imaginas, aunque la conozcas no te imaginas”...— Aquella conversación sonaba sumamente
comprometedora a los oídos de Mónica, que como todo el que se sabe culpable de
alguna pena o vergüenza se sentía enredada y a punto de ser descubierta de
nuevo.
Aunque entendía que en su relación con aquel chico
había una especie de extraño pacto unilateral de supuesta discreción y silencio,
para no provocar que personas a las que ella amaba pudieran llegar a enterarse
de los deslices con los que en el pasado había faltado tanto al decoro como la prudencia.,
que como hija honorable, madre modelo y esposa leal, de acuerdo a las buenas
costumbres y enseñanzas que toda mujer decente debía de observar ante los suyos
y sus conocidos., ella bien sabía que dicho pacto era meramente inocuo, endeble
e inicuo en último caso, pues como parte de aquel entuerto moral al que con tal
de que la menos gente posible llegara a enterarse de tales detalles de su
pasado, mientras Mónica se veía sometida por éste, él tenía el derecho de
comentar a sus conocidos sobre los abusos que ahora ella le permitía y no se
hallaba en posición alguna para reclamar ni negarle nada a cambio de su
supuesto silencio.
Trataba de no violentar ella su parte del leonino
convenio, sabiendo que de otro modo no podía más que confiar como lo había
hecho durante tanto tiempo hasta esos momentos. Pero la idea y el temor de que todo saliera
a la luz aterraba a Mónica.
— “Pero es que...”-‑Se decía para sus adentros... – “Cualquiera de sus conocidos” ... “!O peor aun!”... “¡De los míos!. De Gerardo”... “¿O mi hijo!”... “Podría ser con quien habla en este
momento!”... “Por favor no Dios mío, no
lo permitas... todo lo que hecho sería
en balde... No permitas que nadie se
entere”...
Había que confiar y esperar que salvo algún sobresalto
o momento incomodo como los había habido en alguna ocasión cuando estando en
algún bar o sitio inapropiado inesperadamente se había topado con algún
compañero y conocidos de su marido o familiares, la gente fuese lo
suficientemente discreta como para no comenzar con chismes y habladurías como
para que las cosas pasaran a ser nada mas allá de algún secreto a voces, y
acaso ella tuviera que forzar alguna inverosímil excusa que explicara las
extrañas coincidencias o malentendidos suscitados por circunstancias tan comprometedoras y
sospechosas bajo las que incluso el odioso señor Fitz la saludó al verla
colgada del brazo de su otro vecino cuando se la topó durante algún forzado
viaje que hiciera ella a la playa junto con Alejandro González y otro de sus
clientes.-‑ Pensó Mónica para si misma al momento en que
sabiendo lo que el muchacho esperaba de ella, extrajo de entre los calzoncillos
de éste el palpitante falo que portaba allí dentro y acercando su cuerpo hacia
la punta de éste, se echó hacia delante y sin pensarlo siquiera, en vez de
comenzar a comerlo, lo primero que hizo al tenerlo cerca del encendido color rubí
de sus apetitosos labios, fue prodigarle un beso que, no obstante vestido de
tierna actitud hacia él, junto con otra buena dosis de sometimiento de su
persona ante él, vino más bien en franca señal de respeto hacia el chico y su
viril órgano cuando sumisamente posó los suaves pétalos de sus labios encima de
la enorme cabeza con forma de hongo.
Después de besarlo una vez más, la dueña de aquellos
labios infieles mil veces, levantó la
mirada hacia el muchacho para asegurarse de que observara el modo en que
preparando la boca para recibirlo, primero la fue abriendo de par en par hasta
formar para él una dulce rosca que después empezó deslizar por encima de la
venosa e irregular superficie del prodigioso cilindro de carne, hasta que una
vez con el abultado bálano de éste alojado íntimamente en el interior de la
cavidad le fue siendo incomodo cubrirle de forma modesta, e intentando
amoldarse al objeto los protuberantes belfos de suave color carmesí fueron
estirándose a mas no poder hasta que por unos instantes pudo cubrirlo, si no de
forma permanente, si por unos momentos perfecta en un sello que succionándole
la enorme cabeza del hongo, duró sin derramar ni un hilillo de baba hasta que a
ella le faltó la respiración y por fin tuvo que soltarlo.
En tanto que estimulado por la sutil descarga de óxido
nítrico que el cerebro de Enrique mandó a su organismo que desencadenara con el
máximo vigor de su juventud hacia la presión del oxígeno que pudiera servir
para retener en su pene toda la sangre de macho enardecido ante la disímbola e
incitante visión que, aparte de descubrir el obsequio que a su vista y todo su
ser le prodigaban aquel par de suaves labios que tan vehementemente rodeaban su
falo, también le produjo inusitado placer, poder encontrarse a si mismo reflejado
en aquellos angelicales ojos vidriosos de color de aceituna que se mantuvieron
mirándolo desde allá abajo hasta el momento en que la vestal convertida en la
más puta de las mujeres casadas, y con la intención de complacer aún más a su
macho, luego de aspirar lo más profundo que pudo para llevar una mayor carga de
aire hacia sus pulmones, Mónica probó a volver a engullirlo como si en vez de
un órgano masculino, fuese a paladear y comerse un caramelo o lo que parecía ser
mas bien un descomunal bocado de palpitante carne jugosa no apta para cualquier
dama.
Luego de succionarlo otro poco y jugar con su lengua
sobre la venosa fisonomía de aquella enhiesta arma de garañón., sin dejar de
mirarle a los ojos, ensayó engullirlo por completo, y hasta donde pudo
cobijarlo dentro de aquella húmeda jaula de seda, lo dejó que entrara en su
boca hasta que el glande de éste alcanzó la úvula y llegando ella al tope de su
comodidad, tuvo que retroceder en su intento por engullir aún más carne de la
que él le ofrecía para que degustara en tales momentos, y echando hacia atrás
los tensos músculos de su cuello Mónica dejó deslizarse fuera de la presión de
sus labios, la casi total extensión del trozo que había conseguido guardarle
dentro de su persona apenas por unos cuantos segundos antes de hacerlo salir
dejándolo aparecer ante la ansiosa vista de Enrique completamente bañado por la
reluciente saliva que había producido ella para recibirlo durante la apurada
intentona, que prácticamente había llegado al límite de sus comedidas capacidades
de felatríz consumada.
Y en eso estaba ella postrada ante él, brindándole
aquella lúbrica e inmisericorde, aunque tristemente efímera y deleble postal,
que salvo por el vano intento de ser inmortalizado mediante alguna instantánea
mental que de aquel sublime momento el chico pudiera pretender atesorar en su
mente., y a falta de cualquier dispositivo con el cual capturar la majestuosa
visión de aquel instante en que formando un puente entre sus pantalones y los
carnosos labios de Mónica, que todavía tan llenos de él, su gloriosa recia
barra de carne de macho, era tomada por ella con esmerada fruición, usándolos
para encerrarla con ellos alrededor de su encendida virilidad, y sin importar
el poco elegante e impúdico espectáculo que con las distendidas mejillas de su
habitualmente sereno y gentil rostro, lo recibía dentro de su obsequiosa boca
para propinarle tan encantadores momentos al afortunado muchacho, dueño de
aquel falo jugoso y enhiesto.
Aunque no lo diría nunca, ante los ojos del muchacho
que ahora la oportunidad de su vida lo había convertido al papel de domador, lo
cierto es que en verdad él ya no atinaba a continuar sensatamente la
conversación que aún sostenía por teléfono mientras la miraba allá abajo y le
resultaba difícil de digerir la sobrecogedora visión que de pronto le
ocasionaba observar su miembro viril escurriendo por todas partes con las babas
de aquella bella mujer que sin importar las circunstancias por las que todo
aquello hubiera sucedido inicialmente, en sentido práctico y para todos los
fines que esto pudiera llegar a tener, técnicamente doblaba la edad al muchacho
que ahora, sino en su primer amorío con una mujer, casada con otro, o adultera
amante, la había convertido si en una nueva especie de objeto y juguete sexual
al servicio de sus antojos.
‑-Dios mío, Mónica... De veras que cuando te veía
antes con Gerardo o mi tío nunca pensé que fueras tan puta.-‑ Por enésima vez desde que se convirtiera en
el juguete de aquel muchacho, ella en vez de abofetearlo tuvo que tolerar que él
se dirigiera hacia su persona y la llamara de tal forma cuando para tal fin el
extasiado hombre ya no pudo evitar escupir a la cara de ella las denigrantes
palabras que sin apartar de su boca el teléfono por el que aun conversaba, ni
importarle que lo escucharan del otro lado de la línea, y a modo de obsceno
cumplido inesperadamente estas escaparon fuera de la plática que intentaba
mantener por el aparato. Mientras que por su parte la aludida hallándose más
allá del simple sonrojo, y afligida sintió como de golpe se ruborizaba toda su
cara, mejillas y parta alta de sus
generosos pechos de hembra casada, aun antes de que al terminar de escuchar tan
lacerantes y soeces palabras de encomio, y sin poder sostener más la apenada
mirada terminó por ir cerrando los ojos luego de apartar la vista hacia el piso
antes de continuar la tarea de mimar el humillante embutido del tremendo
muchacho y sustituto de su antiguo verdugo.
Minutos mas tarde, luego de proseguir con la
indecoroso deleite que se había impuesto prodigarle al muchacho a cambio de que
mantuviera alejada de la puerta de su casa la latente amenaza de que
primeramente su hijo, sobrinos o alguno de los conocidos de estos e incluso su
esposo y familiares pudieran llegar a enterarse de sus oscuros secretos, Mónica
continuaba dejando resbalar su boca a lo largo de toda la venosa extensión de
carne que le era posible mimar con sus húmedos labios., sorprendida en tan poco
modesta situación no pudo ni hacer el intento de incorporarse para disimular la
naturaleza del acto que la tenía en tan comprometedora postura, cuando habiendo
por fin soltado el teléfono Enrique, y sin mediar llamada o aviso, de pronto alguien
abrió la puerta de la espaciosa oficina y sin que ella pudiera voltear a mirar
de que o quien se trataba, sintió que se aproximaba a ellos para plantarse casi
encima de sus interesantemente refinados; costosos, y por demás cautivantes
zapatos de plataforma y tacón a la moda.
‑-Vaya , vaya...
Ahora entiendo por que no contesta ni está en su escritorio la
señorita.-‑ Sorprendida en el acto, a
pesar de haberlo tratado con anterioridad pero sin conocerlo realmente por algo
menos de dos meses, y más por la voz que el socarrón comentario vino, Mónica
supo que se trataba del chocante personaje que llevaba los asuntos contables de
la empresa, a quien pese a tener un título profesional, nombre y apellidos,
todos conocían por el mote de Ventarrón.
‑- Ya veo que anda ocupada, aunque espero que no les
parezca que les interrumpo en su fiesta si la asistente del jefe me atiende un
poco y me guarda esto adentro de este divino cuerpecito de señora casada que
tiene...—Soltó primero, rememorando enseguida:
‑...Que desde
que la vi llegar esta mañana con estos calzoncitos que se le transparentan bajo
la faldita que traes puesta se me antojó vértelos y quitártelos a mordidas o a
puros palazos para que me atienda como merezco con su “estuchito peludito y
mojado”. -‑ Con la pesada voz del hombre, el por demás
grotesco e intemperante comentario surgió de las mismas fauces del tal
Ventarrón, al mismo tiempo en que sin esperar por otra respuesta se aprestó a
zafarse la hebilla del pantalón para enseguida dejarlos caer hacia el piso
junto con los anticuados calzoncillos que quedaron rodeándole las calcetas
oscuras poco antes de que por la suave piel de sus muslos, Mónica sintiera como
se deslizaba la ajustada tela de la prenda que les arropaba, hasta que
experimentando una súbita sensación de escalofrió producida por el fresco aire
que de pronto rozó su ampuloso trasero al quedar éste ahora ya prácticamente
desprovisto del blanco tejido que lo envolviera hasta hacía unos cuantos instantes.,
quedando así ella, ‑y salvo por la diminuta pantaleta que parcialmente y de
manera tan insuficiente y precaria, aun algo alcanzaba a cubrir de sus
impecables y fantásticos glúteos—., prácticamente expuesta hasta lo más
recóndito de su modestia.
...Pero por Dios que no hay duda. ¡Aquí están!... Aquí están estas nalgotas que son un regalo
de Dios para nosotros los hombres... ¡Ve
esto Dios mío!.‑ Extasiado ante la
sublime visión que ahora obsequiosa Mónica le regalaba a través de las micas de
policarbonato de los anteojos que usaba el casi sesentón hombre parecía no
poder terminar de agradecerle con su lóbrega voz al creador por semejante agasajo
a sus ojos.
‑-Toda ella es un regalo Ventarrón... lo es para su hijo, su esposo, su papá, sus
hermanos y nosotros los hombres...-‑ El
muchacho concedió sumándose a la inusitada alabanza.
Aunque no duraron mucho en su sitio, por algunos
momentos los tentadoramente adornados, y
floreados con figuras de elegantes encajes, pero diminutos panties blancos de
Mónica fueron lo único que la cubría mientras el morboso sujeto se entretuvo
jugueteando con ellos al ir provocando a ver que reacciones causaba en ella que
probándola y toqueteándola por aquí y por allá, fue a encontrar sobre el
delicado material de la prenda el punto que marcándose con una hondonada
señalaba la inminente proximidad de la femenina entrada a la sima del ser de la
bella asistente del jefe. Y una vez habiéndola hallado, probó a empujar con sus
dedos suavemente hacia adentro de esta el insignificante pedacito de algodón
que cubría la húmeda zona.
Por Dios que no me cansaré de decirlo desde que te
conozco dulzura, pero que cosa tan rica tienes aquí en medio de estas
piernitas... Estás toda mojada y
pidiendo que alguien venga a clavarte... Mira nada más como estás... ‑ Voló de la viperina e inmisericorde lengua
del aprovechado ése el feroz comentario que llegó hacia los oídos de ella
cuando sintiéndole que apartaba hacia un lado la estrecha franjita orlada de
tela que le cubría, con la cabeza del pene, éste probó a rozarla con esta en su
zona más íntima, en tanto que aceptando su posición, por su parte la esposa
metida a madre y meretriz de medio tiempo se estremecía al sentirle y escucharlo
decirle.
No empero que, amen de responsable madre cariñosa, —
aunque no particularmente muy reservada esposa—, la vida secreta que había
llevado durante todos aquellos años de recurrentes mentiras y adulterios
cometidos a espaldas de su marido durante los años pasados, pudiendo a esas
alturas Mónica ser ya la meretriz casada y de oficina plus quam perfecta, o
quizás tal vez debido a lo mismo, y cierto candor que conservaba dentro de si
misma, todavía sin extraviársele entre las sabanas de alguna de las tantas
camas que ya habían conocido a ella y el calor del sudor de su cuerpo siendo
poseído bajo el peso de algún hombre, y sin poder precisar bien de que se
trataba ni tiempo o interés alguno para reparar en lo profundo de tal tipo de
sutilezas con ella, tanto disfrutaban los hombres que simplemente pretendiendo
saciar en su riquísimo cuerpo de madre y señora casada sus propios instintos,
la habían hecho gozar y gozado humillándola como a una cualquiera. Y sin que ella tampoco hubiera podido
encontrar la forma de evitar la extraña y vergonzante sinergia que apoderándose
irremisiblemente de su persona se sucedía cuando en momentos como aquellos
precisos instantes permitía ser sobajeada por ellos de maneras tan burdas como
las que ahora empleaba con ella el contador de la empresa para la que desde
hacía menos de dos o tres meses atrás laboraba.
Simplemente sabía ella, que aunque pocos aparte de los
hombres que como su marido o su hijo la apreciaban y veían en Mónica algo más
que una simple hembra para el placer, y esto a muchos no pareciera importarles,
ella era algo mucho más puro y grande que un mero objeto donde los que no la
conocían únicamente la usaban su buscando saciar en su cuerpo los deseos más oscuros,
ruines y bajos de los que un humano era capaz.
Pero, y aunque mientras el más joven de ellos
probablemente confirmaría lo que en él, más que un hallazgo era ya casi una
certeza acerca de las formas en que Mónica reaccionaba al verse sometida ante
el vulnerante dominio, el otro., sujeto mezquino de instinto más elemental y
mente menos sagaz pero si más corrompida por la desvergüenza adquirida a través
de años de marrullerías y abusos, que aunque trabajaba bien con los números y
datos, sólo le daba para medrar con la posición que ostentaba dentro de la
empresa que le permitía aprovecharse de toda favorable circunstancia que se le
presentaba para echar mano. Tal cual ahora mismo ocurría, cuando como tendría
que hacerlo cualquier proxeneta o chulo al que por las esquinas se ve cuidando a
su establo de damitas para que los juanes que se las llevan no las maltraten de
mas., al tal Ventarrón que sintiendo que al no tener que reparar en formas que
no estuviesen si no a la medida de sus propios y retorcidos antojos de hombre
libidinoso, ni tener merito o necesidad de hacer falsas promesas a cambio del
rato de gozo que disfrutaría sumido entre los muchos encantos con los que la
proterva naturaleza había colmado el cuerpo de aquella poco recatada señora,
que para él simplemente parecía no saber decirle a nadie un simple. —“No”— por algunos momentos se le ocurrió la idea de
darle un manazo y fue alzando la mano para golpear la grupa de Mónica, en vez
de ella que ni sabía del pretendido maltrato que se le aproximaba, con la
simple mirada que el joven lanzó hacia el abusivo sujeto, bastó para hacerlo
desistir del intento de humillarla en tales maneras.
Así, Enrique, de amo y verdugo pasó a protector que
impidió que el abusivo maltratara de más a su Mónica, cambiando entonces éste
de táctica, cuando el mañoso contador impedido de maltratarla delante del joven
suplente, bajo la mano sin fuerza, para empuñar su enhiesta barra de carne, y
en vez de golpearla fue tocar de nueva cuenta con la punta de su descircuncidado
pene y buscó apoyarla contra el ensopado objetivo que pretendía penetrar con su
avejentada aunque todavía vigorosa arma, y para su propio placer comentó lo
empapada que la encontraba, cuando de alguna manera le pareció notar que
acompañando a cierto bochorno y estremecimiento que recorrió de arriba abajo el
cuerpo de Mónica, ella reaccionaba mojándose aún más para él y de forma casi
automática los labios mayores de su feminidad, aparentemente de forma
automática y natural se abrían para recibirlo y dejarle sentir lo mojada que
estaba.
‑-Guau... pero
si estás que te derrites tesoro. Tu
hornito está todo empapado y ansioso de que después de un buen palo te eché
allí dentro toda mi leche-‑ Aunque hay
golpes que se dan con las manos o el cuerpo, existen algunos que queman y calan
más profundo que los que se reciben sobre la piel. Tal cual demostró aquél con
su desmesurado e incluso, todavía más burdo e incendiario cumplido que estalló
contra la disminuida conciencia de Mónica, que sin darse realmente cuenta de lo
que hacía movió levemente el volumen de su trasero contra la tranca que se le
ofrecía allá atrás para que apaciguara sus reprimidas ansias de hembra golosa.
‑ Mira Eduardo...
Mira a esta putita... Mira como
se hace tu secretaria para que yo la llene de leche... ¡Dios!...
Que rico se siente así con la pura puntita allí adentro toda mojada en
su concha sabrosa...–‑ Sintiendo que se
desvanecía al probar tanta delicia exclamó trastornado de si el contador usando
su ronca voz para proferir aquella vulgar expresión digna de ser oída sólo en
alguno de los más bajos burdeles de la ciudad que a veces frecuentaba antes de
ir a su casa disfrazado de santo.
...¿Te gusta mas esta o Palmira?-‑ Dominado por su ahora por su propia lujuria,
como si nada mas el bello rostro, ojos, boca y cuerpo de Mónica, pero no sus
oídos estuvieran presentes en aquella oficina, a instancias de Enrique
comenzaron a compararla con su predecesora en el puesto.
‑-No, si esa también estaba bien rica...-‑ De inmediato interpuso su gusto el mañoso
contador al tiempo en que llevando las manos hacia los opulentos glúteos de
Mónica la hizo sentir la firmeza de las yemas huesudas de todos sus dedos
apretujando la tierna carne de estos.
...Flaquita-‑
Dejó a medias la aclaración el vejete antes de mover la puntas de sus
yemas hacia el pronunciado canal que separando los dos hemisferios de carne que
con toda altivez se alzaban delante de él apenas y escasamente cubierta la
total amplitud de aquel sendero de fuego por la minúscula y tirante lengua de
tela blanca que le negaba la posibilidad de contemplar en su solo bocado de
vista, la total desnudez del majestuoso espectáculo del cual estaba siendo
participe y apunto de penetrar con su encendida columna de carne.
‑ Flaquita pero sabrosa... Pero ésta, está más rica y jugosa... Mira nada mas estas nalgotas Enrique., Hasta me da envidia y tener ganas de ser
alguno de los calzones que se pone la muy puta para venir al trabajo a que nos
la cojamos, y poder pasar no solo un ratito sino todo el día pegadito aquí en
medio de sus piernotas, oliendo su concha y acariciando sus nalgas mientras los
demás sólo la vemos entrar y salir de esta oficina-‑ Culminó de poner la cereza en su burdo pastel
antes de precipitarse a decirle al plenipotenciario joven jefe de la empresa:
‑-¡Mira, mira. Mira!... Sólita se está abriendo... nada más de oírme
e imaginarse aquí ensartada con la punta de mi camote... Te apuesto a que si su
marido la viera como la tengo aquí atrás, sacaba boleto para esperarla a ver como
la dejo cuando termine con ella.‑ Luego
de que como un retardado cretino idiotizado de semejantes hallazgos, cerriles
comparativos e innecesarias remembranzas de la condición de Mónica, lo que
siguió fue aun peor de lo que se esperaba.
A ver mamita... Veamos si como lo mueves lo bates... –
Sintiéndola estremecerse entre los dos falos que la sitiaban, con toda saña
soltó el procaz cuestionamiento que dejó a medias cuando decidido a disfrutar todavía
más el momento que la vida le regalaba a costas del delicioso cuerpo de la
mujer de otra persona, Y enseguida de toquetear y probar picoteando un poco más
por aquí y por allá la delicada región de la anatomía de la sumisa señora, les
comentó:
‑ No sé como se sienta esa boquita en tu palo mi
Enrique, pero aquí atrás parece no querer que me vaya y deberías de ver que
rico., aprieta como si quisiera
jalarme...‑ Embebido en todo aquel
marasmo de sensaciones exclamó el larguirucho hombre antes de que para poder
ver mejor los misterios que aquel punto tan recóndito de la anatomía de Mónica aun
pudiera tenerle escondidos para sus hallazgos, volver a buscar las orlitas de
encaje que remataban la lengua de tela que tan precariamente cubría de su vista
los anhelados secretos de la fémina. Y
decidido de hacerlo, con la punta de algunos de sus dedos pronto fue halando
hacia un lado donde no le estorbara el exiguo elastano color blanco de la
diminuta prenda, hasta que ésta llegó a donde él la quería y a su gusto
contempló el impúdico cuadro.
... “Ehghh ahahggh” ... – Esta vez no cargado de saña ni afán alguno
por denostarla a ella ni a nadie, a modo del más honesto reconocimiento, un
apagado resuello escapó de la boca del extasiado hombre al inundarse sus ojos
con la invasora visión que asaltó su mirada en el mismo instante en que dándose
cuenta de ello, observó con algo de detenimiento el punto en que los cuerpos de
ambos se unían y ella se abría para recibirlo.
Al ver, embebido con la indecente exhibición en la que él mismo
participaba, le pareció darse cuenta de que aun cuando aparentemente sin que lo
provocase conscientemente, ni fuera que ella o él se movieran de sus lugares,
cómo si por mágicas voluntades que sólo atendieran a sus propias sexualidades,
su falo se deslizaba otro poco mas dentro de la ensopada tibieza del cuerpo de
la nueva recluta heredada del jefe.
Para la retorcida y ruin mente del contador parecía
aquello como que por voluntad propia de la anhelante vagina de Mónica en vez de
esperarlo a que tomara posesión de su cuerpo, los labios de ésta fueran a
devorarle su pene, y no pudiendo ser de otra manera más burda así se lo dijo:
‑- A-ah-a-quí te va esta para que me la guardes bien
dentro cosita— Divertido de verla notó
el modo en que por estar ocupada con la atención de sus ojos y boca puestas en
otro lugar, e impedida de girar la cabeza a verlo o devolver la mirada hacia
él, de alguna forma el vilipendiado cuerpo de ella respondía ante el morboso
comentario que recién le lanzaba.
Y sin querer él ir perdiendo detalle ni saber hacia cual
otra parte quería voltear, luego de pasear una vez más la vista por aquel
jactancioso trasero con forma de melocotón., a través de las micas de sus
anteojos tomó nota de la forma en que cerca de la breve cintura que nacía poco
mas arriba y alejada de las rotundas redondeces de las ancas de Mónica éste era
asediado por aquellas tensas franjas de elástico material que rodeándole las
amplias caderas, en la porción mas ancha
del delta donde se unían las tres piezas de tela que lo conformaban no era si
acaso otra cosa que un triangulito de cinco o seis centímetros de ancho bajo el
cual apenas y se ocultaba la etiqueta que por dentro llevaba cosida por el
fabricante de la confección, así como en preciso zigzag al angosto resorte del
que con toda delicadeza sobresalían los pequeños arcos de dócil encaje que
conferían a la prenda algo de femenina elegancia aun bajo tan desvergonzada
circunstancia en que por lo ajustado que se notaba encajándosele levemente en
la carne de sus espléndidos glúteos se adivinaba un tanto pequeña e incómoda
para ser usada por ella.
Mientras que el contador seguía regodeándose con el
cerril espectáculo que tanto con sus ojos como el resto de sus sentidos estaban
gozando, Enrique pudiendo únicamente imaginar el tremendo placer que el hombre
estaría recibiendo allá atrás, se limitó a mirar el modo en que como si todo el
ser de Mónica, a pesar de haberla convertido primero en hija inocente, luego
niña querida; compañera y estudiante aplicada en el colegio; entonces mujer,
novia leal, profesionista confiable, por un tiempo esposa respetable y después
madre afectuosa y señora., en realidad el único fin y motivo que su presencia
en este mundo previsto por Dios para ella, siempre, y únicamente hubiera sido el
de ser un objeto fuente de los deseos, disponible para el placer de los hombres
que quisieran gozarla como ahora ellos lo hacían sin importarles nada más hacer
uso de las prestaciones que su cuerpo podía prodigarles.
Allí estaba ella, Mónica, aquella mujer que después de
haber engañado a su marido ya por cerca de diez u once años, al convertirse en
la amante casi de planta aunque no exclusiva del tío de aquel jovencito., un
buen día había jurado que intentaría no volver a mentirle ni tener que
inventarle excusas a un hijo que ya se daba cuenta de todo y no quería que él
sin saber o poder comprender que lo de puta o los cuernos es una mera condición
de gustos que nada desmerece a la persona que los porta o los pone, poco o casi nada tiene que ver con el cariño y
el amor que a veces se tiene a la gente que nos rodea.
“ Curioso como estando casada con uno, te ves mas
linda aquí en mi oficina arrodillada ante otros”-‑ Pensándolo pero sin decírselo, Enrique
disfruto un momento de sublimación al ver como sometida y dispuesta la tenían
entre ellos arrodillada como también lo hacía ella casi cada domingo en la
iglesia.
Solo que a diferencia de los domingos o el día de su
boda, ahora mientras ella lo hacía delante de ellos, el dorado fulgor del
costoso juego de alianza y anillo de matrimonio, que acompañando al de la
resplandeciente gema que coronando el anillo de compromiso de ésta, iba
adornando el delicado dedo del corazón de la aun joven esposa., en esta ocasión
en que en vez sostener en la suya, el rosario, un librito de misas o la mano de
su marido, lo que junto con los conyugales anillos, los delicados dedos de la
señora tocaban y acariciaban ahora, era la gruesa barra de carne de ese
muchacho al que pese a conocer desde hacía tantos años y amén de casi doblar en
edad, sin lugar o espacio para objeciones
se debía ella por entera con tal de evitar que nadie mas se enterara en su casa
de las cosas que había hecho antes de aquel día.
‑ -¡Mamita!... De veras te ves divina así como
estás...-‑ Pese a querer decirle otra
cosas, sobrecogido ante la emoción que le producía verla así a la madre de su
ex vecinito., Enrique no pudo contenerse el llamarle “mamita” en esa tercera
ocasión que por fin se dirigía hacia ella desde que entrara a su oficina.
“Si alguna vez tú, mi tío o tu marido o alguien más me
hubiera visto lo que antes hacía con la ropa o los calzoncitos de tus cajones
cuando iba a cuidar o jugar con Gerardo y sabía que ustedes no me veían... De seguro no me creerían lo que ahora estoy
viendo y como te tengo casi encuerada., con el naco contador este allí atrás metido
con su garrote en tus nalgas y tú con tu boquita llena hasta el tope con mi
camote”... ‑
Aunque su boca calló la descomunal revelación, en la
cabeza de Enrique quedaron formadas las tremendas palabras que por poco escapan
al calor del momento que el muchacho estaba viviendo al mirarla y sentir crecer
la fricción de los labios de Mónica saboreando su pene con esa continua actitud
de contrito bochorno que se dejaba entrever en su rostro, y notar el modo como
para evitar ruborizarse aún más debido a la forma en que permitía ser
amancebada por él, apenada de si la delicada mujer, luego de apenas y levantar
por un breve segundo la mirada que se escondía bajo aquellas largas pestañas.,
terminaba por no querer recoger del alfombrado piso la luz de sus ojos
vidriosos y prefería limitarse a mantenerlos entrecerrados mientras continuaba
chupando y mimándole el enardecido tolete de macho viril y potente.
Ummfgluug ummppgh
ugghh... Haghh guuhhhhmmmm Ouuggghhmmmppfffgghh... Pllurrff... haghhh
caafghh…-‑ Con el viril miembro del
joven encajado en su boca, los sonidos guturales que antecedieron al último que,
como una tos ahogada escapó de los labios de la mujer al sentir que se
atragantaba con el pedazo de carne que tenía sumido en sus belfos, eran puro acicate
para los dos hombres.
Arrobada por las involuntarias reacciones que su
cuerpo tenía., con los labios cerrados
en torno al vigoroso pene que él le tenía clavado y a su disposición justo
delante de ella sin posibilidad de que se le escapara a ningún lado, o desde la
posición del otro aprovechado sujeto., desde cualquier perspectiva donde él o
el excitado contador la veían cada uno en el ángulo que se hallaba, no había
otra verdad... –Les parecía como si
todo el ser de Mónica hubiese sido planeado por Dios única y exclusivamente
para el deleite del hombre, la lujuria y la cópula...
Por su parte y para si, extasiado ante la exhibición
de tan lesa y provocativa naturaleza, de pronto el contador consiguió apartar
la vista para percatarse de asuntos menos elementales como el de descubrir el
modo en que sin dejar ver mucho de la espalda de ella, desde la cintura y hasta
desaparecerle bajo los ondulados tonos castaños y suaves matices rojizos de la
ondulada cabellera de la cabeza de la mujer, después de aquella cintilla de
estirados encajes de la tanga calada en los glúteos de Mónica de repente surgía
el vestido que haciendo juego con el color blanco de esta tapaba el resto de su
anatomía hasta reaparecer solo parcialmente visible una breve porción de su
nuca, moviéndose con el vaivén que la dueña de esta llevaba al estar ocupándose
de los asuntos que requerían que su boca atendiera al frente de los pantalones
del bisoño suplente del Director.
En eso se hallaba el trastornado hombre, observando
todo aquel despliegue de adultera feminidad en el instante en que perdido
dentro de la propia lasciva, que lo embrutecía cual salvaje animal víctima de
sus más primitivos anhelos, embriagado por la lujuria sintió como si todo el
cuerpo de ella tuviese la única finalidad de hacer eso., de tener boca, brazos,
nalgas, muslos, piernas y manos para poder colocarla, apoyarse y hacerla posarse
a su antojo como a una muñeca a la que pudiera ir acomodando la parte de su
anatomía de la que más se le antojara hacer uso en momentos como ese en que,
descontando lo que dándole la espalda con el sincopado vaivén de su nuca,
sacudiendose con él sumido allá atrás dentro de ella, el resto de su persona
que rodeaba la punta del ardoroso aguijón que tenía apenas clavado en su húmeda
sima, de hecho parecía zarandearse ante él para reafirmarle que podía no sólo
admirar y tocar, sino ir más dentro de ella o hacer uso de cualesquiera de las
confortables voluptuosidades que todo su ser ofrecía para que se sirviera a su
propio deleite y antojo.
Como un zángano que alentado ante la iniciativa que
sin palabras le era enviada por aquella reina para que continuara penetrándola todavía
otro poco mas dentro, el hombre que embrutecido por el momento mejor ya ni
hablaba, se dispuso a terminar de hacer suyo ese cuerpo que se le ofrecía
abierto. Así que para ayudar a su miembro en la tarea de proceder a apartarlos
e ir separando de paso con ellos la mórbida piel de los abultados labios
mayores de Mónica, los que habiendo cedido el espacio para recibir dentro de su
canal amatorio la esponjosa cabeza del pujante cíclope enardecido que el
contador aún poseía., al ir teniendo que plegarse por la presencia de aquel
objeto que para ir abriéndose paso hacia el interior de la bella criatura que se
hallaba a punto de poseer con su firme tolete; regordetes, estos iban ciñéndose
a éste con los placenteros jugos que por reacción natural e involuntariamente
femenina, el acogedor cuerpo de ella continuaba produciendo para darle cabida y
atenderlo dentro de sus ensopadas paredes y suaves bembos que ya rodeaban el
erecto trozo de carne, mientras que casi sin moverse siquiera el dueño de éste,
se limitaba a contemplar la sublime
panorámica que desde allá arriba tenía, ahí encima de ella y con la punta de su
larguirucho pene clavado justo en medio su persona, entre las tremendas nalgas
con forma de pera que la abochornada mujer le presentaba para que las
conquistara y marcara para la posteridad como dominio también ya conquistado
por él
Movido por la placentera intoxicación que en
circunstancias similares produce a veces el morbo enviciante, el sobrecogido
señor buscó encontrar con la vista el punto en que los cuerpos de ambos se
unían de la misma manera en que se suponía que una señora casada tan sólo debería
permitirlo al hombre para quien se ha reservado., y pasando sus ojos por el
sonrosado asterisco de Mónica, apenas debajo de éste halló una incitante maraña
de ligeros vellos rizosos y tenues que rodeándole parecían acompañarle en cada
movimiento que intentase en aquella oquedad que le envolvía cálidamente su pene.
...Ahora si te tengo bien enchufada, empalmada con mi
manguera zorrota...‑ Movida otra vez por
la lasciva volvió a hablar la voz del ventarrón cuando notó como al hacerse el hacia
atrás hasta quedar de nuevo encajada dentro de ella únicamente la pura cabeza
del miembro, perfectamente acoplados en rededor de la parte de su órgano que
surgió cubierto de tibios jugos que ella derramara sobre su miembro, los labios
de la vagina de Mónica parecían acariciarle intentado convencerle de que no
abandonase el suave cobijo que su cuerpo de hembra quería proveerle a su
virilidad para que la gozara, y negarse a dejarle escapar fuera de su húmeda
cavidad.
Y Continuó en escalada con la sarta de obscenidad que
su boca profería en contra de la vencida dignidad de Mónica, que de a poco con
tales palabras parecía también ir perdiéndose irremisiblemente ante él al hacer
mella dentro de su consciencia cuando le dijo:
‑-...Espero te hayas tomado tus pastillitas o no estés en tus mejores
días , que si no., con los que te voy a echar dentro no respondo si regresas a
casa con explicaciones que darle a tu esposo cuando te vea tejiendo chambritas
de nuevo.‑
Soltó la artera bofetada que pese haber ido a dar
contra la apenada consciencia de Mónica, no hizo sino provocar que al oírlo
mencionar el detalle a tomar en cuenta de ni si quiera haberle sido permitido tener
el recaudo de usar cualquier protección, ocasionó que ella se mojara aun más
para él al espolear mayormente los torcidos anhelos de la agobiada señora.
Y es que, amén de que sin contemplaciones y a mansalva
la toqueteaban, aparte de esto, cuando como parte de dicha sinergia de
ignominia mezclada con delirante placer, ella además de sentir y saberse sometida
y sobajeada de nuevo por ellos, llegaba a escucharlos haciendo cualquier clase
de comentarios que se refirieran a su condición de señora casada y con hijos, o
nombrar de alguna manera cualquier alguna zona de su anatomía poniéndole
nombres a esta o a ella, ya fuera sólo por ello o alguna de las involuntarias
reacciones corpóreas que de forma inconsciente le producía estar siendo usada
de tan lascivos modos, y para colmo de males el abusivo que hacía uso de su fantástica
anatomía de señora casada y madura de ensueño, tomando posesión de su persona y
baja autoestima, con el misógino afán de humillarla se burlaba de ella
recordando a su esposo y los riesgos en que incurría al cederle de aquella
manera el placer de su cuerpo., con la plena conciencia de cada poro de su tierna
piel, región de su físico y zona erógena de su persona, el avasallamiento y
rendición de ella se tornaba incluso mayormente absoluto y terminaba por
ocasionar el arribo de suaves oleadas de profundo placer que en crescendo
terminaban de corromperla hasta el delirio como ahora le sucedía.
... “¡¿Qué cosa podría existir acaso mas humillante!?
–‑ Alcanzaba a elucubrar ella entre las enardecidas neuronas de su cabeza...
... ¡¿Que podía haber que la hiciera sentir mas puta
que el hecho de que alguien se atreviera a mencionarle a su esposo en momentos
así en los que para colmo de su desvergüenza ella se encontraba completamente empapada
y con el miembro de un casado sesentón a punto de disparar dentro de su fértil
vagina toda la caterva de
espermatozoides ya añejos pero con posibilidades reales de dejarla en estado de
gravidez!? –
De alguna manera, palabras, palabras menos., ideas
semejantes a estas se agolparon en la mente de Mónica al pensar la ignominiosa
posibilidad de quedar arruinada para siempre su honra, y brincar de algún lado a su subconsciente la sola
imagen de la posibilidad que el tipo aquel le decía. –“!Ella embarazada,
amorosamente tejiendo chambritas en casa para arropar al hijo que otro había
plantado en su vientre para que ella cuidara al lado de su afectuoso pero
cornudo marido!”...
La idea era abrumadora al grado que consiguió hacerla
apenarse aun más de hallarse tan mojada para el vetusto hombre que divertido de
poder usarla tan irresponsablemente hacia burla de tan tremenda y por demás
escandalosa posibilidad al momento en que después de haberse regodeado la vista
y sentidos con aquel bocado, el sujeto de un solo empellón sumió en el cuerpo
de Mónica la porción que de su pene que todavía permanecía fuera de aquel
invitante objetivo, y empujándola hasta lo mas profundo que le era posible con
el tamaño de su arma, terminó por empalmar sus ingles contra los rozagantes
glúteos de la bella mujer.
... ¡Ahhh ahhgh!‑
Tuvo que dejar escapar el miembro de Enrique para no atragantarse con
este al ser empujada y casi perder el precario balance que posada en la alfombra sobre sus rodillas
conservaba sosteniéndose con una mano apoyada en el robusto muslo del jovencito
cuando el hombre comenzó a fornicarla.
... “Dios mío”., “¿Porqué soy así?”.‑ Con las mudas palabras que no salieron de su
boca. Mónica., señora de cierta posición,
medianamente acomodada en la sociedad, que debido a los múltiples problemas
económicos por los que habían atravesado en su matrimonio., como si en verdad
no tuviese otra salida, - en más de alguna ocasión – había tenido que costear con
algo mas caro que el dinero, el cuerpo, la dignidad y su categoría poder sostener
dicha posición, pretendida, anhelada y deseada por otras.
“En la vida hay cosas que tienen precio sólo para quien pueda o quiera pagarlo por
ellas” —
Perdida entre la vorágine de sensaciones y propios remordimientos, se
lamentó de si misma al tiempo en que habiendo recibido aquel miembro dentro de
su persona, fue volviendo a ocuparse del otro que había dejado escapar apenas
por unos instantes. Y mientras
reaparecía en sus narices el acre almizcle del macho a cuyo regio pene de príncipe
estaba regalándole aquellas efusivas lamidas con las que lo había dejado
impregnado con su saliva, al ir cerrando sus labios en rededor de la venosa
topografía no pudo evitar sentir algo de pena por su aludido marido:
‑-“Ay Gerardo”...
“Con que tú nunca lo sepas”... ‑
Le llegó algo de remordimiento que una vez desencadenado, colateralmente
a la aberrante excitación que le producía saberse usada por aquel par de
hombres, pronunciando su morbo éste la llevo a preguntarse hasta cuando podría
continuar haciéndole eso a su esposo.
‑-“¿Cuantas veces llegaré a casa oliendo a otros
hombres o el sabor de alguno de uno de ellos en los labios antes de que me
descubras o me digas que ya te has dado cuenta de lo que te hago porque lo
notaste en mi boca, en mi pelo o mis ropas?”... –
Se lamentó sin dejar de experimentar ese extraño
placer que le producía saberse tan infiel y casada con ese hombre al que como
otras veces en que esto ya había sucedido, para que no encontrara en sus labios
infieles el aroma o rastro de los besos que había dado al pene que ahora tenía alojado
en su boca. Y como lo hiciera ya antes cuando se convirtiera en
la fácil amante del tío de aquel muchacho de quien ahora se había convertido en
poco menos que su asistente y piruja de planta, o elegante dama de compañía
para sus eventos privados con alguno que otros de sus clientes mas importantes, de seguro que hoy tendría que mentirle de nuevo o evitarlo y negarle la boca cuando su marido quisiera besarla al regresar
a su casa, .
Ése mismo marido al que inventaría alguna nueva excusa que
explicara el porqué de su falta de antojo, sin preguntarle por qué de nuevo, y
de pronto salía de casa vestida como si en vez del trabajo fuese a alguna
reunión en otro sitio distinto al de su oficina o algún restaurante.
–“¿Cuantas
excusas podré darle antes de que se imagine lo que hago en esta oficina o me
hacen hacerles casi todos los días?”... –
Se preguntó una vez más antes de que dejándose hacer por los dos hombres,
brevemente dejara caer sus pensamientos
en su pequeño casi ya adolescente que ya había crecido desde la primera vez en
que luego de un pleito estúpido con su padre, y en esa misma oficina, años
atrás cambiara su vida y abusara de ella
Alejandro González.
* * *
Fin 1ª Parte Escena 1 ( 1ª Parte Capítulo 1 Escena 1 )
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El solo ver movimiento en tu pagina, genera felicidad, tengo que reparar el auto en época de regreso a clases. (Puro sacar dinero $)
ResponderEliminarPero la vida te da de todo,
Problemas y Mónica, me parece justo.
Estoy feliz, lo leo mañana y opino o en la madrugada, si me dan chance.
Que NO me aguanto.
regreso monica por el arco del triunfo, no solo conservas el toque sino que golpeas como el mejor otra cosa me gusto mucho el preambulo con que iniciaste gracias ludo ...magoes
ResponderEliminar1.- parte.
ResponderEliminarYo feliz, gracias a mi fin de semana.
El sábado NO me pagaron, ¡Yo feliz!
No completo con los gastos del regreso a clases, ¡Yo feliz!
Se me descompuso el carro, ¡Yo feliz!
Tuve que ir a una boda que no quería ir, ¡Yo feliz!
El domingo tempranito un funeral de una persona que ni conozco, ¡Yo feliz!
Tuve que manejar 4 horas para llevar a mi odiosa suegra, ¡Yo feliz!
Estoy cansado, pero ahí que llevar a los hijos al cine, ¡Yo feliz!
Es domingo a las 11 de la noche y NO duermo, ¡Yo feliz!
¿Por qué? ¿Consumo drogas, estoy loco?
NO es por ¡Mónica, Mónica, MÓNICA!
Si gracias Ludo, la vida es difícil, pero con estos regalos se puede aguantar todos los sinsabores de la vida diaria.
2.- parte.
ResponderEliminarOpinando respecto a el relato.
En primer lugar, NO has perdido el toque.
Resulto igual de morboso, ¿porque?
Se, podría decir que por los diversos factores:
Personajes y lugares, con los que cualquiera se puede identificar.
Y los fetiches; la diferencia de edades, el exhibicionismo,
Pero “NO,” la verdad es el talento que tú tienes para manejar estos tópicos.
Ya que los he leído con otros autores, y NO resulta igual.
La forma en cómo relatas, el “ritmo” en que llevas la historia.
Haces que uno sienta las emociones de los personajes.
Tanto a Mónica, como a sus chantajeadores.
3.- parte.
ResponderEliminarPorque me gusta tanto Mónica.
No lo se, quizás por El eterno factor de la mujer hermosa.
Comerciar con su belleza, en este caso a cambio del silencio.
Sin pretender jamás ser un dramaturgo.
Pero en este relato sucede un misterio (para un corriente como YO)
Disfruto tanto la historia, como las escenas de sexo.
4.- parte.
ResponderEliminar¿Yo? Creo que ya perdí mi objetividad.
Pero me agrada todo este capítulo
Me agradan hasta los títulos muy trágicos.
(Cuando una puerta se cierra, a veces la otra también)
Como todos tengo dudas, pero creo que se irán contestando durante la historia.
¿Cómo obtuvo Enrique, ese poder?
A mi opinión el exhibicionismo involuntario es un erotismo muy fino y difícil de lograr. (Por estar supeditado a la vista) Y usted lo consigue “escribiendo”
Tus representaciones o explicaciones son magistrales:
“Mirarla con disimulada reprobación aparejada de aquellas sonrisitas fingidas de pena ajena”
Y como dijiste en la historia.
Me encanta como Mónica se hunde en sus propios dramas y temores.
Su propio flagelo es ¿cómo decirlo?... delicioso
Ya me regañaron, por enfermo hasta aquí la dejo.
Federico.
P.D.- ¿Y Tu trabajo, como obtuvo la temporada?
Perdón por la tardanza al preguntar, pero la pasión hace que uno pierda la educación.
Hola Ludo, me pregunto si conseguistes los capitulos 3-5 de Monica y el Director, si por causalidad tienes el texto en ingles yo gustoso me ofrezco a ayudar, de otro lado mi pregunta es si este capitulo seria Monica y el Director 11 o damos por finalizada la serie con el 10 y empezamos un nuevo proyecto. Te dire que quede cautivado con tus relatos, Secretos y Memorias de una Madre (01) me quedo completamente insuficiente, es un gran relato. Quedo a la espera de tu amable respuesta.
ResponderEliminarSaludos
Luis
roeri2000@yahoo.com
Aclarando un detalle a Luis y el resto:
ResponderEliminarLes comento que no existen versiones alternativas ni en español o algún otro idioma como el Inglés de Monica o mis otros relatos.
Y si acaso en un momento por lo delicioso de la obra, me decidí a hacer una adaptación hacia nuestro idioma de auqle titulo que nombré:
Esposa , Madre y Actríz Bla bla, el mismo fue eso., una adaptación más no una traducción o intento de plagio.
Así que lamento decirles que en manera alguna existen los capitulos perdidos de Mónica.
Respecto a la situación de la Mamá de aquel viaje en tren, lamentablemente en su momento nadie opino sobre dicho trabajo y eso me hizo abandonarlo, por considerarlo mi primer franco fracaso.
Pasando a Mónica: Les señalo que aunque actualment ehe pensado en escribir una version con las "horas perdidas" de Mónica. En si, esta nueva puesta en "escena" es una continuación a la vida y "penurias" de ella, que sucede a poco más de diez años de lo ocurrido en el primer capítulo.
Ludo
la historia de la madre aquella que viajaba en tren me parece fascinante al igual que la recatada yo creo que merecen un final en fin si por mi fuera tendrias mucho trabajo y bien ludo yo creia que tenias un bajon de testosterona pero no el tiempo te ha mejorado adelante don ludo... magoes
ResponderEliminarExcelente escrito así como los anteriores de Mónica, mucha gente los lee pero no los comenta. Ojala este año nuevo te animes a seguir escribiendo
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