Aclaración mediante que sea hecha, y para los que les da flojera leer mas de la cuenta, aquí posteo únicamente la segunda parte de la Cuestipon esa del arbol, el ventanal, y los demás enredos que siguen, pero certificando que no hay nada ni remotamente cercano aun al sexo en lo que va de este segmento.
Hace poco , sino mal recuerdo un lector de este Blog , que frecuentemente me regal con sus comentarios, opinó que le gustaban como iba pinceleando ls situaciones y creando los dialogos que desencadenaban en situaciones inapropiadas del todo . Aunque creo que finalmente desde aquel Relato de Mónica y El Director, tooodo, absolutamente todo era salvable si la gente no nos enerraramos en tomar las decisiones equivocadas por temor mas que frecuente que nos da el tomar la via larga y a veces tortuosa de hacer lo correcto o congruente con quienes en realidad siempre suponemos que somos o queremos algún día llegar a ser.
Esa es y siempre, -creo yo-, que ha sido la premisa de mi vida y las cosas que he intentado retratar de manera morbosa en mis cuentos.
Asi es que para decirlo en terminologia un poco legal, ahora que ando en esto de los abogados. No importa que tan congruente quieras ser en lo que prediques, ni que a veces esten de por medio tus propios principios a veces en contraposición con lo que te da temor que la gente piense de ti. Y en pocas y resumidas cuentas, al final todo eso es de poca importancia y no hay de otra mas que decir. " ¡A la madre!... !Tú te me jodes también!.
Así es de que si no quieren tampoco lean esto.
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Intimidades
de una Privada
Ludo
Mentis ©
2ª
Escena 1ª Pte. ( Más caro que el Oro ) En una tarde-noche Particularmente Calurosa
Apenas
unas cuantas semanas, o a lo mucho un par de meses más tarde luego de que
aquellos trabajadores y el Maestro de Obra enviado por Don Carlos a que
terminaran las tareas de reparación pendientes de realizar en la casa, durante
uno de esos sábados calurosos del pleno verano me hallaba yo por la tarde
sentado en nuestra propia terraza, con mi pequeña laptop personal, intentando
hacer que las cuentas cuadraran con el dinero, cuando de la nada escuché el
bullicioso sonido que sobre el cemento y adoquín de la privada producían los
neumáticos del automóvil de mi mujer acercándose hacia la rampa donde, como su
lugar designado, habitualmente acostumbra estacionarlo.
Sin
llegar a explotar la bomba luego de las muchísimas dudas, celos e inseguridades
que me surgieron después de haber escuchado la perturbadora plática de los
trabajadores, había tenido que bregar contra mí mismo intentando no derrumbarme
ante las enormes ganas y ansias que sin previo aviso de pronto me consumían
como llamas que incendiarias ardían dentro de mí, al querer confirmar si es que
en verdad Verónica había sido capaz de engañarme con uno, o incluso, ‑y más
concretamente según lo dicho por aquel par de hombres‑, muy probablemente, ya
más de sólo uno o simplemente “alguno”
que para esas alturas pudiese ya haberse sumado a la infame lista de posibles
candidatos con los que imaginaba a mi esposa siéndome infiel.
Aunque
no habíamos caído en ningún pleito que desencadenara la posible ignición de
todo aquel reguero de pólvora y nuestro trato continuaba siendo más que
cordial, e incluso hasta cariñoso, en mi cabeza se atiborraban cada vez más las
dudas que frecuentemente me hacían sentir al borde de un ataque de celos que me
trastornaban aún más al sentir la
tensión que por ratos invadía la calma y confianza que hasta hacía poco tiempo
atrás había existido entre mi esposa y yo.
Razón por la cual había empezado a notarse como sí deliberadamente
pretendiéramos evitar encontrarnos inminentemente a solas y sin nada que nos
sirviese para usar como distractor u objetivo central de nuestras inocuas
conversaciones.
Así
pues, esa calurosa tarde cuando empezando ya hacerse largas las sombras, ella
terminó de aparcar su pequeño vehículo del que descendieron tanto mi hijo como,
la hermana de éste y mi esposa, sin pensarme la difícil situación que para
antes de que cayera la noche se avecinaba, en un principio al verlos bajar del
auto, me sentí inusualmente reconfortado de que no regresara ella sola a
saludarme al entrar a la casa. Y movido por esa desprevenida sensación de
tranquilidad, desde la silla en que me hallaba sentado revisando la tabla de
cálculo, saludé a todos los que retornaban.
‑Hola,
hola… Pensé que ya no volvían hoy.‑ Les dije a los que ahora, apenas y
saludándome, tan sólo se ocupaban de
bajar algunas bolsas de supermercado y otras dos o tres más que inmediatamente
llamaron mi atención al ver que mi esposa les pedía a ambos que le entregaran para que sin siquiera maltratarse
sus coloridas y distintivas tipografías de las elegantes marcas cuyos exclusivos
productos seguramente contenían estas, ella las tomara para entrar, mientras
que el par de bisoños se ocupaban de llevar dentro las más pesadas y menos
sofisticadas bolsas plástico reciclable con contenidos propios del súper
mercado.
‑A
ver Nidi… Dale a tu hermano esa bolsa
que traes y déjame esta otra para que en lo que abres la puerta no se maltrate
tampoco. ‑ Toda una estratega de la
logística, giró las ordenes a su reducida compañía o escuadrón de grumetes,
pasándose a la mano que tenía más alejada de mí todas las llamativas bolsas que
entre sus dedos sostenía por sus angostos cordeles.
…
“¿Y ahora ustedes?”, “¡¿Qué tantas cosas bonitas traen escondidas allí!?”… ‑
Aún recuerdo con precisión las palabras que usé cuando, como si instigado por
la curiosidad que de forma más bien semejante a la que se le ocasiona a algún
animal al que se le ha enseñado a reaccionar de manera condicionada a que
relacione un determinado color, estímulo u olor con un premio que gratifique su
interés con una recompensa; del mismo modo, al reconocer yo los distintivos
colores y letras de las marcas impresas en las delicadas bolsitas que
aparentemente mi esposa trataba de hacer pasar un poco menos advertidas por mí,
cual pez tras la carnada que lo engancharía al letal anzuelo, caí atrapado en
el propio sedal de mi ignominiosa condición de hombre ya casado y aún
fetichista.
Aunque
no lo he confirmado, sé que hay quienes dicen que algunos de los perros
detectores de sustancias de alguna manera son hechos adictos al compuesto que
se pretende que sepan poder detectar; y si esto es cierto en tal caso supongo
que, sin yo mismo darme cuenta de en qué momento fue que terminé convirtiéndome
en una especie de adicto a los celos, así como las voraces ansias que todos los
juegos mentales que con sus ambigüedades mi mujer provoca en mí cada que se
propone hacerme desatinar con cosas tan sencillas como a veces lo son, el
simple hecho de poner de manifiesto ante mí la sensualidad y frivolidades de la
que se sabe ella enteramente capaz; aunque, ‑ y por decirlo de alguna manera‑,
ante mí sólo pasee la canasta de dulces con la que pretende hacerme salivar y
ocasionar que se me haga agua la boca, aun cuando sin pretender realmente darme
a probar el verdadero dulzor de su antojable sabor todo quede en nada más que
puro antojarme. Máxime después de todas
las situaciones que se habían venido ya derivando entre nosotros luego de que
empezara yo a imaginarla coqueteando con otros, o francamente siéndome infiel
hasta con algún conocido.
Así,
tal cual como perro en busca del tentador premio que su cerebro intuye que
recibirá si sigue el rastro correcto, de la misma forma, y a muy pesar mío por
no poder impedir mis vulnerados instintos y condición de hombre movidos por tan
oscuros morbos, fui tras la carnada que sentí que en ese momento me había sido arrojada por ella
para que picara.
Parándome
de la silla, por lo menos – según yo‑, conseguí no resultar tan obvio ante los
dos supuestamente inocentes menores y ella; y como si fuera aquello algo
meramente casual después de acercarme hacia la cocina, pero sin perder rastro
de lo que su hermana mayor y mi esposa iban haciendo, me dirigí hacia mi hijo a
preguntarle si es que acaso habían traído con ellos algún entremés o botana. Y
le pregunté: ¿Y qué me trajiste?... o
dime; ¿trajeron algo interesante?, o
¿pura comida aburrida?‑
Bueno
sí… Mi mamá no quería pero cuando se fueron ellas dos a comprar unas cosas o
unos barnices de uñas que creo les faltaban, de contrabando yo traje unos cacahuates con chile de los que
te gustan para cuando jugamos con el Jefe Maestro…‑ En tono reservado; como quien me revelara un
profundo secreto, me contó él mientras que su hermana y su madre desaparecían
camino hacia la escalera que conduce hacia la planta de superior de nuestra
residencia.
‑¿Quieres
que te ayude a guardar ya que éstas se
fueron?‑ Sin darles su correcto lugar;
inquieto y algo turbado al haberme sentido ignorado por ambas me expresé de
tales maneras, sintiendo a la vez cómo de pronto me comían las ansias por
desafanarme en ese preciso segundo de aquel sitio, y dejar a mi hijo con la
labor de guardar el contenido de todas aquellas bolsas de plástico, ante quien pretendí
no ser del todo muy evidente al menos con él, y me resigné a ayudarle en caso
de que me pidiera que si me quedase a ayudarle a meter los víveres al refrigerador
o alacena.
Bueno,
no… Si quieres ayúdame nada más con lo del refrigerador, en lo que yo guardo
las latas. Y así me apuro para irme con Luis antes de que lleguen mis primos.‑
Fue su entusiasmada respuesta ante la que, simulando no prestar gran importancia
a lo que fuera a responderme mi hijo, le pregunté:
¿Tus
primos?... ¿Va a venir tu tía con tu tío y tus primos?... ‑ Y
tras hacer una pausa que me hiciera parecer meramente casual y desinteresado
del tema, aun antes de que me contestara, yo mismo le comenté: ‑ Ah, o sea que vamos a tener reunión. ¿Nada más vienen ellos y tus dos primos?, o
¿A dónde o para que fue tu mamá también a comprar cosas para tu hermana o ella?‑
No,
no sé papá… Así bien, creo que nada más
sé que vienen mi primo y mi tía, o no
sé… Creo que mi tía viene a ayudarles a
que se vistan o a ver algo que van a escoger, o si van a ir a una reunión o
fiesta… Pero no sé si mi tía sólo viene
a ayudarles a que se arreglen o va a ir
con ellas también… ‑ Revolviéndome, e incluso causándome aún más
ansias, mi hijo comenzaba a exasperarme con tan poco concisas y por demás
ambiguas respuestas.
En
estado de acongojada zozobra, traté de no terminar de alterarme con él y
disfrazar mi franca inquietud, mientras que al tiempo en que sin siquiera fijarme bien en lo que hacía al
acomodar en sus acostumbrados lugares las cosas que iban
dentro del refrigerador, en mi cabeza surgían aún más preguntas y dudas : ‑ “¿Pero tú vistes lo que se compraron las
dos?”… “¡Eran sólo para tu mamá?”... “¿No
las acompañaste a ver qué clase de calzoncitos,
o tangas y bras se compraron?”… “¡Cómo
no viste?”… ‑ Una tras otra me
asaltaban la mente tantas preguntas que luché por aplacar y contener sin
articular con la lengua o se tornasen palabras ya dichas ni murmuradas por mí
‑ “¿Pero
si te dijeron y simplemente no te fijaste?, o
de verdad no te dijeron a dónde se supone que van a salir?”…‑ De todas las anteriores, y miles más que
aceleradamente surgían dentro de mí,
recuerdo que estas últimas dos, fueron las únicas verdaderas preguntas que me
aventuré a hacerle a mi hijo.
‑No,
no sé….‑ Despreocupado y ajeno a mi
circunstancia contestó él apenas distrayéndose de su tarea, antes de, ‑ sin
saberlo creo yo‑, fulminarme en el sitio.
‑ Creo que mi mamá le dijo a mi
tía que van a una fiesta, o una reunión con tu amigo o el Señor ése… Don
Carlos…
* *
*
Tal
como si me hubiesen golpeado con una raqueta ambas rodillas o descargado un
potente disparo de electricidad que luego de golpearme de manera directa, de a poco pareció comenzar
a fluir por mi cuerpo, haciéndome sentir presa de los nervios que me
acompañaron, cuando después de dejar a mi hijo a cargo del resto del súper, al subir
por las escaleras en mi camino hacia arriba y con rumbo hacia nuestro
dormitorio, en las piernas experimenté una inusual sensación de extrema flaqueza
einquietante debilidad, que sin poder evitarlo me acompañó en mis pasos, e
incluso se agravó para mí al entrar a nuestra alcoba matrimonial.
Aunque
en esos instantes comencé a percibir una extraña sensación de ligereza dentro
de mi mente, y los pensamientos que esta producía en mí; quizás producto de
este mismo efecto fue que me vi
precisado a rendir la plaza y abandonando de lado la calma chicha que por cerca
de dos meses había reinado en la casa, teniéndome en vilo todo ese tiempo, y me
lancé a comentar y expresarme:
‑¿Qué
no me dijiste que sólo iban al Súper a hacer las compras de la alacena?... Por lo que veo te encontraste más que sólo
comida, y te compraste también algunas otras cosas bonitas… ¿Hay algo que yo deba de ver?...‑ Pretendiendo no sonar del todo alarmado,
pregunté marcando con la mirada mi atención a aquellas emblemáticas bolsas que
ahora encontré dispuesta sobre el duvet king zise que cubría nuestro lecho.
Sin
saberlo entonces en ese momento de inicio, en cuanto mi esposa me vio
dirigiendo la vista hacia aquellos paquetes, por algunos instantes pareció
mostrarse recelosa de que fuera yo a acercarme a mirar el contenido que
seguramente aun aguardaba dentro de estos. Por lo que cediendo un poco me detuve y
dirigiéndome ahora hacia ella disfracé la pregunta.
‑Ya no entendí a Lalo… Dice que sus tíos van a venir con sus
primos, pero que a lo mejor tú
sales… ¿Pero a dónde se supone que van o
a qué vas?, ¿o cuál es el plan?... Digo; para por lo menos estar enterado y no
poner luego la cara larga, ni saber que decir…‑ Al final
no pude evitar cierto sarcasmo que se desbordó de mi vaso lleno de
ansias.
…
¡Aiiish!, Eduardo. No empieces. Hoy es
lo de Don Carlos, que ya te había dicho que me pidió que lo acompañáramos a lo
de la reunión por lo de su hija y el muchacho ése que mandaron durante las
vacaciones para lo del intercambio…‑
Denotando naturalidad en su molestia me contestó de una sola vez Verónica,
con actitud contrariada.
¡¿P-e…
pero qué?!... ¿Era hoy?... ¿Por qué ya no me habías dicho?... La verdad es que ya no me acordaba… ‑ Aunque tartamudee levemente de inmediato
objeté, volviendo a sentir aquella súbita descarga de adrenalina que sin
abandonarme me había acompañado de la cocina hasta nuestra habitación.
‑Sí,
sí te lo dije… Sólo es que como he
notado que desde hace unos días estas algo molesto conmigo, y ya no dijiste
nada, no quise insistirte, pero a mí Don Carlos me dijo que también tú ya
sabías…‑ Señaló ella, queriendo restregarme la naturaleza del acuerdo que había
tenido que concederle al tal Don Señor, para que completara el ardid con el
cual había conseguido que aun no teniendo ya una esposa, acogieran a su hija en
un programa de intercambio para estudiantes.
‑Bueno, pues no; no me acordaba.‑ Fingí un poco, ciertamente molesto conmigo
mismo e inquieto por intentar evadirme de la propia responsabilidad que pudiera
serme echada en cara por el asunto.
Empero saber que me encontraba ahora en aguas extremadamente poco
profundas que pudieran cubrirme o servir para conseguir revolverlas o maniobrar
en caso de ser necesario hacerme pasar por el verdadero y directo afectado, no
pude escurrir el bulto de la situación, por lo que me vi precisado a hablar
sobre el escurridizo elefante rosado y acorazado que manifestándose desde
adentro y fuera de aquellas bolsas, para mí, se hallaba parado justamente sobre
nuestro conyugal lecho. Por lo que
reuniendo el valor suficiente para preguntar y hablar del asunto que de pronto
se precipitaba encima de mí, me extendí al
hacer hice la siguiente pregunta que sin más le lancé:
‑No,
no me acordaba, pero… Primero supuse que
nada más ibas a hacer unas compras para la casa, pero ahora veo que también
fuiste con ellos a esas tiendas… ¿Qué
se supone?...‑ Dejé en el aire el
cuestionamiento que más me aquejaba, pero que considerando ahora con mayor
claridad las posibles implicaciones de lo que mi esposa pudiera llegar a contestarme
al no dejarle otra posible salida, preferí abstenerme de acorralarla al pedir
específicamente que me contestara lo que yo ya anticipaba.
“O
sea… Vas a ir con este Señor, al que desde hace tiempo, aunque tú digas que
sólo es un señor ya mayor como para ser incluso tu padre o alguno otro de tus
tíos, pero que he visto como siempre te mira cuando le coqueteas”… ‑ Recuerdo como en vez de usar las lecciones
de diplomacia aprendidas en los libros de historia, mucho menos experto en
tales niveles de sutileza, yo más bien casi estallo al pensar todo aquello, y
enseguida, antes de hablar, hallarme a punto de no poder contenerme cuando por
poco y le digo:
‑ “O
sea que el tal Don Carlitos, “Viejito, V iejito, como le dices, pero si
se merece el viejito que tú, ¡Mi Esposa!, vaya y se compre cosas para que el
Viejito Lindo las vea y disfrute encuerándote con la mirada, como la última vez
que fuiste al despacho, y ¡casi se te cuelga del cuello y te arranca el escote
cuando te vio como ibas vestida al despacho para que te viera!”... – Quise
atreverme a echarle en cara, pero siguiendo el consejo de no dejar sin escape a
la fiera o enemigo que en realidad no se quiere que termine atacándolo a uno
por no tener al menos alguna otra salida viable, contuve una vez más dentro de
mí el ataque.
‑Es
que no entiendo, entonces que fuiste a comprarte…‑ Finalmente cuestioné, aunque sin formular la
pregunta realmente.
‑Bueno
sí… En realidad no pensaba en ir a comprarme nada especial, pero Don Carlos me
llamó ayer por la tarde para pedirme que por favor llevara algo bonito, aunque
él lo pagara o te diera el dinero después…
Cual
bomba que acertara plenamente al objetivo donde más daños causara, de pronto me
estremecí al sentir los inmediatos estragos ocasionados por esta. Y al escuchar la respuesta supe que tal como
temía no debí haber preguntado y hecho caso a mi instinto de supervivencia,
pero ya era demasiado tarde en ese momento para evitarlo, por lo que ante el
inesperado hundimiento que presentí se avecinaba de forma más fulminante y
catastrófica que la del HMS “Hood”, lleno de angustia reaccioné casi sin
pensármelo nada y fruncí el ceño al preguntar terminante.‑ ¡¿Qué te pidió
qué!?...‑
…Ay
Eduardo, ¿Qué tiene de malo Papito?. Tú
ya sabías que iba yo a acompañarlo… Él
te lo dijo… ‑ De inmediato retrucó
ella, aunque dejando entrever cierto asomo de duda y sonrojo que se coloreó en
sus mejillas.
‑S-i.
Bueno sí… ‑ Titubeé al conceder, al
tiempo que acercando mis pasos nerviosos hacia la cama; y estando ya cerca de
las bolsitas, busqué tomar una de estas mientras que sin decir más palabra ni
atreverse ella a cerrar el espació que ahora nos separaba, Verónica no pudo reaccionar con la prontitud
necesaria ni avanzar hacia mí, quedando
parada en el sitio exacto donde se hallaba mirando mis movimientos cuando viéndome
aproximar una de mis extremidades hacia las decoradas bolsitas, tan sólo pretendió
extender los dedos que acompañando tímidamente a su mano parecieron querer hacer
el intento de ir a pedirme que no fuera yo a revisar lo que había dentro de
esta. Pero siendo ahora ella la sorprendida, todo esfuerzo fue poco para impedir
un hecho ya consumado, y fútil terminó únicamente allí con la mano en medio del
aire sin aventurarse del todo a impedírmelo de manera tajante.
En
cambio, habiendo al menos vencido en tan ociosa ofensiva, mi titubeo inicial se
convirtió en vacilación que pronto se trastornó en una especie de arrebato de ardor
que recorrió casi todo mi cuerpo al hurgar en una de las bolsas y en la que ‑aun
sin mirar dentro de ésta‑, apenas entrando
las yemas de mis dedos fisgones en contacto con el irresistible roce del material
que allí dentro escondía, enseguida y casi sin duda me aventuré a adivinar que debía
de tratarse de una pantaleta muy femenina; creada con alguna delicada telita que
– aunque ligeramente rasposa y difícil de describir la sensación que de inicio me
produjo nada más al tocarla y apreciar como‑, entre mis dedos, curiosamente
parecía a la vez ligera o suave como la seda, mientras , por otra parte, y sin haberla, ‑o haberlas‑ podido mirar todavía, en otras partes que
alcanzaba a rozar con mis extremidades táctiles, acompañando a la sutil sensación
surgió el acostumbrado y ríspido tacto semejante a desiguales y diminutas agujitas
hechas de tela más resistente y gomosa que habitualmente puede palparse en las
cintillas elásticas, costuras y aplicaciones o hechuras de encaje y vestidos recién
estrenados o provocativas prendas de lencería apenas usadas.
Ahora,
entre confundido, y con algo de vértigo, e intoxicado otro poco por la
naturaleza de mis indiscretos hallazgos, aunque no sabía bien o que haría o le
diría mi mujer cuando por fin extrajera la, o las prendas, no mostré ningún
apuro en hacerlo, y experimentando cierto bochorno debido a lo inapropiado de
mi divertimento, acabé notando cierta inquietud que ocasionaba en ella mi divertimento
con el paquete o el contenido que en ese momento pudieran estar tocando mis
dedos sin siquiera saberlo o ‑ de manera concreta ‑, conjeturar nada más allá que
de lo que pudiera yo deducir del roce que me producían en las yemas, la suave
tela y aquel material gomoso e incluso también ligeramente rasposo, reconocible
en cualquier prenda recién estrenada, como esta que ahora trémulamente tocaban
mis dedos nerviosos que no cesaban de enviar a mi cerebro emocionantes
descargas cada que al desplazarse los mismos sobre sus diferentes texturas y
los bordes de sus costuras, estas se encajaban suavemente entre los surcos de
mis huellas digitales.
S-sí…
Vero…‑ Hablé finalmente sin lograr que cesaran mis nervios, cuando quise sonar
condescendiente en vez de parecer que me hallaba ya más bien angustiado e incómodo
y próximo a reclamarle airadamente con tal de poder salir del momento.
–
Supongo que el Señor puede haberte dicho
o pedido que te pusieras, o usaras algo bonito…
Pero…‑ Titubeé brevemente‑ ¿No es
esto ya algo excesivo?... – Sentí casi
que se me salía ya el corazón por la boca ante las posibles implicaciones de
mis palabras o las que ella pudiera llegar a decirme enseguida cuando resolviendo
animarme a extraer la primera prenda que mis dedos tocaban; quizás terminara teniendo
que levantarse el estado de tensa calma que a querer o no habíamos observado
durante las pasadas semanas.
…Mira
nada más esto Verónica. – Casi exclamé sintiendo que me faltaba el aliento, al
ver por primera vez la pequeñísima e inicua prenda que hasta esos momentos
pensé que sería usada por mi mujercita para cuando menos pretender resguardar
parcialmente sus más reservados encantos, o lo muy poco que esta alcanzara a
cubrir de su cuerpo.
Y es
que en el fugaz instante que sucedió entre, que al terminar de extraerla y
hacerla que quedara colgando de los dedos nerviosos que la atenazaban y que por
fin mi esposa se animara a arrebatármela de la mano, simplemente me resultó imposible descubrir
nada más que unas cuantas costuras, encajes y tan escasas porciones de tela
adosados a estos, que amén de resultar casi ridículos de pensar suficientes
para cubrir cualquier cosa más allá de lo elemental, simplemente entre los que me parecieron dos o tres
cintillos elásticos y aquellos tramposos pedacitos de encaje y el material que
estos unían entre sí, ‑ con toda honestidad aún puedo decir que de tan chica
que resultaba la misma‑, no pude alcanzar a discernir si la había tomado de que
parte o si lo que mis ojos miraban en realidad era el frente de esta o la
visión posterior de lo que resultó ser un calzoncito o nada más que un costosa
y encantadoramente adornada tanguita elaborada en lencería tan transparente y
ligera que sin cubrir realmente gran cosa, poco, o muy poco sería lo que dejara
a la imaginación.
‑¡Dame!... ¡Lalo!…
¡Dame eso!...‑ La inesperada
explosión de color en las mejillas de mi Verónica primero me tomó enteramente
por sorpresa, para inmediatamente después transformarse en bochorno e incomodidad
cuando esforzándose por arrebatármelos, me reveló:
Esas
no son mías… ¡No son para mí!... Son
unos que Nidi escogió para… ‑
De
inmediato; como si aquella prenda ahora quemara mis dedos yo la solté y también
quedé sonrojado intentando recuperarme de las tremendas y por demás muy
incorrectas imágenes que como la atronadora velocidad de un relámpago
latiguearon mi mente en un santiamén.
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PRIMERO.- Jaja me encanto la referencia de la batalla naval
ResponderEliminar(En lo personal esa batalla y persecución me parece de lo mejor de la ww2)
Pero si su honra y tranquilidad, le pasa lo mismo que al “Bismarck” Quiere decir que a nuestras queridas protagonista (Vero y “Nalgoncita”)
Les van a dar; Duro, Repetidamente, Constante y hasta Hundirlas, con la “POPA para arriba” jaja.
(Pobrecitas, ¡que RICO!)
Y claro que sí !.... Recordemos que a diferencia del Hood que fue fulminado de manera inesperada y casi inmediata.
EliminarEfectivamente al Bismarck lo tundieron durante un buen rato hasta que ya imposibilitado de maniobrar debido a sus multiples averias sufridas , precisamente en la popa. que como a cierto personaje que probablemente aparezca en estas escenaa, se conviritó en su talón de aquiles.
SEGUNDA.- No sabes cómo me puse al imaginar a Nidia “la Nalgoncita,” aun ahora NO se me baja.
ResponderEliminarTodo, TODO, ¡TODO! Las escenas me las imagine,
Al imaginarme su anatomía
2.- al imaginármela con esas prendas
3.- me escandalice al imaginármelas a las 2;
Se van arreglar para OTROS hombres, con esas ropas que solo las p... utilizan.
Las van a exhibir, Uuufff!!
Las van a MONTAR, Uuufff!!
Las 2 van de “!PUTAS!”
Y una angustia recibí en el corazón, y una palpitación en…?
4.- Por Favor escribe de Nidia, la “Petite” “la Nalgoncita” no sabes cómo se me pone dura. (y ¡Los problemas que me causas! Jaja) es la primera vez que escribes de jovencitas, y eso refresca.
5.- Y si la “Petite” se roba la atención de los 2 machos, Uuufff!!
6.- Un aplauso y reconocimiento LUDO.
TERCERA.- ahí te dejo apreciado LUDO, también una referencia de 1941, al orgullo del káiser “Bismarck” (Nidia) por horas; Diversos, GRANDES cañones; lo van a zarandear “por todos LADOS”
ResponderEliminarGracias Fede... De verdad mil gracias... Esta vez hasta paso por alto tus "altisonancias virtuales" y luego de varias carcajadas que me ocasionaste al leerte, te comento que curiosamente a mi mismo, al leer el entusiasmo que te causaron esas esas "visiones" de Nidia y lo por demás doblemente , o quizas hasta triplemente retorcido de la situación que sugiero. me fue Puffff , de incitante...
ResponderEliminarCelebro lo de la escena naval, y encontrar quien la tenga en mente para entender un poco la intención que pretendo describir en el personaje.
Y ya por último, el que me digs que te gusó el giro que di a la torreta para dirigir los cañones del navio hacia ese cuasi indefenso objetivo.... Quien sabe en realidad que pueda suceder en la dura refriega, pero por los preparativos y como se dio el giro de aquel equivoco con las prendas, creo que entieno por que te agradó...
Jaja, pues si
ResponderEliminarLudo, "!escribe mas!"
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