Asuntos de Intereses y Negocios
( ) Adaptación*
Ludo Mentis G.O. Tigers.
3ª escena ( Solo sobre la
almohada… )
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Por supuesto y casi enteramente que por demás está decir que mi esposa
no regresó temprano esa noche, ni pasó a despedirse antes de ir a la cita con
aquel hombre.
Para no despertar más sospechas o suspicacias por parte de mi hijo, evité
quedarme levantado rondando la casa en espera de recibir alguna señal de vida
por parte de ella, y así en cuanto él terminó de cenar le pedí que fuera a
dormir mientras yo, haciendo lo propio pretendí
irme a acostar ya en nuestra cama para dormirme, y aunque bastante
inquieto por lo que en realidad pudiera estar pasando entre mi esposa y aquel
otro sujeto, me metí dentro de las sabanas antes de encender el televisor y
acomodarme sobre la almohada.
Así saltando entre los canales y la programación que aquella noche nada
me decía, intenté pasar el tiempo hasta que si no mal recuerdo, eran poco más
ya de las doce cuando por última vez tuve noción de la hora.
…Hola, hola. ¿Papito?., ¿todavía
estás despierto o ya te dormiste?.
— De entre las voces del
televisor, alcancé a escuchar la voz que
me hablaba.
La visión que de a poco se fue presentando hacía mí fue de lo más
inquietante.
—Vaya, al menos volviste…— Quise
decirle, dando a entender que me encontraba ya dormido aparte de algo sentido
de no haber sabido ya más de ella durante toda la noche.
—Sí, es que él vino a traerme. Y es que ya no supe dónde quedaron mis
llaves del departamento… Yo creo que
debo haberlas dejado caer en su carro… —
Me aclaró mientras yo, entre las centelleantes luminiscencias del
televisor empezaba a tener formas cada vez más claras de lo que veía.
—¡Por Dios Santo Verónica!...
No me digas que ese es el vestido que me hiciste comprarte para que
fueras con él a tu cita…— Exaltado de
nada más suponer que el tipo aquel hubiera llegado a ver a mi esposa vestida de
aquella manera.
—Sí… — Hizo una pausa antes de
señalar: — Y también lo que todavía
traigo puesto debajo… También pagaste
por eso… — Sin más me culminó la
respuesta. Y se extendió: —Aunque no sé si quieras o yo deba enseñarte
ya como vengo… ¿Te acuerdas de aquel
sueño que me contaste?...
Entre resplandores que bañaban parcialmente aquella visión, fugazmente
me pareció distinguir sobre la satinada tela del vestido que la enfundaba
ciertos fulgores que parecían ser manchas húmedas en la porción superior y área
cercana a su busto.
—Sí si lo recuerdo. Pero, ¿qué te pasó?— Conmovido de adivinar lo que seguramente
podría deducirse que pudieran ser tales manchones quise saber alzándome a ver
con mayor detenimiento tanto la tela de tono entre suavemente dorado, camello y
el ocre, que especialmente adquiría un profundo matiz en aquellos trazos que
aparte de frescos y aún húmedos parecían haberse escurrido sobre el material de
la tela cercana a su escote.
Alterado, recuerdo haberme obligado a mirarla apartando de mi cabeza
tan intimidante visión para voltear hacia arriba y encontrarle la cara.
—Pero Verónica… — Casi no me
atreví a decirle al ver su cabello todo desaliñado., con unos de ellos cayéndole
sobre la frente, y las puntas de algunos embadurnadas de aquella sustancia,
mientras que en la porción cercana a la frente y el despeinado copete también
mostraba lustrosos mechones cubiertos con rastros de semen.
—¿Qué cosa te hizo?... ¡Mira
cómo te ves!— Hubiera querido yo
incorporarme y llevarla ante el espejo para que se viera como venía y el estado
en que aquel hombre la había devuelto a su casa. Era un completo desastre… La imagen de casi una perdida en sus peores
momentos, y no de una dama casada, ni mucho menos con la que creía haberme
casado, tener un hijo., y haber visto salir de aquel restaurante esa misma
mañana luciendo como sólo las buenas señoras saben lucir con todo su garbo y
decoro.
—Pero… ¿Tu vestido?...— Finalmente acabe de decir, sobrecogido ante
tan tremenda y complicada visión.
…¡Ay chiquito!., de veras a veces te adoro… — Contestó ella volteando
la vista hacia abajo para mirarse mientras giraba su cuerpo para que yo también
se lo viera. No obstante al quedar ella
dando la espalda hacia mí por unos breves instantes, en el tirante material que
tan ajustadamente alcanzaba a cubrirle los glúteos antes de terminar en un
dobladillo que de forma escasa, y a lo mucho llegaría a unos ocho o diez
centímetros por debajo de sus áreas pudendas, apenas precariamente me fue
posible distinguir lo que parecía ser una tenue marca con apariencia de mancha
vertical cuyo tonalidad contrastaba sobre el resto del lienzo de tela que
debería hallarse aun cubriendo la porción central de sus muslos.
Verónica., está todo manchado…—
Sin poder sobreponerme a mis indiscretos hallazgos quise explicarme y
hacer que se diera cuenta a lo que me refería.
—Bueno si, papi., pero para todo
lo que paso hoy, y como vengo, yo creo que manchada de más cosas , y por
todos los lados, sólo espero que mañana
que lo mande a la tintorería me lo limpien, que te aseguro que vengo manchada
mucho más de lo que te imaginas.— Se
atrevió a señalarme sin mayores empachos.
—Pero, ¿es que, qué cosas hiciste?...
Se suponía que sólo irías a cenar y hablar con él de la cuenta.— De
plano azorado por la condición en que volvía mi mujer de su encuentro con aquel
aprovechado quise saber:
¿Estuviste tomando?... ¿Él te
hizo tomar más de la cuenta?... — Pregunté al comenzar a percibir entre los
aromas que emanaban de ella un dejo de alcohol.
—Sí pero sólo un poquito.—
Concedió antes de empujarme levemente para hacer que yo volviera a caer
a la cama.
Al tenerme de nuevo con la cabeza acomodada sobre mi almohada, alzando
un poco su maltrecho vestido casi hasta el final de sus muslos, y sin quitarse
los zapatos siquiera para subirse a la cama, se trepó encima de mí colocando
ambas rodillas a mis costados antes de inclinar su rostro hacia el mío.
—Ven., dame un beso papito…—
Pidió de improviso. Susurrando enseguida:
— Me tienes loca con tus sueños y tus antojos de que yo esté y te
engañe con otros.— Cosa que susurró
justo un momento antes de que mi mente se inundara con el aliento y pesado
aroma que ella traía junto las imágenes que acababa de plantarme en el
subconsciente., y ella cerrando el espacio que aún quedaba entre nuestras bocas
acercara los míos a sus labios para comenzar a besarme.
En el momento que aparte de su aliento, sentí la humedad de boca
entregándose a la mía, de pronto vacilé por unos instantes y luego me perdí en
el marasmo de mi confusión, dejándola hacer, aunque sin poder apartar de mi
aturdida mente la clara visión e ideas de que sin temor a equivocaciones de
seguro en aquella ocasión al besar a mi esposa, me hallaba besando los labios
que habían besado y aceptado a otro hombre dentro de ellos.
—¿Aun puedes olerlo?., ¿te gusta
cómo sabe en mi boca?.— De estrepito la
escuché preguntarme apenas se apartó de mi lengua la suya.
—Ven, quiero que sepas a que sabe lo que ustedes nos hacen
hacerles.— Vino aún más fuerte en contra
de mi dignidad ya de por sí bastante afrentada sin necesidad de tantas
palabras. Y en seguida me dio dos
suaves besos nada más en los labios.
—Pero a mí sólo…— Buscaba
decirle que a mí únicamente en un par de ocasiones me había permitido semejante
tipo de lujos, cómo el de terminar en su
cara o la boca.
—¿Si puedes y quieres olerlo?.
Me dejó toda la boca llena de él… —
Me dejó claro que yo no era de “esos” hombres a los que se refería mi
mujer.
…Yo no quería que me manchara el vestido y por eso intenté que
terminara dentro de mi boca la última vez pero no pude con todo. — Seguían estallando contra mi consciencia las
obscenas imágenes que las palabras de mi frívola esposa traían.
“Tú sólo acuérdate., cuando estés con una puta, no le beses los
labios”… “Si le besas la boca o ahí
abajo estarás besando los palos de todos con los que se haya acostado” — De
entre mis aturdidas ideas de pronto se sumó vívidamente aquel comentario
misógino que frecuentemente venía a mis recuerdos, y que alguna vez, cuando adolescente,
me hiciera un estimado hombre de quien fui su pupilo.
Lo cierto era que aunque si creía encontrar dentro de sus labios
ciertos resabios de licor y un sabor diferente, no encontraba yo ese sabor
amargo que siempre supuse o creí poder adivinar que tal cosa traería consigo.— Seguía sumiéndome en las sensaciones que de
golpe me parecieron ser sólo nada más parte de un sueño extraño, siniestramente
turbio y áspero pero colmado de la más injuriante lascivia.
¿Aplicaría dicha conseja de no besarla sabiéndola puta?... ¿O en que
momento era oportuno volver a besarla si la puta en cuestión era la esposa de
uno?... — De manera fugaz pasó por mi
mente dicha consideración que se arremolinaba ahora también en mi mente en el
preciso instante en que apartando de mí su cabeza fue alzando de mí la tibieza
de sus pechos maduros aun contenidos dentro del salpicado escote de su vestido.
Al verlo de nuevo, yo aún no atinaba a entender como había permitido
ella que aquel bárbaro cometiera semejante bajeza en contra de su recién
estrenado vestido pero más aún, contra el decoro de una señora casada.
—Pero si era nuevo Verónica, ¿no le dijiste?...— Perdido ahora entre brumas insistí en decirle
acerca de éste y el tal Romeo al que ella tanto consideraba.
La subyacente verdad era que dentro del ignominioso cinismo que me
envolvía, necesitaba trasladar la ofensa hacia el mancillado vestido, y
mintiéndome al hacer que ésta fuese quedando en las manchas del mismo, poder
pretender que al menos en alguna medida pudiese yo mantener pulcro el honor de
mi esposa
—Si se lo dije… Pero eso fue
peor cuando estábamos en el restaurante también me hizo decirle que lo que
traía puesto debajo lo acababa de comprar con tu tarjeta de crédito.— Quedé helado al oírla al tiempo en que
hincada sobre sus rodillas comenzó a moverse hacia arriba, hasta casi quedar montada
a horcajadas arriba de mí, cerca ya de mi rostro.
—¿Te hizo decirle?...
—Bueno., cuando en el restaurante volvió a decirme que le gustaba como
iba vestida, le dije que salvo por los zapatos que tú me habías regalado, todo
lo demás que traía yo puesto era nuevo, me preguntó si iba toda de estreno
y… Pues bueno yo se lo dije… — Se confesó de lo que había hecho.
…Me preguntó si tú sabías que iba yo a verlo. — Añadió acercándose aún más.
¿Y tú le dijiste?... — Sobresaltado de lo que pudiera ella haber
contestado al dichoso Romeo, sentí que casi me faltaba el aire al preguntar.
—Me pidió que no le mintiera…
Así es que le dije que sí, que sí lo sabias…— Por fin la noté algo mortificada de tener que
admitir algo de lo que había hecho.
Pero ella no había terminado.
—Pareció gustarle la idea de que tú lo supieras. Y entonces me dijo que ya que me habías
mandado vestida de esa manera a que lo viera…
Que yo le dijera si lo que traía puesto me lo había comprado para
gustarle y convencerlo de que te abriera
la cuenta…— Aturdido la escuché
sintiendo que su cuerpo empezaba a bajar hacia mi estómago.
…Yo le dije que no., que no me habías mandado a convencerlo de
nada… Que sólo me había vestido así porque
sabía que a él iba a gustarle vérmelo puesto, o al regresar a casa con él por
la noche.— Cómo en un sueño o estupor producido por el
efecto narcotizante de alguna sustancia, sentí que abandonaba mi cuerpo y no
fuese yo a la persona a la que esposa le estaba contando semejante tipo de
historia.
—¿Y él que cosa te dijo cuando contestaste. —
Conmovido hasta lo más recóndito de mi persona quise saber lo que se me
venía encima.
—Volvió a preguntarme si creía que a él le gustara lo que me había yo
comprado de ropa interior… Y cuando le
dije que sí, me mandó al tocador a que me quitara mis panties y regresara a la
mesa sin ellos para que se los diera…
¡La respuesta me fue atronadora y completamente salida de toda mesura!...
—Pensé que iba a querer quedarse con ellos…— Continuó enredándome con sus palabras y las
cada vez más tremendas imágenes que me venían a la mente.
—¿Y se los regalaste?... — Con
el corazón en un hilo quise saber la respuesta.
—No… los traigo todavía puestos,
pero… — Quizás por menos de una fracción de segundo
que a mí me pareció un instante de eternidad, ella hizo una pausa, para al
tiempo que terminaba de descender sobre mí con su cuerpo, continuar enseguida:
—En el restaurante… Me hizo masturbarlo
con ellas… Con mis pantaletas nuevas
mientras estábamos todavía en el restaurante y nuestro mesero iba y venía…
— Al escuchar semejante tipo de afrenta,
sentí que me desbarrancaba hacia un precipicio.
Muy aparte de la circunstancia tan desventajosa en la que al
parecer yo mismo había puesto en suerte
a mi esposa ante semejante sujeto. Y
ahora aquí estaba yo, el estúpido o imbécil marido cornudo de la mujer de la
que él se había aprovechado, escuchando la clase de indecencias que le había
hecho cometer con su prenda más íntima y recién adquirida para que él estuprara
a mi costa.
En eso pensaba yo, cuando la deshonrada y todavía húmeda prenda que no
dejaba de acercarse hacia mí, se hallaba a lo sumo ya no más lejos de una
pulgada de mi barbilla. —Húmeda de ella
— pensaba momentos antes de aquellos instantes, pero cavilándolo súbitamente de
otra manera más obvia, de pronto, y a partir de ese instante asumí con mayor
claridad que parte de la humedad que traía impregnada entre sus delicados
tejidos era también la de él.
Y fue entonces en ese mismísimo instante en que la cabeza parecía
comenzar a girarme cuando al entrar su entrepierna en contacto con mi mentón,
primero sentí que sus muslos untaban en mí alguna resbalosa sustancia que me
mojaba, y después de experimentar una anticipada calidez del contacto ya más
pleno de aquella parte de su anatomía encima de mí, tras unos breves instantes
empecé a percatarme de que el resto de ella se encontraba también empapada y
desbordándose fuera del material de sus pantaletas de estreno.
Por donde ella pasaba iba dejando embarrada la intensa secreción
olorosa que de su persona brotaba., por lo que un tanto preocupado e incómodo
de que continuara sin antes yo haber confirmado de lo que bien sospechaba que Verónica
trataba de hacer que le hiciera, bajé la vista para ver si me resultaba posible
echar un vistazo.
Resultando que justo al momento en que habiendo conseguido encontrar
aquel punto entre las centelleantes luces que venían del televisor, ella se
hallaba levantándose de encima de mí para arrimarse otro poco hacia mi cuello
descendiendo.
Por sugerir lo menos, creo sin temor a equivocarme, que ni mínimamente
puedo decir que el impacto de lo que vi fue fulminante como una revelación y
condena, al descubrir entre sus piernas y área del pubis que sus enfangadas
pantaletitas pretendían ocultar a mis ojos., con el reluciente aspecto de sus
muslos internos enlodados y cubiertos de aquel zumo viscoso que relucía con la
luz de nuestro televisor.
—¡Por Dios Vero!... Mira como
vienes… ¡Éstas toda embarrada!... Tus panties…
Están todos manchados y sucios…
¿Por qué los traes puestos?... ‑ Sobrecogido hasta la medula, me resultaba
algo difícil referirme a una cosa a la vez sin antes querer ya decir otra
distinta. Pero cuando para colmo de
mis pesares, alcancé a ver un hilillo de la blanquecina sustancia escapándose
de la envilecida prenda que recién mi esposa había adquirido esa misma tarde
para su encuentro con ese sujeto, me fue imposible ya hablar y me concentré en
mirar como del borde de la ajustada costura de esta, aquel hilo de semen
empezaba a caer hacia mí.
Él quería verme salir del restaurante con mis calzoncitos nuevos
puestos bajo de mi vestido., y me hizo volver a ponérmelos antes de que
saliéramos y me llevara al departamento…—
Usando una vez más aquel termino con que aparentemente mi esposa
acostumbraba dejar que ese hombre —en vez de pedirle, gustaba de hacerla
“hacer” cosas, — y la tratara de manera imperante, según me explicó ella en ese momento, entendí
que para acrecentar de manera evidente aún más aquella opción de dominio que Verónica
le había permitido, éste la hiciera que luego de masturbarlo envolviendo sus
pantaletas alrededor de su pene hasta acabar sobre éstas mientras cenaban o
tomaban sus postres, él le pidiera que fuese hasta el baño para volver a ponérselas
y delante de todos salir con ella colgada del brazo.
Aparte de la sobrecogedora visión que ahora tenía ante mí bajando de
nuevo hacia mi persona, las imágenes mentales de aquellos momentos continuaban
inundando mi consciencia cuando buscó acercarse hacia arriba aún más.
—Luego de que acabó conmigo… También
me hizo que volviera a ponérmelas antes de venir a dejarme— Escuchaba yo las palabras de mi mujer
explicando. —Quería que las vieras.,
que te dijera que ya puedes contar con el mejor portafolios de inversión que
haya concedido a inversionista cualquiera, pero que agradecería vieras como
había dejado él a tu esposa…
Aún más profundo caía yo hacia el fondo de aquella ignominia y el
precipicio de mí propia y atribulada consciencia llena de imparable lujuria y
obscenidad que nublaba la escasa dignidad que aun pudiese existir dentro de
mí cuando volviéndose a alzar para
arrimarse ya francamente encima de mi rostro y bajar cerrando aquella humedad
en torno mío, pedirme:
—¿Sientes mis piernas?... ¿Mis
muslos?... Un hombre más joven que tú
acaba de estar allí en medio de ellas Papito…
Siente como me escurro de todo lo que me dejó allí dentro, bien dentro
de mí toda regada por él…—
—¡Uhmno!... No, Verónica, ¡no!… — Aun
no creía yo poder estar preparado para lo que creía que ella pudiera querer
enseguida…
Siéntelo y mira como me dejó…
Como dejo a tú esposa toda mojada para que volviera aquí a la casa para
que me vieras Cosita… Siente todo ese
semen del que ahora estoy tan orgullosa de que él me dejara allí adentro.— Siguió mientras yo me debatía entre querer escaparme o poder ver aún más y
que comenzara a regar encima de mí la carga que traía aun dentro de ella.
No sé Papito… le conté de tu sueño, y me dijo que con todo gusto él
podría corresponder a tan distinguido obsequio… Le conté que habías soñado con que yo
pudiera haber quedado embarazada de otro…—
Hacia mi subconsciente llegaban las insidiosas y obscenas palabras que
oía mientras la miraba bajar en rumbo a mi rostro.
—Quién sabe si con lo mucho que me dejo allí adentro antes de que
volviera, bien pudiera yo haber ya
quedado embarazada de él, Papi… — La
avasalladora suposición vino en el justo momento en que sobresaltado solté un
fuerte suspiro y sintiendo que la cama se me movía al tiempo en que yo caía en
un precipicio sobre mí almohada, abrí de golpe los ojos para darme cuenta de
que afuera llovía.
Agitándome de un lado hacia otro sobre la almohada, con la vista,
después de mirar la ventana, busqué hacia arriba de mí sin encontrar más a mi
esposa, por lo que volteando ahora hacia el televisor, me fui dando cuenta que
hasta hacia unos cuantos instantes todo el obsceno e inmoral monólogo que había
estado escuchando eran algunos anuncios de televisión acerca del embarazo y
pruebas de fertilidad.
Sobresaltado, al moverme pronto me di cuenta de que yo mismo me hallaba
todo sudado y abochornado al extremo, con el calzoncillo humedecido, y una de
las más fuertes erecciones que hubiese experimentado en mucho tiempo mientras
que por alguna extraña razón me encontraba ardientemente excitado…
—“Dios Santo”… “¡Pensé que esta
vez era cierto!”… — Mascullé para mí mismo al ir volteando a mirar a mi rededor
para asegurarme que nada de aquello había sido cierto. Y no
fue sino hasta entonces que me percaté de la pequeña luz roja que centelleando
en mi teléfono móvil, me anunciaba la entrada de algún mensaje pendiente de que
se leyera.
*
* *
Momentos más tarde, habiendo
conseguido el estado de conciencia necesario para pulsar los botones correctos
de mi celular, pude ver que el mensaje en cuestión había sido enviado desde el
celular de mi esposa, a eso de la una de la mañana., diciendo:
“Apenas salimos y va a llevarme al departamento para que platiquemos un
poco, te toca llevar al niño al colegio y yo te llamo mañana cuando* FALTA
TEXTO *… — Sin más ahí terminó la
escritura del texto que llegara incompleto, y al menos por lo que quedaba de
noche antes de que amaneciera comenzó mi nueva agonía y largas horas de espera
antes de que la segunda parte de éste o mi esposa llegaran…
*
* *
* * *
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