…Espero
sea éste el momento adecuado, y no otro intento por crear y concluir este
relato que tenía ya tiempo queriendo poder dedicarle el espacio que se merece.
Y
es que nada; absolutamente nada en aquella visión –para Eduardo, o cualquier
otro hombre, mortal o inmortal ‑, podría haber sido considerado común o
normal. Máxime con el cuerpo de ella
allí mismo, enfundado dentro de aquel llamativo atuendo que de manera muy corta
y escasa apenas daba de sí en el material y forma de su confección, al grado
que de tan tirante éste, y sometidas a tal clase de esfuerzo las costuras de
sus laterales ahora resultaban notorias casi del todo evidentes en sus puntadas
del hilo que sirviendo para juntar y unir todo en su sitio, iba dejándose notar
casando con toda firmeza las distintas y tirantes figuritas florales dibujadas
sobre la tela, mostrándose próximo a reventar o de algún otro modo ceder ante
el empuje de aquellas prodigiosas nalgas de hembra madura.
Lo
cierto es que creo que cada vez escribo y leo menos ya no debido a otras
causas, sino a la dificultad visual que me avanza, y de a poco me dificulta
fijar la vista entre los caracteres necesarios para escribir o leer. Razón por la cual intuyo que si este proyecto
queda inconcluso, creo será el último que haya intentado.
Así,
La Suerte echada; teclado en mano, y dispuesto con los mas modernos avances que
la computación vendida a 18 Meses Sin Intereses puede pagar, y un vasito de aromático y encantador Dry Sack;
‑servido para calentar la garganta‑; aquí vamos…
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Aniversario.
-con Luna Llena-… ( Antes
de Salir ) ®
GO
Trigers, Ludo Mentis©
Cap 1°- 1a Pte.- ( Sol, ¿Entiendes lo que pasa aquí? )
* * *
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Procurando
no mostrar en su real magnitud el grado de angustia que lo complicaba, Eduardo
pretendía tomar las cosas con la escasa serenidad que en aquellos apresurados
momentos quedaba aun dentro de él mientras esperaba a que su Bella Anna
terminara ya de alistarse para salir.
Todo
lleno de ansias, ‑Él – pegándole ya a los más de 40, mientras que con sus 35 –
rebasados quizás hace unos tres, o apenas un par cumpleaños atrás ‑, su aún
bellísima y núbil esposa adorada terminaba de dar a su impecable arreglo los
últimos toques antes de poder salir a la calle en aquella tibia noche de
Octubre en la que – sin tener que explicar o exponer ningún motivo aparente, ni otra ulterior causa
más que la de conmemorar su aniversario de acero de matrimonio‑, y juntos irían
a tomarse algo y cenar en uno de los restaurantes situados dentro de las
instalaciones de uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad.
‑Bueno…
¿Pero, y si ya dejaste a los niños encargados con mis papás, cuál es tanto el
apuro?‑ Con su encantadora voz entre rasposa y melódica, notando el inquieto
estado de su marido, preguntó Anna apurada mientras se concentraba en acercar
al espejo su rostro e identificar el sitio aproximado y correcto sobre la
porción posterior del lóbulo de su oreja. Por donde debía de encajar la aguja del
resplandeciente aretito dorado que junto
con su gemelo,‑ ya colocado – y
aunándose al rímel aplicado a sus bien pobladas y largas pestañas; delineadas cejas
, suave base y resto del elegante maquillaje que hacia lucir aun más, y de
manera radiante la inefable belleza de su perfilado rostro.
‑¿O
te sientes culpable de lo que vamos a hacer?‑
Inquirió ella, con el mismo tono de ensueño de su voz sexy.
…
Yo también me siento un poco culpable; no creas. ‑ Aclaró ella misma, dejando a
Eduardo todavía más alterado mientras procuraba voltear a ver hacia cualquier
otro lado con tal de no sentir más, ‑o al menos conseguir contener otro poco
todo ese marasmo de ideas e imágenes que le provenían de aquella intoxicante y
agridulce descarga de adrenalina que se apoderaba de él en oleadas. Más aún ahora
que sin ella saberlo, había tocado otra fibra sensible a la que se sumaba la extraordinaria
visión del modo en que llenando hasta la última micra de espacio y tejido que
la tela de la ajustada faldita pudiera ofrecerle a la obsequiosa anatomía de su
queridísima Anna, ahora lucía todo aquel tremendo cuerpazo de ensueño que
poseía. Luciendo tan ajustado el atuendo y justo al milímetro, que ‑ en
apariencia de lo tirante que se le veía ceñido al extremo‑, apenas antes de dar
de sí mismas las costuras de la sensacional prenda, amén de encantadora parecía
batallar y con esfuerzos obedecer la tarea de cubrirle las curvas, tanto como
guardar el simulado decoro que requerían las inquietantes redondeces de su impresionante
trasero, sin llegar a verse –quizá –demasiado vulgar.
Bueno
sí… Culpable. Pero no mucho, ni nada que tenga que ir a contarle al Padre Ramón
o a El Tío Toño…‑ Extendió ella su
pensamiento, dedicando al ensimismado Eduardo una delicada y pícara sonrisa que
le regaló a él a través del espejo.
…¿O
tú crees que alguien más o aparte de mis papás y tu jefe debieran saberlo, mi
vida?...‑ Culminó ella sin terminar de sonreírle, notando el modo en que a él
parecían afectarle tanto la visión como las inesperadas palabras.
Pero
ya deja de verme de esa manera… Parece que no me conocieras o fuera tu esposa.‑ Sin darle tiempo a su aturdido esposo a que
contestara la pregunta anterior, y un tanto sorprendida de la actitud de él
ante ella, dedico una final sonrisita para enseguida volver a centrar la
atención hacia su propia persona reflejada en la luna de cristal, mientras que
sin poder evitarlo, al mirarla súbitos remordimientos se apoderaron del aludido
por lo que presentía que bien podría ocurrir aquella misma noche.
– Y También tooodo lo que aun no se había atrevido a admitir por completo ante
ella, y que desde hacia tiempo, de algún lado de su cabeza – y luego del otro –,
surgía de repente para robarle la calma una y mil veces más….
‑“¡Es
que! Dios Mío… ¡Eres preciosa!. ¡Ve nada
más como te ves adentro de esa faldita Mi Vida!... Parece que vas a reventar las costuras cuando
te sientes o si te mueves un poco de más”…‑ De lo más recóndito de su
concupiscente y arrebatada consciencia surgió aquel procaz pensamiento que
apenas, y por muy poco logró contener Eduardo cuando aquel golpe de vista
pareció desbordarle la mente y pupilas.
La
sensación de iniquidad se acrecentaba dentro de él nada más verla moverse a su
esposa apenas un poco delante del tocador y ante el platinado reflejo del
espejo, ataviada ya por completo, y montada sobre sus altos tacones que tan
solo magnificaban cada uno de los
movimientos que hacia ella mientras terminaba de revisarse como si otra
vez, nada más importara.
‑Ehr…
Eh… E-es que… Es el Zanaya…– Como si temiese delatarse del todo y ser
sorprendido cometiendo alguna especie de ilícito mas deleznable que aquel pesando
sobre su cabeza dibujándose dentro de ésta desde hacía algún tiempo ya atrás,
pero que apenas hubiera tomado forma ya más precisa en su cerebro, dado el
apuro por el que pasaba luego de aquel par de errores cometidos en su oficina;
tales que por sí solos cobraron vida propia hasta ponerle ante semejante tipo
de encrucijada y subsecuente necesidad de toma de decisiones a las que ahora
enfrentaba. Ocasionando las mismas que
sucumbiendo él otro poco ante el complicado estado en que de pronto se
hallaba sumido, buscase Eduardo procrastinar el momento angustioso para así
evadirse primero y no preguntar a qué se refería ella con aquello de la
culpabilidad – o que alguien mas lo supiera‑.
Inquieto
él, mientras que sin poder evitarlo, cual punto de fuga perdido entre los
motivos florales dibujados sobre la tela, su mirada permaneció abstraída en
algún detalle o paraje plantado semi selvático de los distintos follajes e
hipnóticas florituras sobrepuestas a la armoniosa paleta de tonalidades rosadas
de la ajustada falda de su mujer; la cual lucía verdes hojas contrastando a la
vez tanto con los llamativos colores de los pétalos que conformaban las
distintas florecitas, cómo con el despampanante cambio de muy variopintas tonalidades
que por doquier surgían entre los adornos y el fondo – y las tentadoras formas
de aquel lienzo‑, terminaban atrapando la vista hacia éstas, y de manera
especial todavía más atraerla ambos costados de ésta, en dónde se destacaban un
par de notorias orquídeas soleadas de enorme tamaño que sobre las demás flores y
hojas resaltaban con estudiado afán de hacer parecer a la prenda como algo
desenfadado, y de aspecto casual, ‑pero no simple‑.
Así,
resultando a simple golpe de vista difícil precisar si acaso las amplias
caderas, glúteos y muslos tan bien definidos eran los que terminaban de dar
trazo y consistencia a la prenda, o si era ésta última la que conseguía domar la
tentadora figura para arrebujar aquella porción de su bellísima anatomía y
contenerla dentro de sí evidenciando el estrés al que era sometido el tejido de
la ajustada falda de Annita, que más que pensada para cubrir el decoro, parecía
haber sido concebida para magnificar los henchidos e insolentes contornos
gemelos de su altivo y jactancioso cabús del que bajo las luces y sombras que
matizaban sus formas, surgían sendos globos regordetes de carne con apariencia
final de firmes peras prestas a llamar la atención de cualquiera que las viese pasar cerca de sí. – Tal como
sucedía en dichos momentos a Eduardo, que absorto miraba todo aquel ramillete
menearse apenas a unos cuantos metros delante de él. –
* * *
‑Me
refiero a los niños…‑ En tono añorante
fue que reveló ella lo que en realidad le inquietaba. – A haberlos dejado esta vez con sus
abuelitos mientras nosotros nos vamos…
De lo otro ya me dijiste que apenas
conseguiste la reservación. Pero no creo que sea para tanto.
‑Bueno
no sé… Pero es que Víctor me dijo, que si procurara llegar antes, aunque esperáramos un poco tomando una copa o
algo‑ Sintiendo que la presión menguaba, Eduardo salió un poco de su
embobamiento al oír la cándida e inocente precisión de su esposa a ese
respecto, que alivió al menos un poco el alterado momento en que se hallaba en
tales instantes el nervioso marido
Sin
querer anticiparle más a su esposa, según le explicara Eduardo a ella, ‑y habiendo encargado éste a los niños con sus
abuelos para que los cuidaran en tal ocasión, en que se supondría que juntos, –sin
hijos‑ y solos como joven pareja, celebrarían el que sería el aniversario de
acero como matrimonio. Según se había
limitado él a decirle, y por ende lo que ella supiera hasta dicho momento. tenía sólo entendido que quedarían el par de
retoños hasta que pasaran a recogerlos durante la mañana siguiente.
Niños
fuera de casa, Cena de aniversario, Velada romántica… Eso era todo el plan. – O al menos la parte y
versión que a ella le había sido contada.
* * *
…¡Listo!
¿Cómo me veo?‑ Por fin ella anunció al impaciente marido que no podía aun
creerse del todo la clase de pensamientos e imágenes que venían a su inquieta
consciencia nada más de mirar a su esposa.
¡Guau!...
Anni… Te ves fabulosa…‑ A pesar de sus
propias ideas y haberla estado samueleando buena parte de aquel tiempo con la
misma e insidiosa mirada que le dedicaría cualquier lúbrico majadero que se le
atravesara en la calle, Gerardo experimentó su privada versión de complicada
lujuria al ver otra vez a su esposa plantada ante él con su faldita ajustada y dobladillada poco
más arriba de las rodillas, blusa elegante y resto de la indumentaria que ella
lucía parada sobre sus por demás llamativos y altos tacones
Mirada
que se complicó aun más dentro de él al subir la vista hasta el angelical
rostro de ella, y llenarse todo de ansias al mirarla a los ojos. Aparte de sensual, siempre llena de ese
candor especial, bella e inocente. – Siempre tan suya…‑. Volvió al cerebro de
Eduardo una nueva oleada de inquietudes y probables remordimientos anticipados.
‑¿Si
en serio no se me ve demasiado ajustada?... Como me ves ya no estoy tan segura.‑
Buscó ella explicar un poco el porqué de sus consideraciones. Pero si acaso la habitualmente mesurada,
bella e inocente mujer buscaba en su marido alguna especie de apoyo o alguna
señal que le sirviese para reafirmar su propia confianza acerca de su selección
de vestuario y cancelar de modo definitivo sus indebidas preocupaciones, lo que
encontró en la sorprendida mirada que él le brindó ahora al verla de frente,
por una parte, ‑y aunque le reafirmó la autoestima‑, a la vez ocasionó en ella
otro poco de nuevas dudas. Máxime cuando notó el modo en que ahora Eduardo
miraba el frente de todo el atuendo, que dejando de ser tan ajustado más allá
de la cintura de su floreada faldita, en la blusa sedosa que lo completaba con prestancia
digna de una dama preciosa de cabellos dorados; y a pesar del señorial moño o
especie de distinguido corbatín que le decoraba con suma notoriedad en su
delantera, y ‑sin poder ocultar lo evidente‑, dejaba entrever el pesado volumen
de la óptima redondez de los adorables gemelos altivos de Copas C, que se
adivinaban debajo de aquella elegante blusita de color rosado princesa.
‑
Te ves que te como Mamita… ¡Se me hace que sería mejor idea no ir a
ninguna otra parte y quedarnos aquí
solos los dos para siempre mi Annie!...
Conmovido ante la sublime visión, y colmado hasta el fondo por sus
congojas e inconfesables elucubraciones, por un momento, y una vez más –
Eduardo pareció a punto de recapacitar y traer a la vista a aquel elefante
rosado que tenía tiempo rondando por su cabeza y los confines de su dormitorio,
pero teniendo otro ataque de dudas y nervios, tomó sus arrestos; contuvo de
nuevo sus temores y decidió dejar avanzar a que el destino tomara su cauce.
‑Aquella
era una decisión muy difícil de ser tomada sólo por uno solo, sin tener a quien
más culpar del posible equívoco y gran consecuencia que pudiese acarrear y de la
cual arrepentirse más tarde.‑ Pensó para
sí el atolondrado marido, para evitar así terminar por tener segundas ideas y
luego de pensarlo, terminar por
acobardarse ya en ese momento cuando la moneda se hallaba en el aire y su
esposa lucía tan radiante.
En
verdad que luces hermosa… ‑Insistió azuzando a su esposa con tales palabras.
–Quien vea como te queda y luce tu cuerpo dentro de todo ese numerito que traes
puesto, de seguro le resultara difícil creer que vayas conmigo… Ya me imagino no más las caras y como todos
los hombres que se nos crucen estará muertos de envidia, o soñando con sacarte
tu número…‑
…Ay
Eduardo, ¡No exageres ni me digas cosas así, que me cambio! ‑ Abochornada ante las sugestivas
consideraciones de su marido, Anna, sintió un súbito arranque de ansiedades que
la agitó al terminar ubicándose en la situación que describía su marido.
No,
si no exagero Mi Annie; luces grandiosa…
Los ojos de todos estarán puestos en ti esta noche… Apenas si puedo esperar las caras de algunos
de ellos. ‑ Coronó con su frase Eduardo.
Lo
cierto era que – a querer o no ‑, aparte de aquel irrefrenable embeleso que el
joven marido también experimentaba en dichos instantes, desde hacía un tiempo
atrás y a la fecha, para sumarse y llegar juntas a ese momento, sigilosas las
causas y culpas habían ido cercando al pobre y confundido de Eduardo, y ahora,
a esas alturas, quizás sin que por su parte Anna, tuviera mayor aviso previo de
lo que transcurría en la vida de su esposo, junto con la de él, su suerte había
sido comprometida y echada también.
* * *
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Rato
más tarde, tal como anticipara el inquieto de Eduardo, con todo y la
reservación hecha llegaron al elegante hotel, tan sólo para enterarse que
tendrían que hacer antemesa en el bar del restaurante donde cenarían. Lugar donde a pesar de hallarlo también algo
concurrido, la pareja se las ingenió para encontrarle a Annita un espacio
desocupado en que pudo ayudarla a sentarse sobre un alto sillín situado cerca
de un reducido rincón situado a uno de los extremos de la barra. Lugar donde
hallaron acomodo con ella sentada en la altura del mueble, que la ponía casi al
nivel del rostro de su marido, quien permaneció parado a frente a su esposa al
ordenar un Ruso Blanco para que ella tomara, y él se disponía a dar cuenta de
su Clavo Oxidado pedido al bartender que se dispuso a atenderles.
Así,
cuando llegaron sus tragos, el par de sonrientes tórtolos inclinaron los labios
de sus copas para brindar por primera vez esa noche e imbuirse en el ambiente
del sitio mientras conversaban sobre temas sin mayor trascendencia o que en
tales momentos atraparan las consideraciones de Eduardo, a quien pensando en
sus cosas le resultaba difícil precisar la manera correcta de confesar a su
esposa que a diferencia de lo que habían ellos planeado, y él prometido, lo más
seguro era que no pasaran solos el resto de la velada.
‑¿Le
preguntaría ella por qué nada le había él comentado acerca de aquella posible
especie de encuentro que probablemente tendrían con Verdugo?... – Pensó él para
sí en momento dado, al dar un trago a su copa.
‑¿O sería mejor “jugársela a ver que sucedía”, y alegar inocencia si aquél
aparecía de verdad?...
Las
dudas le asaltaban y robaban quietud de consciencia al trastocado de Eduardo… ‑ ¿Sería quizás mejor empezar por decirle
acerca del par de errores cometidos en aquel par de cuentas?, o como era que
con su propio silencio, cuando al descubrir el predicamento, y el modo en que
lo había resuelto, o al menos disimulado Eduardo para salvar el pellejo, Renato
le había visitado una tarde y a puerta cerrada dentro de su cubículo, le
soltara semejante propuesta del todo corrupta.
Sin
dejar de contemplar una vez más a su lindísima esposa y el modo tan
espectacular en que vestía para celebrar esa noche, Eduardo de repente sintió
un vuelco que le daba el estómago, y que se vino a él cuando sin querer dejar
de mirarla, recordó el modo tan pusilánime y apocado en que se comportó ante
aquel temerario comentario o especie de cerril piropo que externara su
compañero de empresa luego de hacerle la oferta a cambio de su silencio.
‑No,
si yo desde que vi a esta lindura de tu mujer en la fiesta de fin de año
pasado, y luego en aquella reunión, le eché el ojo… Está bien buena la
mujercita, se ve que es todo un bombón… Y desde entonces había querido pedirte
que me la presentes… Tú sabes. Así, como
de manera formal, y para que nos conozcamos…
Nada más de verla en esta foto se nota que le encanta la fiesta y ha de
ser una ricura darle su buena rugida o meterla en la cama. ¿No es cierto?...
–
Por inefable que pudieran llegar a resultar los pensamientos que debieron
acudir a la conciencia de Eduardo luego de oír semejante tipo de comentarios y
peticiones provenientes de la boca de aquel indecente corrupto, aquello había
sido lapidario y por demás fulminante para él desde entonces y hasta ese
momento en que por centésima o mayor número de veces a la cabeza del confundido
marido volvieron tanto el modo en que aquellas desmedidas palabras que sin mayores
ambages soltara el confiado Renato, como el modo en que mientras las decía señalaba
en detalle la foto que obviando toda debida prudencia –, y aunque sin ser
desmedida o para nada subida del tono apropiado‑, aparecía ella durante alguno
de sus últimos viajes luciendo un reducido bikini que mostraba a la vista sus
curvas‑, y que él encantado ante lo bien que ella se veía en dicha fotografía,
hubiera acomodado por apenas un par de semanas entre otras mas que tenía
dispuestas en la credenza de su privado.
Todo
‑absolutamente todo – se había dispuesto a salir a jugar en su contra, y a
partir de tales semanas, pasear a sus
propios temores y fantasmas que desde hacía tiempo acechaban sus nervios.
Así
las cosas entonces; apurado y nervioso; sin saber que salida tomar ya en esos
instantes, Eduardo terminó entonces su
primer trago, y tras pedir uno nuevo al cantinero, con cierto pesar se excusó
con su Anna.
‑Ahorita
regreso… Tú no te me vayas con nadie
mientras yo voy al baño. ‑ Con la poca
de calma que aun le permitía maniobrar con soltura, consiguió Eduardo que aquel
comentario sonara divertido ante ella.
…¿Oh
si Papi?. ¿Te vas a ir y dejarme aquí en
este lugar toda solita?... – Devolvió ella el juego lanzado por su marido antes
de retrucar: ‑Conste que tú eres el que se va y deja aquí a su mujer toda
solita y expuesta… Si yo fuera tú, mi
marido, no me iba… O de menos me apuraba a ir al baño y volver pronto… Ya sabes como son ustedes todos los hombres
cuando ven a una mujer o señora sola tomando una copa en un bar…‑ En modo
meloso soltó ella el juguetón comentario que desacomodó aún más a su
esposo.
No
vaya a venir por aquí algún guapo que piense que tu esposa también está
disponible para que él intente
ligársela. – Sonrió acercando el vaso a
sus labios pintados en tono burgundy.
Entonces,
movido por una extraña fuerza que por oleadas se apoderaba de él desde aquella
semana en que Renato le cortara y echara las cartas sobre la mesa, de pronto
Eduardo se sorprendió a si mismo al acercarse a su esposa hasta casi tocar con
los labios el aretillo que pendía de una de sus orejas y decirle: Termina tu trago Mamita… Y si alguien te invita uno nuevo, dile que
puede sentarse contigo. Que no crees que
tu marido se ofenda con él ni contigo si regresa y lo encuentra susurrando a tu
oído toda clase de proposiciones que intenten para hacerte caer.
Apartándose
enseguida de ella tras soltar en su oído tan incendiarias palabras y
suposiciones, por su parte la sorprendida Annita afrontó el inesperado bombazo
que la cimbró por completo sin saber que hacer o decir con coherencia.
‑Eduardo…
Qué cosas me dices…‑ Cuestionó ella
antes de que él se apartara. – Tú sólo ve a dónde vas, pero no te olvides de
venir a rescatar a tu esposa antes de que otra cosa suceda.
Finiquitó
ella un tanto insegura del efecto que sus palabras pudieran causar o dar a
entender a su esposo cuando él la dejó.
* * *
‑“Si
algún otro cabrón viene a pedirte o hacer que le prestes las nalgas en nuestro
aniversario, Tú ya sabes Putita… Tú sólo ponte flojita, coopera y disfruta
Mamita”… ‑ Mezcla de ansias, corruptas, morbo culposo y embriagadores celos
llenos de remordimiento por estar prestándose a perpetrar semejante charada en
la que se ponía tanto en juego esa misma noche, con aquella maldición que acabó
mascullando para sí entre dientes Eduardo cuando procurando no volver la vista
a mirar la incitante belleza de su mujer profirió aquella indecente e insana
condena, con la que buscó aliviar algo de la tensión que experimentaba en esos
instantes.
Aquella
no había sido ni la primera ni la única vez
en que Eduardo de repente le trajera a la escena aquel tipo de comentarios
o especie de sugerencias; ni mucho menos de un tiempo a la fecha, en que
aquel posible camino en que de una u
otra manera ella acababa siendo arrojada a los brazos de otro, venía a aparecer
en sus pláticas. – Inquieta y conmovida hasta lo profundo, Anna desde el
momento en que lo escuchó y sin poder apartar de su trastocado cerebro ahora
esa insistente posibilidad al verlo perderse entre la demás gente, quedó
pensativa sumida su propio marasmo de ideas.
¡¿Qué
era eso que en realidad parecía estarle tanto insistiendo Eduardo?!... ‑ Pensó
para sí.
¡¿Sería
acaso verdad que era “de esos”?!‑ Se precipitó a conjeturar recordando los
títulos de algunos de los cuentos que de modo persistente había encontrado
entre los archivos de sus dispositivos durante ya algún tiempo cada que ella
echaba un ojo a su Kindle?!.
Temas
como maridos siendo engañados por sus mujeres, o aceptando que casi, como si
aquello fuese lo más natural y sencillo de ser aceptado y correcto, ellas
flirtearan o se vistieran provocativas para asistir a reuniones donde con
inusitada frecuencia, y casi siempre a cambio de obtener algún beneficio en el
escalafón de la empresa o concesión de un simple contrato, los clientes o
compañeros de las oficinas interesados en ellas las sacarían a bailar para
después proponerles romances o simples enredos ilícitos en los que terminaban
cometiendo adulterio con los jefes o superiores de estos. ‑
Recordaba y tenía siempre presente la principal temática que con gran
claridad sugerían las portadas tanto como los contenidos y párrafos que Eduardo
parecía haber marcado con mayor interés.
Sin
haberle hecho mayor comentario Anna a Eduardo cuando descubrió su secreto
guardado, recordó en ese momento como entre las líneas que detallaba una escena
de aquellos textos, con sorpresa encontró resaltado un fragmento que relataba
una situación muy similar a una vivida por ellos en alguna ocasión en que
atendieron a una fiesta en la que habiéndose ausentado su esposo por unos
minutos, ella terminó siendo abordada por el importante director de un Banco
para el cual trabajaba en ese entonces Eduardo. De tal modo Annita se sintió sobrepasada
por la presencia e interés de aquel hombre hacia ella, que no sabía que decirle
ante el aventurado flirteo que éste usaba en su afán de ligarla, que tampoco se
atrevió a negarse a darle el dato de su teléfono personal cuando él lo pidió.
Y
de manera fugaz, en esos instantes que se hallaba ahora sola en el bar, como
fue que se sintió todavía más abrumada y por demás confundida en tal ocasión
cuando sin decírselo ni advertirle de nada a aquel hombre que la abordó en la
fiesta, de reojo y por detrás del sujeto, con disimulo descubrió que su esposo
había vuelto de donde se hubiera encontrado hasta ese momento, pero así como
ella, pretendiendo guardar el decoro de su marido, aparentando no haber
percibido la presencia de éste parado allí observándolo todo con detenimiento, y
en vez de mostrar el aplomo esperado para acercarse hacia ellos y plantarse
ante aquel decidido hombretón para impedirle la continuación de cualquier otro
avance que pudiera haber llegado a intentar hacia ella, con sorpresa notó como
él parecía preferir quedarse clavado en el punto esperando a ver que más
sucedía.
Y
allí – sin que Anna nunca lo supiera todavía de manera más clara hasta aquella
misma noche de su Aniversario‑, fue que de una vez y por todas, en esa otra tal
ocasión de la fiesta, parado en aquel umbroso y casi intransitado pasillo en el
que sin atreverse a intervenir de otro modo posible, Eduardo descubrió que le
gustaba tal situación, cuando maravillado ante las profundas emociones que sus
ojos traían a su mente al estar viendo como su cuasi indefensa media naranja
estaba siendo acosada por aquel superior hombre del que dependían la mayor
fuente de sus ingresos.
Y
es que pese a haber alcanzado a ver parte de la pusilánime actitud de su esposo
en dichos momentos, Anna nunca podría
haber sabido la ingente cantidad de atormentadas congojas e ideas que al
trastornado cerebro de él si vinieron en sucesión. Así como las conmovedoras impresiones se
sucedieron en la atiborrada cabeza de Eduardo al ritmo que el pulso de su
corazón se aceleraba de modo frenético, cuando sin que ella aun lo hubiera
descubierto mirándolos, por una parte también le inundo un tsunami de celos que
de pronto se revolvieron dentro de sí al ver a aquel hombre tomar una
servilleta de sobre la mesa y junto con su tarjeta de presentación personal,
extenderle una pluma a su esposa para que anotara algo con esta sobre el papel. – Caso al que resultando también algo que se
pudiese suponer inocente e inocuo, conllevaba también cierto grado de quebranto
por parte de ella, al notar el sorprendido marido la buena disposición y
sonrisa con que gustosa su esposa pareció concederle el dato pedido a Samuel
para que lo guardara poco después en su saco junto con su pluma, al tiempo en
que por su lado ella misma se dispuso a conservar
en su bolso de mano la tarjetita concedida por él.
Aquel
sería el primer ataque de celos confusos que sufriera el esposo, parte movido
por ansias puras de no quererse sentir excluido ni engañado por su lindísima
esposa o puesto en evidencia por ella ante el aprovechado hombre, y burlado por
éste. Aunque a la vez, movido por una desconocida emoción el verlos juntos
interactuando de dichas maneras, causó un súbito impacto en él que lo dejó
idiotizado hasta el momento en que luego de acercarse el Director de aquel
Banco hacia su esposa con la intención
de susurrarle algunas cosas en su orejita de dama casada, el hechizante encanto
de aquella sórdida escena rompió por completo en un santiamén, cuando en un
exceso de confianza, y apresurando las cosas más allá de lo conveniente, Éste
acercó demasiado su cuerpo al de ella y bajando la mano del talle de Anna, fue
a buscar con la misma la curva de una de sus nalgas redondas con la intención
de apoderarse de ésta.
Error
o movimiento demasiado apresurado por parte de aquél, tal avance ocasionó que
en ese preciso momento, y alterada ante el atrevimiento Anna le barriera la
mano para apartarla de su derriere, pero
al menos el mal en la conciencia de Eduardo ya había quedado guardado y marcado
con alguna especie de tinta que de manera indeleble permanecería transitando
entre sus neuronas y surgiendo a su encuentro con muy relativa frecuencia hasta
que sucediera lo de aquel error con las cuentas y posterior encuentro con Renato. ‑ Fecha en que tomó un derrotero distinto
e inexorable, que pronto se precipitaría.
Así,
con todo, en aquella ocasión de la fiesta descubrió que era un mirón, con los
libros y relatos del internet, se percató de que quizás no fuera ya el único hombre sobre la tierra con tales
gustos, y a querer o no, un fatídico error de trabajo lo había hecho caer en lo
que con suma seguridad pronto lo podría convertir en una conjunción de ambas
posibilidades. ‑ ¡Un Simple Marido
Cabrón, Cornudo y Mirón!.
* * *
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Aniversario.
-con Luna Llena-… ( Un Secreto de a Dos ) ®
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Trigers, Ludo Mentis©
Cap.1°. 2a Pte.-Momentos… (¿Todas las parejas tienen algo que
Ocultar?) ®
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Allí
estaba Anna, sola en la barra tomando su trago, una vez más llena de todas
aquellas dudas que en realidad sólo seguían siéndolo un poco porque entre ella
y Eduardo a veces funcionaban mejor los secretos a medias, que salir a pasear a
la mona indiscreta, aun cuando para ella dichas dudas, con el tiempo y de a
poco se habían ido convirtiendo en certezas de las que pronto tendrían que
sacarse ya en definitivo a la luz o dejar de jugar para siempre con éstas.
*
eXcelente tu trabajo Ludo, genial descripción de toda escena, saludos!
ResponderEliminarHola querido, siempre escojo algún párrafo, pero esta vez no puedo, todo el relato esta maravilloso, no podría, me encanto todo.
ResponderEliminarHola como estas? q rico! lo leii todo eee!
ResponderEliminarHola, que lindo leerte este año, me da mucho gusto ver que dándonos tantas emociones de nuevo, es un delicioso relato
ResponderEliminarGracias señor, que relato tan delicioso, no puedo evitar sentirme identificada con ella, sintiendo esas emociones y esas prendas tan sensuales que describe
ResponderEliminarBuen post, grx
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