Un
poco de ayuda humanitaria ©
G.O. Tigers , Ludo Mentis ®
Parte
1 Capítulo 3 - 2 Continuación
‑¡Uuhugh!... Que rico‑
En tono socarrón se congratuló el muchacho de encontrar toda la humedad
que el cuerpo de Hana había producido para recibirle los dedos. Y lo que hizo enseguida marcaría el cariz
que tomarían el resto de los ya de por si retorcidos acontecimientos que
sucederían en la noche, cuando sin dejar de sacar y meter hasta el último de
los nudillos dentro de la vulnerada cavidad, al tiempo en que bañándolos con
sus jugos ella gemía al sentirlos invadiéndola por completo el taimado muchacho
comentó en voz alta para asegurarse que lo oyera su esposo:
¿Oyes eso mi
amigo?... ¿A poco no se oye bonito el
ruido de aquí adentro?... Seguro puedes
oír como tu esposa está toda mojada conmigo…
Seguro que ya sabías que esto sucedería y por eso no quisiste que se
pusiera calzones la muy zorra… ‑ Le dijo ocasionando que al no poder revelar el
verdadero motivo por el cual se hallaba sin dicha prenda tan intima ni
interponer otro recurso ante la grotesca suposición del muchacho, la aludida
emitirá un avergonzado suspiro.
¿Verdad
Jani?... Dile a tu marido lo mojada y
caliente que estás aquí adentro para que él oiga como tu monito me chupa los
dedos…‑ Continuó molestándola con sus
cerriles palabras que al instante cayeron como lacerantes puntas de acero sobre
la lacerada consciencia de Ernesto que escuchándolas junto a los caldosos
sonidos provenientes del cuerpo de su mujer tuvo que admitir la innegable realidad
de lo que decía el muchacho aun antes de que movido por el insano deseo de
humillara aun más al vencido marido de su víctima, de pronto y dejando vació
aquel hueco donde los tenía sumergidos, extrajo ambos dedos para acercarlos
hacia la nariz del semiconsciente hombre y enseguida con sorna decirle:
‑Huele esto
hombre.‑ Acercó aun mas los embarrados dedos hacia las fosas
nasales del perdido esposo de Hana hasta que la jugosa sustancia producida por
ella entró en contacto con la piel de Ernesto justo sobre su pliegue labio
nasal para enseguida penetrar hacia su nariz y magullada consciencia.
…¿Si
huele?. Apuesto a que nunca habías
olido tanto jugo de tu mujer en toda tu vida.‑
Declaró en tono triunfante el malandrín que ahora tenía a su merced a la
pareja en aquel callejón.
Aquello era
cierto, aun en su atribulado estado y sin poder articular palabra alguna el
agobiado marido tuvo que admitir para sí.
Ernesto no creía poder recordar algún otro momento u ocasión en que
hubiese visto a su esposa en semejantes condiciones de excitación. Y la tanto
la visión del desvalido y expectante estado de abandono en que la veía como el
reluciente caldo que le presentaba a los ojos el monigote para que lo viera y
oliera la fragancia que su mujer había producido para sus mugrosos dedos de
negro al tenerlos en el interior de su cavidad amatoria era suficiente como
para justificar la innegable erección que se había ocasionado bajo sus
avergonzados pantaloncillos que sufrieron aún más cuando el moreno comentó: ‑ Lo bueno es que aquí tengo lo que necesita
para que le den.
La extraviada
cabeza de Hana se hallaba sumergida en un torbellino de ideas encontradas
producto de la propia excitación y las drogas que sin tener plena conciencia de
ello había ingerido durante la velada., y cuando después de olvidarse del
marido por unos momentos, el muchacho comenzó a desabrocharse la camisa al
tiempo en que dejando descubierto su pecho fue a acercarse de nuevo hacia las
piernas de la atribulada mujer para situarse entre ellas, dejando escapar un
involuntario suspiro que surgió de sus labios al sentir las callosas manos de
él posándose sobre la suave porción interior de sus muslos para dirigirse
enseguida con calma, seguridad y determinación hacia la curvada forma de los
glúteos inferiores y detenerse para tomarlos con firmeza y apretujarlos entre
los vigorosos dedos que se encajaron sobre la mórbida carne de estos antes de
devolverlas hacia donde habían empezado el acercamiento y corriéndolas ahora
por la zona exterior de las piernas, pasarlas mas allá de los inertes vuelos de
tela que le habían estado cubriendo y apoderarse completamente de las tibias
nalgas de Hana.
Después de
sentirla vibrar entre las manos el arrojado jovenzuelo encorvó su persona hasta
que sin soltar el férreo agarre que había conseguido sobre las posaderas de la
aturdida vecina de sus benefactores apoyó directamente su ancha nariz contra el
enmarañado monte de Venus e inhalo profundamente la ardorosa fragancia de su
feminidad, cuya inconfundible esencia no disfrazaba el aroma de la fogosidad
que ella experimentaba al momento en que él comenzó a lamer el delicado néctar
de su excitado cuerpo.
¡Ohhgg
ohh!... René… ¿Qué me haces René?...‑ De labios de la extasiada belleza escapó un
suave lamento cuando aparte de la lengua del avezado muchacho comenzó a sentir
el fresco aire de la noche enfriando las babas de él.
…¡Oh
Dios!. Me aturdes René. – Musitó ella lamentándose del predicamento
en que se hallaba con aquella lengua invasora tanteando y adueñándose por
completo de su feminidad mientras saboreaba los jugos que de ella manaban. Por lo que alentado él ante la receptiva
respuesta probó a encajarle la áspera punta hasta lo más hondo para terminar de
hacerla temblar de placer. El órgano
gustativo parecía no dejar sitio sin alcanzar u olvidado por recorrerle y
juguetear en la zona cuando para acompañar la ofensiva él comenzó a toquetear
el enervado clítoris de la perdida mujer que como reacción momentánea respondió
acercándole el cuerpo y el pubis hacia el embarrado mentón del jovencito, que
como todo un experto consumado en aquel arte sexual, empezó a revolotear en
círculos con su lengua dentro de ella para tocarla por todas partes con ésta.
‑¡Oh
Dios!... Que rico René… ¡¿Qué cosas me haces?!... Oh Dios…
¡René!... ‑ Lloriqueaba Hana atontada por las sensaciones
que como oleadas comenzaban a invadir todo su cuerpo de manera definitiva. En tanto que el muchacho alentado respondió
clavando en ella su lengua como si quisiese extraer hasta la última gota de
aquel jugo que ella seguía produciendo para que él le bebiera como si fuera un
perro sediento bebiendo del pozo que la sensual y joven esposa tenía entre sus
piernas casadas.
Oh Dios…
¡No!... ¡Para!... ¡Ya!...
Me aturdes René… ¡Para ya! Me aturdes…
¡Ya!... ¡Ya!... ¡Yamete!... ¡Yamete!‑ Melindrosa sollozaba ella sin querer
apartarse de aquel rostro y aquella lengua que la volvían loca tocándola por
todas partes antes de que el volcán anidado en su cuerpo comenzara a agitarse a
punto de hacer erupción y oleada tras oleada de placer fluyeran hacia la lengua
invasora y terminara por explotar con todas sus ansias y ganas alrededor de
aquel órgano.
Sintiéndola
como tensaba el cuerpo contra su barba y todo el ser en torno a su lengua René
permaneció con ésta completamente rígida
y clavada hasta lo más intimo de la feminidad que le era posible alcanzar
mientras ella estallaba con aquel aparato alojado dentro de su palpitante
santuario que se convulsionaba como si fuera a derrumbarse sobre el órgano
lingual del moreno mientras éste se deleitaba con el aroma y sabores tan
primitivos que de ella surgían.
René continuo
lamiendo aquel sitio por unos momentos más hasta que ella cesó de
convulsionarse y entonces cuando estuvo seguro que regresaría a su anterior
estado de aturdimiento, lamió un poco más el néctar de aquel abrevadero de amor
femenino y se levantó del sitio para acercar los labios a los de ella y besarla en la boca.
De inmediato y
aun antes de recibir completamente en la suya la lengua de él Hana pudo tomar
el primer aliento de sus propios aromas que de inmediato se hicieron acompañar
del sabor de sus secreciones entremezcladas con la saliva del viril caribeño
supuestamente caído en desgracia, y al saber que toda aquella picante sustancia
que ahora inundaba el interior de su boca desparramándose hacia su conciencia
la hizo succionar con vehemencia mayor
la lengua que él le ofrecía para que confirmara la rendición de su ser.
En cambio,
después de chuparle el órgano con fruición por unos instantes más, Hana se
despego para aun en su estado de conmoción querer suplicarle que le permitiera
seguir sino ya totalmente pura , al menos no una adultera ante su marido que
sin sospéchaselo ella, permanecía sumido en su mar de pesadillas de ignominia y
angustia tras haber contemplado desde su asiento lo sucedido, pero lo único que alcanzó a argüir fue un
apocado: — Por favor René… esto no puede pasar y menos así… Ernesto…
Genuinamente
abochornada de sus propias reacciones, Hana apeló a que recapacitara el
muchacho al tiempo que intentó oponer algo de resistencia para escabullirse del
fuerte agarre en que la tenía sujetada entre los brazos alrededor de la breve
cintura de ella y las manazas oprimiendo sus glúteos vibrantes cuando casi se
escapa de él.
“!Slap!”— El sonoro manotazo llenó el espacioso aunque
limitado espacio de la camioneta llegando hasta los arrobados pabellones
auditivos de Ernesto que sin poder hacer nada tuvo que soportar la nueva
afrenta que veía cometer al muchacho en contra de su propia dignidad y el
cuerpo de su mujer.
¡Aauugh!... —
Milésimas después del estallido sonoro surgió la voz de Hana quejándose de la
nalgada que sin razón alguna mas que la
de el puro poder, le había propinado el muchacho en una de sus nalgas.
—Shhhh… ¡A callar mi gatita!... “Jan chat” …
Te voy a agarrar a nalgadas hasta que entiendas que estas nalgas son
mías y me gusta que seas mi puta mientras esté aquí para que con mi macana te
coja como mereces… ¡¿Entendiste
putona?!... — Anunció el haitiano asestándole una nueva
palmada que se amrcó sobre la tierna carne de Hana.
—¡No!... no…
Esto está mal… Por favor René
estás loco… ¡Yo no!... Esto no puede
volver a pasar… ¡Ernesto!… — De repente pareció como si la desprotegida esposa,
pensando que podría despertarlo del letargo en que se hallaba sumido quisiera
pedir el auxilio de su inerte marido para que evitara la estrepitosa caída de
su persona.
…!No!.,
¡suéltame!.— Quiso exigir pagando
enseguida con arrepentimiento la osadía de hablarle de aquella manera al
muchacho en esos momentos cuando éste para demostrarle que aun se hallaba en
control le conectó un tercer manotazo que fue a parar en la otra nalga de la
mortificada señora, que no pudo evitar ni ese ni otros mas que le siguieron
alternadamente entre las masas de carne que su cuerpo ofrecía como blanco de
los oscuros ataques de aquellas manos del negro., hasta que cansado de
golpearla para someter al petulante trasero de la indefensa damisela casada,
comenzó a aligerar la intensidad y frecuencia de los golpes para empezar a
sobar la zona afectada con las mismas manos que la habían humillado.
—Tranquila
Gatita… ¿No quieres ser Chat
René?... La gata de René… De tu negro en vez de la puta del idiota ese
de Víctor… — Le
conminó a que eligiera el arrogante
mozuelo de manos oscuras al comenzar a acariciarla por debajo de los pedazos de
tela que cubrían parcialmente la espalda y redonda superficie de aquellos
maltrechos glúteos maduros de señora casada.
—Es que no… no es cierto René , te juro que
nompfgghh— No le permitió terminar de
defenderse de las acusaciones cuando el muchacho para hacerla callar le plantó
un nuevo beso en los labios que instintivamente se abrieron para él al instante
y mismo momento que sintiendo el pesado cuerpo de éste cubriendo el suyo encima
del sillón trasero de la camioneta familiar se estremeció sin poder contener un
suave suspiro que exhalado se ahogó en la boca de él cuando si dejar de
manosearla por todas partes posibles, sus gruesos belfos de macho se aplastaron
contra los de ella para comérselos con el arrebato propio de cualquier
jovenzuelo excitado.
En tanto la
húmeda boca de .Hana aceptaba dentro de la suya aquel ardoroso intercambio de
lenguas las exploraciones de él bajaron de sus pechos para recorrer todo el
contorno del cuerpo vibrante de ella y pasando como una marabunta de manos,
callosidades y dedos que arrasaban por cada poro de las excitantes sinuosidades
de su tentadora anatomía de madre aún joven hasta llegar a la delgada
cintura y amplias caderas para acariciar
y palpar todas aquellas rotundas formas con apremiante torpeza mientras los
gruesos labios morenos del negro continuaban encargándose de torturar los
pezones en salvajes maneras.
En tanto el
muchacho continuaba como poseso el desconsiderado manoseo y maltrato, había
conseguido situar sus piernas entre los muslos de ella para acomodársele en
medio de estos y comenzar con el simple peso de su robusta persona a separarlas
con la intención de restregarse encima de ella. Y ella impedida de actuar u oponer un
efectivo intento por impedirle que lo consiguiera, con cada movimiento que
hacía por cerrar las piernas tan sólo conseguía darle mayor cercanía hacia su
feminidad en tanto que forcejeaba golpeando con sus pequeños puños los hombros
y espalda del decidido hombre que simplemente tomaba aquellos manoteos como
parte de la diversión que ella le proveía al complicarse dentro de sus extraviadas emociones ahora que obviamente y
de seguro podía estar sintiendo la proximidad de la empaquetada virilidad
contra la rizada montaña de su feminidad.
…No René, por
favor. No está bien. Esto no es para mí. …Tu cosa.
¡No!‑ Musitó lamentándose al
sentir el tremendo paquete apoyándose contra su monte de Venus en tanto que
ella abandonando el intento de apartarlo golpeando sus hombros, sin mayor éxito
buscó algún punto de apoyo para enderezarse de la posición en que ya la tenía
totalmente tumbada sobre el ergonómico sillón
y restregándole más firmemente el exaltado bulto encima de la desguarnecida y profunda
coyuntura natural que cansada e inerme había comenzado a rendir nuevamente el
tibio refugio que ocultaba entre aquellos muslos maduros.
‑Oh Por favor
no René… Esto no es para mí. Es demasiado grande para mi cuerpo.‑ Las entrecortadas palabras de Hana sólo
servían para convencer aun más al muchacho de que sería una delicia irrumpir
con su virilidad entro del conyugal recinto sagrado de la mujer que yacía casi
totalmente vencida debajo de él. Por lo
que al escucharla únicamente respondió a sus palabras succionando su lengua
como si intentase extraer el cremoso fluido de un helado de dulce.
…E-e –es q-que
e-er-es enorme . Se siente como si fuera
un brazo lo que tienes allí.‑
Extraviada e inmersa en sus complicadas emociones, involuntariamente
titubeó Hana al atreverse a decirle al sentir aquel miembro atrapado dentro de
los pantalones friccionándose entre su anhelante vagina y el cuerpo de él.
‑Tú solo
espera que lo sientas abriéndote en dos,
Ya verás que rico te parto para siempre aun después de haber tenido un
niño nueve meses allí dentro mamita. ‑ Masculló el joven soltando los maltratados
pechos de la señora de su vecino para comenzar a zafarse las ropas sin
apartarse de encima de ella.
Alzándose levemente
del cuerpo de ella, mientras soltaba los botones de su camisa contempló toda
aquella angelical vista de la bella mujer que yacía debajo de él, con los
restos del vuelo de lo que había sido un llamativo vestido y que negándose aun
a terminar de morir de alguna forma quedaban aun enredados alrededor de la
cintura de ella, y en la porción superior de la afrentada figura de ella,
pegado a la piel de la desventurada criatura con la pesada saliva que cubriendo
los humillados pezones rosados de Hana, parecía estar escurriéndosele por los
senos hacia todos los lados de estos –principalmente hacia la angosta cintura y
sudoroso vientre de ella ‑. Que
volviendo hacia abajo cerca de aquel pubis que pese a tan inapropiado maltrato
revelaba la innegable humedad que éste había producido en su cuerpo.
Y sólo de
verla René decidió que había llegado el momento... ‑ Pensó para sus adentros al
tiempo en que sin dejarla escapar de su peso miró una vez más a su indefensa
presa y llevando los dedos de sus negras manos para zafarse el cinto que
mantenía sus pantalones acomodados sobre su cintura, decidió que sin condición
alguna sería allí en ese lugar, bajo el connivente amparo del improvisado
baldaquín en que se había convertido el vehículo familiar, bajo cuyo techo, y a
modo de altar se encontraba tirado el cuerpo de ella postrado sobre el asiento
trasero y acomodado entre el sillón y el peso del muchacho encima de éste se
encontraba el femenino reducto que haciendo las veces de ara a punto de ser
corrompida por la potente descarga de semen que de seguro el negro depositaría
dentro de su receptiva y vulnerable feminidad delante del imposibilitado marido
que incapaz de hacer otra cosa más que atestiguar la ilícita copula que con su
oscuro falo tendría con su esposa para culminar la conquista de aquel cuerpo de
madura vestal y señora casada que aunque pretendiera decir otras cosas se rendía
para ser tomada por él.
Al escucharse
el sonido de la hebilla del cinturón seguido del zipper de la portañuela siendo
bajada para deshacerse de la obstrucción que este le daba, la primera reacción
de la nerviosa madre del niño del hombre que se encontraba sentado observándolo
todo desde el asiento de enfrente, fue voltear a mirarlo con recogimiento para
asegurarse de que nada hubiera ocurrido a su estado de consciencia antes de
volver la vista hacía el alebrestado garañón que habiéndose deshecho de la
prenda que lo cubría, quedó plantado ante ella tan sólo con la tela de los
calzoncillos cubriendo el tremendo paquete que se avizoraba delante de ella.
Sin importar
el excesivo tamaño de la tela de los bóxers que usaba el muchacho la dimensión
de la tienda de campaña que revelaba la enorme personalidad del bulto que
escondía allá abajo llamó la alarmada atención de la sobrecogida mujer que con
nervios quedó expectante por unos momentos antes de que el portador de aquella
regía masculinidad comenzase a bajarse los calzoncillos para que viera el
calibre del arma que portaba allá enfrente.
A las escasas volutas de vellos que surgieron primero a la vista de los
rasgados ojos de Hana, siguió la raíz de la gruesa manguera de incendios que
con unas venas que surgían desde el nacimiento de esta le daban un aspecto mas
vigoroso y atemorizante ante los inquietos ojos de ella que observaba como debido
al espesor de aquella salchicha de carne pulsante y oscura, la misma no colgaba
directamente hacia abajo sino, aun con la prenda que la sujetaba parcialmente,
dada lo robustez de aquel pedazo de carne magra, permanecía empujando hacia el frente de los
calzones formando un arco con estos que se separaba de él al menos unos ocho
centímetros hacia delante.
Pasmada ante
lo que sus ojos anticipaban que sería algo tan grande e incluso jamás imaginaod
por ella posible, Hana permaneció sin atreverse a moverse cuando descuidando
René un poco la posición de ventaja que tenía encima de ella maniobró para
quitarse los pantaloncillos delante sus narices, acercando incluso la
reciedumbre de su masculinidad a unos cuantos centímetros lejos del angelical
rostro de la arrobada señora, a quien le resulto sumamente difícil –por no
decir que imposible‑, no percatarse de la diferencia de los tamaños que había
entre los órganos del muchachito y su esposo, que aun sin que éste hubiese
revelado todavía por completo la longitud de su arpón masculino y no hallarse
erecto, a simple vista era ya mucho más grande que el de Ernesto cuando
alcanzaba su total extensión.
Y así, sin
atreverse a decir ni media palabra mientras el caribeño muchacho continuaba
haciendo bajar a lo largo del tallo la tela de los calzoncillos, inquieta Hana
permaneció apenas pasando saliva hacia su garganta mientras veía que la prenda
no terminaba de revelar al verdadero tamaño de aquel monstruo que él guardaba
allá dentro. Y así siguió bajando de
a poco hasta que pasando lo que bien podrían haber sido ya algo cercano o poco mayor a los treinta centímetros de
gruesa barra de chocolate y el resorte de los pantaloncillos casi llegaba a las
rodillas del confiado chicuelo, por fin la enorme cabeza de aquel falo brincó a
la vista de la asombrada mujer.
Quería voltear
a ver a su marido y pedirle que por favor viera aquel prodigioso portento de
masculinidad para asegurarle de que aquello podía ser cierto y no producto de
un sueño. – Hana volteo de nueva cuenta
inquieta a ver a su esposo, pensando dentro de su confundido estado que tal
vez al ver éste la situación tan extrema
y excepcionalmente distinta que se presentaba todo pudiera ser excusado y
tolerado cuando ocurriera. ‑ Pensaba la sobresaltada mujer buscando el
apoyo de su marido que le dijera que estaba bien que al menos por una vez en la
vida probara una cosa de semejante tamaño dentro de ella.
La enorme
cabeza con forma de casco surgía ante ella imposibilitándole pensar con
claridad ya de por si sola aunque no hubiese jugado en su contra todo el
influjo del alcohol y aquellas sustancias prohibidas que ella había ingerido
durante la noche al ser atendida por el muchacho que con su enorme y bulboso
pene pronto probaría arrancarle todo vestigio de fidelidad de su cuerpo.
Al quedar
liberada la juvenil reciedumbre semi flácida del muchacho surgió proyectándose
en un arco que soportado por los
rellenos testículos de buril embravecido apuntaba hacia el enfebrecido cuerpo
de la expectante mujer que aun no se reponía de los nervios que le había
ocasionado aquella sorpresa. Los
grandes pechos de Hana se hinchaban, subían y bajaban al compas de la acelerada respiración que
señalaba el estado de anticipación en que se hallaba sumida sabiendo lo que
vendría a continuación delante de su marido en aquel sitio donde sería usado su cuerpo.
Aunque no era
otra escena ni otro momento, desde la perspectiva del asiento en que yacía el
inerte cuerpo del acongojado marido que observaba todo lo que sucedía allá
atrás sin poder oponerse ni decirles ninguna palabra, sintiendo que el alma le
iba en un hilo aquello que estaba por suceder entre Hana y aquel negro no era
otra cosa más que la violación consentida de su esposa. Y sin poder hacer otra cosa lo único que
hacia aparte de ver los agitados senos de ella subiendo y bajando
aceleradamente mientras el aborrecible moreno se preparaba para ultrajarla de
manera definitiva.
Aparte de él
mismo que se hallaba petrificado escuchando la agitada respiración entrecortada
de su esposa, la propia Hana de pronto volvió a angustiarse cuando sin dejar de
mirar al aprovechado malandrín que sin remedio la gozaría, además del
descomunal tamaño de aquella barra se percató de que sin importar la supuestamente
desaventajada condición social del muchacho, nunca en su vida había visto ella
un cuerpo tan negro, musculoso y bien definido. Mas que un muchacho pobre y desterrado lo
que Hana veía ante si parecía un Adonis de aromático ébano negro con la herramienta
amatoria más grande que ella hubiese visto hasta esa noche en la que todo
cambiaria en sus vidas.
Mientras en
silencio observaba moverse de un lado hacia otro aquel aguijón, Hana intentaba
recapacitar y considerando que por más húmedo que se encontrara a cada momento
su cuerpo, ella no creía que pudiera manejar dentro de su pequeña figura
semejante tipo de falo, aunque tentada ya por la extrema lujuria que alentada
por lo terriblemente indebido de todas las circunstancias que jugaban en contra
de la fidelidad que hasta ese día ella había demostrado a su esposo, se sentía
irremisiblemente seducida por la idea de intentar ver que tanto amor de él le
cabía. Hasta que perdida en sus
emociones de su boca escaparon unas breves palabras:
‑Dios… ¡No!... Eres enorme… ‑ Vacilante y nerviosa la voz de
Hana surgió de sus labios mientras veía el arma de su atacante.
Su pecho desnudo cubierto de perspiración se
llenaban de aire para luego exhalar pesadamente el contenido que parecía
vaciarle los senos para enseguida dar la idea de que volvían a llenarse además
de con oxigeno y aire calurosamente viciado del interior del vehículo con un
receloso deseo marcado por el temor que le producía ver la imponente arma que
se hallaba a punto de alojarse en su cuerpo para partírselo en dos.
‑ Por favor
René. Ese tamaño no es para mí. Me arruinarías… Por favor no me lo hagas con tu cosota
esa… Búscate otra, por favor te lo
pido. ‑
Intentó hacerle entender que por mucho que ella estuviera dispuesta
aquello sería algo terrible para su pequeña anatomía.
‑Tranquila
Chat… Se te olvida que allí dentro ya
tuviste un bebe… No pasa nada… A lo mucho será como si te lo hicieran de
nuevo por vez primera y me dieras tu virginidad.‑ Como si otro ente se apoderar del suyo, de
manera inusualmente fluida de repente el svengali le hablaba al convencerla.
‑No René estoy
casada… Es enorme… Por favor…
Mi marido.‑ Insistía ella en
pedir sin dejar de mirar aquel portento negro de virilidad que amenazaba ya con
violar la santidad de su cuerpo.
Pero si las
palabras de ella acaso tenían algún uso o significancia para el muchacho eran
lo opuesto de lo que ella pedía. Notar
aquel nerviosismo tan solo servía para convencer los bajos instintos
predatorios del joven haitiano que para ese momento se hallaba seguro de que
aquella sería una gran monta. Para él
aquella mujer no era mas que una gata o quizás una perra a la que un macho como
él tenía que marcar como usada y ya conquistada. Una hembra nacida para ser gozada por su
enorme falo de negro caliente. – Pensaba para su cabeza René mientras comenzaba
a alinear su recia barra con la enmarañada abertura que ella tenía allá abajo
para que él le tomara.
Simplemente no
había llegado hasta ese punto para detenerse antes de encestar al menos un
punto en la rendija que ella tenía allí en medio. Una mujer de tan delicada y refinada belleza
tenía que ser suya hasta que él se cansara de fornicarla una y mil veces
delante o a espaldas de su propio marido como ya antes del temblor había hecho
con las mujeres de algunos turistas a las que como sus amigos que se habían
quedado o muerto en la isla también acostumbraban además de pasear por algunas
monedas que les pagaban al rentarse como guías,
a veces usaban para saciar sus urgencias de macho incluso delante de los
maridos de estas. Así que aquella no
sería la primera vez que él abusaba de una mujer ante las propias narices de su
media naranja.
Por si aquello
no fuera ya de por si suficiente combustible inflamable para la retorcida
lujuria del mozalbete, mirar la delirante semi desnudez del cuerpo casi
inmaculadamente perfecto y vulnerable de Hana postrado ante el suyo, ocasionó
que la masiva erección del tolete se volviera aun más firme y potente. Y le resultara imposible al dueño de esta
siquiera considerar la posibilidad de terminar aquella noche sin haber
profanado la indefensa feminidad de aquella criatura.
‑Ahora si mi
chinita… Aquí te voy… Hora de que te cojas mi palote de negro y te
lo claves en tu cosita de puta casada
Janita… ‑ Comentó él arrimando
la bulbosa cabeza de su masculinidad hacia la entrepierna de ella para
que la probara con un suave contacto.
Tú descuida de
tu marido… te aseguro que si te viera cuando te lo pongo todo allá dentro,
estará hasta orgulloso de saber que su mujercita pueda despacharse un palo de
verdad como el mío. Te apuesto a que el
mío es al menos el doble de grande del que él tiene para cogerte en tu
cama… ¨‑Soltó el insolente comentario.
‑No, por favor
no… No sólo el doble… E-e-el tuyo es mucho más grande que eso, no
sólo el doble. No va a caberme, mejor no
déjame ir… No diré nada a nadie.‑ En ese tono natural y dulcemente sumiso que
ella empleaba para pedir las cosas, le suplicaba que no la violara.
‑Te daré lo
que sea… si quieres dinero u otra cosa
pero no me violes con esa cosa… Tengo un
hijo y estoy casada con él. Por favor no
me ha-a-a-aghhh-aaas e-e-e-ehhssto, mi hi-i-ijoghh..
No, ¡si no voy
a violarte pendeja!... Todo lo que
quiero es sentir tu cuerpo y ver tu carita cuando con mi palo te desvirgue por
segunda vez en tu vida y te vengas chorreándote toda encima de mí. Así de que cállate y ve soltándome el
cuerpo puta nipona.‑ La humilló con tan
infames palabras.
El sobrecogido
marido que imposibilitado de hacer cualquier otra cosa como no fuera mirar y
sufrir la desesperante agonía de su esposa que aun se resistía a terminar de
rendirle su cuerpo al demandante muchacho, la notó como volvía a forcejear
levemente con la intención de zafarse y proteger algo de la honra que aun le
quedaba bajo aquellas difíciles circunstancias. Pero aunque contento de ver
como su esposa moviéndose debajo del oscuro hombre procuraba aun hacer algunos
intentos por no rendirle la plaza a la columna invasora, agobiado Ernesto sabía
que todo sería en vano y pronto tendría que aprender a vivir tolerando la
ignominia del que se de una u otra forma se sabe cabrón.
* * *
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