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martes, 10 de noviembre de 2015

Intimidades de una Privada 2a Escena - 1a - 2a Parte y Spoiler 3a Escena

Fragmento...



... ‑ con toda honestidad aún puedo decir que de tan chica que resultaba la misma‑, no pude alcanzar a discernir si la había tomado de que parte o si lo que mis ojos miraban en realidad era el frente de esta o la visión posterior de lo que resultó ser un calzoncito o nada más que un costosa y encantadoramente adornada tanguita elaborada en lencería tan transparente y ligera que sin cubrir realmente gran cosa, poco, o muy poco sería lo que dejara a la imaginación. 
  
...Creo que así se "Oye" mejor...  - ¡Corte y se queda!...  JEJE...

* * *



Esperando no tener que Re Editar este fragmento, aquí reinstalo ya la 1a y 2a Parte de la escena 2

Creo que a los que les haya gustado lo de la "Nueva Invitada"  a las fiestas, les conviene volver a leerlo, pues hice algunas correccione que si bien no son  muy importantes  para la trama, si creo que agilizan un poco y realzan el significdo de determiandos aspectos que   tanto me empeño en marcar en  lo que escribo.

En Buena medida es por esto que me retraso o me diluyo al escribir, pues mientras que a otros que escriben , les tiene con poco cuidado las concordancias, errores de ortografía y escaso uso de similes o metaforas; a mi a veces describir un escaso segundo de trama o detalles, me toma varios intentos  y leer, releer,  hacer uso de los hiperbatones hasta que el parrafo dice lo que yo quiero decir y como lo quiero decir.

Y cuando -para colmo de males- esto sucede en un fragmento ya escrito y que va a re editarse, ni para que les cuento el tremendo choque de ideas que aparecen y pelean or sobrevivir y quedar en la "toma" o redacción ya final.

Tomen en cuenta que para m algunos detalles de lo que escribo son casi como una especia de morbosa poesía, en la que muchísimas veces la forma es fondo de lo que se dice y describe.

Sé muy bien que los que no se han hartado de mi  ni como es que hago lo mío, entienden ya que no puedo escribir esenas que no se sustenten, sean burdas o esten escritas y descritas como si las hubiese intentado crear la pobre cabeza de un iletrado, que sin haber apendido más que apenas a sumar y leer, no tiene cabida en su psique el detalle sutil o -Elegante- digamos talvez.  

Vaya entonces aquí mismo la re - edición de la 2a y 1a Parte de la Escena 2 del Ventanal.

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Intimidades de una Privada
Ludo Mentis ©

2ª Escena 1ª Pte. ( Más caro que el Oro )  En una tarde-noche Particularmente  Calurosa

Apenas unas cuantas semanas, o a lo mucho un par de meses más tarde luego de que aquellos trabajadores y el Maestro de Obra enviado por Don Carlos a que terminaran las tareas de reparación pendientes de realizar en la casa, durante uno de esos sábados calurosos del pleno verano me hallaba yo por la tarde sentado en nuestra propia terraza, con mi pequeña laptop personal, intentando hacer que las cuentas cuadraran con el dinero, cuando de la nada escuché el bullicioso sonido que sobre el cemento y adoquín de la privada producían los neumáticos del automóvil de mi mujer acercándose hacia la rampa donde, como su lugar designado, habitualmente acostumbra estacionarlo.

Sin llegar a explotar la bomba luego de las muchísimas dudas, celos e inseguridades que me surgieron después de haber escuchado la perturbadora plática de los trabajadores, había tenido que bregar contra mí mismo intentando no derrumbarme ante las enormes ganas y ansias que sin previo aviso de pronto me consumían como llamas que incendiarias ardían dentro de mí, al querer confirmar si es que en verdad Verónica había sido capaz de engañarme con uno, o incluso, ‑y más concretamente según lo dicho por aquel par de hombres‑, muy probablemente, ya más de sólo uno o simplemente “alguno” que para esas alturas pudiese ya haberse sumado a la infame lista de posibles candidatos con los que imaginaba a mi esposa siéndome infiel.

Aunque no habíamos caído en ningún pleito que desencadenara la posible ignición de todo aquel reguero de pólvora y nuestro trato continuaba siendo más que cordial, e incluso hasta cariñoso, en mi cabeza se atiborraban cada vez más las dudas que frecuentemente me hacían sentir al borde de un ataque de celos que me trastornaban  aún más al sentir la tensión que por ratos invadía la calma y confianza que hasta hacía poco tiempo atrás había existido entre mi esposa y yo.  Razón por la cual había empezado a notarse como sí deliberadamente pretendiéramos evitar encontrarnos inminentemente a solas y sin nada que nos sirviese para usar como distractor u objetivo central de nuestras inocuas conversaciones.

Así pues, esa calurosa tarde cuando empezando ya hacerse largas las sombras, ella terminó de aparcar su pequeño vehículo del que descendieron tanto mi hijo como, la hermana de éste y mi esposa, sin pensarme la difícil situación que para antes de que cayera la noche se avecinaba, en un principio al verlos bajar del auto, me sentí inusualmente reconfortado de que no regresara ella sola a saludarme al entrar a la casa. Y movido por esa desprevenida sensación de tranquilidad, desde la silla en que me hallaba sentado revisando la tabla de cálculo, saludé a todos los que retornaban.

‑Hola, hola…  Pensé que ya no volvían hoy.‑  Les dije a los que ahora, apenas y saludándome,  tan sólo se ocupaban de bajar algunas bolsas de supermercado y otras dos o tres más que inmediatamente llamaron mi atención al ver que mi esposa les pedía a ambos que le  entregaran para que sin siquiera maltratarse sus coloridas y distintivas tipografías de las elegantes marcas cuyos exclusivos productos seguramente contenían estas, ella las tomara para entrar, mientras que el par de bisoños se ocupaban de llevar dentro las más pesadas y menos sofisticadas bolsas plástico reciclable con contenidos propios del súper mercado.


‑A ver Nidi…  Dale a tu hermano esa bolsa que traes y déjame esta otra para que en lo que abres la puerta no se maltrate tampoco. ‑     Toda una estratega de la logística, giró las ordenes a su reducida compañía o escuadrón de grumetes, pasándose a la mano que tenía más alejada de mí todas las llamativas bolsas que entre sus dedos sostenía por sus angostos cordeles.

… “¿Y ahora ustedes?”, “¡¿Qué tantas cosas bonitas traen escondidas allí!?”… ‑ Aún recuerdo con precisión las palabras que usé cuando, como si instigado por la curiosidad que de forma más bien semejante a la que se le ocasiona a algún animal al que se le ha enseñado a reaccionar de manera condicionada a que relacione un determinado color, estímulo u olor con un premio que gratifique su interés con una recompensa; del mismo modo, al reconocer yo los distintivos colores y letras de las marcas impresas en las delicadas bolsitas que aparentemente mi esposa trataba de hacer pasar un poco menos advertidas por mí, cual pez tras la carnada que lo engancharía al letal anzuelo, caí atrapado en el propio sedal de mi ignominiosa condición de hombre ya casado y aún fetichista.

Aunque no lo he confirmado, sé que hay quienes dicen que algunos de los perros detectores de sustancias de alguna manera son hechos adictos al compuesto que se pretende que sepan poder detectar; y si esto es cierto en tal caso supongo que, sin yo mismo darme cuenta de en qué momento fue que terminé convirtiéndome en una especie de adicto a los celos, así como las voraces ansias que todos los juegos mentales que con sus ambigüedades mi mujer provoca en mí cada que se propone hacerme desatinar con cosas tan sencillas como a veces lo son, el simple hecho de poner de manifiesto ante mí la sensualidad y frivolidades de la que se sabe ella enteramente capaz; aunque, ‑ y por decirlo de alguna manera‑, ante mí sólo pasee la canasta de dulces con la que pretende hacerme salivar y ocasionar que se me haga agua la boca, aun cuando sin pretender realmente darme a probar el verdadero dulzor de su antojable sabor todo quede en nada más que puro antojarme.   Máxime después de todas las situaciones que se habían venido ya derivando entre nosotros luego de que empezara yo a imaginarla coqueteando con otros, o francamente siéndome infiel hasta con algún conocido.

Así, tal cual como perro en busca del tentador premio que su cerebro intuye que recibirá si sigue el rastro correcto, de la misma forma, y a muy pesar mío por no poder impedir mis vulnerados instintos y condición de hombre movidos por tan oscuros morbos, fui tras la carnada que sentí que  en ese momento me había sido arrojada por ella para que picara.

Parándome de la silla, por lo menos – según yo‑, conseguí no resultar tan obvio ante los dos supuestamente inocentes menores y ella; y como si fuera aquello algo meramente casual después de acercarme hacia la cocina, pero sin perder rastro de lo que su hermana mayor y mi esposa iban haciendo, me dirigí hacia mi hijo a preguntarle si es que acaso habían traído con ellos algún entremés o botana. Y le pregunté:   ¿Y qué me trajiste?... o dime;  ¿trajeron algo interesante?, o ¿pura comida aburrida?‑

Bueno sí… Mi mamá no quería pero cuando se fueron ellas dos a comprar unas cosas o unos barnices de uñas que creo les faltaban, de contrabando  yo traje unos cacahuates con chile de los que te gustan para cuando jugamos con el Jefe Maestro…‑   En tono reservado; como quien me revelara un profundo secreto, me contó él mientras que su hermana y su madre desaparecían camino hacia la escalera que conduce hacia la planta de superior de nuestra residencia.

‑¿Quieres que te ayude a guardar ya que éstas se fueron?‑  Sin darles su correcto lugar; inquieto y algo turbado al haberme sentido ignorado por ambas me expresé de tales maneras, sintiendo a la vez cómo de pronto me comían las ansias por desafanarme en ese preciso segundo de aquel sitio, y dejar a mi hijo con la labor de guardar el contenido de todas aquellas bolsas de plástico, ante quien pretendí no ser del todo muy evidente al menos con él, y me resigné a ayudarle en caso de que me pidiera que si me quedase a ayudarle a meter los víveres al refrigerador o alacena.

Bueno, no… Si quieres ayúdame nada más con lo del refrigerador, en lo que yo guardo las latas. Y así me apuro para irme con Luis antes de que lleguen mis primos.‑ Fue su entusiasmada respuesta ante la que, simulando no prestar gran importancia a lo que fuera a responderme mi hijo, le pregunté:

¿Tus primos?... ¿Va a venir tu tía con tu tío y tus primos?...      Y tras hacer una pausa que me hiciera parecer meramente casual y desinteresado del tema, aun antes de que me contestara, yo mismo le comenté: ‑  Ah, o sea que vamos a tener reunión.   ¿Nada más vienen ellos y tus dos primos?, o ¿A dónde o para que fue tu mamá también a comprar cosas para tu hermana o ella?‑

No, no sé papá…   Así bien, creo que nada más sé que vienen mi primo  y mi tía, o no sé…  Creo que mi tía viene a ayudarles a que se vistan o a ver algo que van a escoger, o si van a ir a una reunión o fiesta…  Pero no sé si mi tía sólo viene a ayudarles  a que se arreglen o va a ir con ellas también…    Revolviéndome, e incluso causándome aún más ansias, mi hijo comenzaba a exasperarme con tan poco concisas y por demás ambiguas respuestas.

En estado de acongojada zozobra, traté de no terminar de alterarme con él y disfrazar mi franca inquietud, mientras que al tiempo en que  sin siquiera fijarme bien en lo que hacía al acomodar  en  sus acostumbrados lugares las cosas que iban dentro del refrigerador, en mi cabeza surgían aún más preguntas y dudas :  ‑ “¿Pero tú vistes lo que se compraron las dos?”… “¡Eran sólo para tu mamá?”...   “¿No las  acompañaste a ver qué clase de calzoncitos, o tangas y bras se compraron?”… “¡Cómo  no viste?”… ‑  Una tras otra me asaltaban la mente tantas preguntas que luché por aplacar y contener sin articular con la lengua o se tornasen palabras ya dichas ni murmuradas por mí

‑ “¿Pero si te dijeron y simplemente no te fijaste?, o  de verdad no te dijeron a dónde se supone que van a salir?”…‑  De todas las anteriores, y miles más que aceleradamente  surgían dentro de mí, recuerdo que estas últimas dos, fueron las únicas verdaderas preguntas que me aventuré a hacerle a mi hijo.

‑No, no sé….‑    Despreocupado y ajeno a mi circunstancia contestó él apenas distrayéndose de su tarea, antes de, ‑ sin saberlo creo yo‑, fulminarme en el sitio.     Creo que mi mamá le dijo a mi tía que van a una fiesta, o una reunión con tu amigo o el Señor ése… Don Carlos…

* * *

Tal como si me hubiesen golpeado con una raqueta ambas rodillas o descargado un potente disparo de electricidad que luego de golpearme  de manera directa, de a poco pareció comenzar a fluir por mi cuerpo, haciéndome sentir presa de los nervios que me acompañaron, cuando después de dejar a mi hijo a cargo del resto del súper,  al subir  por las escaleras en mi camino hacia arriba y con rumbo hacia nuestro dormitorio, en las piernas experimenté una inusual sensación de extrema flaqueza e inquietante debilidad, que sin poder evitarlo me acompañó en mis pasos, e incluso se agravó para mí al entrar a nuestra alcoba matrimonial.

Aunque en esos instantes comencé a percibir una extraña sensación de ligereza dentro de mi mente, y los pensamientos que esta producía en mí; quizás producto de este mismo efecto fue que  me vi precisado a rendir la plaza y abandonando de lado la calma chicha que por cerca de dos meses había reinado en la casa, teniéndome en vilo todo ese tiempo, y me lancé a comentar y expresarme:

‑¿Qué no me dijiste que sólo iban al Súper a hacer las compras de la alacena?...  Por lo que veo te encontraste más que sólo comida, y te compraste también algunas otras cosas bonitas…  ¿Hay algo que yo deba de ver?...‑    Pretendiendo no sonar del todo alarmado, pregunté marcando con la mirada mi atención a aquellas emblemáticas bolsas que ahora encontré dispuesta sobre el duvet king zise que cubría nuestro lecho.

Sin saberlo entonces en ese momento de inicio, en cuanto mi esposa me vio dirigiendo la vista hacia aquellos paquetes, por algunos instantes pareció mostrarse recelosa de que fuera yo a acercarme a mirar el contenido que seguramente aun aguardaba dentro de estos.  Por lo que cediendo un poco me detuve y dirigiéndome ahora hacia ella disfracé la pregunta.

 ‑Ya no entendí a Lalo…  Dice que sus tíos van a venir con sus primos,  pero que a lo mejor tú sales…  ¿Pero a dónde se supone que van o a qué vas?, ¿o cuál es el plan?...    Digo; para por lo menos estar enterado y no poner luego la cara larga, ni saber que decir…‑    Al final  no pude evitar cierto sarcasmo que se desbordó de mi vaso lleno de ansias.

… ¡Aiiish!, Eduardo. No empieces.   Hoy es lo de Don Carlos, que ya te había dicho que me pidió que lo acompañáramos a lo de la reunión por lo de su hija y el muchacho ése que mandaron durante las vacaciones para lo del intercambio…‑  Denotando naturalidad en su molestia me contestó de una sola vez Verónica, con actitud contrariada.

¡¿P-e… pero qué?!...  ¿Era hoy?...  ¿Por qué ya no me habías dicho?...  La verdad es que ya no me acordaba… ‑  Aunque tartamudee levemente de inmediato objeté, volviendo a sentir aquella súbita descarga de adrenalina que sin abandonarme me había acompañado de la cocina hasta nuestra habitación.

‑Sí, sí te lo dije…   Sólo es que como he notado que desde hace unos días estas algo molesto conmigo, y ya no dijiste nada, no quise insistirte, pero a mí Don Carlos me dijo que también tú ya sabías…‑ Señaló ella, queriendo restregarme la naturaleza del acuerdo que había tenido que concederle al tal Don Señor, para que completara el ardid con el cual había conseguido que aun no teniendo ya una esposa, acogieran a su hija en un programa de intercambio para estudiantes.

‑Bueno,  pues no; no me acordaba.‑    Fingí un poco, ciertamente molesto conmigo mismo e inquieto por intentar evadirme de la propia responsabilidad que pudiera serme echada en cara por el asunto.  Empero saber que me encontraba ahora en aguas extremadamente poco profundas que pudieran cubrirme o servir para conseguir revolverlas o maniobrar en caso de ser necesario hacerme pasar por el verdadero y directo afectado, no pude escurrir el bulto de la situación, por lo que me vi precisado a hablar sobre el escurridizo elefante rosado y acorazado que manifestándose desde adentro y fuera de aquellas bolsas, para mí, se hallaba parado justamente sobre nuestro conyugal lecho.    Por lo que reuniendo el valor suficiente para preguntar y hablar del asunto que de pronto se precipitaba encima de mí,  me extendí al hacer hice la siguiente pregunta que sin más le lancé:

‑No, no me acordaba, pero…  Primero supuse que nada más ibas a hacer unas compras para la casa, pero ahora veo que también fuiste con ellos a esas tiendas…   ¿Qué se supone?...‑  Dejé en el aire el cuestionamiento que más me aquejaba, pero que considerando ahora con mayor claridad las posibles implicaciones de lo que mi esposa pudiera llegar a contestarme al no dejarle otra posible salida, preferí abstenerme de acorralarla al pedir específicamente que me contestara lo que yo ya anticipaba.

“O sea… Vas a ir con este Señor, al que desde hace tiempo, aunque tú digas que sólo es un señor ya mayor como para ser incluso tu padre o alguno otro de tus tíos, pero que he visto como siempre te mira cuando le coqueteas”… ‑    Recuerdo como en vez de usar las lecciones de diplomacia aprendidas en los libros de historia, mucho menos experto en tales niveles de sutileza, yo más bien casi estallo al pensar todo aquello, y enseguida, antes de hablar, hallarme a punto de no poder contenerme cuando por poco y le digo: 

‑ “O sea que el tal Don Carlitos, “Viejito, V           iejito, como le dices, pero si se merece el viejito que tú, ¡Mi Esposa!, vaya y se compre cosas para que el Viejito Lindo las vea y disfrute encuerándote con la mirada, como la última vez que fuiste al despacho, y ¡casi se te cuelga del cuello y te arranca el escote cuando te vio como ibas vestida al despacho para que te viera!”... – Quise atreverme a echarle en cara, pero siguiendo el consejo de no dejar sin escape a la fiera o enemigo que en realidad no se quiere que termine atacándolo a uno por no tener al menos alguna otra salida viable, contuve una vez más dentro de mí el ataque.

‑Es que no entiendo, entonces que fuiste a comprarte…‑  Finalmente cuestioné, aunque sin formular la pregunta realmente.

‑Bueno sí… En realidad no pensaba en ir a comprarme nada especial, pero Don Carlos me llamó ayer por la tarde para pedirme que por favor llevara algo bonito, aunque él lo pagara o te diera el dinero después…

Cual bomba que acertara plenamente al objetivo donde más daños causara, de pronto me estremecí al sentir los inmediatos estragos ocasionados por esta.   Y al escuchar la respuesta supe que tal como temía no debí haber preguntado y hecho caso a mi instinto de supervivencia, pero ya era demasiado tarde en ese momento para evitarlo, por lo que ante el inesperado hundimiento que presentí se avecinaba de forma más fulminante y catastrófica que la del HMS “Hood”, lleno de angustia reaccioné casi sin pensármelo nada y fruncí el ceño al preguntar terminante.‑ ¡¿Qué te pidió qué!?...‑

…Ay Eduardo, ¿Qué tiene de malo Papito?.  Tú ya sabías que iba yo a acompañarlo…  Él te lo dijo… ‑    De inmediato retrucó ella, aunque dejando entrever cierto asomo de duda y sonrojo que se coloreó en sus mejillas.

‑S-i. Bueno sí…  ‑ Titubeé al conceder, al tiempo que acercando mis pasos nerviosos hacia la cama; y estando ya cerca de las bolsitas, busqué tomar una de estas mientras que sin decir más palabra ni atreverse ella a cerrar el espació que ahora nos separaba,  Verónica no pudo reaccionar con la prontitud necesaria ni avanzar hacia mí,  quedando parada en el sitio exacto donde se hallaba mirando mis movimientos cuando viéndome aproximar una de mis extremidades hacia las decoradas bolsitas, tan sólo pretendió extender los dedos que acompañando tímidamente a su mano parecieron querer hacer el intento de ir a pedirme que no fuera yo a revisar lo que había dentro de esta. Pero siendo ahora ella la sorprendida, todo esfuerzo fue poco para impedir un hecho ya consumado, y fútil terminó únicamente allí con la mano en medio del aire sin aventurarse del todo a impedírmelo de manera tajante.

En cambio, habiendo al menos vencido en tan ociosa ofensiva, mi titubeo inicial se convirtió en vacilación que pronto se trastornó en una especie de arrebato de ardor que recorrió casi todo mi cuerpo al hurgar en una de las bolsas y en la que ‑aun sin mirar dentro de ésta‑,    apenas entrando las yemas de mis dedos fisgones en contacto con el irresistible roce del material que allí dentro escondía, enseguida y casi sin duda me aventuré a adivinar que debía de tratarse de una pantaleta muy femenina; creada con alguna delicada telita que – aunque ligeramente rasposa y difícil de describir la sensación que de inicio me produjo nada más al tocarla y apreciar como‑, entre mis dedos, curiosamente parecía a la vez ligera o suave como la seda,  mientras , por otra parte, y sin  haberla, ‑o haberlas‑  podido mirar todavía, en otras partes que alcanzaba a rozar con mis extremidades táctiles, acompañando a la sutil sensación surgió el acostumbrado y ríspido tacto semejante a desiguales y diminutas agujitas hechas de tela más resistente y gomosa que habitualmente puede palparse en las cintillas elásticas, costuras y aplicaciones o hechuras de encaje y vestidos recién estrenados o provocativas prendas de lencería apenas usadas.

Ahora, entre confundido, y con algo de vértigo, e intoxicado otro poco por la naturaleza de mis indiscretos hallazgos, aunque no sabía bien o que haría o le diría mi mujer cuando por fin extrajera la, o las prendas, no mostré ningún apuro en hacerlo, y experimentando cierto bochorno debido a lo inapropiado de mi divertimento, acabé notando cierta inquietud que ocasionaba en ella mi divertimento con el paquete o el contenido que en ese momento pudieran estar tocando mis dedos sin siquiera saberlo o ‑ de manera concreta ‑, conjeturar nada más allá que de lo que pudiera yo deducir del roce que me producían en las yemas, la suave tela y aquel material gomoso e incluso también ligeramente rasposo, reconocible en cualquier prenda recién estrenada, como esta que ahora trémulamente tocaban mis dedos nerviosos que no cesaban de enviar a mi cerebro emocionantes descargas cada que al desplazarse los mismos sobre sus diferentes texturas y los bordes de sus costuras, estas se encajaban suavemente entre los surcos de mis huellas digitales.

S-sí… Vero…‑ Hablé finalmente sin lograr que cesaran mis nervios, cuando quise sonar condescendiente en vez de parecer que me hallaba ya más bien angustiado e incómodo y próximo a reclamarle airadamente con tal de poder salir del momento.   

– Supongo que  el Señor puede haberte dicho o pedido que te pusieras, o usaras algo bonito…  Pero…‑ Titubeé brevemente‑  ¿No es esto ya algo excesivo?...  – Sentí casi que se me salía ya el corazón por la boca ante las posibles implicaciones de mis palabras o las que ella pudiera llegar a decirme enseguida cuando resolviendo animarme a extraer la primera prenda que mis dedos tocaban; quizás terminara teniendo que levantarse el estado de tensa calma que a querer o no habíamos observado durante las pasadas semanas.

…Mira nada más esto Verónica. – Casi exclamé sintiendo que me faltaba el aliento, al ver por primera vez la pequeñísima e inicua prenda que hasta esos momentos pensé que sería usada por mi mujercita para cuando menos pretender resguardar parcialmente sus más reservados encantos, o lo muy poco que esta alcanzara a cubrir de su cuerpo.  

Y es que en el fugaz instante que sucedió entre, que al terminar de extraerla y hacerla que quedara colgando de los dedos nerviosos que la atenazaban y que por fin mi esposa se animara a arrebatármela de la mano,  simplemente me resultó imposible descubrir nada más que unas cuantas costuras, encajes y tan escasas porciones de tela adosados a estos, que amén de resultar casi ridículos de pensar suficientes para cubrir cualquier cosa más allá de lo elemental, simplemente  entre los que me parecieron dos o tres cintillos elásticos y aquellos tramposos pedacitos de encaje y el material que estos unían entre sí, ‑ con toda honestidad aún puedo decir que de tan chica que resultaba la misma‑, no pude alcanzar a discernir si la había tomado de que parte o si lo que mis ojos miraban en realidad era el frente de esta o la visión posterior de lo que resultó ser un calzoncito o nada más que un costosa y encantadoramente adornada tanguita elaborada en lencería tan transparente y ligera que sin cubrir realmente gran cosa, poco, o muy poco sería lo que dejara a la imaginación.

‑¡Dame!...   ¡Lalo!…  ¡Dame eso!...‑   La inesperada explosión de color en las mejillas de mi Verónica primero me tomó enteramente por sorpresa, para inmediatamente después transformarse en bochorno e incomodidad cuando esforzándose por arrebatármelos, me reveló:

Esas no son mías… ¡No son para mí!...  Son unos que Nidi escogió para… ‑  

De inmediato; como si aquella prenda ahora quemara mis dedos yo la solté y también quedé sonrojado intentando recuperarme de las tremendas y por demás muy incorrectas imágenes que como la atronadora velocidad de un relámpago latiguearon mi mente en un santiamén.

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Intimidades de una Privada
Ludo Mentis ©

2ª Escena 2ª Pte ( Una Invitación Especial )  Bochorno Antes que caiga La Noche


Allí estaba ahora yo, totalmente ofuscado. Sintiéndome  totalmente aturdido y culpable en las que cambiando la imagen de aquella minúscula prenda escasamente alcanzando a cubrir las tentadoras intimidades de mi mujer, para sin más, y en menos de lo que ocurre un chasquido sónico, intercambiar las visiones, pasando del cuerpo maduro de mi esposa, a las ‑ aunque mucho más juveniles‑, también ya núbiles formas llenas de hechizantes curvas sinuosas de aquella muchachita a la que sin ser directamente mi hija, había aprendido a querer desde muy chica; e incluso en diferentes momentos, llegar a crear para con ella un vínculo de complicidad o complicidades y círculo de bastante confianza.

Resultando que la jovencita a la que sin más, y de manera por demás degradante y vulgar durante su estancia en el predio aquellos pelafustanes de la construcción, había escuchado yo como simple y soezmente al hablar entre ellos se referían a ella, llamándola “La Nalgoncita”, cuando suponiendo que nadie mas pudiera escucharles suspendían sus labores para parlotear y decir toda clase de barbaridades acerca del futbol, el gobierno o en contra de ellas. – Cualquier mujer que pasase cerca de ellos; por supuesto incluidas, mi esposa  Verónica y Nidia, o alguna de las vecinas‑

¡Sí!, esa misma mujer… Esa Jovencita…  O para ser más exactos ‑ y como ellos decían‑, ¡ “¡Esa Nalgoncita”!, era Nidia, la misma hija de mi mujer y la dueña de aquel insuficiente gironcito de telas, costuras y encajes que mi esposa se apresuró a quitar de mis dedos cuando sin dejar de imaginarme como luciría puesta en su cuerpo semejante tipo de prenda tan frívola, por fin la solté.

Permitiendo que se la llevara de mí, por un momento quedé en algo parecido a mi limbo, y sin conseguir apartar de mí ese súbito estado de culposa y morbosa congoja, otras mil veces vinieron a mi cabeza remolinos de imágenes y visiones en las que la veía a ella; a “La Nalgoncita de aquel par de albañiles” tratando de colocarse la prenda haciéndola correr y estirarse sus angostos cordeles en rededor de sus muslos carnosos y firmes. Que aun siendo ella lo que los franceses pudieran llegar a llamar “Petite”, o los argentinos decirle “Petisa”, creo que pudiera más bien acercarse a la mejor descripción de su reducida persona tan llena de enigmáticas curvas, aquel “Devil in Disguise” usado por Elvis.

Así tal cual por unos breves instantes quedó en mi mente la por demás exultante visión de aquella criatura cargada de curiosas ambigüedades, quién pareciendo a veces casi tierna e infantil al extremo, de pronto disfrazada de angelito bajado a la tierra como regalo y tentación de Dios a los hombres que aun gustamos de las lindas mujeres con agraciadas sonrisitas de ángel que no rompería ni un plato, pero cuerpos divinos y llenos de tentadoras y serpenteantes formas en la que cualquier macho se perdería para acabar saciando sus emociones y ansias febriles. 

Y a una imagen siguió otra, y  luego otra más, hasta que justo cuando volvía a repasar en mi enloquecida cabeza, aquella sublime imagen de “La Pequeña Nalgona” intentando ajustar alrededor de sus glúteos los reducidos lacitos de aquel suspiro de tela por demás transparente sin que estos se le encajaran de más en las bronceadas formas de su anatomía y anchuroso trasero, que si no gordas o mórbidas realmente ‑aun bajo la incongruencia de cualquier estúpido argumento chocante de aquellos “metrito – sexuales”,  celosos; que prefieren los huesos y andróginas formas casi escurridas de las “talla - cero”; en el caso de Nidia, sólo era el delicioso y redondo trasero de una mujer lista para gustar a todo aquel que conociéndola o aun sin conocerla ni suponerlo siquiera, o ‑ como ahora ya era mi caso, saberlo ‑ se atreviese a mirar hacia por donde fuera que ella pasara dejándose ver llevando debajo la descarada tanguita encajada entre los dos semi orbes que formaban sus apetitosas nalgas, y que al haber tenido entre mis dedos la descocada pantaletita que algún día o muy pronto ella usaría, me ocasionó que ya en esos instantes no pudiera yo dejar de imaginarme como se le verían con esta puesta en su sitio.

‑P-e-p…  Per-o… ¿¡Ni-i-id!?...    Casi nada más balbuceé, mientras observaba a mi sonrojada mujer poner de nuevo dentro de la bolsa la minúscula tanga, o como fuera que se le llamara realmente a ese insustancial pedacito de tela que ahora ella guardaba.

‑“¿Pero qué?”…  “¿Ahora también ya ella usa de  esas cositas?”… “¿Qué no tú misma decías que sólo las putas usaban ese tipo de cosas?”…  “O dime, ¿de qué se trata ahora esto Verónica?; ¿Qué está pasando?”…  “¡¿En serio esto van a ponerse?!” ‑   Al día de hoy aún se me revuelven las palabras e ideas que quise decir, y las que en realidad tal vez pregunté en esos instantes.

‑Pero… ¿Nidia?‑    Eso sí recuerdo bien haber cuestionado. Para luego dejar en el aire un:  –Yo no sabía…

Duda o concesión que de inmediato mi esposa cerró.

…Ay Lalo, ¿Qué tiene de malo Papito?.  Tú ya sabías que iba yo a acompañarlo a Don Carlos, y bueno; él me  pidió que Nidia fuera con este muchacho al evento…‑   

“¡Puuum!”… ‑  Sintiendo de pronto como si en vez del certero misil que diera fin al HMS “Hood”, me acabaran de asestar de lleno en el timón del “Bismarck” hallándome ahora  yo a bordo de éste, presentí que el mal también causaría furiosos estragos. Y así, tal cual fue, cuando a la primera le siguió una salva aún más fulminante que me acabó de cimbrar cuando intentaba decir y cuestionarle a mi esposa.

‑¿Pero que no Nidia tiene ya un novio?...‑

‑Bueno sí, pero ¿qué tiene de malo?...  Después de todo el muchachito éste que está con Don Carlos; ni piensa quedarse a vivir aquí, ni hacerse bien novio de ella…‑

“¡Puuummm!” …  ‑ Tal vez yo mismo había obsequiado mi flanco para recibir esa nueva descarga. Y luego, tocado de nuevo en menos de cinco minutos, sin darme otro refugio o cuartel que no fuera el de irme a pique, ella añadió:

Tú sabes que lo de ella y su noviecito en realidad no es cosa sería y con tal de que ya deje de ver a ese pelado que nada más le hace que pierda su tiempo, no me importa con quien salga…‑  Las explosiones retumbaban en mis oídos aun antes de que aunándose a sus encendidas palabras de pronto ululara la alarma definitiva: 

“ ¡Y que se chingue ese inútil para que ya deje de verla!”…‑

  En pleno comienzo del siglo XXI, mi esposa; una mujer liberada  y aparentemente autosuficiente a cual más, me demostró que aún aplicaba las mismas reglas de manipulación de finales del milenio pasado. Y no sólo eso, si no que de manera más implícita y ‑a mi entender‑ francamente reprobable, le sugería a su propia hija que jugara aquel juego de la doble moral y, aun teniendo la joven lindura, asistiera a la dichosa reunión como si fuera la pareja, o de menos, la cita de aquel muchacho extranjero.

Sin dejar de sonar dentro de mí las alarmas, fui intentando finalmente evadirme de otra salva que pudiera terminar de comprometerme, cuando tan sólo le comenté que de todas formas no lo consideraba algo correcto de que fuese ella misma quien sugiriera tales opciones a su hija, apenas salida de la adolescencia y en edad de votar.  – Bueno; pero no creo que esté bien…   ¿No te parece mucho?... 

Quise darle a entender dirigiendo la vista hacia la bolsita que ahora sostenía ella en sus manos, con la intención de que relacionara las prendas que le había parecido bien que ahora usara su hija, y el hecho de que muy probablemente fuera ella a usarlas no con su novio, si no para un muchacho con el que meramente iba como su cita, y de manera previamente arreglada acuerdo a los intereses de dos personas adultas.

Bueno Eduardo, finalmente es mi hija, y no se supone que yo tenga que consultarte como se viste ella para salir a la calle o para ir a una fiesta conmigo… ¿O sí? ‑  Al decirme ella en tono mas o menos tajante, entendí que en esta batalla no habría rendiciones parciales si no maniobraba una salida de escape viable.   ¡Y Pronto!...

Entonces, queriendo tomarme unos momentos para hacer un breve recuento de daños, en vez de oponerme o argumentar algo más, concedí:  ‑ No, eso sí… Hay sí puede que aunque esté o yo lo vea mal, si no quieres yo ni me meto ni opino…  Que finalmente puede que aunque ella viva en la casa conmigo, contigo y su hermano, sean cosas que debas tratar con su padre que la visita o se ven sino cada semana, al menos dos veces por mes.

Sin estar acostumbrado a rendirme o vivir por completo de rodillas al  menos disfracé mi sarcasmo, y terminando de decir lo anterior me senté sobre el duvet que cubría nuestra cama mientras ella tomaba las otras dos bolsas y las llevaba consigo  rumbo a su vestidor. Donde tras colocarlas sobre la cubierta de la cajonera en la que habitualmente guardaba sus intimidades, volteó a mirarme de nuevo para decirme que tenía ya que apurarse.

‑La cosa es que ya debo apurarme también si quiero estar lista.  Se supone que a la media o cuarto para las siete viene  ya Alejandra con Albert para terminar de ayudarnos.

‑Pero, a ver verónica, por favor si no te molesta dime, que cosa te dijo Don Carlos o como se supone que debo entender que mi esposa y su hija acabaran yendo juntas de compras a escoger que cosas ponerse para salir con él y ese muchacho esta noche, mientras yo me quedo aquí con tu hermano a esperarte a que vuelvas de tu cita con él… ‑ En esta esta ocasión pude expresar con coherencia mis preocupaciones.

‑Pues no sé… ¿Qué quieres que te diga?...  No sé qué cosa decirte…  Él sólo llamó y me dijo le tenía también la cita perfecta para que Nidia nos acompañara y fuera con su muchacho…‑   En  primera intención y sin gran miramiento me contesto ella, antes de lanzarse enseguida:

‑Después fue que me dijo eso de que quería vernos a ambas y que nos comprara algo bonito a las dos para que luciéramos bien cuando nos presentara a las personas del comité de intercambios del club.‑ Me sentí apabullado al escuchar semejantes palabras.

‑“¿Pero de ahí?, ¿como nos brincamos a que “El Algo Bonito”, incluyera  hasta los calzoncitos de pirujita que aparte de seguro también comprar para ti, acabaste por hacer que ella se ponga para que parezca que hasta en eso van las dos como parejita de amigas en busca de guerra o alguien que se las monte esta noche?”…   “Por Dios Santo, ¡Verónica!. Eres una señora casada!‑  Apesadumbrado y francamente alterado ante mis propias ideas y cuestionamientos de mis desvaríos pensé y exclamé para mis adentros al pensarla capaz de semejante y tan pueril castidad, propia más de una cualquiera, que de una mujer que hasta hacia poco se declaraba como la más digna de las mujeres casadas.

Sin decirle en esos momentos ya más nada; quedé sentado en la cama pensándolo todo…‑ ¿Qué o por qué causa, o como era que de pronto ahora todo esto estaba ocurriendo?...  ‑Un buen día, y casi sin de la nada , había surgido todo aquello que tanto ya sospechaba podría haber sucedido entre ella y aquel otro sujeto que había sido su Jefe…  Después venía toda aquella atención que por parte de mis compañeros recibía ella durante las reuniones a las que nos invitaban; para posteriormente acabar enredándose todo aún más luego de que el Tal Don Carlitos se ofreciera a mandar a su Maestro de Obra con aquel par de albañiles para que hicieran los arreglos que requería nuestra casa.  

“Y todo”. – Enseguida pensé al ir rebobinando el imaginario carrete o banda de tiempo que tarde o temprano traería hasta ese momento la serie de situaciones que, convirtiendo lo que en principio parecía haber sido sólo una buena idea, en algo turbio e indebido de tener que aceptar a cambio de un pequeño favor que bien podría yo mismo haber pagado y solucionado en su apropiada manera‑  

…Y ‑  Volví a mis cavilaciones: ‑   Y todo casi por nada; para apenas unos días después terminar cobrándose el favor pidiéndonos que a modo de cachirul mi esposa primero se hiciese pasar por su conyugue y de manera bastante esporádica le acompañara a alguno que otro evento en el que aparentando las cosas que no eran, y como mero formulismo de etiqueta, ‑según palabras de él‑, se requería que ocasionalmente cumpliera el protocolo esperado de atender al mismo en compañía de su esposa, o “Alguna otra Damita o amiga” a la que ‑según también posteriores palabras de él mismo‑, el resto de los concurrentes invitados a la ciudad desde otras partes del extranjero, y ajenos a su condición y estado civil, supusieran que podía ella acompañarlo “formalmente” en calidad de esposa y ama de casa requerida para realizar el intercambio estudiantil con el que había conseguido mandar a su hija a estudiar y pasar un año completo en la tierra que aparte de técnicamente haber acaparado la gran mayoría de campeonatos de pilotos de la Formula de este último siglo y producir los mejores autos.  ‑Ofreciéndome que si le ayudábamos con el teatrito‑, en su momento él vería también la forma de proponernos para dicho intercambio.

Casados ya casi por poco más de diez años, durante los cuales  y pese a mis dudas, en realidad no podía estar seguro de que verdaderamente hubiese ocurrido nada extraño. ‑   Viéndola desaparecer rumbo al baño de nuestra recámara principal, quise reconfortarme obviando ciertos detalles que en realidad me inquietaban acerca de su pasado reciente y las componendas corruptas que sin necesidad habíamos ya aceptado.

¿Sería conveniente ir a ver qué hace Nidia?, o quizás fuera mejor dejar las cosas así como estaban en ese momento…    Intenté discernir pensando que tal vez en esos instantes estuviera duchando su cuerpo en el mismísimo baño del ventanal, al que a modo de cortina que impidiera o dificultara al menos un poco las insidiosas miradas de algunos de los vecinos o demás gente que visitaba nuestra privada luego de la caída de aquel árbol, tuviera a bien dedicarles a alguna de ellas mientras que sin suponer o imaginarse siquiera, quizás‑ ninguna de ambas‑, el insospechado entretenimiento que  regalaban desde allí adentro cada vez que al irse mojando las delgadas láminas de vidrio que se empapaban al mismo tiempo en que al escurrir por sus núbiles cuerpos el resbaloso jabón, espuma de éste y el agua que por doquier las mojaba al bañarse del otro lado de los claros y traslucidos cristales; y  luego de haber visto y oído a aquel par de sujetos procaces  comentando acerca de lo mucho que disfrutaban mirando desde allá afuera el placentero espectáculo que inopinadamente ellas daban de manera habitual, sino es que hasta con horarios ya establecidos e identificados, y enteramente gratuitos para algunos cuantos mirones habían durado durante algún tiempo; hasta que finalmente había yo optado por colocar unos cuantos helechos que no fuera tan necesario tener que estar cuidando y mimando mientras decidía que otra cosa hacer con la interesante, aunque bastante indiscreta ventana de aquel cuarto.

 * * *

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Intimidades de una Privada
Ludo Mentis ©

3ª Escena  ( Tu y yo… a la fiesta )

Inquieto, sin poder apartar de mi mente tantas consideraciones que francamente me abrumaban n tales instantes, intenté distraerme saliendo a la terraza a fumar un cigarrillo que acompañé con un par de hielos ahogados dentro de un vaso Old Fashion, servido apenas a un cuarto de su capacidad, con un aromático y espirituoso Rayo de Luna de Kentucky, que tenía reservado para ser usado únicamente en caso de verdadera emergencia o momentos de apuro o inquietud como parecía que esta lo era.

Luego de dar un primer sorbo y paladear las fuertes esencias que de inmediato inundaron mi boca; teniendo aún el fuerte buqué de mi bebida disipándose dentro de mí, aspiré del extremo oscuro de mi tabaco y me sentí, si acaso más aliviado y reconfortado por unos cuantos instantes que de a poco fueron diluyéndose desordenadamente al repasar en mi mente lo sucedido y hablado en nuestra habitación hacía menos de unos cuantos minutos atrás entre mi esposa y mi atribulada persona.

Sin saber dónde estuviera realmente, pensé que para aquel momento seguramente mi hijo también ya estuviera ocupado o salido a ver a su amigo Luis que vive en la segunda casa de la misma privada, y a donde frecuentemente pasa las tardes o se invita a jugar hasta altas horas de la noche, e incluso ocasionalmente dormir.  Apenas me distraje por unos segundos pensando en subir a buscarlo para asegurarme de ver que  hacía, cuando habiendo acabado de asimilar el primer golpe de mi licor, acerqué mis narices hacia el cristal de mi vaso para disfrutar su penetrante aroma que de pronto comenzó a confundirse con olores y humores  que intempestivamente vinieron a mezclarse en mi mente seguidos de borrascosas imágenes animadas, que como en un sueño agitado desde mi propio interior empezaron a sucederse y hablarme.

Así de ese placentero gustillo impregnado de alcohol, mientras daba otro gentil sorbo a mi vaso, volvió a surgir la memoria de ese aroma que tan bien yo recordaba, y que seguramente debía ser muy similar a ese otro que de pronto como presagio llego a mi consciencia perseguido por las más inquietantes imágenes que de entrada no pude reconocer más que parcialmente al intuí de lo que mi cabeza formaba…      Apareció primero lo que era una gruesa mano morena y callosa a la que sin poder contenerme seguí formando en mi mente hasta que pude ver que de manera inminente se dirigía hacia la misma pantaletita que mis ojos acababan de ver menos de unos cuantos minutos atrás.

‑“Mira que cosa tan rica”….‑  De pronto de mi subconsciente surgieron aquellas palabras que aun sin ser pronunciadas to pude escuchar.

‑“Y peludita”…  “ Como su mami”… “Tienes un gatito de angora escondido aquí dentro del calzoncito”… ¿¡A poco no es cierto!?‑   A anónimas voces, acompañaron ásperos dedos casi marrones que abarcando todo el frente de diáfano material del que apenas si unos cuantos lustrosos y rizados vellitos conseguían escapar fuera del fútil cobijo que les proveía la insustancial vestimenta que suponía que debería arroparles junto con el resto de la intimidad que tan falsamente cubría si no es que en realidad, más bien solo adornaba y ‑dada su transparencia‑, servía a la simple intención de volver aún más tentadora la oferta de mostrar y exhibirla vulnerable y virtualmente expuesta a ser tomada y arrebatada con un simple tirón que los gruesos y maltratados dedotes que atropellando sus ansias febrilmente tiraban un poco aquí y pinchaban allá para adueñarse del calzoncito y todo lo que este pretendiera poder arropar.  



( esto último lo deje ir como Spoiler  de lo que se viene para ver que caras ponen o si dicen algo )


9 comentarios:

  1. exquisito y cachondo...viene de ahi...lo demas...tu amigo de siempre...jorgerelatos...

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  2. PRIMERO.- Que caras ponemos?
    La cara y el cuerpo entero Ludo, GENIAL
    Incitante, clarividente, admirable, novedosa, fetichista, etc…
    ¿!pero tan poco!?
    Me parece un infortunio.
    Las relaciones son de inicio a fin, a nadie le agrada, interrumpidas.
    Tanto a las mujer y hombre, (personajes o reales) nos gusta iniciar y terminar
    Aquí tengo 2 mujeres molestas, que lo leyeron en 3 minutos.
    Animo, se generoso.
    Y dale un descanso al cuerpo.
    “!TODOS lo merecemos!”.

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    1. Hey, hey , hey.... que ahora el que se queja soy yo !!!

      Batallé mucho en re editar esa escena, que necesitaba su manita de gato.... Si no se dieron el gusto de re- leerla para ver que encontraban de nuevo, pues ahora si lo siento por la dupla femenina de la que hablas.

      Aparte de eso, lo del fragmento adelanto de la siguiente escena es un regalo que hice, pero no suponia que alguien se fuera a quejar ...

      En realidad ese fragmento saldrá publicado en otro momento... Así que por fa explicales que así son las cosas y los textos no se escriben en automático mientras uno duerme y sueña.

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    2. OK, en la noche les paso tu comentario.
      Pero ya sabes, a las mujeres, uno NUNCA les gana.

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  3. SEGUNDA.- Recuerda que TODO ESCRITOR sabe:
    (Desde el inicio de la novela romántica)
    Que las relaciones “¡prohibidas!” con jóvenes.
    Son LA JOYA de toda novela,
    Por esta llena de todo lo esencial:
    PROHIBIDO, DRAMA, INTENSIDAD, etc…

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    1. En realidad , en mundo Ludiano Romantico, la Joya de la corona de la pornografía , siempre han sido las relaciones corruptas, pero entre gente indebida, que ya no deberia de prestarse a andar jugando con otros...

      No es que ahora esté girando de temática, pues esta particular emoción a la que te refieres sólo la experimentado de manera concreta con alguien, y no es algo de lo que en realidad piense escribir mas que - quizás - en esta ocasión...

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  4. TERCERA.- ¿Y creo que tu mi querido escritor es la primera vez que lo exploras?
    El tema de “LA LOLITA”
    P.D.- También leí detalles de la fórmula uno que me agradaron.
    Saludos.

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