…¿Qué
pasa Hana?... ¿Si sabes que la fiesta
es hasta el sur y hoy por la noche?...
¿Vamos a ir o ya no?‑ Desde el
pie de la escalera llamaba Ernesto a Hana para que se apresurara a bajar.
‑Si,
ya sé Otto… Me estoy apurando., ¿por
qué no sacas el carro en lo que ya bajo?‑
Ernesto sabía que algo así le contestaría ella para excusarse por su
tardanza pero cuando después de sacar en vez de su auto la imponente camioneta
negra ocho cilindros de ella y estacionándola cerca de la puerta para que
saliera y volvió a bajarse a esperarla, de pronto luego de escucharla preguntar
a la quinceañera hija de sus amigos que cuidaría al pequeño Ernesto aquella
noche si le había dejado anotados los números telefónicos de sus celulares y
los de sus padres al tiempo que comenzaba a oír acercarse el ruido que
producían sus tacones al descender por las escaleras, su corazón se detuvo de
golpe.
‑¿Nos
vamos entonces?... ‑ No supo él que contestar a esa pregunta cuando sus ojos se abrieron como dos globos
a punto de salírsele de sus cuencas y la quijada casi va a dar hasta el piso. Allí parada ante él estaba aquella mujer
que de no haber alcanzado a reconocerla por sus finísimos rasgos y aquel par de
anillos que adornaban uno de los dedos de su delicada mano izquierda, hubiera
jurado que era una modelo sacada de alguna revista de glamour.
El
sedoso cabello azabache, llegando apenas a la altura de sus hombros enmarcaba
perfectamente el bello rostro de Hana maquillado para la noche., contrastándose
la blancura de piel de la encantadora dama con el negro delineador y rímel que
subrayaba sus largas pestañas tanto como las tonalidades que corriendo desde un
sutil dejo de cobre al etéreo tono añil usado en los parpados para matizarlos,
y las regordetas protuberancias de sus labios, que deliciosamente pintados de
intenso color carmesí, parecían decididos a cautivar la atención de quien fuera
a mirarlos y, apetitosos como acuosas cerezas, estar dispuestos para ser
disfrutados y no sólo admirados aquella misma noche. Pero si no hubiera sido ya suficiente caer presa de tan excelsa
y por demás tentadora visión, al bajar la vista de aquellos encantos Ernesto
simplemente confirmó lo que a primera intención le había sorprendido notar al
mirarla de primera intención. Y es que
el vestido que llevaba ella puesto lo dejó helado en el sitio.
El
corte de la atrevida prenda era tan ajustado a la vez que bajo de escote, que
al dejar fuera del material de la misma una porción tan arriesgadamente
obsequiosa de los pechos que se suponía que debería de cubrir sin efectivamente
hacerlo, causaba la impresión de ir puesta sobre un ceñido corsette color negro
que contorneara las saludables curvas del cuerpo de Hana, cuando en realidad
después de observar lo justa y pegada que iba a las generosas formas que se
dibujaban sobre su tejido, sin asomo de duda resultaba evidente que debajo de
ésta no había espacio para más tela ni otro sostén que el que la confección del
propio vestido pudiera proveer al
abundante busto que contenía y
soportaba.
‑¡Dios
mío Hana!... Te ves tan… Tan no
sé… No sé qué decirte… Luces grandiosa… ‑ Fue lo único que pudo
decirle antes de separarse de ella para inspeccionarla de más lejos.
‑¿No
es demasiado?... Me da algo de pena
y no sé… ‑ Se externó ella nerviosa de lo que él le dijera., pero Ernesto se
hallaba perdido admirando la tentadora visión de aquellos pechos
encantadoramente maduros que anunciando la tentadora suavidad y palpitante
tibieza de su altivez apenas contenida dentro del ajustadísimo escote del
atavió que, bajando enseguida hacia el talle pegado al cuerpo de ella revelaba
cada una de las caprichosas formas de su anatomía de manera más que perfecta,
destacando la breve cintura a la que sus sinuosidades seguían hasta llegar a
las amplias caderas quela seguían en contraste opulentas y marcadas sobre la
tela del corto vestido que se detenía a mitad del camino de entre sus rodillas y la pelvis, la hacía
lucir como la encarnación misma de la seducción hecha mujer.
¡¿Demasiado!?... ¿Estás loquita verdad Hana?... ¡Mirate!... Ve tus zapatos, esos tacones, este vestido… Tu boca…
toda tú estás para comerte cosita…
‑ Casi se derretía Ernesto al mirarla y tratar de expresarle lo mucho
que le gustaba aquella imagen que sus ojos dichosos veían. Especialmente el esfuerzo que los pechos
pugnantes de su mujer ocasionaban en las copas del vestido que daban la clara
impresión de estar batallando por contenerlos sin que escaparan o desbordaran
por completo el escote.
‑
¡¿Si de veras te gusta?!... ¡Yo apenas
puedo creer que de verdad lo esté usando sin que te enojes pero me da pena!…‑ Intentó explicarle con actitud insegura, sonriéndole con
timidez a Ernesto, cuando éste soltó un
leve silbido.
…En
este momento para mí y cualquiera otro que te mirara te aseguro que eres la
mujer mas sexy que hay en la tierra mi
vida… ¡Luces preciosa!... – Exclamó el convencido de lo excitante que
se veía su mujer.
… Por Dios santo , si no me crees que baje Dios y te vea… Mira estas cosas mi vida…‑
Extasiado de ver una vez más como lucían los pechos de ella estirando
hasta los límites de lo posible el tejido de las copas de su vestido le
dijo. Añadiendo enseguida un
comentario más que surgió desde el fondo de sus pensamientos morbosos cuando contemplando la forma en que los
angostos breteles al límite de la
tensión para soportar todo aquel peso que tenían que cargar para ella le dijo:
‑
Solo espero que estos pobres tirantes sean de uso industrial… Por qué si no… ‑ Dejó en el aire la
posibilidad que recurrió a su mente.
‑Yo
también... ‑ Concedió Hana bajando
levemente la mirada hacia abajo algo apenada
tanto por las inesperadas palabras como la emocionada reacción que el
atrevido atuendo había causado en su esposo.
Situación que se complicó aún más cuando al salir de la casa para
abordar la camioneta el leve cambio de temperatura ocasionó que Ernesto pudiera
descubrir al frente de su vestido los pequeños bornes que surgieron tan sólo
para delatar o confirmar lo que él ya suponía, y que era que bajo la sutil tela
oscura de las copas de aquel vestido su habitualmente recatada esposa no iba
usando brassiere alguno que le cubriera los pechos. Y él embrolladamente excitado por sus descubrimientos bajara la
vista hacia la porción baja de revelador atuendo en busca de alguna otra señal
que delatara la verdad sobre otro misterio que de pronto surgió en su cabeza.
“¡¿Llevaba
ella aunque fuera panties debajo de ese
vestido?!”… Ninguna línea que
estropeara la ajustada apariencia del vestido parecía sugerírselo, pensó para sí al verla moverse ya cerca de la
camioneta.
…No,
no los vas a encontrar‑ Le advirtió
ella al notar lo que buscaba él al revisarla.
‑¿Ni
siquiera una tanga?‑ Preguntó sin
salir de su asombro con los ojos casi escurriendo una involuntaria lagrima que
sin causa real parecía querer escurrirse hacia la mejilla de Ernesto.
‑No
Ottito, recuerda que una mujer nunca debe revelar todos sus secretos… Ya tendrás que enterarte después si traigo o no traigo algo
puesto debajo…‑ Jugueteó con la mente
de su aturdido marido alzando el pequeño bolso que llevaba en la mano y
sostenía entre sus manicureados y dedos para que lo viera y se imaginara lo que
pudiera haber dentro de éste.
‑No,
por favor no me digas que no Hana… ¿De
verdad?... ¿Qué traes allí dentro?...‑ Enteramente trastornado preguntaba Ernesto
queriendo conocer las condiciones en que salía su mujer.
‑Sólo
te diré que mientras no me ponga lo que traigo aquí dentro por si las dudas,
tendré que tener mucho cuidado cuando
me baje de la camioneta o me agache delante de Corcuera o tus compañeros..‑ Con una sugerente sonrisa llena de
picardía le comentó aquella mujer que como quien de a dos en dos sube una
escalera parecía ir creciendo desmedidamente en su atrevida osadía.
A
Ernesto de pronto todo aquello le parecía algo tan nuevo y desconocido que hasta
por un momento se preguntó quién era esa mujer a la que de repente desconocía
con aquellas actitudes tan poco usuales en ella.
* * *
Al
llegar a la fiesta se hallaba tan saturado el servicio de valet parking y lleno
el estacionamiento que al tener que buscar un lugar en la zona más alejada del
hotel, cuando por fin pudieron aparcar la camioneta esta quedó acomodada en un
punto tan dificultoso que ya con Ernesto apeado de pie al lado de su lujoso
vehículo esperando a poder ayudarle a bajar a Hana, alcanzó a observar como aun
pese a ella intentar mantener firmemente sujeto el corto dobladillo de su
vestido, esto hubiera resultado inútil del todo para evitar que si alguien
estuviese parado por ahí cerca observándola batallar al bajarse , se hubiera
todo un festín a los ojos al ver como se le corría éste por encima de los
muslos.
‑
Ay Otto. Por favor no vayas tan rápido , recuerda que estos zapatos son
nuevos, ¡ y los tacones son de más de
nueve centímetros!...‑ Le conminó ella agobiada de tener que moverse al paso de
su marido. No obstante la queja de
Hana respecto a su temeraria elección de zapatos y el andar de su esposo, al
avanzar sobre los tacones que aumentaban lo llamativo de su figura, muchas
cabezas voltearon a mirarla pasar por el lobby. En verdad que era todo un espectáculo verla llegar o ir pasando
de largo.
Ya
adentro del salón la feliz pareja comenzó a mezclarse y socializar con algunos
de los otros empleados que para la hora que ellos llegaron ya tenían buen rato
de estar celebrando. Y tras la cena
bufette , más tragos y bocadillos que aparte de rolar en las charolas de
algunos meseros fueron servidos sobre
una gran mesa decorada con figuras de hielo.
Inconscientemente Ernesto comenzó a analizar las vestimentas de algunos de sus compañeros y esposas que los
acompañaban, encontrando que aun cuando todos iban elegantemente vestidos con
smockings y corbatas de moño, y ellas de manera un poco más variada entre las
que se destacaban los vestidos largos y de corte para cocktail como el de Hana,
aunque de ninguna forma veía uno que resultara tan encantadoramente provocativo
como el que ella usaba.
Y
así estuvieron, riendo, bailando y conversando con algunos de sus conocidos
hasta que luego de algún tiempo, quizás debido al efecto embriagante de los
whiskey sour que ella había estado bebiendo al mismo ritmo que él sus Johnny
Walker con un solo hielo, perdiendo un poco las barreras de las inhibiciones
Ernesto se acercó hacia la engalanada oreja de su lindísima Hana para decirle
lo afortunado que se sentía de que fuera su esposa y todos los que la veían lo
envidiaran.
…Es
que no sé si ya viste como se te quedan mirando. Luces preciosa mi vida y se te nota que te está comenzando a
gustar como te miran con ese vestido. ‑
Le susurro suavemente al oído al creer haber empezado a ver cómo Hana,
pese a su reticencia inicial de atreverse a salir de casa con el puesto, y de a
poco había ido transformando el apenado nerviosismo de sentir que todos los
ojos estaban puestos en su atractiva figura hasta convertirse en un agrado
ligeramente culposo de saberse observada y valorada también como una mujer sexy
capaz de despertar tanta atención.
No
obstante lo obsequioso y poco discreto de su indumentaria y lo mucho que en realidad
había comenzado a gustarle sentirse atractiva,
la emblemática actitud reservada de la joven madre prevalecía
acompañándola al lado de su marido mientras bailaban, aunque por la placentera
tensión que iba en crescendo entre ambos,
bien podía notarse que los dos intuían que si las medicinas que él
estaba tomando se los permitía, aquella sería una noche memorable de sexo y
caricias arrancadas hasta el amanecer.
Y en eso estaban absortos con sus deseos y las palabras que se decían
cuando de repente sin esperarlo siquiera , al acercarse hacia la orilla de la
pista de baile una voz los saludó.
‑
¡Hola vecinos!… ¿Algo que quieran
tomar o René les lleve a la mesa?... –
Oír aquellas palabras los alteró pero principalmente a Ernesto que jamás
imagino encontrarse a aquel majadero en aquel sitio.
…Señora
Jan, que linda se ve usted está noche,
¿Cómo le está gustando la fiesta?.‑
preguntó enseguida a la esposa sin darles tiempo a que reaccionaran de
otra manera como no fuera que le contestaran cortésmente.
‑
Sí., muy divertida… ‑ Admitió Hana
antes de preguntarle al muchachote: ‑¿Pero
y tú que estas haciendo?... después de
todo aunque seas eventual, es una fiesta de la compañía… ¿ Te pusieron de mesero?...‑ Sorprendida de su hallazgo volteó a ver a
su esposo que la miro haciéndose el desentendido.
‑
No, no te preocupes Señora Jan… Yo les
pedí que me dejaran ayudar para juntar un dinero que quiero enviarle a mi
madre… Usted sabe que ya estoy
corrigiéndome y quería venir a atenderles las mesas y servirles los tragos‑ Se inventó el pretexto que le pareció mas
melodramático el vivaracho muchacho de extraño acento.
‑Oh
que lindo que seas así… A tu familia
le dará mucho gusto saber que estas haciendo esos cambios ahora que ellos tanto
te necesitan René… Bien por ti.‑ La inocente esposa de Ernesto claramente
dio muestras de haberse tragado la mitad del anzuelo y antes de que el muchacho
se retirara para atender otra mesa le dio un beso a modo de reconciliación que sin esperarlo dejó atónito a su marido
cuando la vio hacerlo.
Así,
pasado aquel sobresalto, mas adelante durante la fiesta, cuando para cambiarles los vasos volvió
hacia su mesa el improvisado mesero de sangre morena, alterado de ver lo que
hacía, Ernesto notó que mientras los atendía el muchacho dedicaba mas tiempo a
espiar la generosa vista que aquel escote de seguro le estaría brindando desde
allá arriba al tiempo que la lindísima madre de su pequeño como si no le
importara cubrirse permanecía sentada a su silla conversando con la pareja que
tenía al lado de ella. Y así estuvo sin
preocuparse mientras el isleño de pieles oscuras se hacía loco acomodando la
mesa, hasta que al estar ya por marcharse él vio como su esposa le dedicaba una mirada de agradecimiento que lo hizo
volver a pensar una vez más que podría ser lo que sucedía con su esposa.
Aunque
siempre se mostraba increíblemente tímida y reservada, aquella mirada que le
había dedicado al muchachuelo tenía mucho de anticipo o promesa como lo que le
había dedicado a él mismo al salir de su casa y sugerirle que muy probablemente
le gustaría saber o pasar el resto de la noche imaginando que podría traer o no
ella puesto debajo. Quizás fueran los
tragos que les habían estado sirviendo los que, no estando ella acostumbrada a
beber y mucho menos nada más que bebidas que enmascaraban con dulce la intensidad del alcohol,
fácilmente sabía él que la hacían caer rendida bajo los influjos etílicos que
de irremediable manera se disparaban dentro de su cerebro. Incluso llego Ernesto a pensar al verla
como le sonreía cuando ya se marchaba el muchacho que a su parecer durante la
presencia del indeseable vecino atendiendo a la mesa, ella en vez de cubrirse
habría echado más adelante sobre el mantel todo el voluminoso tamaño de aquellos
pechos tan precariamente cubiertos para que el joven pudiera apreciarlos
incluso de manera más tentadora.
‑Creo
que ya tomaste tu última copa mi vida. ‑
Quiso intervenir el preocupado marido cuanod supuso que eso únicamente
podía estar ocurriendo porque sin advertirlo con tanta bebida que les habían
ofrecido Hana había comenzado a perder el sentido de las inhibiciones aun antes
de que el muchacho empezara a hacerse cargo de que sus vasos y copas apenas
llegaran a la mitad cuando él se los cambiaba por unos nuevos para que
siguieran bebiendo y la fiesta no se les bajara.
Kyapi
kiapy gyaru Otto… ‑
De improviso Hana se acercó a su marido para decirle que se sentía una
chica feliz, muy feliz mi esposito. Según lo que él había aprendido a medio entender de la lengua
materna de su esposa que
definitivamente daba ya señas de haberse pasado de la raya con los tragos que
le habían servido. , pero cuando después de ver acercarse de nuevo a la mesa al
hijo adoptado de sus vecinos se atrevió
a decirle que las compañeras de la oficina comentaban acerca del tamaño
que verdaderamente tendría el enorme paquete que se formaba bajo los pantalones
de él, Ernesto por poco y se cae de su
silla.
‑¡Hana!.,
¡¿Qué cosa te pasa!?... ‑ Le
preguntó sintiendo que se atragantaba con el trago que tenía a medio camino de
la garganta.
‑
¿Qué pasa Ottito?... – Arrastrando la lengua le pregunto llamándole
afectuosamente maridito antes de no poder contenerse y con palabras ligeramente
seseantes insistir en decirle:
‑S-
sólo te digo lo que las chicas de la oficina dicen o me preguntan que si
nosotros que vivimos al lado de los Méndez con él, sabemos si lo que se pone
allí es una toalla o de verdad el paquete que tiene…‑ Esperando que sus compañeros de mesa no hubiesen alcanzado a
escuchar Ernesto quedó escandalizado de oírla.
Sabía
que estaba pasada de copas o tal vez francamente borracha pero aquella clase de
comentarios lo inquietaron sobre manera y en todos sentidos…. La discreción acerca de la identidad del
muchacho., el hecho en si mismo de saber que su esposa con otras comentara al
respecto y ahora trastornada de los sentidos se atreviera a decírselo a él, era
preocupante y ya desmedido…
¡Quizás
tanto como lo que en verdad él sabía que el muchacho verdaderamente tenía y él
mismo había constatado aquella noche desde el jardín de su casa!... Pero lo que vino enseguida fue mucho peor:
…¿Tú
que crees Otto?, ¿Será como se le ve? o ¿usará algo para que se le vea tan
grande?... Míralo…‑ Le dijo sin poder contenerse ni una sola
palabra al tiempo en que seguía el andar del muchacho ahora que se aproximaba
de vuelta con una charola y sus ojos vidriosos e intoxicados se posaron sobre
aquel bulto que se le veía bajo del pantalón negro.
‑N-no… No sé Jan…
¡¿Por qué me preguntas a mí esas cosas?!‑ Atribulado , en vez de actuar de otra manera, Ernesto se
sorprendió de estar contestándole en vez de llevársela de aquel sitio para que
pudiera dormir.
‑“¡Dios!.,
¿ que cosa le pasa a ella y a mí?”…
“¡¿Acaso se habrá enterado de lo de la otro noche o lo que me dijo el
menos este con palo de burro cuando fue
ella a buscarme?!‑ Sobrecogido por el
sú bito cambio de la actitud de su esposa , se dio cuenta de que a él también
la bebida le estaba cobrando peaje y de muy mala manera.
* * *
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