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lunes, 7 de enero de 2019

Aniversario. -con Luna Llena-… ( Antes de Salir )



…Espero sea éste el momento adecuado, y no otro intento por crear y concluir este relato que tenía ya tiempo queriendo poder dedicarle el espacio que se merece.



Y es que nada; absolutamente nada en aquella visión –para Eduardo, o cualquier otro hombre, mortal o inmortal ‑, podría haber sido considerado común o normal.  Máxime con el cuerpo de ella allí mismo, enfundado dentro de aquel llamativo atuendo que de manera muy corta y escasa apenas daba de sí en el material y forma de su confección, al grado que de tan tirante éste, y sometidas a tal clase de esfuerzo las costuras de sus laterales ahora resultaban notorias casi del todo evidentes en sus puntadas del hilo que sirviendo para juntar y unir todo en su sitio, iba dejándose notar casando con toda firmeza las distintas y tirantes figuritas florales dibujadas sobre la tela, mostrándose próximo a reventar o de algún otro modo ceder ante el empuje de aquellas prodigiosas nalgas de hembra madura.

Lo cierto es que creo que cada vez escribo y leo menos ya no debido a otras causas, sino a la dificultad visual que me avanza, y de a poco me dificulta fijar la vista entre los caracteres necesarios para escribir o leer.  Razón por la cual intuyo que si este proyecto queda inconcluso, creo será el último que haya intentado.


Así, La Suerte echada; teclado en mano, y dispuesto con los mas modernos avances que la computación vendida a 18 Meses Sin Intereses puede pagar,  y un vasito de aromático y encantador Dry Sack; ‑servido para calentar la garganta‑; aquí vamos…

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Aniversario.  -con  Luna  Llena-  ( Antes   de   Salir ) ®
GO  Trigers,  Ludo  Mentis© 

Cap 1°- 1a Pte.- ( Sol, ¿Entiendes lo que pasa aquí? )


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Procurando no mostrar en su real magnitud el grado de angustia que lo complicaba, Eduardo pretendía tomar las cosas con la escasa serenidad que en aquellos apresurados momentos quedaba aun dentro de él mientras esperaba a que su Bella Anna terminara ya de alistarse para salir.

Todo lleno de ansias, ‑Él – pegándole ya a los más de 40, mientras que con sus 35 – rebasados quizás hace unos tres, o apenas un par cumpleaños atrás ‑, su aún bellísima y núbil esposa adorada terminaba de dar a su impecable arreglo los últimos toques antes de poder salir a la calle en aquella tibia noche de Octubre en la que – sin tener que explicar o exponer  ningún motivo aparente, ni otra ulterior causa más que la de conmemorar su aniversario de acero de matrimonio‑, y juntos irían a tomarse algo y cenar en uno de los restaurantes situados dentro de las instalaciones de uno de los hoteles más exclusivos de la ciudad.

‑Bueno… ¿Pero, y si ya dejaste a los niños encargados con mis papás, cuál es tanto el apuro?‑ Con su encantadora voz entre rasposa y melódica, notando el inquieto estado de su marido, preguntó Anna apurada mientras se concentraba en acercar al espejo su rostro e identificar el sitio aproximado y correcto sobre la porción posterior del lóbulo de su oreja. Por donde debía de encajar la aguja del resplandeciente  aretito dorado que junto con su gemelo,‑ ya colocado –  y aunándose al rímel aplicado a sus bien pobladas y largas pestañas; delineadas cejas , suave base y resto del elegante maquillaje que hacia lucir aun más, y de manera radiante la inefable belleza de su perfilado rostro.

‑¿O te sientes culpable de lo que vamos a hacer?‑  Inquirió ella, con el mismo tono de ensueño de su voz sexy.
 


… Yo también me siento un poco culpable; no creas. ‑ Aclaró ella misma, dejando a Eduardo todavía más alterado mientras procuraba voltear a ver hacia cualquier otro lado con tal de no sentir más, ‑o al menos conseguir contener otro poco todo ese marasmo de ideas e imágenes que le provenían de aquella intoxicante y agridulce descarga de adrenalina que se apoderaba de él en oleadas. Más aún ahora que sin ella saberlo, había tocado otra fibra sensible a la que se sumaba la extraordinaria visión del modo en que llenando hasta la última micra de espacio y tejido que la tela de la ajustada faldita pudiera ofrecerle a la obsequiosa anatomía de su queridísima Anna, ahora lucía todo aquel tremendo cuerpazo de ensueño que poseía. Luciendo tan ajustado el atuendo y justo al milímetro, que ‑ en apariencia de lo tirante que se le veía ceñido al extremo‑, apenas antes de dar de sí mismas las costuras de la sensacional prenda, amén de encantadora parecía batallar y con esfuerzos obedecer la tarea de cubrirle las curvas, tanto como guardar el simulado decoro que requerían las inquietantes redondeces de su impresionante trasero, sin llegar a verse –quizá –demasiado vulgar.
 

Bueno sí… Culpable. Pero no mucho, ni nada que tenga que ir a contarle al Padre Ramón o a El Tío Toño…‑   Extendió ella su pensamiento, dedicando al ensimismado Eduardo una delicada y pícara sonrisa que le regaló a él a través del espejo.

…¿O tú crees que alguien más o aparte de mis papás y tu jefe debieran saberlo, mi vida?...‑ Culminó ella sin terminar de sonreírle, notando el modo en que a él parecían afectarle tanto la visión como las inesperadas palabras.

Pero ya deja de verme de esa manera… Parece que no me conocieras o fuera tu esposa.‑  Sin darle tiempo a su aturdido esposo a que contestara la pregunta anterior, y un tanto sorprendida de la actitud de él ante ella, dedico una final sonrisita para enseguida volver a centrar la atención hacia su propia persona reflejada en la luna de cristal, mientras que sin poder evitarlo, al mirarla súbitos remordimientos se apoderaron del aludido por lo que presentía que bien podría ocurrir aquella misma noche. 

 – Y También tooodo lo que aun no se había atrevido a admitir por completo ante ella, y que desde hacia tiempo, de algún lado de su cabeza – y luego del otro –, surgía de repente para robarle la calma una y mil veces más….

‑“¡Es que! Dios Mío… ¡Eres preciosa!.  ¡Ve nada más como te ves adentro de esa faldita Mi Vida!...  Parece que vas a reventar las costuras cuando te sientes o si te mueves un poco de más”…‑ De lo más recóndito de su concupiscente y arrebatada consciencia surgió aquel procaz pensamiento que apenas, y por muy poco logró contener Eduardo cuando aquel golpe de vista pareció desbordarle la mente y pupilas.

La sensación de iniquidad se acrecentaba dentro de él nada más verla moverse a su esposa apenas un poco delante del tocador y ante el platinado reflejo del espejo, ataviada ya por completo, y montada sobre sus altos tacones que tan solo magnificaban cada uno de los  movimientos que hacia ella mientras terminaba de revisarse como si otra vez, nada más importara.



‑Ehr… Eh… E-es que… Es el Zanaya…– Como si temiese delatarse del todo y ser sorprendido cometiendo alguna especie de ilícito mas deleznable que aquel pesando sobre su cabeza dibujándose dentro de ésta desde hacía algún tiempo ya atrás, pero que apenas hubiera tomado forma ya más precisa en su cerebro, dado el apuro por el que pasaba luego de aquel par de errores cometidos en su oficina; tales que por sí solos cobraron vida propia hasta ponerle ante semejante tipo de encrucijada y subsecuente necesidad de toma de decisiones a las que ahora enfrentaba. Ocasionando las mismas que  sucumbiendo él otro poco ante el complicado estado en que de pronto se hallaba sumido, buscase Eduardo procrastinar el momento angustioso para así evadirse primero y no preguntar a qué se refería ella con aquello de la culpabilidad – o que alguien mas lo supiera‑.

Inquieto él, mientras que sin poder evitarlo, cual punto de fuga perdido entre los motivos florales dibujados sobre la tela, su mirada permaneció abstraída en algún detalle o paraje plantado semi selvático de los distintos follajes e hipnóticas florituras sobrepuestas a la armoniosa paleta de tonalidades rosadas de la ajustada falda de su mujer; la cual lucía verdes hojas contrastando a la vez tanto con los llamativos colores de los pétalos que conformaban las distintas florecitas, cómo con el despampanante cambio de muy variopintas tonalidades que por doquier surgían entre los adornos y el fondo – y las tentadoras formas de aquel lienzo‑, terminaban atrapando la vista hacia éstas, y de manera especial todavía más atraerla ambos costados de ésta, en dónde se destacaban un par de notorias orquídeas soleadas de enorme tamaño que sobre las demás flores y hojas resaltaban con estudiado afán de hacer parecer a la prenda como algo desenfadado, y de aspecto casual, ‑pero no simple‑.



Así, resultando a simple golpe de vista difícil precisar si acaso las amplias caderas, glúteos y muslos tan bien definidos eran los que terminaban de dar trazo y consistencia a la prenda, o si era ésta última la que conseguía domar la tentadora figura para arrebujar aquella porción de su bellísima anatomía y contenerla dentro de sí evidenciando el estrés al que era sometido el tejido de la ajustada falda de Annita, que más que pensada para cubrir el decoro, parecía haber sido concebida para magnificar los henchidos e insolentes contornos gemelos de su altivo y jactancioso cabús del que bajo las luces y sombras que matizaban sus formas, surgían sendos globos regordetes de carne con apariencia final de firmes peras prestas a llamar la atención de cualquiera que  las viese pasar cerca de sí. – Tal como sucedía en dichos momentos a Eduardo, que absorto miraba todo aquel ramillete menearse apenas a unos cuantos metros delante de él. –

* * *


‑Me refiero a los niños…‑  En tono añorante fue que reveló ella lo que en realidad le inquietaba.  – A haberlos dejado esta vez con sus abuelitos  mientras nosotros nos vamos… De lo otro ya me dijiste que apenas  conseguiste la reservación. Pero no creo que sea para tanto.

‑Bueno no sé… Pero es que Víctor me dijo, que si procurara llegar antes,  aunque esperáramos un poco tomando una copa o algo‑ Sintiendo que la presión menguaba, Eduardo salió un poco de su embobamiento al oír la cándida e inocente precisión de su esposa a ese respecto, que alivió al menos un poco el alterado momento en que se hallaba en tales instantes el nervioso marido

Sin querer anticiparle más a su esposa, según le explicara Eduardo a ella, ‑y  habiendo encargado éste a los niños con sus abuelos para que los cuidaran en tal ocasión, en que se supondría que juntos, –sin hijos‑ y solos como joven pareja, celebrarían el que sería el aniversario de acero como matrimonio.   Según se había limitado él a decirle, y por ende lo que ella supiera hasta dicho momento.  tenía sólo entendido que quedarían el par de retoños hasta que pasaran a recogerlos durante la mañana siguiente.

Niños fuera de casa, Cena de aniversario, Velada romántica…  Eso era todo el plan. – O al menos la parte y versión que a ella le había sido contada.

* * *


…¡Listo! ¿Cómo me veo?‑ Por fin ella anunció al impaciente marido que no podía aun creerse del todo la clase de pensamientos e imágenes que venían a su inquieta consciencia nada más de mirar a su esposa.

¡Guau!... Anni…  Te ves fabulosa…‑ A pesar de sus propias ideas y haberla estado samueleando buena parte de aquel tiempo con la misma e insidiosa mirada que le dedicaría cualquier lúbrico majadero que se le atravesara en la calle, Gerardo experimentó su privada versión de complicada lujuria al ver otra vez a su esposa plantada ante él  con su faldita ajustada y dobladillada poco más arriba de las rodillas, blusa elegante y resto de la indumentaria que ella lucía parada sobre sus por demás llamativos y altos tacones

Mirada que se complicó aun más dentro de él al subir la vista hasta el angelical rostro de ella, y llenarse todo de ansias al mirarla a los ojos.  Aparte de sensual, siempre llena de ese candor especial, bella e inocente. – Siempre tan suya…‑. Volvió al cerebro de Eduardo una nueva oleada de inquietudes y probables remordimientos anticipados.

‑¿Si en serio no se me ve demasiado ajustada?... Como me ves ya no estoy tan segura.‑ Buscó ella explicar un poco el porqué de sus consideraciones.   Pero si acaso la habitualmente mesurada, bella e inocente mujer buscaba en su marido alguna especie de apoyo o alguna señal que le sirviese para reafirmar su propia confianza acerca de su selección de vestuario y cancelar de modo definitivo sus indebidas preocupaciones, lo que encontró en la sorprendida mirada que él le brindó ahora al verla de frente, por una parte, ‑y aunque le reafirmó la autoestima‑, a la vez ocasionó en ella otro poco de nuevas dudas. Máxime cuando notó el modo en que ahora Eduardo miraba el frente de todo el atuendo, que dejando de ser tan ajustado más allá de la cintura de su floreada faldita, en la blusa sedosa que lo completaba con prestancia digna de una dama preciosa de cabellos dorados; y a pesar del señorial moño o especie de distinguido corbatín que le decoraba con suma notoriedad en su delantera, y ‑sin poder ocultar lo evidente‑, dejaba entrever el pesado volumen de la óptima redondez de los adorables gemelos altivos de Copas C, que se adivinaban debajo de aquella elegante blusita de color rosado princesa.

‑ Te  ves que te como Mamita…  ¡Se me hace que sería mejor idea no ir a ninguna otra parte y quedarnos aquí  solos los dos para siempre mi Annie!...  Conmovido ante la sublime visión, y colmado hasta el fondo por sus congojas e inconfesables elucubraciones, por un momento, ­ y una vez más – Eduardo pareció a punto de recapacitar y traer a la vista a aquel elefante rosado que tenía tiempo rondando por su cabeza y los confines de su dormitorio, pero teniendo otro ataque de dudas y nervios, tomó sus arrestos; contuvo de nuevo sus temores y decidió dejar avanzar a que el destino tomara su cauce.

‑Aquella era una decisión muy difícil de ser tomada sólo por uno solo, sin tener a quien más culpar del posible equívoco y gran consecuencia que pudiese acarrear y de la cual arrepentirse más tarde.‑  Pensó para sí el atolondrado marido, para evitar así terminar por tener segundas ideas y luego de pensarlo, terminar  por acobardarse ya en ese momento cuando la moneda se hallaba en el aire y su esposa lucía tan radiante.

En verdad que luces hermosa…  ‑Insistió  azuzando a su esposa con tales palabras. –Quien vea como te queda y luce tu cuerpo dentro de todo ese numerito que traes puesto, de seguro le resultara difícil creer que vayas conmigo…   Ya me imagino no más las caras y como todos los hombres que se nos crucen estará muertos de envidia, o soñando con sacarte tu número…‑


…Ay Eduardo, ¡No exageres ni me digas cosas así, que me cambio! ‑  Abochornada ante las sugestivas consideraciones de su marido, Anna, sintió un súbito arranque de ansiedades que la agitó al terminar ubicándose en la situación que describía su marido.

No, si  no exagero Mi Annie; luces grandiosa… Los ojos de todos estarán puestos en ti esta noche…  Apenas si puedo esperar las caras de algunos de ellos. ‑  Coronó con su frase Eduardo.

Lo cierto era que – a querer o no ‑, aparte de aquel irrefrenable embeleso que el joven marido también experimentaba en dichos instantes, desde hacía un tiempo atrás y a la fecha, para sumarse y llegar juntas a ese momento, sigilosas las causas y culpas habían ido cercando al pobre y confundido de Eduardo, y ahora, a esas alturas, quizás sin que por su parte Anna, tuviera mayor aviso previo de lo que transcurría en la vida de su esposo, junto con la de él, su suerte había sido comprometida y echada también.

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Rato más tarde, tal como anticipara el inquieto de Eduardo, con todo y la reservación hecha llegaron al elegante hotel, tan sólo para enterarse que tendrían que hacer antemesa en el bar del restaurante donde cenarían.  Lugar donde a pesar de hallarlo también algo concurrido, la pareja se las ingenió para encontrarle a Annita un espacio desocupado en que pudo ayudarla a sentarse sobre un alto sillín situado cerca de un reducido rincón situado a uno de los extremos de la barra. Lugar donde hallaron acomodo con ella sentada en la altura del mueble, que la ponía casi al nivel del rostro de su marido, quien permaneció parado a frente a su esposa al ordenar un Ruso Blanco para que ella tomara, y él se disponía a dar cuenta de su Clavo Oxidado pedido al bartender que se dispuso a atenderles.

Así, cuando llegaron sus tragos, el par de sonrientes tórtolos inclinaron los labios de sus copas para brindar por primera vez esa noche e imbuirse en el ambiente del sitio mientras conversaban sobre temas sin mayor trascendencia o que en tales momentos atraparan las consideraciones de Eduardo, a quien pensando en sus cosas le resultaba difícil precisar la manera correcta de confesar a su esposa que a diferencia de lo que habían ellos planeado, y él prometido, lo más seguro era que no pasaran solos el resto de la velada.

‑¿Le preguntaría ella por qué nada le había él comentado acerca de aquella posible especie de encuentro que probablemente tendrían con Verdugo?... – Pensó él para sí en momento dado, al dar un trago a su copa.   ‑¿O sería mejor “jugársela a ver que sucedía”, y alegar inocencia si aquél aparecía de verdad?...

Las dudas le asaltaban y robaban quietud de consciencia al trastocado de Eduardo… ‑  ¿Sería quizás mejor empezar por decirle acerca del par de errores cometidos en aquel par de cuentas?, o como era que con su propio silencio, cuando al descubrir el predicamento, y el modo en que lo había resuelto, o al menos disimulado Eduardo para salvar el pellejo, Renato le había visitado una tarde y a puerta cerrada dentro de su cubículo, le soltara semejante propuesta del todo corrupta.

Sin dejar de contemplar una vez más a su lindísima esposa y el modo tan espectacular en que vestía para celebrar esa noche, Eduardo de repente sintió un vuelco que le daba el estómago, y que se vino a él cuando sin querer dejar de mirarla, recordó el modo tan pusilánime y apocado en que se comportó ante aquel temerario comentario o especie de cerril piropo que externara su compañero de empresa luego de hacerle la oferta a cambio de su silencio.

‑No, si yo desde que vi a esta lindura de tu mujer en la fiesta de fin de año pasado, y luego en aquella reunión, le eché el ojo… Está bien buena la mujercita, se ve que es todo un bombón… Y desde entonces había querido pedirte que me la presentes…  Tú sabes. Así, como de manera formal, y para que nos conozcamos…  Nada más de verla en esta foto se nota que le encanta la fiesta y ha de ser una ricura darle su buena rugida o meterla en la cama. ¿No es cierto?...


– Por inefable que pudieran llegar a resultar los pensamientos que debieron acudir a la conciencia de Eduardo luego de oír semejante tipo de comentarios y peticiones provenientes de la boca de aquel indecente corrupto, aquello había sido lapidario y por demás fulminante para él desde entonces y hasta ese momento en que por centésima o mayor número de veces a la cabeza del confundido marido volvieron tanto el modo en que aquellas desmedidas palabras que sin mayores ambages soltara el confiado Renato, como el modo en que mientras las decía señalaba en detalle la foto que obviando toda debida prudencia –, y aunque sin ser desmedida o para nada subida del tono apropiado‑, aparecía ella durante alguno de sus últimos viajes luciendo un reducido bikini que mostraba a la vista sus curvas‑, y que él encantado ante lo bien que ella se veía en dicha fotografía, hubiera acomodado por apenas un par de semanas entre otras mas que tenía dispuestas en la credenza de su privado. 

Todo ‑absolutamente todo – se había dispuesto a salir a jugar en su contra, y a partir de tales semanas, pasear  a sus propios temores y fantasmas que desde hacía tiempo acechaban sus nervios.

Así las cosas entonces; apurado y nervioso; sin saber que salida tomar ya en esos instantes,   Eduardo terminó entonces su primer trago, y tras pedir uno nuevo al cantinero, con cierto pesar se excusó con su Anna.

‑Ahorita regreso…   Tú no te me vayas con nadie mientras yo voy al baño. ‑  Con la poca de calma que aun le permitía maniobrar con soltura, consiguió Eduardo que aquel comentario sonara  divertido ante ella.

…¿Oh si Papi?.  ¿Te vas a ir y dejarme aquí en este lugar toda solita?... – Devolvió ella el juego lanzado por su marido antes de retrucar: ‑Conste que tú eres el que se va y deja aquí a su mujer toda solita y expuesta…  Si yo fuera tú, mi marido, no me iba… O de menos me apuraba a ir al baño y volver pronto…  Ya sabes como son ustedes todos los hombres cuando ven a una mujer o señora sola tomando una copa en un bar…‑  En modo  meloso soltó ella el juguetón comentario que desacomodó aún más a su esposo.

No vaya a venir por aquí algún guapo que piense que tu esposa también está disponible para que él  intente ligársela.  – Sonrió acercando el vaso a sus labios pintados en tono  burgundy.

Entonces, movido por una extraña fuerza que por oleadas se apoderaba de él desde aquella semana en que Renato le cortara y echara las cartas sobre la mesa, de pronto Eduardo se sorprendió a si mismo al acercarse a su esposa hasta casi tocar con los labios el aretillo que pendía de una de sus orejas y decirle:  Termina tu trago Mamita…  Y si alguien te invita uno nuevo, dile que puede sentarse contigo.  Que no crees que tu marido se ofenda con él ni contigo si regresa y lo encuentra susurrando a tu oído toda clase de proposiciones que intenten para hacerte caer.

Apartándose enseguida de ella tras soltar en su oído tan incendiarias palabras y suposiciones, por su parte la sorprendida Annita afrontó el inesperado bombazo que la cimbró por completo sin saber que hacer o decir con coherencia.

‑Eduardo… Qué cosas me dices…‑  Cuestionó ella antes de que él se apartara. – Tú sólo ve a dónde vas, pero no te olvides de venir a rescatar a tu esposa antes de que otra cosa suceda.

Finiquitó ella un tanto insegura del efecto que sus palabras pudieran causar o dar a entender a su esposo cuando él la dejó.

* * *

‑“Si algún otro cabrón viene a pedirte o hacer que le prestes las nalgas en nuestro aniversario, Tú ya sabes Putita… Tú sólo ponte flojita, coopera y disfruta Mamita”… ‑ Mezcla de ansias, corruptas, morbo culposo y embriagadores celos llenos de remordimiento por estar prestándose a perpetrar semejante charada en la que se ponía tanto en juego esa misma noche, con aquella maldición que acabó mascullando para sí entre dientes Eduardo cuando procurando no volver la vista a mirar la incitante belleza de su mujer profirió aquella indecente e insana condena, con la que buscó aliviar algo de la tensión que experimentaba en esos instantes.

Aquella no había sido ni la primera ni la única vez  en que Eduardo de repente le trajera a la escena aquel tipo de comentarios o especie de sugerencias; ni mucho menos de un tiempo a la fecha, en que aquel  posible camino en que de una u otra manera ella acababa siendo arrojada a los brazos de otro, venía a aparecer en sus pláticas. – Inquieta y conmovida hasta lo profundo, Anna desde el momento en que lo escuchó y sin poder apartar de su trastocado cerebro ahora esa insistente posibilidad al verlo perderse entre la demás gente, quedó pensativa sumida su propio marasmo de ideas.

¡¿Qué era eso que en realidad parecía estarle tanto insistiendo Eduardo?!... ‑ Pensó para sí.

¡¿Sería acaso verdad que era “de esos”?!‑ Se precipitó a conjeturar recordando los títulos de algunos de los cuentos que de modo persistente había encontrado entre los archivos de sus dispositivos durante ya algún tiempo cada que ella echaba un ojo a su Kindle?!.

Temas como maridos siendo engañados por sus mujeres, o aceptando que casi, como si aquello fuese lo más natural y sencillo de ser aceptado y correcto, ellas flirtearan o se vistieran provocativas para asistir a reuniones donde con inusitada frecuencia,  y casi siempre  a cambio de obtener algún beneficio en el escalafón de la empresa o concesión de un simple contrato, los clientes o compañeros de las oficinas interesados en ellas las sacarían a bailar para después proponerles romances o simples enredos ilícitos en los que terminaban cometiendo adulterio con los jefes o superiores de estos.    Recordaba y tenía siempre presente la principal temática que con gran claridad sugerían las portadas tanto como los contenidos y párrafos que Eduardo parecía haber marcado con mayor interés.

Sin haberle hecho mayor comentario Anna a Eduardo cuando descubrió su secreto guardado, recordó en ese momento como entre las líneas que detallaba una escena de aquellos textos, con sorpresa encontró resaltado un fragmento que relataba una situación muy similar a una vivida por ellos en alguna ocasión en que atendieron a una fiesta en la que habiéndose ausentado su esposo por unos minutos, ella terminó siendo abordada por el importante director de un Banco para el cual trabajaba en ese entonces Eduardo.     De tal modo Annita se sintió sobrepasada por la presencia e interés de aquel hombre hacia ella, que no sabía que decirle ante el aventurado flirteo que éste usaba en su afán de ligarla, que tampoco se atrevió a negarse a darle el dato de su teléfono personal cuando él lo pidió.

Y de manera fugaz, en esos instantes que se hallaba ahora sola en el bar, como fue que se sintió todavía más abrumada y por demás confundida en tal ocasión cuando sin decírselo ni advertirle de nada a aquel hombre que la abordó en la fiesta, de reojo y por detrás del sujeto, con disimulo descubrió que su esposo había vuelto de donde se hubiera encontrado hasta ese momento, pero así como ella, pretendiendo guardar el decoro de su marido, aparentando no haber percibido la presencia de éste parado allí observándolo todo con detenimiento, y en vez de mostrar el aplomo esperado para acercarse hacia ellos y plantarse ante aquel decidido hombretón para impedirle la continuación de cualquier otro avance que pudiera haber llegado a intentar hacia ella, con sorpresa notó como él parecía preferir quedarse clavado en el punto esperando a ver que más sucedía.

Y allí – sin que Anna nunca lo supiera todavía de manera más clara hasta aquella misma noche de su Aniversario‑, fue que de una vez y por todas, en esa otra tal ocasión de la fiesta, parado en aquel umbroso y casi intransitado pasillo en el que sin atreverse a intervenir de otro modo posible, Eduardo descubrió que le gustaba tal situación, cuando maravillado ante las profundas emociones que sus ojos traían a su mente al estar viendo como su cuasi indefensa media naranja estaba siendo acosada por aquel superior hombre del que dependían la mayor fuente de sus ingresos.

Y es que pese a haber alcanzado a ver parte de la pusilánime actitud de su esposo en dichos momentos, Anna  nunca podría haber sabido la ingente cantidad de atormentadas congojas e ideas que al trastornado cerebro de él si vinieron en sucesión.    Así como las conmovedoras impresiones se sucedieron en la atiborrada cabeza de Eduardo al ritmo que el pulso de su corazón se aceleraba de modo frenético, cuando sin que ella aun lo hubiera descubierto mirándolos, por una parte también le inundo un tsunami de celos que de pronto se revolvieron dentro de sí al ver a aquel hombre tomar una servilleta de sobre la mesa y junto con su tarjeta de presentación personal, extenderle una pluma a su esposa para que anotara algo con esta sobre el papel.  – Caso al que resultando también algo que se pudiese suponer inocente e inocuo, conllevaba también cierto grado de quebranto por parte de ella, al notar el sorprendido marido la buena disposición y sonrisa con que gustosa su esposa pareció concederle el dato pedido a Samuel para que lo guardara poco después en su saco junto con su pluma, al tiempo en que por su lado ella misma  se dispuso a conservar en su bolso de mano la tarjetita concedida por él.

Aquel sería el primer ataque de celos confusos que sufriera el esposo, parte movido por ansias puras de no quererse sentir excluido ni engañado por su lindísima esposa o puesto en evidencia por ella ante el aprovechado hombre, y burlado por éste. Aunque a la vez, movido por una desconocida emoción el verlos juntos interactuando de dichas maneras, causó un súbito impacto en él que lo dejó idiotizado hasta el momento en que luego de acercarse el Director de aquel Banco  hacia su esposa con la intención de susurrarle algunas cosas en su orejita de dama casada, el hechizante encanto de aquella sórdida escena rompió por completo en un santiamén, cuando en un exceso de confianza, y apresurando las cosas más allá de lo conveniente, Éste acercó demasiado su cuerpo al de ella y bajando la mano del talle de Anna, fue a buscar con la misma la curva de una de sus nalgas redondas con la intención de apoderarse de ésta.

Error o movimiento demasiado apresurado por parte de aquél, tal avance ocasionó que en ese preciso momento, y alterada ante el atrevimiento Anna le barriera la mano para apartarla de su derriere,  pero al menos el mal en la conciencia de Eduardo ya había quedado guardado y marcado con alguna especie de tinta que de manera indeleble permanecería transitando entre sus neuronas y surgiendo a su encuentro con muy relativa frecuencia hasta que sucediera lo de aquel error con las cuentas y posterior encuentro con Renato.      ‑ Fecha en que tomó un derrotero distinto e inexorable, que pronto se precipitaría.

Así, con todo, en aquella ocasión de la fiesta descubrió que era un mirón, con los libros y relatos del internet, se percató de que quizás no fuera  ya el único hombre sobre la tierra con tales gustos, y a querer o no, un fatídico error de trabajo lo había hecho caer en lo que con suma seguridad pronto lo podría convertir en una conjunción de ambas posibilidades.  ‑ ¡Un Simple Marido Cabrón, Cornudo y Mirón!.

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Aniversario.  -con  Luna  Llena-  ( Un Secreto de a Dos ) ®
GO  Trigers,  Ludo  Mentis© 

Cap.1°. 2a Pte.-Momentos (¿Todas las parejas tienen algo que Ocultar?) ®
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Allí estaba Anna, sola en la barra tomando su trago, una vez más llena de todas aquellas dudas que en realidad sólo seguían siéndolo un poco porque entre ella y Eduardo a veces funcionaban mejor los secretos a medias, que salir a pasear a la mona indiscreta, aun cuando para ella dichas dudas, con el tiempo y de a poco se habían ido convirtiendo en certezas de las que pronto tendrían que sacarse ya en definitivo a la luz o dejar de jugar para siempre con éstas.
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6 comentarios:

  1. eXcelente tu trabajo Ludo, genial descripción de toda escena, saludos!

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  2. Hola querido, siempre escojo algún párrafo, pero esta vez no puedo, todo el relato esta maravilloso, no podría, me encanto todo.

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  3. Hola como estas? q rico! lo leii todo eee!

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  4. Hola, que lindo leerte este año, me da mucho gusto ver que dándonos tantas emociones de nuevo, es un delicioso relato

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  5. Gracias señor, que relato tan delicioso, no puedo evitar sentirme identificada con ella, sintiendo esas emociones y esas prendas tan sensuales que describe

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