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jueves, 12 de septiembre de 2013

Secretos y Memorias de Una Madre



NOTA: Para quien quiera leerlo, Aviso que el presente fragmento ya fue actualizado en su totalidad el día 18 de Septiembre del 2013

Federico , Magoes, Luis  y los demás:

Especialmente tú, Magoes, que me dices que el fin de semana te pusiste a re leer lo de la Madre en el Tren.

Les recomendaría que en vez de buscar en otro lado la versión anterior existente de este título,  mejor le echaran una leída a esta nueva puesta en escena que como paso previo a lo que tengo planeado escribir al unir o entrelazar ambas historias, estoy realizando al revisar  lo antes escrito en el mismo relato.

Aquí, a continuación les posteo la nueva versión que ire completando en esta misma entrada para quien quiera leerla antes de lanzarse a leer, el subsecuente proyecto de Asuntos de Interés y Negocios.

Ludo con teclado sin H.







Secretos y Memorias de una Madre
( Aquella noche en el Tren )
Adaptación De Ludo Mentis a la versión anterior de Roger Bbit y  G.O. Tigers .

¿Que como llegué a esta situación?.    Realmente no lo sé., quizás como la mayoría de nosotros que desde niños pasamos por etapas o escenas similares, y – tal cual planteaba Kant en sus pensamientos acerca de la constante búsqueda de la satisfacción del placer –, como humanos, a lo largo de la vida vamos tomando en cada experiencia lo que nos agrada o produce algún tipo de gozo o placer, sin ser requisito comprender motivo alguno del mismo, o a donde nos podrá conducir en el futuro dicha emoción o experiencia.

Recuerdo claramente cómo yendo yo confortablemente recostado en la cama superior del pulman, que junto con mi hermano menor de casi dos años, ocupaba en aquel camarote, dirigiéndonos a través del serpenteante camino trazado por las inagotables vías que conducían el somnoliento camino del tren en que habiendo abordado aquella misma tarde en compañía de mi madre, viajábamos desde la Ciudad Capital con rumbo al norte de mi País para ir a ver mi padre, a quien no habíamos visto por  más de dos o tres meses.

Empero no logro ubicar el año exacto ni el porqué de las circunstancias, si no mal recuerdo, esto ocurría a mediados, finales de los sesentas o inicios de los setentas. Y a mi cabeza parece venir la noción de que luego de algún distanciamiento entre ellos, mi  padre, que se encontraba en dichos momentos asignado a la misión de supervisar y detectar cualquier tipo de actos ilícitos o abusos que allí se cometiera por los aduaneros de uno de los puestos fronterizos que colindaban con una de las naciones más ricas del planeta.

Mi hermanito menor con quien compartía yo el camastro superior había caído mucho antes que yo, y aunque no recuerdo claramente si quizás fue debido a alguna inquietud de él en sus sueños, que me hubiera dado algún golpe al dormir, o si el movimiento mismo del tren al avanzar meciéndose sobre las vías, tal vez hubiera sido la causa que me despertara.,  pero el caso es que al ir abriendo los ojos, entre adormilado e inquieto descubrí que la tenue luz de la lamparita del compartimiento inferior donde mi madre debería de encontrarse durmiendo, aun se encontraba encendida.  Así presintiendo que como ya había ocurrido antes al verla yo en estado de aflicción por algo que le parecía preocuparle luego de la partida de mi papá hacía aquella ciudad en la que lo visitaríamos, pudiera ella encontrarse mortificada de nuevo por alguna de esas causas de las que no quería hacerme participe, y en un afán infantil de esos que se tienen espontáneamente cuando se es aún algo inocente y pretende de alguna manera reconfortar a un adulto., ya me disponía yo a decirle algo a ella sobre lo emocionados que debíamos de estar los tres que en aquel camarote privado íbamos al encuentro de mi padre,  cuando de pronto al escuchar algunos murmullos y gimoteos proviniendo de la parte baja de mi cama, en vez de hablar, contuve casi por completo la respiración para que ni el sonido de mi aliento escapara siquiera.

En verdad que aunque al principio me confundieron, y a ciencia cierta no sabía lo que bien podrían significar en aquel lugar aquellos gimoteos, que ya anteriormente vagamente alcanzara a haber escuchado en casa proviniendo de la garganta de mi madre alguna noche antes de que transfirieran a mi padre, cuando insospechadamente para ellos, mientras que sin delatar de mi presencia, por sed o algún mal sueño que me había hecho pararme de la cama para solicitar su ayuda o que me reconfortaran de alguna pesadilla, había quedado plantado justo afuera de la habitación conyugal en la que hasta hacía pocos meses atrás yo suponía que las padres de uno tan sólo dormían.

Lenta y sigilosamente como ya alguna vez había tenido que hacer al no querer perturbarlos o ser sorprendido por ellos intentando saber que era lo que hacían que parecía ser más importante que estar al pendiente de mí o de mi hermano., al acercarme a mirar furtivamente por la más breve y angosta apertura de la puerta que hubiera podido quedar a disposición de mis ojos u oídos, recuerdo aún como, sin dejar que me descubrieran mientras que en la penumbra yo intentaba distinguir lo que pudiera ocurrir dentro de su habitación., así, tal fue la forma como de poco a poco, movido por el apremio de la cercanía de aquella ocasión e intrigado por descubrir el motivo de aquellos sonidos que aparentemente ahora mi madre hallándose sola no podía contener dentro de sí, me giré hasta que dentro de mi campo visual apareció la imagen que se reflejaba sobre uno de los espejos que, con la finalidad de hacer lucir un poco más amplio nuestro  gabinete, se habían colocado en una de sus paredes.    Cuando por primera vez - y supongo yo- que quizás de manera definitiva y con mayor intensidad en mi vida., de pronto todas aquellas películas o aventuras de los santos encapuchados y con capa,  definitivamente pasaron a ser segundo o tercer  término de mi existencia. 

Casi puedo recordar como si fuera ayer aquel súbito golpe que recorrió todo mi cuerpo y la sensación de mis ojos a punto de saltar fuera de sus cuencas oculares al abrirlos por completo ante el shock y la sorpresa de lo que con aquella luz, alcancé a observar de primer golpe.

Aquella hermosa mujer, madre de dos criaturas, a quien concebía solo como afectuoso guardián de sus hijos y devota esposa de mi padre a quien únicamente en el plano de su mundo de adultos hubiera yo podido relacionar de alguna manera con mi papá o tal vez alguno de mis tíos o maestros con los que laboraba dedicada a enseñar a los niños. 

Debería ella de tener a lo mucho 34 o 36 años., no más. Aquella cabellera que con sus sedosos tonos rojizos tanto la hacía notar entre la gente y mis propios compañeros del colegio que comentaban lo bella que siempre lucía.  Con sus ojos color verde claro, que resaltaban aún más con aquel intenso color rojo rubí de su lápiz labial que siempre usaba para cubrir sus encantadores labios cuando iba a recogerme a la salida de la escuela.  Y aquella imponente figura de mujer de aquella época, no de lo que ahora es el estereotipo de persona saludable, cada vez más escurrida y similar entre hombres y mujeres.

No., por el contrario yo recuerdo aún su imponente figura de mujer, -digamos, jugosa-.  Piernas firmes, muslos torneados por la naturaleza, que sin llegar a la obesidad en forma alguna, resultaban gruesos y bellos compinches del par de amplios glúteos en forma de elipse que ella portaba, dignos de aquellas contundentes caderas que siempre parecían estar a punto de reventar las costuras de sus pulcros, aunque no por ello, menos sugerentes vestidos o trajes sastre que a la moda siempre usaba para cubrir con decoro la  vastedad de su lindo cuerpo de profesora, señora casada madre de dos hijos,  y aquel inquietante palmito de poco mas del metro sesenta y cinco centímetros de altura, que con la opulencia de sus pechos altivos, que siendo quizás un poco más crecidos de lo apropiado para una mujer de su alzada, aparte de sobresalientes, podrían incluso haber resultado hasta grandes para su no muy discreta anatomía., misma que según pude constatar en más de una sola ocasión al ir tomado de su mano al caminar por la calle, ocasionaba que más de un solo hombre al verla pasar volteara la cabeza a su paso para contemplarla con aquellas extrañas miradas que hasta poco más tarde yo descubrí que eran no otras si no las del más auténtico y genuino deseo por ella.

Habiendo ella sido educada por mi abuela, una recia mujer de esas, que sacan la cara por toda nuestra América Latina, y quien se las vio negras para mantener a flote a sus hijos cuando faltó su marido y una pariente luego se adueñara de todas las posesiones de la novel viuda , no fue si no hasta que conoció a mi padre y este se le declaró en matrimonio que, —según me había dicho—, ella dio su primer beso., pues de otra manera habría sido mal vista y seguramente hasta echada de la casa por su madre.

Ella y mi padre se casaron al poco tiempo después., siendo, según siempre he entendido, ella aún virgen cuando llegara al altar toda vestida con la nívea pureza de aquel  vestido blanco que usara para su boda y las fotos que aun existen del día en que se casara con mi padre, quien por su parte, y haciendo uso de las costumbres, y tal como sucede con otros tantos hombres a la usanza latina, aquello simplemente no les era requisito alguno, si no incluso hasta mal visto por otros que no se fogueara con alguna suripanta de las que siempre había disponibles en este país tan “eternamente” post revolucionario.   Pues incluso recuerdo como - sin animo de ponerme a juzgarlo ahora-, en aquel entonces para mi padre aquella cuestión de la fidelidad era meramente algo para leerse en los cuentos e historias románticas, mientras que para ella, entendía yo hasta esos momentos - serle fiel simplemente era una razón más del matrimonio, así como tener hijos para él y con él.   

El adulterio era pues, en sí, el peor de los pecados que una mujer podría cometer en contra de Dios y mucho más inminentemente en contra de su marido. —  O al menos eso decían —., pues la esposa abnegada debía de ser tolerante, a toda prueba leal, amante dechado de virtudes y buenas costumbres, que sin importar el tamaño de las canalladas, deslealtades y orgasmos negados que sufriera a manos del que la había desposado, por la familia, los hijos y los conocidos de ellas y otras, permanecer frígida hasta la tumba, si era que eso le había mandado a su vida “El Buen Señor”.

Y era creo yo, que por todo aquel bagaje de información que, para mí entonces aún muy corta edad, al simplemente voltear a descubrir lo que ocurría en la parte inferior del compartimiento, salía por completo de lo que yo jamás hubiera siquiera pensado posible soñar o imaginar sin remordimientos.     Mi Madre yacía recostada sobre sus espaldas casi totalmente desnuda de no ser la sola excepción de su ancho y robusto portaligas de color claro que a modo de cinturón ciñéndose a su cintura, era la única prenda que en ese momento todavía permanecía ajustada alrededor de su cuerpo, encargándose de mantener en su sitio las medias oscuras que, junto con sus elegantes zapatos de tacón y aquel llamativo aderezo de perlas que rodeando su delicado cuello, junto con un brazalete que en juego del mismo, mi padre le regalara en su aniversario anterior, y que –supongo yo–,  ella llevaba consigo queriendo lucir para él cuando lo encontráramos a la mañana siguiente, y aún llevaba ella puestos aquella noche.   

Y allí estaba la súbita visión de sus largas piernas cubiertas de nylon., separadas y abiertas casi del todo, cual patas de un compás hecho con carne, que a más no poder permanecían extendidas y sin la menor posibilidad de cerrarlas en tanto que el sujeto que se encontraba acomodado entre las mismas no se apartara de encima del cuerpo de mi madre. 

En el espejo aparecía el reflejo de aquel hombre sumido entre los adorables  muslos casados de mi madre y que hasta donde sabía yo, después de ella, únicamente pertenecían a mi padre  Más, no obstante la anterior consideración, se encontraba el tipo ese no meramente profanando la santidad del matrimonio y nuestra familia, sino que para colmo al observar un poco más , descubrí que no solamente él hacía algo inapropiado de hacérsele a una mujer casada sino que además de esto, arremetiendo con todas sus ganas encajaba hasta el fondo del cuerpo de mi madre el instrumento masculino más descomunalmente grande y regordete que hubiera yo visto hasta ese momento.

Lanzándose hasta el fondo, y justo al centro debajo de aquella casi sagrada e hispida mata de rizados vellos, con sucesivas embestidas que a cada vez aumentaban en intensidad, él hacia penetrar su oscura estaca de garañón dentro de la intimidad de mi madre, cuyos estirados labios femeninos que entregados a esta se abrían para rodearla y aceptarla cada vez más completa en su ser, gozando cada centímetro que él ponía a su  disposición empalándola por completo alrededor de su enardecida tranca.  Quedando ante mi azorada visión, la obscena vista que reflejándose sobre el espejo llegaba a mis ojos que con sorpresa y morbo profundo observaban el modo en que entre los robustos muslos del moreno ese colgaban los oscuros testículos que a cada embestida que daba en contra de su objetivo, estos se agitaban golpeando la trémula carne de los muslos abiertos de mi mamá, o agitándose con el golpeteo erráticamente iban a dar hacia la entrepierna de ella o chocar e ir a aplastarse contra la suave porción sus glúteos maduros y blancos de señora casada.

Su miembro en verdad era inmenso y fácilmente hubiera hecho ver pequeño, si no es que casi insuficiente al de mi padre., y yo, aunque me lo hubiere propuesto, no podía dejar de mirar aquella escena que inesperadamente se había planteado frente a  mis ojos.  Simplemente no alcanzaba a creer o entender lo que estaba yo observando; para mí, contrastar aquella imagen contra las palabras de mi madre y recordarla rezando durante alguna de aquellas misas dominicales a las que me hacía asistir para acompañarla, era tanto como notar la casi estridente contraposición del blanco y tierno cutis de mi madre contra la intensidad de la oscura piel de aquel mulato que pese a su condición, sin más tomaba posesión de algo que por derecho no podía, o debería él jamás haber soñado llegar a tocar, ni mucho menos siquiera, con poseer.

Habiendo escuchado yo tantas veces, tanto a mi padre como a ella misma respecto a la “gente morena” que escasamente vivía en algunas regiones de nuestro país, y habitualmente sólo veíamos en la televisión, alguno que otro deportista o cantante de los Estados Unidos de Norteamérica o alguna isla caribeña, y dirigirse a ellos como simplemente feos y apestosos en la mayoría de las veces, o “negritos simpáticos” en el mejor de los casos. 

Llamándolos a todos por igual “morenos”, y frecuentemente, vagos buenos para nada, según recordaba había oído a alguien referirse hacia ellos de manera francamente peyorativa y clasista. Ahora simplemente aquellas palabras lejos de carecer ya de ningún significado., todas se volvían en contra de ellos y de mí mismo al estar yo en aquel instante en aquel sitio donde — sin mi querida madre suponerlo siquiera en esos momentos—, me encontraba yo atento de cómo ella , una linda mujer blanca,  de buena familia que había asistido a los mejores colegios, casada y madre de dos niños., sin más se entregaba por completo al placer que otro hombre, y aparte de “moreno”, también mucho más joven que mi padre le estaba prodigando.  Llenando por completo aquella feminidad con su larga y sumamente gruesa e imponente erección de macho moreno.

Copulándola ferozmente con aquellas poderosas embestidas que la hacían gemir de placer, mientras que en su propia agitación, de entre el monótono ruido que acompañaba el suave vaivén de nuestro camarote, aparte del sonido de los besos, balbuceos y más besos que mi linda creadora le daba a la oscura boca de aquel hombre, alcancé a escucharla como musitaba y pedía que nunca parara de fornicarla, al tiempo que quizás sin darse cuenta ya de ello, cada vez que él se replegaba para tomar un nuevo impulso que clavara su estaca de ébano contra el centro del ser de mi madre., sin dejar escapar de los amorosos pétalos de su feminidad aquel aguijón, al dejar caer la hechizante redondez de los hemisferios de sus posaderas sobre el camastro donde ella hacía descender su cuerpo hacia el colchón del camastro hasta quedar ensartada únicamente con la cabeza de aquella gruesa columna de recia carne de macho invadiendo su empapada hendidura, cuando meciendo sus amplias caderas de fértil señora madura se agitaba para él de un lado hacia el otro, antes de ir a buscar una nueva embestida que llegaba a su cuerpo al alzar nuevamente su pelvis y encontrarse a medio camino con la tosca puya, que sin haber abandonado nunca su femenina hendidura, arremetía en contra de ella con el ahínco que el dueño de esta quisiera imprimir en ese preciso momento para poseerla hasta el último centímetro de su persona.


¿Cuánto tiempo llevaría ella entregándose a él de esa manera antes de que yo despertara?, simplemente no lo sabré nunca.   Pero desde del momento en que los descubrí, mi madre parecía encontrarse en un estado de éxtasis que sin importar ya nada de lo que la rodeara la tenía disfrutando aquel oscuro instrumento, que propinándole la más tremenda cogida que quizás ella hubiera sentido hasta aquel día, continuaba abusando y gozando de su anatomía de señora casada.,  cuando de pronto, al escuchar el ruido que hacía el inodoro del camarote evacuando el agua, de manera casi simultánea al instante en que percibí aquel ruido, traté de volver a simular encontrarme totalmente dormido, dejando casi de respirar dado mi temor a ser descubierto. Percatándome hasta esos breves e intensos momentos del estado en que la impactante había conseguido ponerme sin poder evitar que aparte del miedo que experimentaba ante la posibilidad de llegar  a ser descubierto en semejante circunstancia de inopinado mirón mientras que por otro lado que mi cuerpo pareciera tremolar inconteniblemente ante la palpitante sensación que me hacía sentir como sí cada milímetro de mi piel se erizará.

No obstante mis peores temores nada pasó, y mi estado de lucidez no fue descubierto, por lo que en cuanto hube percibido que no sucedía lo peor que para mí en ese momento podría haber ocurrido, después de algunos segundos en los que me limité a seguir escuchando con toda atención, llegando hasta mis oídos el incesante sonido de las metálicas ruedas de acero pasando sobre la continua unión de la vías, por sobre los ruidos del exterior, y ardorosos gemidos provenientes del interior, de alguna parte que no conseguí precisar muy claramente en principio vino una voz.

—Pero si mira nada más que rico coge la puta señora…   Parece que no va a dejar de venirse con tu camote metido hasta el fondo y que también tú le des toda su leche…

—Por eso yo les decía que aunque al principio les dijera que no., , seguro se vía que a la nalgona ésta iba a gustarle. —  Alertado, y con las orejas ardiéndome luego de escuchar tan soeces comentarios lanzados en contra la mujer que me diera toda la vida, me contuve de abrir los ojos, cuando para complicarme todavía más mis enredos mentales, ahora no encajaban en mí, ni el tono, ni lo que entendí que con aquellas palabras daba a entender una segunda voz que habló sumándose a la primera.



Oyéndolos  contuve aún mi deseo por abrir los ojos, y así poder enterarme con mayor claridad o identificar al sujeto  que sin que mi madre objetara que se refiriera a su persona como solo eso. “Una Nalgona”. 

¿Quién dijera que la muy puta cabrona es toda una señora casada y con hijos?...—  Sin saber nunca lo que mi madre haya podido pensar o sentir al tener que tolerar que ellos usaran tales maneras para dirigirse hacia su persona, a mí comenzó a parecerme insultante escucharlos hablar de forma tan ruin, por lo que habiendo pasado el temor inicial mi cabeza se complicó un poco más al darme cuenta que ella no era capaz de alegarles o amonestarlos cuando tan claramente la injuriaban sin que ella se atreviera  negar que mí padre tuviera por esposa y madre de sus dos hijos, a una mujer a la que otros osaban llamar “Una puta señora”., Pero aún y con todo, luego de unos instantes de atribulare con tal pensamiento, me calmé lo suficiente para apenas si abrir ligeramente los párpados, y mirando entre mis pestañas descubrir la figura de otro joven de color incluso más oscuro y profundo que el de la piel del que se encontraba gozando entre las piernas de mi madre.

A excepción de sus calcetines blancos, este otro se encontraba totalmente desnudo y - según alcancé a ver- totalmente preparado para entrar en combate al lado de su compañero,  en contra de la hasta ese día— para mí—, distinguida y bien portada esposa de mi padre. 

Un enorme pene que al menos en aspecto para nada sucumbía en poderío ante el de su amigo., apareció reluciente y lustroso, como si aunque limpio, se encontrara empapado con alguna sustancia que lo cubría mientras comenzaba ya a erguirse al frente del cuerpo de su entusiasmado dueño que permanecía de pie parado al lado de la puerta del sanitario, en tanto que aparentemente divertido ante el hallazgo del cual derivaban sus comentarios, por el momento éste únicamente se limitaba a ver la escena que se presentaba justo debajo de mí y seguramente esperaba su turno de estar con aquella angelical damisela que sin importar su condición de mujer desposada había decidido a entregárseles, regalándoles la clandestina licencia de poder abusar de sus encantos de señora madura dejándolo acomodársele entre sus piernas, de la forma como solamente con sus esposos consideraba yo que era debido que las mujeres casadas hicieran, ni mucho menos fuera correcto que mi madre concediera a ningún otro hombre el prohibido placer de hacer uso de ella y dejarlo empalmar al suyo su cuerpo de la forma en que se suponía que sólo marido y mujer deberían de poder entrar en contacto.

—“Sí, estás bien sabrosa y me lo aprietas muy rico mamita”… — Nunca he podido olvidar las palabras que proviniendo del nivel inferior surgieron de una voz carrasposa que enseguida como un triunfo comentó con lujuria: —  “Si te gustaron sus tetas, ya verás lo apretadito que está su hoyito aquí abajo… Casi no ha dejado de mojarme todo mi palo con su conejito peludo desde que comencé a metérsela, y eso que me la dejaste ya a medias usada y caliente…

Continuó la andanada de sexo y bajezas que aquel profería cuando noté que el otro sujeto al que alcanzaba yo a ver únicamente concentraba su mirada en la acción y el cuerpo del que  pronto tomaría posesión, y pude relajarme un poco más antes de aventurarme nuevamente a mirar hacia abajo, para descubrir más que parcialmente caídos o acomodados sobre la maleta de mi madre, quizás meramente amontonados en el piso del compartimiento, la blanca tela del traje del último sujeto a quien había yo visto desnudarse, revuelto con los pantalones oscuros y polainas de las botas de los sujetos, y sobre la maleta en cuestión, lo que parecían ser un par de kepís de distinto color tirados encima de sendas chaquetas también de distintos colores.  Y poco más cerca de la litera, casi fuera de mi alcance visual aparecía el vestido que mi madre había estado usando aquella tarde durante la cena que tuvimos en el vagón comedor.

Junto al mismo aventado en el suelo se hallaban ante mi vista las prendas íntimas de las cuales había sido ya despojada por aquellos sujetos antes de que yo me enterara o pudiera hacer algo para recordarle aquella fidelidad de la que tanto me hablaba o en ocasiones la había yo escuchado presumir ante sus amistades., justo al lado de tan nebulosas visiones e ideas de buenos principios morales y vulneradas palabras, que comenzaron  desvanecerse de mi conciencia al seguir cayendo en cuenta de la verdadera inmensidad de lo que sucedía entre mi madre y aquellos sujetos que sin más pisoteaban de una vez para siempre algo más que ese vestido floreado y mis  ilusiones de niño confiado e inocente.

Volviendo nuevamente la vista hacia donde se encontraban aventadas casi sobre el piso las vestimentas de aquellos hombres, al observar nuevamente con mayor detenimiento y descubrir algunas placas que supuse que eran condecoraciones debidas a la osadía demostrada en alguna batalla o tal vez  la disciplina y mansedumbre  mostrada ante sus superiores., fue cuando de pronto caí en cuenta de la identidad de al menos uno de los invitados con quien mi mamá se hallaba en esos momentos en tan comprometedora situación dentro de nuestro camarote., y que no era otro sino uno de aquel par de hombres, ante los cuales, y dada la falta de espacio y sobre cupo que el tren presentaba. Más por sus buenas costumbres y trato por demás generoso y correcto que por alguna otra cosa, sin mostrarse especialmente contenta por haber tenido que compartir con ellos, ella aceptó que sentaran a nuestra mesa durante el servicio de los alimentos.

Teniendo que sentarnos a comer con aquellos “morenitos” como amablemente les llamara en ese momento mi madre.

Según las pocas palabras que recuerdo haber visto u oído a ella cruzado con ellos por cortesía durante la comida, ambos acababan de completar su adiestramiento en la Base Central de la Secretaría de Marina que se encontraba en la misma ciudad donde vivíamos y habían tomado el tren para integrarse a la zona naval que les había sido asignada y que resultaba encontrase muy cercana al puesto fronterizo donde mi padre se encontraba prestando sus servicios de supervisión.

Y algo también habían mencionado respecto a estar encerrados durante mas de tres meses sin probar bocado alguno que les calmara el hambre y no haber tenido siquiera tenido tiempo para poder relajarse y salir a celebrar el fin del curso en compañía de sus novias antes de recibir de sus superiores en el mismo plantel las instrucciones para integrarse a sus unidades en aquel puerto al norte del país.   Sin embargo, lo que yo no podía en aquel insólito momento comprender, era como mi querida madre había cambiado tan abruptamente su parecer, pasando —además de todo—, de distinguida y fina dama que bajo cualquier circunstancia rechazaría a unos humildes “nacos”,  a convertirse en la mujer que ahora veía yo en aquella situación entregando su  exquisito cuerpo a semejantes personajes.   Transformándose ante mis propios ojos, y en un santiamén, de adorable  e intachable mujer abnegada, profesora madre de dos hijos y respetuosa esposa de mi padre, para convertirse en un solo golpe, en una de esas mujeres de las que tanto la había yo escuchado hablar y criticar en formas severas.  —“Una cualquiera”, o en casos como el suyo, “Una adultera que engañaba a su marido con el primer “Juan” que le salía al paso”.  — Según recuerdo que era la frase que empleaba ella al mencionarlas con sus amigas.

Aunque con el correr de los años supongo que pude excusar aquel u otro desliz que ella pudiera haber tenido con estos o algunos otros hombres debido a su propia naturaleza y en el caso muy concreto de que se trataba, a la falta que le hacía desde hacía algunos meses atrás pasar al lado de mi padre lo que actualmente  llamaríamos “tiempo de calidad”., aun cuando no puedo siquiera imaginar que para esas alturas de su estancia en aquel lugar, mi padre no hubiera ya buscado por su lado alguna emoción que le hiciera menos pesada su estancia alejada de nosotros y de  nuestra madre.   Mientras, por el otro lado, no siendo ya en aquellos entonces tan inocente, bien podría yo imaginar que aquella abstinencia de caricias a las que mi madre se había visto sujeta, como por su parte la de aquellos dos tipos a quienes también se les había negado todo contacto con alguna mujer y mucho menos una tan agraciada como lo era ella, sin duda convertiría a aquella noche en lo que sin duda resultaría todo un carnaval de ansiedad y placeres.

Al parecer cuando terminamos nuestra cena, estos nos siguieron a lo largo de los vagones del tren hasta  poder tomar nota y vernos entrar a nuestro camarote, reparando de esa manera en el número que indicaba la puerta del que usaríamos para pasar la noche.  Y tras despedirse de nosotros, y particularmente más de mi madre que de mí o mi pequeño hermanito, se excusaron para dirigirse hacia la sección de pasajeros de segunda clase, donde pretendían fumar algún cigarrillo sin molestar al resto del distinguido pasaje. 

Que la exquisita presencia de mi madre les hubiera atraído, no era algo que no hubiera notado yo, máxime si en algún momento antes de encaminarnos hacia nuestro camarote, a ambos los había yo alcanzado a sorprender  ajustándose los pantalones como en alguna ocasión me había sucedido ya a mí, cuando en la televisión o alguna revista que mi padre conservaba guardadas en el fondo su buró, aparecía alguna sugerente imagen de una bella mujer en distintas fases de semidesnudés o con vestimentas demasiado provocativas.



Sin embargo, lo que en aquel insólito momento aún no podía yo comprender era como mi querida madre había cambiado tan abruptamente su parecer, pasando además de todo, de distinguida y fina dama que bajo cualquier circunstancia rechazaría a unos humildes “nacos”, a la mujer que ahora veía envuelta en aquella situación.

Cómo se sucedieron las cosas para que luego de habernos quedado dormidos allí arriba mi hermano junto conmigo, ellos volvieran y, de una u otra forma fue que ganaron su confianza a tal extremo de convencerla para que los recibiera en nuestro gabinete, simplemente es algo que yo no vi ni entendí bien.   Aun cuando, según, — y de acuerdo a lo que sin confesar nada o delatarse a sí misma, ella me comentara al día siguiente— y yo dedujera más adelante:   Al parecer la parte de la acción que yo me perdí no se inició mientras me había quedado dormido, si no más bien cuando terminamos nuestra cena y que en vez de despedirse, el oficial de la Marina junto con uno de sus compañeros nos siguieron a lo largo de los vagones del tren hasta que nos vieron entrar a nuestro camarote, notando de esa manera el número que indicaba la puerta del que usaríamos para pasar la noche y tras despedirse de nosotros, y  particularmente más de mi madre, se excusaron para dirigirse hacia el vagón fumador, donde pretendían fumar algún cigarrillo sin molestar al resto del distinguido pasaje. 

Así, tras habernos dejado en brazos de Morfeo ella había salido al pasillo a tomar un poco de aire del fresco de la noche., se encontraba admirando el paisaje nocturno, con todo y la bella luna de octubre cuando ellos regresaron por el pasillo después de terminar sus cigarrillos, y al encontrarla allí parada ya a punto de re ingresar a nuestro camarote, se detuvieron para charlar un poco con ella, pidiéndole que ya que era esa la única noche que pasarían francos, y sin haber tenido tiempo para celebrar con sus novias o ninguno de sus familias, sin querer que la noche pasara desapercibida para celebrar el logro de sus insignias, si a ella no le molestaba tener algo de conversación por un rato con ellos, les gustaría al menos brindar con alguien más por los grados obtenidos en la academia.

Motivo para lo cual, y con tal intención tenían una botella de la que habían conseguido hacerse en el comedor para bebérsela.,  –según supe–, así como de la decisión de mi madre para acceder a tan inusual petición, se debió más que otra cosa a la intención de evitar que alguno otro de los pasajeros pudiera haber llegado a sorprenderla platicando a esas horas en la puerta del camarote con dos sujetos de otra clase tan distinta a la nuestra.,  y pudiera haber pensado algo malo de ella o de nosotros., y no tanto por la cortesía de invitarlos a pasar para continuar conversando con ellos o tomar una copa del licor que ellos amablemente le ofrecían compartir con ella.

La verdad es que al paso del tiempo, poco a poco fui descubriendo que a partir de esa noche, —aun cuando ya fuera esto no solamente mal visto por meras cuestión de buenas costumbres o religión moralina, que una dama bebiera en compañía no sólo de dos completos extraños, sino que simplemente aceptara ser invitada a beber—., ocasionó que mi querida madre, quien a la postre  no sabía mucho de bebidas alcoholicas, se aficiono mucho a una bebida en especial que no era otra que la misma que estas personas le habían dado a probar.  Misma que aunque a veces cuando la tomaba en compañía de mi padre no le ocasionaba efectos semejantes a los ocasionados por la ingerida junto con aquellos dos hombres, o algunos otros de sus amigos que llegaron a frecuentar nuestra casa durante las largas ausencias que éste tenía cada que acudía a atender algún asunto y se ausentaba de la ciudad por motivos de su trabajo.     Resultando que a la fecha, al menos en mi país aquella bebida, aunque es de fácil consumo y venta,  no goza de muy buena reputación dado que frecuentemente es asociado su uso entre otras cosas además de recetas de cocina, para la elaboración de un cocktail que llega a producir cierto grado de sopor.,  o digamos más bien que se podría considerar como un potente afrodisíaco, de efectos similares aunque no tan tremendos como los del rophinol.

El caso es que sin saber a ciencia cierta lo que le hubieran podido ellos haber vertido antes de servirle, mi madre aceptó que ellos entraran y le sirvieran de aquella bebida que trajeron para celebrar., y de cualquier manera, — creo yo—.,  que aun cuando ellos no le hubieran puesto nada extra a la botella., la mera agitación que debía de estar ella experimentando ante la emoción de volver a reunirse con mi padre tras aquel tiempo de espera, podría bien haber hecho la diferencia de que el simple licor que ella ingiriera les facilitara las cosas a aquel par de bellacos oportunistas.   Ella aún después de haber tenido a mi hermano, parecía permanecer en la búsqueda de algo de la pasión perdida desde su nacimiento, teniendo al igual que muchas otras mujeres de su edad, anhelos y necesidad de sentirse amada, gustada, atraída hacia el sexo opuesto y todavía atractiva a las miradas.  Y es por eso, creo yo que quizás estos “morenos” simplemente llegaron en el momento preciso en el cual ella se encontraba más susceptible y con ganas de sentir lo que la vida además de la familia le podía ofrecer.

Simplemente era en ese momento mi madre un primor, quintaescencia de la mujer dispuesta a dejar de ser fiel.  Codiciada presea para cuanto hombre se hubiere propuesto a tentarla, y guiándola, llevarla hasta el lecho sobre el cual luego de despojarla de su decoro y pudorosas prendas, le arrancaría por completo de una vez para siempre aquella castidad e imagen de belleza madura, fidelidad y decencia femenina e íntegra. En suma, era ella el más preciado bocado para un par de aventureros como aquellos seres casi inferiores a nosotros que tan sólo buscaban saciar sus bajos instintos con quien primero se les entregara.     Una mujer para ser tomada sin reparar en las consecuencias que aquella inesperada escena pudiera traer; y que ahora  suspiraba  al mismo tiempo que su respiración se volvía cada vez más agitada conforme avanzaba la intensidad de las embestidas que su cuerpo candente recibía de aquel hombre.  

Mientras que él por su parte, además de levantar con su frenético vaivén la temperatura de nuestro reducido espacio., anunciando la victoria sobre la indefensa presa que esta noche el destino le había ofrecido para su deleite, pronto comenzó a agitarse más de lo que había venido haciendo con toda la ferocidad de su bragadura que arremetía incesantemente contra el delicado objetivo situado entre las piernas de mi madre, hasta que más bien parecían ya golpes secos como de látigos dando sobre la piel desnuda de los glúteos y muslos de su desprotegida víctima. Delatando con el sonido de estos y los involuntarios gemidos que arrancaba ahora a mi madre, no sólo ante su amigo, sino a quien además de su compañero pudiera haber estado presente en nuestro compartimiento o circunstancialmente pasado caminando por el pasillo externo del camarote.,  que aquella  espera de más de tres meses para su cuerpo, pronto llegaría a su fin

 Dando a entender claramente a ella y a quien, además de su compañero pudiera haber estado presente en nuestro compartimiento o escuchando desde los camarotes contiguos e incluso posiblemente, de manera meramente circunstancial, simplemente haber ido pasando por el pasillo externo del camarote, darse cuenta de lo que sucedía allí adentro, y que pronto aquella espera de más de tres meses para su cuerpo llegarían a su fin,., cediendo lugar al momento en que toda la juventud y reciedumbre de su preciada simiente estallaría dentro de aquella dedicada mujer ama de hogar, a quien apenas un par de horas atrás se había topado en su camino.

Aun cuando los que, –pasando, o atentos–,  escucharan todo aquel ajetreo que se sucedía dentro de nuestro compartimento de primera clase entre mi madre y aquel negro, lo que sin duda no imaginaban era que aquella mujer a la que él y su amigo estaban por fornicarse mientras durara la noche, no solamente no se hallaba allí con un hombre, sino con un par de sujetos, quienes aun a sabiendas de lo prohibido que aquel acto era para los de su clase, al hallarse ellos invadiendo  el camarote de una señora de piel blanca y casada,  a la que el par de morenos habían escogido para llevar a cabo su carnaval de placer, en el mismo cubículo en el que supuestamente ella sólo iría en compañía de sus dos hijos., esto no parecía incomodar en lo más mínimo al sudoroso hombretón, que al parecer no tenía prisa alguna más allá que la paciencia de su compañero que tampoco parecía mostrar gran apuro en esperar por su turno, disfrutando mientras el obsceno espectáculo y tomarse las cosas con calma.  

Empero, al que arremetía en esos momentos en contra de ella, por lo que se veía dicha tranquilidad y exceso de tiempo para deleitarse en el cuerpo de mi madre no le importaban, sino que más bien parecía preferir en vez de hacerle el amor lentamente, que toda aquella ansiedad acumulada dentro de su ser, se derramara cuanto antes y su oscura semilla la inundara por completo.    

Así, luego de batirse otro poco dentro de ella , con un par de profundas estocadas finales, ya no tan violentas aunque si todavía muy intensas, el moreno aquel encajó la entera extensión de su miembro dentro de la cálida abertura de mi madre, que entre sollozos y gimoteos, lo aceptó por completo al mismo tiempo en que colgándose con sus delicadas manos del cuello de éste, se atenazó firmemente de él para acercar a los gruesos labios del hombre los suyos, y buscar propinarle un  ardoroso beso que en ese momento más que de pura pasión, pareció ser un momento de entrega y rendición absoluta hacia él, que a la vez de entregarle su ser pronto se convirtió en algo semejante a un vano intento de parte de ella, con el cual intentó ahogar sus cada vez más escandalosos y plañideros gemidos que sin poder controlar sus propias reacciones ante la inexorable proximidad del más atronador orgasmo, a la fecha recuerde haber podido presenciar estallando en ella o alguna otra mujer.

Al sujetarse a su cuello en esa manera, aún entre la agitación del momento pronto captó mi atención en el espejo un discreto resplandor, que como si tuviera luz propia, y no por deberse en sí su titilante fulgor a la mera incandescencia de la única lámpara que aún permanecía encendida dentro del gabinete., se producía ocasionalmente alrededor de una de las falanges de sus finísimos dedos, alrededor de la cual, silente de forma similar a la misma en que, sin poder lograrlo del todo tampoco, para no acusar más mi presencia en aquel sitio, intentaba yo volverme casi invisible y etéreo, aunque  al mover ella sus manos como si en vez de dedos tuviera garras afianzándose sobre la sudorosa piel del sujeto, dejaba una y otra vez reflejarse ante el cristal y mi disimulada mirada la orgullosa y poco modesta luminiscencia producida por el dorado metal y fiel solitario brillante que lo coronaba como símbolo de aquellos votos de amor, pureza y lealtad que en algún momento de sus vidas se juraran mis padres al decidir unir sus vidas ante el altar.    Mismo símbolo que una vez sometido a la afrenta tanto como yo a la connivencia derivada del silencio que dada mi condición de inesperado testigo de su infidelidad, unilateralmente ya en ese momento decidiera guardar para intentar encubrir el escandaloso desliz de mi madre, y a pesar de querer con todas mis ganas a esa mujer que llevaba puesto el simbólico aro mientras entregaba su cuerpo y la usaban de tales maneras., ante mis ojos, a partir de ese momento ya solamente vería como un simple e inmerecido ornato alrededor de uno de los dedos de mi mamá.

En suma y con un solo acto, al igual que yo, aquel anillo que la anunciaba como la distinguida y digna esposa de un hombre, se había convertido en nada más que un testigo cómplice de nuestro silencio y los enormes cuernos que sin saberlo pronto crecieron en la frente de mi señor padre a partir de esa noche y esos momentos, cuando apenas unos segundos más tarde estando yo absorto en mi bucólica contemplación de la gratuita e indecente puesta en escena que mi madre se hallaba protagonizando, casi por completo siendo cubierta su encantadora figura bajo el peso de aquel vigoroso hombre al que regalaba el placer de su cuerpo y gemidos gozosos, en el instante en que de pronto alcancé a percibirlo tensando cada músculo de su anatomía, al tiempo en que por primera vez comenzaba a gruñir, o quizás más bien sea dicho, bramar como un miura embravecido que aun pese a su poderoso trapío hubiera sido herido de muerte.   

En tanto mi madre, con las piernas todavía en el aire, sin haberse atrevido siquiera por un momento a bajarlas nunca de la posición en que aquél se las acomodara.  Con los elegantes y afilados tacones apuntando hacia la cubierta inferior del camastro desde donde yo los espiaba justo al lado de mi hermano menor, mirándolos a través de las umbrosas luces que se reflejaban sobre el espejo que me había servido de casi panóptico compañero de mis visiones,  Olvidándome de quien era ella en mi vida, o quizás, aún más trastornado por el hecho de saber esto., lúbrico y extasiado de estar siendo presente en tales instantes observé cuando por fin ella probó a dejarlas caer sobre la oscura cintura del joven marino, aprisionando con todas sus fuerzas aquella figura que tanto placer le había estado prodigando, hincando incluso en más de una ocasión en él sus tacones, como si en vez de un hombre que tuviera ella entre piernas., tratándose no de mi madre, sino de una amazona a la que no importando dejar por completo extenuada su briosa montura, buscara ella exprimir de una sola vez toda la vitalidad de la que esta pudiera ser capaz antes de dejarla caer agotada y desfallecer entre sus muslos de señora ganosa.

– ¡Damelos, damelos.,  damelos todos!!...  Hazme tuya… Regálamelos…  ¡Riégame toda!...–   Una vez que logró articular palabras en vez de gemidos, esas eran las únicas frases que mi mamá repetía incesantemente al tiempo en que continuaba prendida al cuello del dichoso sujeto que la poseía., mientras que extasiada con el placer que éste le daba, ella se mantenía fustigándole con los altos tacones y contrafuerte de sus zapatos, encajando ocasionalmente en la carne de éste las puntas de aguja de estos para azuzar a la bestia morena que la ayuntaba.

– ¡Ahí te van so puta !!.,  tómalos todos para que llegues cargando otro chamaco la próxima vez que veas a tu marido... –     Eran las palabras que en respuesta le daba aquel hombre a voz en cuello, sin  importar que alguien además de su amigo pudiera escucharlo e imaginarse lo que ocurría dentro de la privacidad de nuestro camarote

– Ohhh  Ouuughhh  Oohhhsssss–sssssí, ¡siiii!... siiii ¡ohh s–siii!,  Mi  Maa–ahhh, aacho!!!...  ¡Damelos todos!, ¡empápame! y rii-e-e–ehhhg–egame  toda con tus... uuohh… Ohhhh Bonito, Paaa–a-aapi Sii, si damelos !!..   – Alcanzo aún a recordar a mi madre dando gemidos lastimeros, al tiempo que con sus viles palabras entrecortadas parecía querer alentar aún más al sujeto que junto con el placer le arrebatara algo más que su honestidad y decencia..

– Eso es mi putita señora casada, tómalos que ahí te van todos junto–ooohhhhhsss siiiii...–    Vociferó aquél al mismo tiempo en que volteando a ver al otro hombre mientras le sonreía apretando sus blancos dientes y empujaba su venenoso espolón todavía más contra el fondo del cáliz de mi madre para derramarse por completo en su interior, y luego volver a parecer que se desfallecía en un idílico trance de puro placer, pero no sin antes espetar todo jadeante:

  ...Vaya con la Zorrita que nos consiguió a mí y a mi amigo, estimado.,  que rica está y se ve más rica pidiendo que se la pique y la riegue mi cabo, con eso que le dio se está viniendo enterita alrededor de su verga., ¿no es cierto cabo?.

— Pero dígale que se apure.,  ¡que ya tengo que regresar a mi puesto!   y no quiero perder mi chance de empaparle su hoyito otra vez a la seño’  antes que alguien me llamé o se dé cuenta que en vez de estar atendiendo al pasaje estoy aquí con ustedes despachándonos a la damita y me vayan a reclamar !! —    Por fin escuché de nuevo aquella otra voz que por un momento sin dueño había vuelto hablar justo  cuando del otro lado del camarote surgió una voz un tanto macabra que después aclaró y prometió:

Les dije que no había falla, si a ésta se le nota que es toda una puta que hasta yo creo que sin que le diéramos nada le iba a gustar que se la picaran…  Ya no más yo me la cojo otra vez y si quieren se las dejo para que se diviertan con ella otro rato y si quieren les dejo también la botella para que le den otro poco y si quieren hagan cosas con ella que ni se les ocurriría o se atreverían a pedirles a sus novias que hagan…  A mí sólo me dan mis diez pesos, y ya es cosa de ustedes lo que hagan con ella.—

Aterrado ante la realidad de lo que en verdad parecía haber estado ocurriendo entre mi madre y aquellos sujetos, quise voltear a ver de quien se trataba que fuera aquella voz que por lo visto había hecho caer a mi madre en las garras de los otros dos tipos.   Pero al buscar con la vista, las luces que se colaban de fuera al ir pasando cerca de un pueblo, me dificultaron poder descubrirlo.

Aunque de todas maneras, e incluso ahora todavía más inquietado ante la perspectiva no sólo de lo ya sucedido, sino de lo que sus funestas palabras habían presagiado para mi madre en el futuro inmediato, tanto  mi afán por detenerles como de identificar al tipo que por míseros diez pesos de esos entonces había vendido la dignidad de aquella linda señora tuvo que esperar para otro momento y simplemente no me atreví a defenderla ni revelar mi estado de suma conciencia.,  y percibiendo más movimientos desde donde ahora el otro sujeto impaciente se encontraba parado., volteé de nuevo a mirarle con cuidado de no delatarme, y así abandonándola enteramente a su suerte, culposo y lleno de remordimientos volví a contemplar el justo momento en que mi extraviada progenitora, recibía dentro de su ser toda aquella explosión de esperma que el joven Marino le depositaba casi hasta el fondo de la matriz, en tanto que ella , ya totalmente abandonada a la lujuria y el placer de aquella primera y adultera copula, con la que al menos ante mí marcaría el nacimiento de una nueva mujer a la que hasta ese día nunca había anticipado llegar a conocer en tales impases tan íntimos.   Entre su agitación, moviendo frenéticamente de un lado hacia el otro su enardecida cabeza parecía querer morir de amor en ese mismo instante.   Hasta que aparentemente, y debido a su estado, sin poder recalar en las nefastas, y tan posibles consecuencias de lo que le sucedía,  finalmente buscó con sus labios aprisionar la lengua de aquel hombre para entregarle un último regalo de su persona para agradecerle tan inmenso goce que éste le daba.

Como si al entregarle aquel intenso beso quisiera volverse suya y quedar marcada para siempre como su mujer al mismo instante en que recibiendo todo aquel potente veneno creador de vida proveniente del aguijón de aquel hombre, cada nervio de su ser pareció centrarse únicamente en las proximidades de su delicada feminidad para que contrayéndose alrededor de la encendida masculinidad de forma más natural que voluntaria, parecía querer extraerle hasta la más mínima gota de la vital sustancia que le pudiera ofrecer  para su beneficio., en tanto que  daba la clara idea de querer decirle de una manera casi animal de primitiva mujer en celo que ofreciéndose al placer del macho que la quiera tener y poseer como hembra marcada de su propiedad ante los demás miembros de su especie, con sus labios pero sin mediar palabra alguna pudiera haberle querido pedirle desde lo más hondo de su ser ...“ Gózame más mi Macho...!”


Ludo_mentis@msn.com




7 comentarios:

  1. eres un poeta don ludo como el buen vino los años te han mejorado lo que no me imagino es como vas a cruzar las dos historias habra que ver magoes

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  2. Que ardiente texto, mis felicitaciones y espero saber mas de usted

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  3. ludo tienes admiradoras por monton no se que pasa que noescribes ni dibujas ni dices nada se te extraña don ludo . bien por anita k magoes

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  4. Hermoso relato, delicioso, me lo he leído y me encanto, recuerden hombres que la madre no deja de ser mujer y sentir por cada poro de su piel

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    1. Wow, y mas wow !...

      Gracias por tus finas palabras Minerva. En la sutileza del llamarlo y considerar esta pieza con el calificativo de hermoso., has salvado muchos de los propios temores que tuve al escribirlo.

      Comparto completamente esa idea de que la madre, finalmente es y siempre deberia de seguir considerándose un ente inminentemente sensual y sexual. Y que la mujer siempre ha tenido el derecho a ser gozada y gozar.

      Ludo Agradecido y Convencido

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  5. Calientisimo relato, riquisimo, seguire pasando por aqui

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    1. Gracias Jazmín :

      A mí tambipen me gustó mucho, y en particular fue un parteaguas en mi intención creativa.

      Aunque creo que "al crecer" en redacción y extensión, fue quizá un poco malentendido en su tiempo.

      Espero lo demás siga gustándote.

      Ludo Re animado

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