... ‑
con toda honestidad aún puedo decir que de tan chica que resultaba la misma‑,
no pude alcanzar a discernir si la había tomado de que parte o si lo que mis
ojos miraban en realidad era el frente de esta o la visión posterior de lo que resultó
ser un calzoncito o nada más que un costosa y encantadoramente adornada
tanguita elaborada en lencería tan transparente y ligera que sin cubrir
realmente gran cosa, poco, o muy poco sería lo que dejara a la imaginación.
...Creo que así se "Oye" mejor... - ¡Corte y se queda!... JEJE...
* * *
Esperando no tener que Re Editar este fragmento, aquí reinstalo ya la 1a y 2a Parte de la escena 2
Creo que a los que les haya gustado lo de la "Nueva Invitada" a las fiestas, les conviene volver a leerlo, pues hice algunas correccione que si bien no son muy importantes para la trama, si creo que agilizan un poco y realzan el significdo de determiandos aspectos que tanto me empeño en marcar en lo que escribo.
En Buena medida es por esto que me retraso o me diluyo al escribir, pues mientras que a otros que escriben , les tiene con poco cuidado las concordancias, errores de ortografía y escaso uso de similes o metaforas; a mi a veces describir un escaso segundo de trama o detalles, me toma varios intentos y leer, releer, hacer uso de los hiperbatones hasta que el parrafo dice lo que yo quiero decir y como lo quiero decir.
Y cuando -para colmo de males- esto sucede en un fragmento ya escrito y que va a re editarse, ni para que les cuento el tremendo choque de ideas que aparecen y pelean or sobrevivir y quedar en la "toma" o redacción ya final.
Tomen en cuenta que para m algunos detalles de lo que escribo son casi como una especia de morbosa poesía, en la que muchísimas veces la forma es fondo de lo que se dice y describe.
Sé muy bien que los que no se han hartado de mi ni como es que hago lo mío, entienden ya que no puedo escribir esenas que no se sustenten, sean burdas o esten escritas y descritas como si las hubiese intentado crear la pobre cabeza de un iletrado, que sin haber apendido más que apenas a sumar y leer, no tiene cabida en su psique el detalle sutil o -Elegante- digamos talvez.
Vaya entonces aquí mismo la re - edición de la 2a y 1a Parte de la Escena 2 del Ventanal.
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Intimidades
de una Privada
Ludo
Mentis ©
2ª
Escena 1ª Pte. ( Más caro que el Oro ) En una tarde-noche Particularmente Calurosa
Apenas
unas cuantas semanas, o a lo mucho un par de meses más tarde luego de que
aquellos trabajadores y el Maestro de Obra enviado por Don Carlos a que
terminaran las tareas de reparación pendientes de realizar en la casa, durante
uno de esos sábados calurosos del pleno verano me hallaba yo por la tarde
sentado en nuestra propia terraza, con mi pequeña laptop personal, intentando
hacer que las cuentas cuadraran con el dinero, cuando de la nada escuché el
bullicioso sonido que sobre el cemento y adoquín de la privada producían los
neumáticos del automóvil de mi mujer acercándose hacia la rampa donde, como su
lugar designado, habitualmente acostumbra estacionarlo.
Sin
llegar a explotar la bomba luego de las muchísimas dudas, celos e inseguridades
que me surgieron después de haber escuchado la perturbadora plática de los
trabajadores, había tenido que bregar contra mí mismo intentando no derrumbarme
ante las enormes ganas y ansias que sin previo aviso de pronto me consumían
como llamas que incendiarias ardían dentro de mí, al querer confirmar si es que
en verdad Verónica había sido capaz de engañarme con uno, o incluso, ‑y más
concretamente según lo dicho por aquel par de hombres‑, muy probablemente, ya
más de sólo uno o simplemente “alguno”
que para esas alturas pudiese ya haberse sumado a la infame lista de posibles
candidatos con los que imaginaba a mi esposa siéndome infiel.
Aunque
no habíamos caído en ningún pleito que desencadenara la posible ignición de
todo aquel reguero de pólvora y nuestro trato continuaba siendo más que
cordial, e incluso hasta cariñoso, en mi cabeza se atiborraban cada vez más las
dudas que frecuentemente me hacían sentir al borde de un ataque de celos que me
trastornaban aún más al sentir la
tensión que por ratos invadía la calma y confianza que hasta hacía poco tiempo
atrás había existido entre mi esposa y yo.
Razón por la cual había empezado a notarse como sí deliberadamente
pretendiéramos evitar encontrarnos inminentemente a solas y sin nada que nos
sirviese para usar como distractor u objetivo central de nuestras inocuas
conversaciones.
Así
pues, esa calurosa tarde cuando empezando ya hacerse largas las sombras, ella
terminó de aparcar su pequeño vehículo del que descendieron tanto mi hijo como,
la hermana de éste y mi esposa, sin pensarme la difícil situación que para
antes de que cayera la noche se avecinaba, en un principio al verlos bajar del
auto, me sentí inusualmente reconfortado de que no regresara ella sola a
saludarme al entrar a la casa. Y movido por esa desprevenida sensación de
tranquilidad, desde la silla en que me hallaba sentado revisando la tabla de
cálculo, saludé a todos los que retornaban.
‑Hola,
hola… Pensé que ya no volvían hoy.‑ Les dije a los que ahora, apenas y
saludándome, tan sólo se ocupaban de
bajar algunas bolsas de supermercado y otras dos o tres más que inmediatamente
llamaron mi atención al ver que mi esposa les pedía a ambos que le entregaran para que sin siquiera maltratarse
sus coloridas y distintivas tipografías de las elegantes marcas cuyos exclusivos
productos seguramente contenían estas, ella las tomara para entrar, mientras
que el par de bisoños se ocupaban de llevar dentro las más pesadas y menos
sofisticadas bolsas plástico reciclable con contenidos propios del súper
mercado.
‑A
ver Nidi… Dale a tu hermano esa bolsa
que traes y déjame esta otra para que en lo que abres la puerta no se maltrate
tampoco. ‑ Toda una estratega de la
logística, giró las ordenes a su reducida compañía o escuadrón de grumetes,
pasándose a la mano que tenía más alejada de mí todas las llamativas bolsas que
entre sus dedos sostenía por sus angostos cordeles.
…
“¿Y ahora ustedes?”, “¡¿Qué tantas cosas bonitas traen escondidas allí!?”… ‑
Aún recuerdo con precisión las palabras que usé cuando, como si instigado por
la curiosidad que de forma más bien semejante a la que se le ocasiona a algún
animal al que se le ha enseñado a reaccionar de manera condicionada a que
relacione un determinado color, estímulo u olor con un premio que gratifique su
interés con una recompensa; del mismo modo, al reconocer yo los distintivos
colores y letras de las marcas impresas en las delicadas bolsitas que
aparentemente mi esposa trataba de hacer pasar un poco menos advertidas por mí,
cual pez tras la carnada que lo engancharía al letal anzuelo, caí atrapado en
el propio sedal de mi ignominiosa condición de hombre ya casado y aún
fetichista.
Aunque
no lo he confirmado, sé que hay quienes dicen que algunos de los perros
detectores de sustancias de alguna manera son hechos adictos al compuesto que
se pretende que sepan poder detectar; y si esto es cierto en tal caso supongo
que, sin yo mismo darme cuenta de en qué momento fue que terminé convirtiéndome
en una especie de adicto a los celos, así como las voraces ansias que todos los
juegos mentales que con sus ambigüedades mi mujer provoca en mí cada que se propone
hacerme desatinar con cosas tan sencillas como a veces lo son, el simple hecho
de poner de manifiesto ante mí la sensualidad y frivolidades de la que se sabe
ella enteramente capaz; aunque, ‑ y por decirlo de alguna manera‑, ante mí sólo
pasee la canasta de dulces con la que pretende hacerme salivar y ocasionar que
se me haga agua la boca, aun cuando sin pretender realmente darme a probar el
verdadero dulzor de su antojable sabor todo quede en nada más que puro
antojarme. Máxime después de todas las
situaciones que se habían venido ya derivando entre nosotros luego de que
empezara yo a imaginarla coqueteando con otros, o francamente siéndome infiel
hasta con algún conocido.
Así,
tal cual como perro en busca del tentador premio que su cerebro intuye que
recibirá si sigue el rastro correcto, de la misma forma, y a muy pesar mío por
no poder impedir mis vulnerados instintos y condición de hombre movidos por tan
oscuros morbos, fui tras la carnada que sentí que en ese momento me había sido arrojada por ella
para que picara.
Parándome
de la silla, por lo menos – según yo‑, conseguí no resultar tan obvio ante los
dos supuestamente inocentes menores y ella; y como si fuera aquello algo
meramente casual después de acercarme hacia la cocina, pero sin perder rastro
de lo que su hermana mayor y mi esposa iban haciendo, me dirigí hacia mi hijo a
preguntarle si es que acaso habían traído con ellos algún entremés o botana. Y
le pregunté: ¿Y qué me trajiste?... o
dime; ¿trajeron algo interesante?, o
¿pura comida aburrida?‑
Bueno
sí… Mi mamá no quería pero cuando se fueron ellas dos a comprar unas cosas o
unos barnices de uñas que creo les faltaban, de contrabando yo traje unos cacahuates con chile de los que
te gustan para cuando jugamos con el Jefe Maestro…‑ En tono reservado; como quien me revelara un
profundo secreto, me contó él mientras que su hermana y su madre desaparecían
camino hacia la escalera que conduce hacia la planta de superior de nuestra
residencia.
‑¿Quieres
que te ayude a guardar ya que éstas
se fueron?‑ Sin darles su correcto
lugar; inquieto y algo turbado al haberme sentido ignorado por ambas me expresé
de tales maneras, sintiendo a la vez cómo de pronto me comían las ansias por
desafanarme en ese preciso segundo de aquel sitio, y dejar a mi hijo con la
labor de guardar el contenido de todas aquellas bolsas de plástico, ante quien pretendí
no ser del todo muy evidente al menos con él, y me resigné a ayudarle en caso
de que me pidiera que si me quedase a ayudarle a meter los víveres al refrigerador
o alacena.
Bueno,
no… Si quieres ayúdame nada más con lo del refrigerador, en lo que yo guardo
las latas. Y así me apuro para irme con Luis antes de que lleguen mis primos.‑
Fue su entusiasmada respuesta ante la que, simulando no prestar gran importancia
a lo que fuera a responderme mi hijo, le pregunté:
¿Tus
primos?... ¿Va a venir tu tía con tu tío y tus primos?... ‑ Y
tras hacer una pausa que me hiciera parecer meramente casual y desinteresado
del tema, aun antes de que me contestara, yo mismo le comenté: ‑ Ah, o sea que vamos a tener reunión. ¿Nada más vienen ellos y tus dos primos?, o
¿A dónde o para que fue tu mamá también a comprar cosas para tu hermana o ella?‑
No,
no sé papá… Así bien, creo que nada más
sé que vienen mi primo y mi tía, o no
sé… Creo que mi tía viene a ayudarles a
que se vistan o a ver algo que van a escoger, o si van a ir a una reunión o
fiesta… Pero no sé si mi tía sólo viene
a ayudarles a que se arreglen o va a ir
con ellas también… ‑ Revolviéndome, e incluso causándome aún más
ansias, mi hijo comenzaba a exasperarme con tan poco concisas y por demás
ambiguas respuestas.
En
estado de acongojada zozobra, traté de no terminar de alterarme con él y
disfrazar mi franca inquietud, mientras que al tiempo en que sin siquiera fijarme bien en lo que hacía al
acomodar en sus acostumbrados lugares las cosas que iban
dentro del refrigerador, en mi cabeza surgían aún más preguntas y dudas : ‑ “¿Pero tú vistes lo que se compraron las
dos?”… “¡Eran sólo para tu mamá?”... “¿No
las acompañaste a ver qué clase de calzoncitos,
o tangas y bras se compraron?”… “¡Cómo
no viste?”… ‑ Una tras otra me
asaltaban la mente tantas preguntas que luché por aplacar y contener sin
articular con la lengua o se tornasen palabras ya dichas ni murmuradas por mí
‑ “¿Pero
si te dijeron y simplemente no te fijaste?, o
de verdad no te dijeron a dónde se supone que van a salir?”…‑ De todas las anteriores, y miles más que
aceleradamente surgían dentro de mí,
recuerdo que estas últimas dos, fueron las únicas verdaderas preguntas que me
aventuré a hacerle a mi hijo.
‑No,
no sé….‑ Despreocupado y ajeno a mi
circunstancia contestó él apenas distrayéndose de su tarea, antes de, ‑ sin
saberlo creo yo‑, fulminarme en el sitio.
‑ Creo que mi mamá le dijo a mi
tía que van a una fiesta, o una reunión con tu amigo o el Señor ése… Don
Carlos…
* *
*
Tal
como si me hubiesen golpeado con una raqueta ambas rodillas o descargado un
potente disparo de electricidad que luego de golpearme de manera directa, de a poco pareció comenzar
a fluir por mi cuerpo, haciéndome sentir presa de los nervios que me
acompañaron, cuando después de dejar a mi hijo a cargo del resto del súper, al subir
por las escaleras en mi camino hacia arriba y con rumbo hacia nuestro
dormitorio, en las piernas experimenté una inusual sensación de extrema flaqueza
e inquietante debilidad, que sin poder evitarlo me acompañó en mis pasos, e
incluso se agravó para mí al entrar a nuestra alcoba matrimonial.
Aunque
en esos instantes comencé a percibir una extraña sensación de ligereza dentro
de mi mente, y los pensamientos que esta producía en mí; quizás producto de
este mismo efecto fue que me vi
precisado a rendir la plaza y abandonando de lado la calma chicha que por cerca
de dos meses había reinado en la casa, teniéndome en vilo todo ese tiempo, y me
lancé a comentar y expresarme:
‑¿Qué
no me dijiste que sólo iban al Súper a hacer las compras de la alacena?... Por lo que veo te encontraste más que sólo
comida, y te compraste también algunas otras cosas bonitas… ¿Hay algo que yo deba de ver?...‑ Pretendiendo no sonar del todo alarmado,
pregunté marcando con la mirada mi atención a aquellas emblemáticas bolsas que
ahora encontré dispuesta sobre el duvet king zise que cubría nuestro lecho.
Sin
saberlo entonces en ese momento de inicio, en cuanto mi esposa me vio
dirigiendo la vista hacia aquellos paquetes, por algunos instantes pareció
mostrarse recelosa de que fuera yo a acercarme a mirar el contenido que
seguramente aun aguardaba dentro de estos. Por lo que cediendo un poco me detuve y
dirigiéndome ahora hacia ella disfracé la pregunta.
‑Ya no entendí a Lalo… Dice que sus tíos van a venir con sus
primos, pero que a lo mejor tú
sales… ¿Pero a dónde se supone que van o
a qué vas?, ¿o cuál es el plan?... Digo; para por lo menos estar enterado y no
poner luego la cara larga, ni saber que decir…‑ Al final
no pude evitar cierto sarcasmo que se desbordó de mi vaso lleno de
ansias.
…
¡Aiiish!, Eduardo. No empieces. Hoy es
lo de Don Carlos, que ya te había dicho que me pidió que lo acompañáramos a lo
de la reunión por lo de su hija y el muchacho ése que mandaron durante las
vacaciones para lo del intercambio…‑
Denotando naturalidad en su molestia me contestó de una sola vez
Verónica, con actitud contrariada.
¡¿P-e…
pero qué?!... ¿Era hoy?... ¿Por qué ya no me habías dicho?... La verdad es que ya no me acordaba… ‑ Aunque tartamudee levemente de inmediato
objeté, volviendo a sentir aquella súbita descarga de adrenalina que sin
abandonarme me había acompañado de la cocina hasta nuestra habitación.
‑Sí,
sí te lo dije… Sólo es que como he
notado que desde hace unos días estas algo molesto conmigo, y ya no dijiste
nada, no quise insistirte, pero a mí Don Carlos me dijo que también tú ya
sabías…‑ Señaló ella, queriendo restregarme la naturaleza del acuerdo que había
tenido que concederle al tal Don Señor, para que completara el ardid con el
cual había conseguido que aun no teniendo ya una esposa, acogieran a su hija en
un programa de intercambio para estudiantes.
‑Bueno, pues no; no me acordaba.‑ Fingí un poco, ciertamente molesto conmigo
mismo e inquieto por intentar evadirme de la propia responsabilidad que pudiera
serme echada en cara por el asunto.
Empero saber que me encontraba ahora en aguas extremadamente poco
profundas que pudieran cubrirme o servir para conseguir revolverlas o maniobrar
en caso de ser necesario hacerme pasar por el verdadero y directo afectado, no
pude escurrir el bulto de la situación, por lo que me vi precisado a hablar
sobre el escurridizo elefante rosado y acorazado que manifestándose desde
adentro y fuera de aquellas bolsas, para mí, se hallaba parado justamente sobre
nuestro conyugal lecho. Por lo que
reuniendo el valor suficiente para preguntar y hablar del asunto que de pronto
se precipitaba encima de mí, me extendí al
hacer hice la siguiente pregunta que sin más le lancé:
‑No,
no me acordaba, pero… Primero supuse que
nada más ibas a hacer unas compras para la casa, pero ahora veo que también
fuiste con ellos a esas tiendas… ¿Qué
se supone?...‑ Dejé en el aire el
cuestionamiento que más me aquejaba, pero que considerando ahora con mayor
claridad las posibles implicaciones de lo que mi esposa pudiera llegar a contestarme
al no dejarle otra posible salida, preferí abstenerme de acorralarla al pedir
específicamente que me contestara lo que yo ya anticipaba.
“O
sea… Vas a ir con este Señor, al que desde hace tiempo, aunque tú digas que
sólo es un señor ya mayor como para ser incluso tu padre o alguno otro de tus
tíos, pero que he visto como siempre te mira cuando le coqueteas”… ‑ Recuerdo como en vez de usar las lecciones
de diplomacia aprendidas en los libros de historia, mucho menos experto en
tales niveles de sutileza, yo más bien casi estallo al pensar todo aquello, y
enseguida, antes de hablar, hallarme a punto de no poder contenerme cuando por
poco y le digo:
‑ “O
sea que el tal Don Carlitos, “Viejito, V iejito, como le dices, pero si
se merece el viejito que tú, ¡Mi Esposa!, vaya y se compre cosas para que el
Viejito Lindo las vea y disfrute encuerándote con la mirada, como la última vez
que fuiste al despacho, y ¡casi se te cuelga del cuello y te arranca el escote
cuando te vio como ibas vestida al despacho para que te viera!”... – Quise
atreverme a echarle en cara, pero siguiendo el consejo de no dejar sin escape a
la fiera o enemigo que en realidad no se quiere que termine atacándolo a uno
por no tener al menos alguna otra salida viable, contuve una vez más dentro de
mí el ataque.
‑Es
que no entiendo, entonces que fuiste a comprarte…‑ Finalmente cuestioné, aunque sin formular la
pregunta realmente.
‑Bueno
sí… En realidad no pensaba en ir a comprarme nada especial, pero Don Carlos me
llamó ayer por la tarde para pedirme que por favor llevara algo bonito, aunque
él lo pagara o te diera el dinero después…
Cual
bomba que acertara plenamente al objetivo donde más daños causara, de pronto me
estremecí al sentir los inmediatos estragos ocasionados por esta. Y al escuchar la respuesta supe que tal como
temía no debí haber preguntado y hecho caso a mi instinto de supervivencia,
pero ya era demasiado tarde en ese momento para evitarlo, por lo que ante el
inesperado hundimiento que presentí se avecinaba de forma más fulminante y
catastrófica que la del HMS “Hood”, lleno de angustia reaccioné casi sin
pensármelo nada y fruncí el ceño al preguntar terminante.‑ ¡¿Qué te pidió
qué!?...‑
…Ay
Eduardo, ¿Qué tiene de malo Papito?. Tú
ya sabías que iba yo a acompañarlo… Él te
lo dijo… ‑ De inmediato retrucó ella,
aunque dejando entrever cierto asomo de duda y sonrojo que se coloreó en sus
mejillas.
‑S-i.
Bueno sí… ‑ Titubeé al conceder, al
tiempo que acercando mis pasos nerviosos hacia la cama; y estando ya cerca de
las bolsitas, busqué tomar una de estas mientras que sin decir más palabra ni
atreverse ella a cerrar el espació que ahora nos separaba, Verónica no pudo reaccionar con la prontitud
necesaria ni avanzar hacia mí, quedando
parada en el sitio exacto donde se hallaba mirando mis movimientos cuando viéndome
aproximar una de mis extremidades hacia las decoradas bolsitas, tan sólo pretendió
extender los dedos que acompañando tímidamente a su mano parecieron querer hacer
el intento de ir a pedirme que no fuera yo a revisar lo que había dentro de
esta. Pero siendo ahora ella la sorprendida, todo esfuerzo fue poco para
impedir un hecho ya consumado, y fútil terminó únicamente allí con la mano en
medio del aire sin aventurarse del todo a impedírmelo de manera tajante.
En
cambio, habiendo al menos vencido en tan ociosa ofensiva, mi titubeo inicial se
convirtió en vacilación que pronto se trastornó en una especie de arrebato de ardor
que recorrió casi todo mi cuerpo al hurgar en una de las bolsas y en la que ‑aun
sin mirar dentro de ésta‑, apenas entrando
las yemas de mis dedos fisgones en contacto con el irresistible roce del
material que allí dentro escondía, enseguida y casi sin duda me aventuré a
adivinar que debía de tratarse de una pantaleta muy femenina; creada con alguna
delicada telita que – aunque ligeramente rasposa y difícil de describir la
sensación que de inicio me produjo nada más al tocarla y apreciar como‑, entre
mis dedos, curiosamente parecía a la vez ligera o suave como la seda, mientras , por otra parte, y sin haberla, ‑o haberlas‑ podido mirar todavía, en otras partes que
alcanzaba a rozar con mis extremidades táctiles, acompañando a la sutil
sensación surgió el acostumbrado y ríspido tacto semejante a desiguales y
diminutas agujitas hechas de tela más resistente y gomosa que habitualmente
puede palparse en las cintillas elásticas, costuras y aplicaciones o hechuras
de encaje y vestidos recién estrenados o provocativas prendas de lencería
apenas usadas.
Ahora,
entre confundido, y con algo de vértigo, e intoxicado otro poco por la
naturaleza de mis indiscretos hallazgos, aunque no sabía bien o que haría o le
diría mi mujer cuando por fin extrajera la, o las prendas, no mostré ningún
apuro en hacerlo, y experimentando cierto bochorno debido a lo inapropiado de
mi divertimento, acabé notando cierta inquietud que ocasionaba en ella mi
divertimento con el paquete o el contenido que en ese momento pudieran estar
tocando mis dedos sin siquiera saberlo o ‑ de manera concreta ‑, conjeturar
nada más allá que de lo que pudiera yo deducir del roce que me producían en las
yemas, la suave tela y aquel material gomoso e incluso también ligeramente
rasposo, reconocible en cualquier prenda recién estrenada, como esta que ahora
trémulamente tocaban mis dedos nerviosos que no cesaban de enviar a mi cerebro
emocionantes descargas cada que al desplazarse los mismos sobre sus diferentes texturas
y los bordes de sus costuras, estas se encajaban suavemente entre los surcos de
mis huellas digitales.
S-sí…
Vero…‑ Hablé finalmente sin lograr que cesaran mis nervios, cuando quise sonar
condescendiente en vez de parecer que me hallaba ya más bien angustiado e
incómodo y próximo a reclamarle airadamente con tal de poder salir del momento.
–
Supongo que el Señor puede haberte dicho
o pedido que te pusieras, o usaras algo bonito…
Pero…‑ Titubeé brevemente‑ ¿No es
esto ya algo excesivo?... – Sentí casi
que se me salía ya el corazón por la boca ante las posibles implicaciones de
mis palabras o las que ella pudiera llegar a decirme enseguida cuando
resolviendo animarme a extraer la primera prenda que mis dedos tocaban; quizás terminara
teniendo que levantarse el estado de tensa calma que a querer o no habíamos
observado durante las pasadas semanas.
…Mira
nada más esto Verónica. – Casi exclamé sintiendo que me faltaba el aliento, al
ver por primera vez la pequeñísima e inicua prenda que hasta esos momentos
pensé que sería usada por mi mujercita para cuando menos pretender resguardar
parcialmente sus más reservados encantos, o lo muy poco que esta alcanzara a
cubrir de su cuerpo.
Y es
que en el fugaz instante que sucedió entre, que al terminar de extraerla y
hacerla que quedara colgando de los dedos nerviosos que la atenazaban y que por
fin mi esposa se animara a arrebatármela de la mano, simplemente me resultó imposible descubrir
nada más que unas cuantas costuras, encajes y tan escasas porciones de tela
adosados a estos, que amén de resultar casi ridículos de pensar suficientes
para cubrir cualquier cosa más allá de lo elemental, simplemente entre los que me parecieron dos o tres
cintillos elásticos y aquellos tramposos pedacitos de encaje y el material que
estos unían entre sí, ‑ con toda honestidad aún puedo decir que de tan chica
que resultaba la misma‑, no pude alcanzar a discernir si la había tomado de que
parte o si lo que mis ojos miraban en realidad era el frente de esta o la
visión posterior de lo que resultó ser un calzoncito o nada más que un costosa
y encantadoramente adornada tanguita elaborada en lencería tan transparente y
ligera que sin cubrir realmente gran cosa, poco, o muy poco sería lo que dejara
a la imaginación.
‑¡Dame!... ¡Lalo!…
¡Dame eso!...‑ La inesperada
explosión de color en las mejillas de mi Verónica primero me tomó enteramente
por sorpresa, para inmediatamente después transformarse en bochorno e incomodidad
cuando esforzándose por arrebatármelos, me reveló:
Esas
no son mías… ¡No son para mí!... Son
unos que Nidi escogió para… ‑
De
inmediato; como si aquella prenda ahora quemara mis dedos yo la solté y también
quedé sonrojado intentando recuperarme de las tremendas y por demás muy
incorrectas imágenes que como la atronadora velocidad de un relámpago
latiguearon mi mente en un santiamén.
* *
*
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Intimidades
de una Privada
Ludo
Mentis ©
2ª
Escena 2ª Pte ( Una Invitación Especial )
Bochorno Antes que caiga La Noche
Allí
estaba ahora yo, totalmente ofuscado. Sintiéndome totalmente aturdido y culpable en las que
cambiando la imagen de aquella minúscula prenda escasamente alcanzando a cubrir
las tentadoras intimidades de mi mujer, para sin más, y en menos de lo que
ocurre un chasquido sónico, intercambiar las visiones, pasando del cuerpo
maduro de mi esposa, a las ‑ aunque mucho más juveniles‑, también ya núbiles formas
llenas de hechizantes curvas sinuosas de aquella muchachita a la que sin ser
directamente mi hija, había aprendido a querer desde muy chica; e incluso en
diferentes momentos, llegar a crear para con ella un vínculo de complicidad o
complicidades y círculo de bastante confianza.
Resultando
que la jovencita a la que sin más, y de manera por demás degradante y vulgar
durante su estancia en el predio aquellos pelafustanes de la construcción,
había escuchado yo como simple y soezmente al hablar entre ellos se referían a
ella, llamándola “La Nalgoncita”, cuando suponiendo que nadie mas pudiera
escucharles suspendían sus labores para parlotear y decir toda clase de
barbaridades acerca del futbol, el gobierno o en contra de ellas. – Cualquier
mujer que pasase cerca de ellos; por supuesto incluidas, mi esposa Verónica y Nidia, o alguna de las vecinas‑
¡Sí!,
esa misma mujer… Esa Jovencita… O para
ser más exactos ‑ y como ellos decían‑, ¡ “¡Esa Nalgoncita”!, era Nidia, la
misma hija de mi mujer y la dueña de aquel insuficiente gironcito de telas,
costuras y encajes que mi esposa se apresuró a quitar de mis dedos cuando sin
dejar de imaginarme como luciría puesta en su cuerpo semejante tipo de prenda
tan frívola, por fin la solté.
Permitiendo
que se la llevara de mí, por un momento quedé en algo parecido a mi limbo, y
sin conseguir apartar de mí ese súbito estado de culposa y morbosa congoja,
otras mil veces vinieron a mi cabeza remolinos de imágenes y visiones en las
que la veía a ella; a “La Nalgoncita de aquel par de albañiles” tratando de
colocarse la prenda haciéndola correr y estirarse sus angostos cordeles en rededor
de sus muslos carnosos y firmes. Que aun siendo ella lo que los franceses
pudieran llegar a llamar “Petite”, o los argentinos decirle “Petisa”, creo que
pudiera más bien acercarse a la mejor descripción de su reducida persona tan
llena de enigmáticas curvas, aquel “Devil
in Disguise” usado por Elvis.
Así
tal cual por unos breves instantes quedó en mi mente la por demás exultante
visión de aquella criatura cargada de curiosas ambigüedades, quién pareciendo a
veces casi tierna e infantil al extremo, de pronto disfrazada de angelito
bajado a la tierra como regalo y tentación de Dios a los hombres que aun
gustamos de las lindas mujeres con agraciadas sonrisitas de ángel que no
rompería ni un plato, pero cuerpos divinos y llenos de tentadoras y serpenteantes
formas en la que cualquier macho se perdería para acabar saciando sus emociones
y ansias febriles.
Y a
una imagen siguió otra, y luego otra más,
hasta que justo cuando volvía a repasar en mi enloquecida cabeza, aquella
sublime imagen de “La Pequeña Nalgona” intentando ajustar alrededor de sus
glúteos los reducidos lacitos de aquel suspiro de tela por demás transparente sin
que estos se le encajaran de más en las bronceadas formas de su anatomía y
anchuroso trasero, que si no gordas o mórbidas realmente ‑aun bajo la
incongruencia de cualquier estúpido argumento chocante de aquellos “metrito –
sexuales”, celosos; que prefieren los
huesos y andróginas formas casi escurridas de las “talla - cero”; en el caso de
Nidia, sólo era el delicioso y redondo trasero de una mujer lista para gustar a
todo aquel que conociéndola o aun sin conocerla ni suponerlo siquiera, o ‑ como
ahora ya era mi caso, saberlo ‑ se atreviese a mirar hacia por donde fuera que
ella pasara dejándose ver llevando debajo la descarada tanguita encajada entre
los dos semi orbes que formaban sus apetitosas nalgas, y que al haber tenido
entre mis dedos la descocada pantaletita que algún día o muy pronto ella
usaría, me ocasionó que ya en esos instantes no pudiera yo dejar de imaginarme
como se le verían con esta puesta en su sitio.
‑P-e-p… Per-o… ¿¡Ni-i-id!?... ‑ Casi
nada más balbuceé, mientras observaba a mi sonrojada mujer poner de nuevo
dentro de la bolsa la minúscula tanga, o como fuera que se le llamara realmente
a ese insustancial pedacito de tela que ahora ella guardaba.
‑“¿Pero
qué?”… “¿Ahora también ya ella usa de esas cositas?”… “¿Qué no tú misma decías que
sólo las putas usaban ese tipo de cosas?”…
“O dime, ¿de qué se trata ahora esto Verónica?; ¿Qué está
pasando?”… “¡¿En serio esto van a
ponerse?!” ‑ Al día de hoy aún se me revuelven las palabras
e ideas que quise decir, y las que en realidad tal vez pregunté en esos
instantes.
‑Pero…
¿Nidia?‑ Eso sí recuerdo bien haber
cuestionado. Para luego dejar en el aire un:
–Yo no sabía…
Duda
o concesión que de inmediato mi esposa cerró.
…Ay Lalo,
¿Qué tiene de malo Papito?. Tú ya sabías
que iba yo a acompañarlo a Don Carlos, y bueno; él me pidió que Nidia fuera con este muchacho al evento…‑
“¡Puuum!”… ‑ Sintiendo de pronto como si en vez del
certero misil que diera fin al HMS “Hood”, me acabaran de asestar de lleno en
el timón del “Bismarck” hallándome ahora
yo a bordo de éste, presentí que el mal también causaría furiosos
estragos. Y así, tal cual fue, cuando a la primera le siguió una salva aún más
fulminante que me acabó de cimbrar cuando intentaba decir y cuestionarle a mi
esposa.
‑¿Pero
que no Nidia tiene ya un novio?...‑
‑Bueno
sí, pero ¿qué tiene de malo?... Después
de todo el muchachito éste que está con Don Carlos; ni piensa quedarse a vivir
aquí, ni hacerse bien novio de ella…‑
“¡Puuummm!” … ‑ Tal vez yo mismo había obsequiado mi flanco
para recibir esa nueva descarga. Y luego, tocado de nuevo en menos de cinco
minutos, sin darme otro refugio o cuartel que no fuera el de irme a pique, ella
añadió:
Tú
sabes que lo de ella y su noviecito en realidad no es cosa sería y con tal de que
ya deje de ver a ese pelado que nada más le hace que pierda su tiempo, no me
importa con quien salga…‑ Las
explosiones retumbaban en mis oídos aun antes de que aunándose a sus encendidas
palabras de pronto ululara la alarma definitiva:
“ ¡Y
que se chingue ese inútil para que ya deje de verla!”…‑
En pleno comienzo del siglo XXI, mi esposa;
una mujer liberada y aparentemente
autosuficiente a cual más, me demostró que aún aplicaba las mismas reglas de
manipulación de finales del milenio pasado. Y no sólo eso, si no que de manera
más implícita y ‑a mi entender‑ francamente reprobable, le sugería a su propia
hija que jugara aquel juego de la doble moral y, aun teniendo la joven lindura,
asistiera a la dichosa reunión como si fuera la pareja, o de menos, la cita de
aquel muchacho extranjero.
Sin
dejar de sonar dentro de mí las alarmas, fui intentando finalmente evadirme de
otra salva que pudiera terminar de comprometerme, cuando tan sólo le comenté
que de todas formas no lo consideraba algo correcto de que fuese ella misma
quien sugiriera tales opciones a su hija, apenas salida de la adolescencia y en
edad de votar. – Bueno; pero no creo que
esté bien… ¿No te parece mucho?... –
Quise
darle a entender dirigiendo la vista hacia la bolsita que ahora sostenía ella
en sus manos, con la intención de que relacionara las prendas que le había
parecido bien que ahora usara su hija, y el hecho de que muy probablemente
fuera ella a usarlas no con su novio, si no para un muchacho con el que
meramente iba como su cita, y de manera previamente arreglada acuerdo a los
intereses de dos personas adultas.
Bueno
Eduardo, finalmente es mi hija, y no se supone que yo tenga que consultarte
como se viste ella para salir a la calle o para ir a una fiesta conmigo… ¿O sí?
‑ Al decirme ella en tono mas o menos
tajante, entendí que en esta batalla no habría rendiciones parciales si no
maniobraba una salida de escape viable.
¡Y Pronto!...
Entonces,
queriendo tomarme unos momentos para hacer un breve recuento de daños, en vez
de oponerme o argumentar algo más, concedí:
‑ No, eso sí… Hay sí puede que aunque esté o yo lo vea mal, si no
quieres yo ni me meto ni opino… Que
finalmente puede que aunque ella viva en la casa conmigo, contigo y su hermano,
sean cosas que debas tratar con su padre que la visita o se ven sino cada
semana, al menos dos veces por mes.
Sin
estar acostumbrado a rendirme o vivir por completo de rodillas al menos disfracé mi sarcasmo, y terminando de
decir lo anterior me senté sobre el duvet que cubría nuestra cama mientras ella
tomaba las otras dos bolsas y las llevaba consigo rumbo a su vestidor. Donde tras colocarlas
sobre la cubierta de la cajonera en la que habitualmente guardaba sus
intimidades, volteó a mirarme de nuevo para decirme que tenía ya que apurarse.
‑La
cosa es que ya debo apurarme también si quiero estar lista. Se supone que a la media o cuarto para las
siete viene ya Alejandra con Albert para
terminar de ayudarnos.
‑Pero,
a ver verónica, por favor si no te molesta dime, que cosa te dijo Don Carlos o
como se supone que debo entender que mi esposa y su hija acabaran yendo juntas
de compras a escoger que cosas ponerse para salir con él y ese muchacho esta
noche, mientras yo me quedo aquí con tu hermano a esperarte a que vuelvas de tu
cita con él… ‑ En esta esta ocasión pude expresar con coherencia mis
preocupaciones.
‑Pues
no sé… ¿Qué quieres que te diga?... No
sé qué cosa decirte… Él sólo llamó y me
dijo le tenía también la cita perfecta para que Nidia nos acompañara y fuera
con su muchacho…‑ En primera intención y sin gran miramiento me
contesto ella, antes de lanzarse enseguida:
‑Después
fue que me dijo eso de que quería vernos a ambas y que nos comprara algo bonito
a las dos para que luciéramos bien cuando nos presentara a las personas del
comité de intercambios del club.‑ Me sentí apabullado al escuchar semejantes
palabras.
‑“¿Pero
de ahí?, ¿como nos brincamos a que “El
Algo Bonito”, incluyera hasta los
calzoncitos de pirujita que aparte de seguro también comprar para ti, acabaste
por hacer que ella se ponga para que parezca que hasta en eso van las dos como
parejita de amigas en busca de guerra o alguien que se las monte esta
noche?”… “Por Dios Santo, ¡Verónica!.
Eres una señora casada!‑ Apesadumbrado y
francamente alterado ante mis propias ideas y cuestionamientos de mis desvaríos
pensé y exclamé para mis adentros al pensarla capaz de semejante y tan pueril
castidad, propia más de una cualquiera, que de una mujer que hasta hacia poco
se declaraba como la más digna de las mujeres casadas.
Sin
decirle en esos momentos ya más nada; quedé sentado en la cama pensándolo todo…‑
¿Qué o por qué causa, o como era que de pronto ahora todo esto estaba
ocurriendo?... ‑Un buen día, y casi sin
de la nada , había surgido todo aquello que tanto ya sospechaba podría haber
sucedido entre ella y aquel otro sujeto que había sido su Jefe… Después venía toda aquella atención que por
parte de mis compañeros recibía ella durante las reuniones a las que nos
invitaban; para posteriormente acabar enredándose todo aún más luego de que el
Tal Don Carlitos se ofreciera a mandar a su Maestro de Obra con aquel par de
albañiles para que hicieran los arreglos que requería nuestra casa.
“Y
todo”. – Enseguida pensé al ir rebobinando el imaginario carrete o banda de
tiempo que tarde o temprano traería hasta ese momento la serie de situaciones
que, convirtiendo lo que en principio parecía haber sido sólo una buena idea,
en algo turbio e indebido de tener que aceptar a cambio de un pequeño favor que
bien podría yo mismo haber pagado y solucionado en su apropiada manera‑
…Y ‑
Volví a mis cavilaciones: ‑ Y todo casi por nada; para apenas unos días
después terminar cobrándose el favor pidiéndonos que a modo de cachirul mi
esposa primero se hiciese pasar por su conyugue y de manera bastante esporádica
le acompañara a alguno que otro evento en el que aparentando las cosas que no
eran, y como mero formulismo de etiqueta, ‑según palabras de él‑, se requería
que ocasionalmente cumpliera el protocolo esperado de atender al mismo en
compañía de su esposa, o “Alguna otra
Damita o amiga” a la que ‑según también posteriores palabras de él mismo‑,
el resto de los concurrentes invitados a la ciudad desde otras partes del extranjero,
y ajenos a su condición y estado civil, supusieran que podía ella acompañarlo “formalmente” en calidad de esposa y ama
de casa requerida para realizar el intercambio estudiantil con el que había
conseguido mandar a su hija a estudiar y pasar un año completo en la tierra que
aparte de técnicamente haber acaparado la gran mayoría de campeonatos de
pilotos de la Formula de este último siglo y producir los mejores autos. ‑Ofreciéndome que si le ayudábamos con el
teatrito‑, en su momento él vería también la forma de proponernos para dicho
intercambio.
Casados
ya casi por poco más de diez años, durante los cuales y pese a mis dudas, en realidad no podía
estar seguro de que verdaderamente hubiese ocurrido nada extraño. ‑ Viéndola desaparecer rumbo al baño de
nuestra recámara principal, quise reconfortarme obviando ciertos detalles que
en realidad me inquietaban acerca de su pasado reciente y las componendas
corruptas que sin necesidad habíamos ya aceptado.
¿Sería
conveniente ir a ver qué hace Nidia?, o quizás fuera mejor dejar las cosas así
como estaban en ese momento… ‑ Intenté discernir pensando que tal vez en
esos instantes estuviera duchando su cuerpo en el mismísimo baño del ventanal,
al que a modo de cortina que impidiera o dificultara al menos un poco las
insidiosas miradas de algunos de los vecinos o demás gente que visitaba nuestra
privada luego de la caída de aquel árbol, tuviera a bien dedicarles a alguna de
ellas mientras que sin suponer o imaginarse siquiera, quizás‑ ninguna de ambas‑,
el insospechado entretenimiento que regalaban desde allí adentro cada vez que al
irse mojando las delgadas láminas de vidrio que se empapaban al mismo tiempo en
que al escurrir por sus núbiles cuerpos el resbaloso jabón, espuma de éste y el
agua que por doquier las mojaba al bañarse del otro lado de los claros y traslucidos
cristales; y luego de haber visto y oído
a aquel par de sujetos procaces comentando acerca de lo mucho que disfrutaban
mirando desde allá afuera el placentero espectáculo que inopinadamente ellas
daban de manera habitual, sino es que hasta con horarios ya establecidos e
identificados, y enteramente gratuitos para algunos cuantos mirones habían
durado durante algún tiempo; hasta que finalmente había yo optado por colocar
unos cuantos helechos que no fuera tan necesario tener que estar cuidando y
mimando mientras decidía que otra cosa hacer con la interesante, aunque
bastante indiscreta ventana de aquel cuarto.
* * *
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Intimidades
de una Privada
Ludo
Mentis ©
3ª
Escena ( Tu y yo… a la fiesta )
Inquieto,
sin poder apartar de mi mente tantas consideraciones que francamente me
abrumaban n tales instantes, intenté distraerme saliendo a la terraza a fumar
un cigarrillo que acompañé con un par de hielos ahogados dentro de un vaso Old
Fashion, servido apenas a un cuarto de su capacidad, con un aromático y
espirituoso Rayo de Luna de Kentucky, que tenía reservado para ser usado
únicamente en caso de verdadera emergencia o momentos de apuro o inquietud como
parecía que esta lo era.
Luego
de dar un primer sorbo y paladear las fuertes esencias que de inmediato
inundaron mi boca; teniendo aún el fuerte buqué de mi bebida disipándose dentro
de mí, aspiré del extremo oscuro de mi tabaco y me sentí, si acaso más aliviado
y reconfortado por unos cuantos instantes que de a poco fueron diluyéndose
desordenadamente al repasar en mi mente lo sucedido y hablado en nuestra
habitación hacía menos de unos cuantos minutos atrás entre mi esposa y mi
atribulada persona.
Sin
saber dónde estuviera realmente, pensé que para aquel momento seguramente mi
hijo también ya estuviera ocupado o salido a ver a su amigo Luis que vive en la
segunda casa de la misma privada, y a donde frecuentemente pasa las tardes o se
invita a jugar hasta altas horas de la noche, e incluso ocasionalmente dormir. Apenas me distraje por unos segundos pensando
en subir a buscarlo para asegurarme de ver que
hacía, cuando habiendo acabado de asimilar el primer golpe de mi licor,
acerqué mis narices hacia el cristal de mi vaso para disfrutar su penetrante
aroma que de pronto comenzó a confundirse con olores y humores que intempestivamente vinieron a mezclarse en
mi mente seguidos de borrascosas imágenes animadas, que como en un sueño
agitado desde mi propio interior empezaron a sucederse y hablarme.
Así
de ese placentero gustillo impregnado de alcohol, mientras daba otro gentil
sorbo a mi vaso, volvió a surgir la memoria de ese aroma que tan bien yo
recordaba, y que seguramente debía ser muy similar a ese otro que de pronto como
presagio llego a mi consciencia perseguido por las más inquietantes imágenes
que de entrada no pude reconocer más que parcialmente al intuí de lo que mi
cabeza formaba… ‑ Apareció primero lo que era una gruesa mano
morena y callosa a la que sin poder contenerme seguí formando en mi mente hasta
que pude ver que de manera inminente se dirigía hacia la misma pantaletita que
mis ojos acababan de ver menos de unos cuantos minutos atrás.
‑“Mira
que cosa tan rica”….‑ De pronto de mi
subconsciente surgieron aquellas palabras que aun sin ser pronunciadas to pude
escuchar.
‑“Y
peludita”… “ Como su mami”… “Tienes un
gatito de angora escondido aquí dentro del calzoncito”… ¿¡A poco no es cierto!?‑ A
anónimas voces, acompañaron ásperos dedos casi marrones que abarcando todo el
frente de diáfano material del que apenas si unos cuantos lustrosos y rizados
vellitos conseguían escapar fuera del fútil cobijo que les proveía la insustancial
vestimenta que suponía que debería arroparles junto con el resto de la intimidad
que tan falsamente cubría si no es que en realidad, más bien solo adornaba y ‑dada
su transparencia‑, servía a la simple intención de volver aún más tentadora la
oferta de mostrar y exhibirla vulnerable y virtualmente expuesta a ser tomada y
arrebatada con un simple tirón que los gruesos y maltratados dedotes que atropellando
sus ansias febrilmente tiraban un poco aquí y pinchaban allá para adueñarse del
calzoncito y todo lo que este pretendiera poder arropar.
( esto último lo deje ir como Spoiler de lo que se viene para ver que caras ponen o si dicen algo )
exquisito y cachondo...viene de ahi...lo demas...tu amigo de siempre...jorgerelatos...
ResponderEliminarGracias Señor ...
ResponderEliminarPRIMERO.- Que caras ponemos?
ResponderEliminarLa cara y el cuerpo entero Ludo, GENIAL
Incitante, clarividente, admirable, novedosa, fetichista, etc…
¿!pero tan poco!?
Me parece un infortunio.
Las relaciones son de inicio a fin, a nadie le agrada, interrumpidas.
Tanto a las mujer y hombre, (personajes o reales) nos gusta iniciar y terminar
Aquí tengo 2 mujeres molestas, que lo leyeron en 3 minutos.
Animo, se generoso.
Y dale un descanso al cuerpo.
“!TODOS lo merecemos!”.
Hey, hey , hey.... que ahora el que se queja soy yo !!!
EliminarBatallé mucho en re editar esa escena, que necesitaba su manita de gato.... Si no se dieron el gusto de re- leerla para ver que encontraban de nuevo, pues ahora si lo siento por la dupla femenina de la que hablas.
Aparte de eso, lo del fragmento adelanto de la siguiente escena es un regalo que hice, pero no suponia que alguien se fuera a quejar ...
En realidad ese fragmento saldrá publicado en otro momento... Así que por fa explicales que así son las cosas y los textos no se escriben en automático mientras uno duerme y sueña.
OK, en la noche les paso tu comentario.
EliminarPero ya sabes, a las mujeres, uno NUNCA les gana.
SEGUNDA.- Recuerda que TODO ESCRITOR sabe:
ResponderEliminar(Desde el inicio de la novela romántica)
Que las relaciones “¡prohibidas!” con jóvenes.
Son LA JOYA de toda novela,
Por esta llena de todo lo esencial:
PROHIBIDO, DRAMA, INTENSIDAD, etc…
En realidad , en mundo Ludiano Romantico, la Joya de la corona de la pornografía , siempre han sido las relaciones corruptas, pero entre gente indebida, que ya no deberia de prestarse a andar jugando con otros...
EliminarNo es que ahora esté girando de temática, pues esta particular emoción a la que te refieres sólo la experimentado de manera concreta con alguien, y no es algo de lo que en realidad piense escribir mas que - quizás - en esta ocasión...
Jaja me encanto "el mundo Ludiano"
EliminarTERCERA.- ¿Y creo que tu mi querido escritor es la primera vez que lo exploras?
ResponderEliminarEl tema de “LA LOLITA”
P.D.- También leí detalles de la fórmula uno que me agradaron.
Saludos.