Un
poco de ayuda humanitaria ©
G.O. Tigers , Ludo Mentis ®
Parte
1 Capítulo 2 Continuación
‑¡No!., ¿qué
haces?... ¡No Víctor!… ¡Por favor no!. ‑ Se escucharon las ahogadas suplicas de la mujer, que pese a que
aun sin poder acabar de hacerse a la idea de que aquello realmente fuera a
ocurrirle de tal forma, y a plena vista, en la elegantísima salita del pasillo
de un lujoso hotel pudiera estar sucediéndole semejante barbaridad de manera
tan publica, todavía no se atrevía a contrariarlo del todo, y aunque intentó
levemente oponer resistencia en el momento en que ya habiendo girado hasta
quedar parada de frente a la mesa sintió como le empujaba con la intención de
doblarla encima de ésta y empinarla a modo de que su rotundo trasero, en pompa
quedara apuntando hacia él.
Pero a el
ladino y aprovechado Víctor, decidido a doblegarla no le bastó más que aplicar
un poco de fuerza sobre la espalda baja
de ella para someterla al tiempo en que arrimando hasta pegar su cuerpo al
ampuloso trasero de Hana la aprisionó entre su persona y la mesa.
Aparte de
exaltado, Ernesto, continuaba observando bastante extrañado del modo en que se
sucedían las acciones, notando que no obstante que aun sin atreverse a gritar
pidiendo socorro para salvarse de la tremenda agresión de la que estaba siendo
sujeto, la actitud que tenía era la de mantener los decentes modos de una
damisela puesta en desgracia y ofrecer al zángano ése, la mayor resistencia que
pudiera oponerle por sus propios medios en vez de pedir que alguien la
rescatara, no empero ante los ojos del impávido marido que a través del
distorsionado reflejo por el que había estado fisgoneando la ordalía que su
desamparada esposa sufría entre las férreos brazos del aprovechado jefe de
área, toda posible galanura de su defensa parecía ya enteramente perdida cuando
aparte de los manoseos alevosos que comenzaron a sucederse sobre el cuerpo de
la mujer que estaba sirviendo de víctima, de pronto entre detalles borrosos de
sus visones, el apocado cónyuge de ésta observó como aun sobre los inusualmente
altos tacones que había comprado para calzar en aquella velada, dada la corta
estatura de Hana, ni siquiera alcanzaba a apoyarse bien sobre las espigadas
agujas de charol negro o hacer más fuerza sino ocasionalmente cuando con algo
más que la punta de las suelas color cardenal de sus zapatos alcanzaba a tocar
el piso. Definitivamente él la tenía
sometida totalmente a su merced para lo que dispusiera a menos que ella gritara
pidiendo alguna especia de ayuda.
…¡No
Víctor!, por favor… Así no…
No puedo…. Hoy no por favor…‑ Aquellas palabras retumbaron en la
embriagada consciencia del pusilánime Ernesto.
Quien no atinaba a precisar qué… Pero sabía que aparte de su inesperada
actitud de acobardado buril sin temple que no iba al rescate de su hembra,
había algo que resultaba inusualmente extraño en toda la escena. Que de pronto más que el improvisado
ataque de un hombre cualquiera hacia su mujer,
iba pareciéndole cada vez más una pelea entre dos rivales que se
conocían cuando volvió a escuchar al sujeto pretendiendo pedirle: ‑No
Víctor… Yo te prometo…
‑Cállate
zorra… No me prometas… ‑ La
calló él antes de que continuara la decidida ofensiva, y
emitiendo un silbido que salió de sus labios al levantarle el ajustado
vestido a la apurada señora, se quedase pasmado ante el encantador espectáculo
que veían ahora sus ojos.
‑“¡Guau!”… Pero si mira no más que cosa tan bonita traes
ahí puesta en tus nalgotas… Vieja golfa
y putota!… Pensé que no traías ni
calzones debajo de este vestido de puta,
pero estos calzoncitos se te ven deliciosos…‑
Alterado de oír tales palabras, a Ernesto le recorrió una profunda y
sobrecogedora oleada de morbo que de inmediato además de estremecerle de
nuevo, como sincopado impase de nervios
y celos, le hizo querer ver aquello a lo que se refería el aprovechado hombre
que seguramente ahora había conseguido echar un primer ojo a lo que a él mismo
le había sido negado saber horas atrás cuando al salir de casa su esposa le
dejó con la duda al respecto de si por mínimas que estas fueran o no, traía
puestas alguna clase de pantaletas.
… ¿Sientes la
cabezota de mi fierro puta nipona?. Te
la voy a meter con todo y esos calzones hasta que te salgan por el cogote
cuando me venga dentro de ti y te haga mi puta…
¡Hana mi puta!‑ Lo oyó vociferar al cerdo ese , incluso en voz más alta de la que Ernesto recordaba
que ella hubiera estado intentando pedir que alguien la rescatara o pidiéndole
que la dejara.
Sin realmente
extraer el miembro viril de aquel bulto que tenía dentro de la portañuela del
pantalón, el agresivo hombre comenzó a
restregar el considerable paquete contra los glúteos de ella, ensayando enseguida a sumirlo entre la oscura
cañada que surgiendo entre los amplios hemisferios de carne aparecía apenas
cubierta por el tentador suspiro de tela que cubriendo la entrada hacia los
prohibidos terrenos de la envilecida
anatomía de Hana, parecía aun querer protegerla mientras ella forcejeaba
delante de él. Sus brazos
querían ayudarla a levantarse de aquella
mesa pero la desmedida diferencia de pesos y medidas que había entre ellos le
hacía imposible cualquier cosa que ella pudiese realmente intentar.
Pero –como
dice la canción-, fue o si era tan fuerte la ofensiva allá arriba la cosa abajo
andaba peor., cuando luego de gruñirle :
‑ ¿Si lo sientes mamita?...
¿Sientes ese camote?... Si no, velo sintiendo por que pronto lo vas
a tener clavado todo completo hasta adentro de tu cuerpecito mamita…‑ Fue arrimándole más el alebrestado paquete
para aprisionarla hacia la mesa al tiempo en que comenzaba a buscarse el zipper
del pantalón.
En vez de
hacerle cambiar de opinión para que replegara el ataque, al permanecer ella
agitándose bajo de él y moviendo los glúteos tan precariamente cubiertos con la
marrullera prenda que, aunque no podía decirse que fuera pequeña en forma
ninguna, en vez de cubrirlos de la manera en que las pantaletas tradicionales y
de forma ordinaria lo hacen, parecía ser más una faja o cinturoncito adornado
de sutiles encajes con motivos florales que limitándose a permanecer rodeando
las amplias caderas y porción superior de aquellos poco modestos orbes de
carne, sólo servían para exaltar aún más los urgentes deseos del macho por
arrancárselas de un solo tirón y profanar aquel recinto de su feminidad. Y para el macabro placer del abusivo
sujeto que excitado de los vanos intentos que ella emprendía por liberarse de
él , divertido la veía forcejear meneando involuntariamente ante él toda
aquella tentadora opulencia, pronto su gusto aumentó cuando ella alcanzó a
escuchar el ruido que hacía el zipper bajando y comenzó a agitarse con
renovados bríos debajo de él.
‑¡Víctor!… No, por favor no… ¡Detente! …
Aun no ha pasado nada, te prometo que no le diré nada a nadie , ni a mi
marido…‑ Ofreció ella intentando salir
negociando aun con algo de dignidad., pero sin considerar que en éste mundo
sólo se negocia con quien concede al otro la oportunidad de sentirse en
igualdad de condiciones, mas lamentablemente dicho recurso es inútil cuando el
que se siente superior se le obnubila la mente con el engreimiento de
sentirse vencedor absoluto de la batalla.
… ¡Ya te dije
que a mí me importa que tu marido lo sepa o no!... ¡ Ya me tienes cansado de siempre andar
prometiéndome las nalgas y sólo ver cómo
se las pones a otros mientras a mí me calientas el palo con esas falditas que
te pones para que te las vea y luego te coja Corcuera!.... Esta noche antes de que te vayas vamos a
haber hecho algo más que sólo fajar y calentarme la riata… Y esta cosita que tienes allí entre las patas
me la vas a haber dado también a mí como a ellos…‑ Bramó enfurecido él convencido de que se
saldría con la suya.
‑ ¡No Víctor,
eso no es cierto!... Lo que pasó no es
eso…‑ Continuó buscando hacerlo desistir de aquel absurdo que
pretendía cometer.
‑A mí me
importa un carajo si tu marido nos ve o si tú se lo dices, ya te lo dije… ¡ Esta noche quiero cogerte!, y hasta si se te antoja, si quieres también
te la clave por aquí atrás si me lo pides bonito vieja putona!‑ Le escupió aquellas palabras al tiempo en que
habiendo extraído su aparato viril
comenzó a jalonear con el inicuo tejido de la prenda que llevaba ella puesta a
modo de pantaletas y así poder arrancárselas.
Todas aquellas
atronadoras revelaciones o escandalosas suposiciones que llegaban hasta los
oídos del intoxicado marido agravaron aun más la perturbada conciencia de
Ernesto quien ahora además de confundido y morbosamente excitado de la manera
en que aquel barbaján trataba a su esposa y la chantajeaba, comenzaba a
sentirse aparte de todo, misteriosamente ofendido, celoso y engañado por ella y
todos los que la rodeaban durante sus días de oficina sin que ella mencionara
jamás ni el menor incidente ocurrido. E
intentaba reunir las fuerzas y coraje necesario para impedir que aquella
bestial inmoralidad prosiguiera…
Aunque
parecía que el inmenso morbo que le
provocaba la depravación de sus celos le impediría hacer nada por ella, al
menos no sin antes haberse enterado de que había en todo eso de cierto,
inesperadamente fue que de pronto, recordando que fuera lo que fuese de verdad
de las cosas que aquel marrano alegaba
en su contra para vencerla, aquella
mujer era su esposa y la mamá de su hijo , y por lo tanto se merecía que
alguien la protegiera de aquella
intentona de violación.
* * *
‑¿Jan?... ‑ Se atrevió por fin a llamarla alejándose del
sitio por la parte trasera de una de las columnas que separaban los
distintos espacios del amplísimo
corredor, y poder así no revelar la cercanía de su presencia.
‑Si… ¡Aquí estoy!‑ La escuchó responderle en voz alta desde la
sala en la que el otro la retenía.
‑¿En dónde?‑ Como si viniera acercándose por vez primera
Ernesto fingió no poder encontrarla
avanzando lentamente hacia el lugar de donde provenía la voz.
‑Acá con
Víctor‑ Contestó ella con voz apurada.
Esperando no
tener que encontrarla en las condiciones que el patán ese le había sugerido que
los vería si se le ocurría a su marido ir en los momentos que se hallaba a
punto de culminar su arrebatada profanación, Ernesto, dándoles todo el tiempo
que supuso prudente para recomponerse, se acercó aun mas hacia ellos Y para la buena fortuna del embriagado
marido cuando llegó hacia el lujoso pabellón Hana se encontraba ya parada sobre
sus propios medios pretendiendo alisarse el corto vestido sobre sus piernas
para cubrirse de nuevo y recuperar la compostura lo mejor que podía, aunque sin
conseguir lucir del todo calmada mientras que el grotesco gañan permanecía
parado a espaldas de ella con una sardónica sonrisa dibujada en el rostro.
…¡Ernesto!, No
te vi en toda la fiesta… ¿Adónde andabas tú mientras tu mujercita y yo te
andamos buscando?... ‑ Le escuchó decirle al malandrín al tiempo en
que sin prestarle tanta atención a él como a sus esposa, descubrió en ella una
mirada llena de miedo y de culpa, éste
sujeto se acercó para darle la mano.
‑¿Está todo
bien Hana?‑ Preguntó dirigiéndose a
ella al instante en que estrechaba la mano de aquel hombre que había estado
tratando de abusar por completo de ella.
…Ehr, sí. Sólo que me perdí por que el otro tocador
estaba ocupado y… Víc… Víctor me halló… y…
Estábamos platicando un poco de co-s-as de la oficina pero ya iba a
buscarte…‑ Sonrojándose y tartamudeando
debido a los de nervios Hana se inventó toda una rebuscada excusa con vacios
poco creíbles que al darse cuenta de la clara intención de su esposa por
ocultarle todo lo sucedido atiborraron de alarma aun más al extrañado marido.
Teniendo ella
la oportunidad de delatar al imbécil que había querido violarla, ¿Por qué
prefería callarse y no decir nada de lo que había sucedido?...‑ No era algo que pudiera él comprender pensó
para sí soltando la mano del bruto ese que parecía estar muy divertido de las
explicaciones que ella le daba mientras paseaba la vista por el lugar donde
habían estado forcejeando.
‑¿Qué pasa?,
¿buscas algo?... allí está tu bolso.‑ Le dijo Ernesto anticipando en su mente la
suposición de lo que estaría ella buscando perdido en el sitio.
‑No, no
importa Otto. No es nada‑ Sin abandonar aquel gesto de contrariada
angustia se dirigió ahora ella hacia el sillón donde había quedado tirado su
pequeño bolsito para tomarlo y comenzar a salir de aquel sitio.
‑Voy a
despedirme del Señor Corcuera y, ¿nos vemos para ir por el carro?..‑ Le dejó la pregunta en el aire al apartarse
de ellos que se quedaron parados allí viéndola caminar de manera muy parecida a
la que –quitándole lo morboso‑ a veces
se ven en la calle entre dos individuos que molestos por los daños causados a
los vehículos de su propiedad observan la dimensión del maltrato sufrido tras
el siniestro sin aun poderse poner de acuerdo sobre quien fue el causante del
desaguisado y la forma en que esto les afectara para repararlo., tal como el
propio Ernesto luego de verla partir le preguntó al causante de su agraviada
circunstancia:
‑¡¿Qué diablos
pasó o fue eso?!‑ Reclamó una
explicación más convincente. Aunque sin
revelar a su oponente lo que había visto
durante el tiempo que duró la callada aquiescencia que lo había inmovilizado.
‑Nada
hombre… ¿Que fue qué?... Me parece que tú mismo oíste a tu esposa
decirte lo que paso., ¿ no es cierto?‑
Le contestó burlonamente el que la había intentado violar. Rehusando
decirle que por poco más y consigue
abusar de ella sí él no hubiera llegado a tiempo para impedirlo.
… Digo., a no ser que tú tengas otra versión o te
supongas que algo pasó entre tu señora y tu servidor , creo que cada quien se
va con su golpe o como estamos… ‑
Soltó la intemperante
parábola apuntando con uno de sus
gruesos dedos hacia el bulto que aun se delataba bajo el pantalón de Ernesto y
dirigirlo enseguida hacia el propio que también se notaba.
…Yo me voy con
lo mío aunque esté más grande y tú te vas con tu golpecito para que te lo
componga tu esposa‑ Pretendió burlarse
de la diferencia de tamaños que se
notaba.
‑¡Óyeme
infeliz hijo de la gran puta!... ¿Qué
te has estado creyendo tú imbécil?... –
Se abalanzó contra del grotesco jefe de
su esposa con la intención de golpearlo para después decirle que no volviera a
hacerle semejante tipo de cosas a su mujer…
* * *
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excelente relato espero con ansias la continuacion :)
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