Esposas de Entretenimiento ( borrador )

Antes que nada, en verdad gracias a todos aquellos que con paciencia aceptan mis estados de desvarios,  y me envian cosas a  mi correo,  y también a los otros dos o tres nuevos , cuyos nombres de momento no recuerdo.  Sepan que con entusiasmo les he leído a todos, y derivado de dícho entusiasmo más sin haber resuleto mi vida sino, acaso complicadose  un poco más todavía esta, aprovecho el momento de aturdimiento  y "valemadrismo" en que de pronto me encuentro, para intentar postear el inicio  la que puede ser una buena aventura.

Algunos de ustedes que me conocen de manera poco más profunda  saben que por experiencias personales que d euna u otra froma marcaron mi vida, hoy en día , "algo traigo" con las mujeres que aparecen de breve manera en la Televisión, ya sea en noticieros o como "atractivo visual".

Espero les inspire a tener algunos antojos o ideas , y ¿por qué no?, si se puede, hasta a dejar algún comentario.

°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°

Preludio

Pero no Alfredo… ‑ Contrariada, Gabriela buscó poder excusarse, sin dejar de mirar el ajustado vestido, que debía ser al menos al menos media talla más pequeño de lo debido para su figura.

…Ay por favor Gaby, no me vengas con tu cosas ahora Tesoro, ya te  has puesto cosas más pegaditas y cortas para dar tus reportes. No veo ahora que te sorprendes de que te pida que te lo pongas para que nos acompañes a esta fiestecita. Después de todo, no me digas que no te gusta…Sabes que los vas a poner a babear a todos cuando te vean llegar con él puesto…‑  E insistió:

‑Anda preciosa... En serio hazme este favor.   Te prometo que después veremos cómo lo resolvemos, pero por favor te necesito en ese lugar con ellos y con este vestido Muñeca.    Recuerda todo lo que se puede hacer con ése dinero extra…

‑Es que no sé… Aparte de todo es muy transparente…   ¿Qué pasa si alguien más me lo ve puesto o me toman otras fotografías.  ‑ Experimentando de nueva cuenta aquel nerviosismo, busco ella expresar sus preocupaciones, remordimientos y dudas por volver a hacer lo que se le pedía.

‑Tú sabes que se lo debemos, mal que bien él nos cumplió y ahora estas de nuevo en la sección de las tardes, y en el mejor horario, que por lo general sólo se lo dan a las  jovencitas y no a las mamitas ya casadas o con hijos.‑  En modo sereno y controlador soltó Alfredo sutilmente la bomba que definiría la decisión de aquel dulce e inquietante chantaje.

…Pero, ¿me prometes que si hago esto y voy a esa reunión que me piden, ya no insistirán en lo de la revista ni el calendario?.‑   Esperanzada, la pobre  y afligida Gabriela, quiso hallar aunque fuera ése consuelo que la calmara.

‑Está bien, te prometo volver a insistirle si las fotos son lo que tanto te apura…‑ Ofreció él en tono condescendiente.

…Es que no te lo he dicho; ni sabía cómo decirte, pero,  es que hace ya casi tres meses que nosotros volvimos, y no sé, siento que está mal‑  Apocada , y en gesto de mujer bastante apenada de sí, al tiempo que alzando la mano le mostraba el elegante y por demás costoso corte princesa del trozo de piedra  que fulgurante engalanaba el dorado juego de anillos que coronaban se delicado dedo anular,   la bellísima rubia bajó la cabeza para evitar que Alfredo advirtiera lo complicada que ahora se sentía ella al respecto.

***

Esposas de Entretenimiento.©

Ludo Mentis ©

Tormentas, Nubarrones  o Ventarrones para la Tarde

Cápitulo 1

…Disculpe. ¿La Suite Ambassadors?.‑  Al cuarto para los de la tarde, la dulce aunque ligeramente rasposa voz de Gabriela sacó de su embeleso a uno de los botones que parecía no poder creer  que aquella mujer  a la que ya desde la distancia le parecía  haber reconocido en su andar con clase y garbo casi estudiado, y que sin haber visto hasta ese glorioso día más que en la televisión, de cualquier manera le resultó inconfundible y más cuando ella se dirigió hacia él y le habló con aquella voz que le resulto bastante familiar, aunque de inmediato volvió a su estado de asombro

…¡¿Heh?!. – Atónito ante la despampanante belleza, como un cretino con taras, apenas si alcanzó a musitar cuando consiguiendo apartar de la vista las pronunciadas formas que junto con las sombras y luces que denotaban casi el completo contorno de la figura que el translucido material parecía empeñarse en dejar entrever a los ojos de quien mirase a tan impresionante encanto de hembra, ataviada dentro de tan reducido vestido, a su cabeza llegó la confirmación que con la voz de ligeramente rasposa de aquella dulzura le indicó que en efecto era ella y no otra ala que en esos momentos veía.

¡Era ella!... no le cabía la menor duda, cientos y cientos de veces la había visto en vestidos que parecían ser de un concurso entre las distintas presentadoras para ver cuál de ellas podía usar el más ajustado y cortito de todos mientras iban dando el reporte del clima.    Si cientos de veces él había observado a esa mujer tan inalcanzable, hermosa, casi conocida a la vez que lejana.

Y quizás más veces que las que la había visto,  en su cerebro más veces la había él encuerado y hecho posar a su antojo. Mientras que otras ocasiones había soñado sus propias manos arrancando las ropas de la bella Gabriela antes de tirarla a la cama y despojarla finalmente de las encantadoras pantaletitas que en su cabeza siempre ella usaba como última frontera y pieza de resistencia.

… Qué si podría usted decirme si en este pasillo puedo llegar a la Suite Ambassadors o de los Embajadores… Me dijeron que se hallaba en este piso.‑  Repitió en tono  bajo, lo más calmada que pudo Gabriela, comenzando a ruborizar sus mejillas e inquietarse al tener que repetir la pregunta y que alguien más llegara a escucharla.     En verdad no tenía idea de que  pudiera estar esperándole y la duda le resultaba un tanto angustiante, tanto como que innecesariamente algún indeseable momento surgiera para delatar su presencia en aquel sitio.

Sí… pero… Discúlpeme…  ¿N-o es u-usted?....  Digo, disculpe… ‑  Temiendo molestar a  la visitante, se acobardó el empleado, sabiendo  que fueran quien fueren, importunar a cualquiera de los huéspedes o sus invitados quedaba claramente establecido como algo fuera de lo esperado por los empleadores o gerentes y supervisores de aquel lujoso hotel.

Siendo ella misma el cuerpo del delito; alterada de ser encarada o al menos descubierta y expuesta por aquel inoportuno empleado, Gabriela experimentó un fugaz sobresalto que dejó notarse en forma de nerviosismo al sentirse como si la hubieran atrapado en flagrancia.

‑Ah, sí, disculpe usted Señorita, La Suite de Los Corregidores queda al fondo de este pasillo.  ¿Gusta usted que le acompañe?‑  Embobado aún el hombre, tras recuperarse suficientemente de su propio estado de nerviosismo y asombro, la cabeza del empleado parecía no dar para más ante la presencia de ella cuando alcanzó ofrecerse a conducir a Gabriela por el mismo pasillo del que él acababa de salir hacia el área de los ascensores y distribución de la planta.

‑No,  no se moleste… Gracias.  Creo que yo mismo puedo encontrarla…‑ Sin poder impedir que sus mejillas aún delataran el bochorno que experimentaba en esos momentos, al menos Gabriela pareció recomponerse de a poco e ir recobrando su garbo, aunque sin dejar de sentir sobre su persona la apenas disimulada e insidiosa mirada que el hombre echaba a las curvas que se revelaban bajo las ajustadas formas de su inquietante y, amén de corto, por demás llamativo, y muy transparente vestido; quiso deshacerse de él lo antes posible.

* * *

Permaneció el enfebrecido Dionisio gozando la vista de aquella gloriosa estampa con la reducida cintura que de inmediato surgía en las contundentes formas que se esbozaban  con el  juego de luces que mientras él decidía si atreverse a hacerlo o no, le impulsaban a extraer de uno de sus bolsillos su teléfono celular y poder así por lo menos tener una foto que atestiguara el modo en que derramándose el cálido baño de sol sobre la escultural fémina, servían para proyectar perfectamente los inquietantes matices que con la inusitada suavidad que solo la mano de algún dios mañoso y sutil sabe urdir para delatar la imponente magnificencia que, aparte de todo, había en el andar de aquel par de glúteos hermosos. 

“Ay Mamita, de veras que eres preciosa”‑ Pensó para sí sin poder contener sus ideas el sobrecogido Dionisio que de inmediato empezó a desbarrancarse en los pensamientos que su propia voz interior casi forzaba a su boca a comenzar a proferir las obscenas imágenes y palabras que de pronto casi surgieron de esta, al observar el contoneo de aquellas caderas de mujer ya madura que se alejaban de él, tal vez para siempre.

“Tan linda como un ángel; pero veo que  de verdad eres tan putona como las otras…”‑  Se angustió para sus adentros el trastornado cerebro de aquel hombre sin poder dejar de observar y registrar de manera permanente e indeleble en su mente el modo en que la semitransparencia del por demás estrecho y reducido material del atuendo de la presentadora, claramente hacia resaltar a la vista, las líneas de las sensuales pantaletitas que usaba Gabriela, que se evidenciaban tanto como las formas de aquellas magníficas nalgas apenas contenidas dentro de los justísimos tramos de tela que, gracias a las tensas costuras del ceñidísimo vestido, dificultosamente parecían conseguir mantenerse unidos  pero sin dejar de hallarse próximas a reventar y romperse en algún sitio, si tan sólo llegasen a ser sometidas a un gramo más de esfuerzo o algún tirón que, más allá de lo permitido, pudiere ocurrir en  cualquier momento dado, incluso si meramente al caminar sobre estos, los altos tacones que calzaba ella ese día para marcar aún más la figura de sus apetecibles curvas, acentuando la tentadora altivez de su andar y contoneo de la amplias caderas de Gaby, le llegaran a jugar alguna mala pasada al pisar sobre cualquier irregularidad del piso sobre el que andaban.

“De verás que quien te viera Mamita”… “ De seguro que casi no van a creerme cuando les enseñe  esto y les cuente a lo que viniste preciosa”…   “Casi te veo bien los calzones, y como se te meten en medio de ese par de nalgotas, Mamita”‑   Notando lo muy transparente y notoriamente chico del vestido que evidenciaba no estar  hecho a la medida de la sensual mujer; en tono malévolo y sentencioso, se sonrió para sí mismo el alebrestado Dionisio, quien acabando de salir precisamente de aquel mismo dormitorio al que la deliciosa criatura encaminaba sus pasos; tal como ella hacía en su sección de las noches, intuía ya lo que de seguro se avecinaba en el futuro inmediato de aquella Diosa casada del clima.

Y conmovido por  sus ansias, fue aún más lejos cuando para sus adentro se dijo:   ‑“Y tan linda que te ves bien con ese vestido Mi Puta Mamita Nalgona”...  “De verás que está bien rica y ni quién se lo imagine de verás cuando te ven en la tele… 

Y tras inundar su cerebro con tan viles consideraciones, movido a la vez por la lasciva y el morbo que lo corroía en esos instantes, culminó en silente modo de decepción que repasó lentamente dentro de su cabeza a modo de reclamo hacia aquella mujer a la que hasta ese día había considerado con la poseedora de la más encantadora a la vez que disímbola virtud entre las mujeres que  a diario él miraba en la Televisión.  Acabando por musitar esta vez entre dientes:  ‑ “Quien lo hubiera pensado mi Gaby, casada con hijo y toda la cosa”…   “En la tele de verás te ves rica pero decente”…

Antes de volver  a callar y más bien mascullar para sí:  ‑ “Pero hoy aquí esos pinches cabrones que te están esperando de seguro  van a terminar por darte una buena parchada, echarte montón y darse un agasajo con esas nalgotas, ¡pinche puta cabrona!”…

Súbitamente la idolatría de aquel hombre por ella se convertía en ansias muy reprimidas,  acompañadas de cierto rencor, envidia y maldad.

°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°