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jueves, 5 de noviembre de 2015

Intimidades de una Privada 2a Escena - 1er Parte ( REINSTALADO 10 Nov )


 Aclaración mediante que sea hecha, y para los que  les da flojera leer mas de la cuenta, aquí posteo únicamente la segunda parte de la Cuestipon esa del arbol, el ventanal, y los demás enredos que siguen, pero certificando que no  hay nada ni remotamente cercano aun al sexo en lo que va de este segmento.

Hace poco , sino mal recuerdo un lector de este Blog , que frecuentemente me regal con sus comentarios, opinó que le gustaban como iba pinceleando ls  situaciones y creando los dialogos que desencadenaban en situaciones inapropiadas del todo . Aunque creo que finalmente desde aquel Relato de Mónica y El Director, tooodo, absolutamente todo era salvable si  la gente no nos enerraramos en tomar las decisiones equivocadas por temor mas que frecuente que nos da el tomar la via larga y a veces tortuosa de hacer lo correcto o congruente con quienes en realidad siempre suponemos que somos o queremos algún día llegar  a ser.

Esa es y siempre, -creo yo-, que ha sido la premisa de mi vida y  las cosas que he intentado retratar de manera morbosa en  mis cuentos.    

Asi es que para decirlo en terminologia un poco legal, ahora que ando en esto de los abogados. No importa que tan congruente quieras ser en lo que prediques,  ni que a veces esten de por medio tus propios principios a veces en contraposición con lo que te da temor que la gente piense de ti. Y en pocas y resumidas cuentas, al final todo eso es de poca importancia y no hay de otra mas que decir.    " ¡A la madre!...  !Tú te me jodes también!.

Así es de que si no quieren  tampoco lean esto.



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Intimidades de una Privada
Ludo Mentis ©



2ª Escena 1ª Pte. ( Más caro que el Oro )  En una tarde-noche Particularmente  Calurosa

Apenas unas cuantas semanas, o a lo mucho un par de meses más tarde luego de que aquellos trabajadores y el Maestro de Obra enviado por Don Carlos a que terminaran las tareas de reparación pendientes de realizar en la casa, durante uno de esos sábados calurosos del pleno verano me hallaba yo por la tarde sentado en nuestra propia terraza, con mi pequeña laptop personal, intentando hacer que las cuentas cuadraran con el dinero, cuando de la nada escuché el bullicioso sonido que sobre el cemento y adoquín de la privada producían los neumáticos del automóvil de mi mujer acercándose hacia la rampa donde, como su lugar designado, habitualmente acostumbra estacionarlo.

Sin llegar a explotar la bomba luego de las muchísimas dudas, celos e inseguridades que me surgieron después de haber escuchado la perturbadora plática de los trabajadores, había tenido que bregar contra mí mismo intentando no derrumbarme ante las enormes ganas y ansias que sin previo aviso de pronto me consumían como llamas que incendiarias ardían dentro de mí, al querer confirmar si es que en verdad Verónica había sido capaz de engañarme con uno, o incluso, ‑y más concretamente según lo dicho por aquel par de hombres‑, muy probablemente, ya más de sólo uno o simplemente “alguno” que para esas alturas pudiese ya haberse sumado a la infame lista de posibles candidatos con los que imaginaba a mi esposa siéndome infiel.

Aunque no habíamos caído en ningún pleito que desencadenara la posible ignición de todo aquel reguero de pólvora y nuestro trato continuaba siendo más que cordial, e incluso hasta cariñoso, en mi cabeza se atiborraban cada vez más las dudas que frecuentemente me hacían sentir al borde de un ataque de celos que me trastornaban  aún más al sentir la tensión que por ratos invadía la calma y confianza que hasta hacía poco tiempo atrás había existido entre mi esposa y yo.  Razón por la cual había empezado a notarse como sí deliberadamente pretendiéramos evitar encontrarnos inminentemente a solas y sin nada que nos sirviese para usar como distractor u objetivo central de nuestras inocuas conversaciones.


Así pues, esa calurosa tarde cuando empezando ya hacerse largas las sombras, ella terminó de aparcar su pequeño vehículo del que descendieron tanto mi hijo como, la hermana de éste y mi esposa, sin pensarme la difícil situación que para antes de que cayera la noche se avecinaba, en un principio al verlos bajar del auto, me sentí inusualmente reconfortado de que no regresara ella sola a saludarme al entrar a la casa. Y movido por esa desprevenida sensación de tranquilidad, desde la silla en que me hallaba sentado revisando la tabla de cálculo, saludé a todos los que retornaban.

‑Hola, hola…  Pensé que ya no volvían hoy.‑  Les dije a los que ahora, apenas y saludándome,  tan sólo se ocupaban de bajar algunas bolsas de supermercado y otras dos o tres más que inmediatamente llamaron mi atención al ver que mi esposa les pedía a ambos que le  entregaran para que sin siquiera maltratarse sus coloridas y distintivas tipografías de las elegantes marcas cuyos exclusivos productos seguramente contenían estas, ella las tomara para entrar, mientras que el par de bisoños se ocupaban de llevar dentro las más pesadas y menos sofisticadas bolsas plástico reciclable con contenidos propios del súper mercado.

‑A ver Nidi…  Dale a tu hermano esa bolsa que traes y déjame esta otra para que en lo que abres la puerta no se maltrate tampoco. ‑     Toda una estratega de la logística, giró las ordenes a su reducida compañía o escuadrón de grumetes, pasándose a la mano que tenía más alejada de mí todas las llamativas bolsas que entre sus dedos sostenía por sus angostos cordeles.

… “¿Y ahora ustedes?”, “¡¿Qué tantas cosas bonitas traen escondidas allí!?”… ‑ Aún recuerdo con precisión las palabras que usé cuando, como si instigado por la curiosidad que de forma más bien semejante a la que se le ocasiona a algún animal al que se le ha enseñado a reaccionar de manera condicionada a que relacione un determinado color, estímulo u olor con un premio que gratifique su interés con una recompensa; del mismo modo, al reconocer yo los distintivos colores y letras de las marcas impresas en las delicadas bolsitas que aparentemente mi esposa trataba de hacer pasar un poco menos advertidas por mí, cual pez tras la carnada que lo engancharía al letal anzuelo, caí atrapado en el propio sedal de mi ignominiosa condición de hombre ya casado y aún fetichista.

Aunque no lo he confirmado, sé que hay quienes dicen que algunos de los perros detectores de sustancias de alguna manera son hechos adictos al compuesto que se pretende que sepan poder detectar; y si esto es cierto en tal caso supongo que, sin yo mismo darme cuenta de en qué momento fue que terminé convirtiéndome en una especie de adicto a los celos, así como las voraces ansias que todos los juegos mentales que con sus ambigüedades mi mujer provoca en mí cada que se propone hacerme desatinar con cosas tan sencillas como a veces lo son, el simple hecho de poner de manifiesto ante mí la sensualidad y frivolidades de la que se sabe ella enteramente capaz; aunque, ‑ y por decirlo de alguna manera‑, ante mí sólo pasee la canasta de dulces con la que pretende hacerme salivar y ocasionar que se me haga agua la boca, aun cuando sin pretender realmente darme a probar el verdadero dulzor de su antojable sabor todo quede en nada más que puro antojarme.   Máxime después de todas las situaciones que se habían venido ya derivando entre nosotros luego de que empezara yo a imaginarla coqueteando con otros, o francamente siéndome infiel hasta con algún conocido.

Así, tal cual como perro en busca del tentador premio que su cerebro intuye que recibirá si sigue el rastro correcto, de la misma forma, y a muy pesar mío por no poder impedir mis vulnerados instintos y condición de hombre movidos por tan oscuros morbos, fui tras la carnada que sentí que  en ese momento me había sido arrojada por ella para que picara.

Parándome de la silla, por lo menos – según yo‑, conseguí no resultar tan obvio ante los dos supuestamente inocentes menores y ella; y como si fuera aquello algo meramente casual después de acercarme hacia la cocina, pero sin perder rastro de lo que su hermana mayor y mi esposa iban haciendo, me dirigí hacia mi hijo a preguntarle si es que acaso habían traído con ellos algún entremés o botana. Y le pregunté:   ¿Y qué me trajiste?... o dime;  ¿trajeron algo interesante?, o ¿pura comida aburrida?‑

Bueno sí… Mi mamá no quería pero cuando se fueron ellas dos a comprar unas cosas o unos barnices de uñas que creo les faltaban, de contrabando  yo traje unos cacahuates con chile de los que te gustan para cuando jugamos con el Jefe Maestro…‑   En tono reservado; como quien me revelara un profundo secreto, me contó él mientras que su hermana y su madre desaparecían camino hacia la escalera que conduce hacia la planta de superior de nuestra residencia.

‑¿Quieres que te ayude a guardar ya que éstas se fueron?‑  Sin darles su correcto lugar; inquieto y algo turbado al haberme sentido ignorado por ambas me expresé de tales maneras, sintiendo a la vez cómo de pronto me comían las ansias por desafanarme en ese preciso segundo de aquel sitio, y dejar a mi hijo con la labor de guardar el contenido de todas aquellas bolsas de plástico, ante quien pretendí no ser del todo muy evidente al menos con él, y me resigné a ayudarle en caso de que me pidiera que si me quedase a ayudarle a meter los víveres al refrigerador o alacena.

Bueno, no… Si quieres ayúdame nada más con lo del refrigerador, en lo que yo guardo las latas. Y así me apuro para irme con Luis antes de que lleguen mis primos.‑ Fue su entusiasmada respuesta ante la que, simulando no prestar gran importancia a lo que fuera a responderme mi hijo, le pregunté:

¿Tus primos?... ¿Va a venir tu tía con tu tío y tus primos?...      Y tras hacer una pausa que me hiciera parecer meramente casual y desinteresado del tema, aun antes de que me contestara, yo mismo le comenté: ‑  Ah, o sea que vamos a tener reunión.   ¿Nada más vienen ellos y tus dos primos?, o ¿A dónde o para que fue tu mamá también a comprar cosas para tu hermana o ella?‑

No, no sé papá…   Así bien, creo que nada más sé que vienen mi primo  y mi tía, o no sé…  Creo que mi tía viene a ayudarles a que se vistan o a ver algo que van a escoger, o si van a ir a una reunión o fiesta…  Pero no sé si mi tía sólo viene a ayudarles  a que se arreglen o va a ir con ellas también…    Revolviéndome, e incluso causándome aún más ansias, mi hijo comenzaba a exasperarme con tan poco concisas y por demás ambiguas respuestas.

En estado de acongojada zozobra, traté de no terminar de alterarme con él y disfrazar mi franca inquietud, mientras que al tiempo en que  sin siquiera fijarme bien en lo que hacía al acomodar  en  sus acostumbrados lugares las cosas que iban dentro del refrigerador, en mi cabeza surgían aún más preguntas y dudas :  ‑ “¿Pero tú vistes lo que se compraron las dos?”… “¡Eran sólo para tu mamá?”...   “¿No las  acompañaste a ver qué clase de calzoncitos, o tangas y bras se compraron?”… “¡Cómo  no viste?”… ‑  Una tras otra me asaltaban la mente tantas preguntas que luché por aplacar y contener sin articular con la lengua o se tornasen palabras ya dichas ni murmuradas por mí

‑ “¿Pero si te dijeron y simplemente no te fijaste?, o  de verdad no te dijeron a dónde se supone que van a salir?”…‑  De todas las anteriores, y miles más que aceleradamente  surgían dentro de mí, recuerdo que estas últimas dos, fueron las únicas verdaderas preguntas que me aventuré a hacerle a mi hijo.

‑No, no sé….‑    Despreocupado y ajeno a mi circunstancia contestó él apenas distrayéndose de su tarea, antes de, ‑ sin saberlo creo yo‑, fulminarme en el sitio.     Creo que mi mamá le dijo a mi tía que van a una fiesta, o una reunión con tu amigo o el Señor ése… Don Carlos…

* * *

Tal como si me hubiesen golpeado con una raqueta ambas rodillas o descargado un potente disparo de electricidad que luego de golpearme  de manera directa, de a poco pareció comenzar a fluir por mi cuerpo, haciéndome sentir presa de los nervios que me acompañaron, cuando después de dejar a mi hijo a cargo del resto del súper,  al subir  por las escaleras en mi camino hacia arriba y con rumbo hacia nuestro dormitorio, en las piernas experimenté una inusual sensación de extrema flaqueza einquietante debilidad, que sin poder evitarlo me acompañó en mis pasos, e incluso se agravó para mí al entrar a nuestra alcoba matrimonial.

Aunque en esos instantes comencé a percibir una extraña sensación de ligereza dentro de mi mente, y los pensamientos que esta producía en mí; quizás producto de este mismo efecto fue que  me vi precisado a rendir la plaza y abandonando de lado la calma chicha que por cerca de dos meses había reinado en la casa, teniéndome en vilo todo ese tiempo, y me lancé a comentar y expresarme:

‑¿Qué no me dijiste que sólo iban al Súper a hacer las compras de la alacena?...  Por lo que veo te encontraste más que sólo comida, y te compraste también algunas otras cosas bonitas…  ¿Hay algo que yo deba de ver?...‑    Pretendiendo no sonar del todo alarmado, pregunté marcando con la mirada mi atención a aquellas emblemáticas bolsas que ahora encontré dispuesta sobre el duvet king zise que cubría nuestro lecho.

Sin saberlo entonces en ese momento de inicio, en cuanto mi esposa me vio dirigiendo la vista hacia aquellos paquetes, por algunos instantes pareció mostrarse recelosa de que fuera yo a acercarme a mirar el contenido que seguramente aun aguardaba dentro de estos.  Por lo que cediendo un poco me detuve y dirigiéndome ahora hacia ella disfracé la pregunta.

 ‑Ya no entendí a Lalo…  Dice que sus tíos van a venir con sus primos,  pero que a lo mejor tú sales…  ¿Pero a dónde se supone que van o a qué vas?, ¿o cuál es el plan?...    Digo; para por lo menos estar enterado y no poner luego la cara larga, ni saber que decir…‑    Al final  no pude evitar cierto sarcasmo que se desbordó de mi vaso lleno de ansias.

… ¡Aiiish!, Eduardo. No empieces.   Hoy es lo de Don Carlos, que ya te había dicho que me pidió que lo acompañáramos a lo de la reunión por lo de su hija y el muchacho ése que mandaron durante las vacaciones para lo del intercambio…‑  Denotando naturalidad en su molestia me contestó de una sola vez Verónica, con actitud contrariada.

¡¿P-e… pero qué?!...  ¿Era hoy?...  ¿Por qué ya no me habías dicho?...  La verdad es que ya no me acordaba… ‑  Aunque tartamudee levemente de inmediato objeté, volviendo a sentir aquella súbita descarga de adrenalina que sin abandonarme me había acompañado de la cocina hasta nuestra habitación.

‑Sí, sí te lo dije…   Sólo es que como he notado que desde hace unos días estas algo molesto conmigo, y ya no dijiste nada, no quise insistirte, pero a mí Don Carlos me dijo que también tú ya sabías…‑ Señaló ella, queriendo restregarme la naturaleza del acuerdo que había tenido que concederle al tal Don Señor, para que completara el ardid con el cual había conseguido que aun no teniendo ya una esposa, acogieran a su hija en un programa de intercambio para estudiantes.

‑Bueno,  pues no; no me acordaba.‑    Fingí un poco, ciertamente molesto conmigo mismo e inquieto por intentar evadirme de la propia responsabilidad que pudiera serme echada en cara por el asunto.  Empero saber que me encontraba ahora en aguas extremadamente poco profundas que pudieran cubrirme o servir para conseguir revolverlas o maniobrar en caso de ser necesario hacerme pasar por el verdadero y directo afectado, no pude escurrir el bulto de la situación, por lo que me vi precisado a hablar sobre el escurridizo elefante rosado y acorazado que manifestándose desde adentro y fuera de aquellas bolsas, para mí, se hallaba parado justamente sobre nuestro conyugal lecho.    Por lo que reuniendo el valor suficiente para preguntar y hablar del asunto que de pronto se precipitaba encima de mí,  me extendí al hacer hice la siguiente pregunta que sin más le lancé:

‑No, no me acordaba, pero…  Primero supuse que nada más ibas a hacer unas compras para la casa, pero ahora veo que también fuiste con ellos a esas tiendas…   ¿Qué se supone?...‑  Dejé en el aire el cuestionamiento que más me aquejaba, pero que considerando ahora con mayor claridad las posibles implicaciones de lo que mi esposa pudiera llegar a contestarme al no dejarle otra posible salida, preferí abstenerme de acorralarla al pedir específicamente que me contestara lo que yo ya anticipaba.

“O sea… Vas a ir con este Señor, al que desde hace tiempo, aunque tú digas que sólo es un señor ya mayor como para ser incluso tu padre o alguno otro de tus tíos, pero que he visto como siempre te mira cuando le coqueteas”… ‑    Recuerdo como en vez de usar las lecciones de diplomacia aprendidas en los libros de historia, mucho menos experto en tales niveles de sutileza, yo más bien casi estallo al pensar todo aquello, y enseguida, antes de hablar, hallarme a punto de no poder contenerme cuando por poco y le digo: 

‑ “O sea que el tal Don Carlitos, “Viejito, V           iejito, como le dices, pero si se merece el viejito que tú, ¡Mi Esposa!, vaya y se compre cosas para que el Viejito Lindo las vea y disfrute encuerándote con la mirada, como la última vez que fuiste al despacho, y ¡casi se te cuelga del cuello y te arranca el escote cuando te vio como ibas vestida al despacho para que te viera!”... – Quise atreverme a echarle en cara, pero siguiendo el consejo de no dejar sin escape a la fiera o enemigo que en realidad no se quiere que termine atacándolo a uno por no tener al menos alguna otra salida viable, contuve una vez más dentro de mí el ataque.

‑Es que no entiendo, entonces que fuiste a comprarte…‑  Finalmente cuestioné, aunque sin formular la pregunta realmente.

‑Bueno sí… En realidad no pensaba en ir a comprarme nada especial, pero Don Carlos me llamó ayer por la tarde para pedirme que por favor llevara algo bonito, aunque él lo pagara o te diera el dinero después…

Cual bomba que acertara plenamente al objetivo donde más daños causara, de pronto me estremecí al sentir los inmediatos estragos ocasionados por esta.   Y al escuchar la respuesta supe que tal como temía no debí haber preguntado y hecho caso a mi instinto de supervivencia, pero ya era demasiado tarde en ese momento para evitarlo, por lo que ante el inesperado hundimiento que presentí se avecinaba de forma más fulminante y catastrófica que la del HMS “Hood”, lleno de angustia reaccioné casi sin pensármelo nada y fruncí el ceño al preguntar terminante.‑ ¡¿Qué te pidió qué!?...‑

…Ay Eduardo, ¿Qué tiene de malo Papito?.  Tú ya sabías que iba yo a acompañarlo…  Él te lo dijo… ‑    De inmediato retrucó ella, aunque dejando entrever cierto asomo de duda y sonrojo que se coloreó en sus mejillas.

‑S-i. Bueno sí…  ‑ Titubeé al conceder, al tiempo que acercando mis pasos nerviosos hacia la cama; y estando ya cerca de las bolsitas, busqué tomar una de estas mientras que sin decir más palabra ni atreverse ella a cerrar el espació que ahora nos separaba,  Verónica no pudo reaccionar con la prontitud necesaria ni avanzar hacia mí,  quedando parada en el sitio exacto donde se hallaba mirando mis movimientos cuando viéndome aproximar una de mis extremidades hacia las decoradas bolsitas, tan sólo pretendió extender los dedos que acompañando tímidamente a su mano parecieron querer hacer el intento de ir a pedirme que no fuera yo a revisar lo que había dentro de esta. Pero siendo ahora ella la sorprendida, todo esfuerzo fue poco para impedir un hecho ya consumado, y fútil terminó únicamente allí con la mano en medio del aire sin aventurarse del todo a impedírmelo de manera tajante.

En cambio, habiendo al menos vencido en tan ociosa ofensiva, mi titubeo inicial se convirtió en vacilación que pronto se trastornó en una especie de arrebato de ardor que recorrió casi todo mi cuerpo al hurgar en una de las bolsas y en la que ‑aun sin mirar dentro de ésta‑,    apenas entrando las yemas de mis dedos fisgones en contacto con el irresistible roce del material que allí dentro escondía, enseguida y casi sin duda me aventuré a adivinar que debía de tratarse de una pantaleta muy femenina; creada con alguna delicada telita que – aunque ligeramente rasposa y difícil de describir la sensación que de inicio me produjo nada más al tocarla y apreciar como‑, entre mis dedos, curiosamente parecía a la vez ligera o suave como la seda,  mientras , por otra parte, y sin  haberla, ‑o haberlas‑  podido mirar todavía, en otras partes que alcanzaba a rozar con mis extremidades táctiles, acompañando a la sutil sensación surgió el acostumbrado y ríspido tacto semejante a desiguales y diminutas agujitas hechas de tela más resistente y gomosa que habitualmente puede palparse en las cintillas elásticas, costuras y aplicaciones o hechuras de encaje y vestidos recién estrenados o provocativas prendas de lencería apenas usadas.

Ahora, entre confundido, y con algo de vértigo, e intoxicado otro poco por la naturaleza de mis indiscretos hallazgos, aunque no sabía bien o que haría o le diría mi mujer cuando por fin extrajera la, o las prendas, no mostré ningún apuro en hacerlo, y experimentando cierto bochorno debido a lo inapropiado de mi divertimento, acabé notando cierta inquietud que ocasionaba en ella mi divertimento con el paquete o el contenido que en ese momento pudieran estar tocando mis dedos sin siquiera saberlo o ‑ de manera concreta ‑, conjeturar nada más allá que de lo que pudiera yo deducir del roce que me producían en las yemas, la suave tela y aquel material gomoso e incluso también ligeramente rasposo, reconocible en cualquier prenda recién estrenada, como esta que ahora trémulamente tocaban mis dedos nerviosos que no cesaban de enviar a mi cerebro emocionantes descargas cada que al desplazarse los mismos sobre sus diferentes texturas y los bordes de sus costuras, estas se encajaban suavemente entre los surcos de mis huellas digitales.

S-sí… Vero…‑ Hablé finalmente sin lograr que cesaran mis nervios, cuando quise sonar condescendiente en vez de parecer que me hallaba ya más bien angustiado e incómodo y próximo a reclamarle airadamente con tal de poder salir del momento.   

– Supongo que  el Señor puede haberte dicho o pedido que te pusieras, o usaras algo bonito…  Pero…‑ Titubeé brevemente‑  ¿No es esto ya algo excesivo?...  – Sentí casi que se me salía ya el corazón por la boca ante las posibles implicaciones de mis palabras o las que ella pudiera llegar a decirme enseguida cuando resolviendo animarme a extraer la primera prenda que mis dedos tocaban; quizás terminara teniendo que levantarse el estado de tensa calma que a querer o no habíamos observado durante las pasadas semanas.

…Mira nada más esto Verónica. – Casi exclamé sintiendo que me faltaba el aliento, al ver por primera vez la pequeñísima e inicua prenda que hasta esos momentos pensé que sería usada por mi mujercita para cuando menos pretender resguardar parcialmente sus más reservados encantos, o lo muy poco que esta alcanzara a cubrir de su cuerpo.  

Y es que en el fugaz instante que sucedió entre, que al terminar de extraerla y hacerla que quedara colgando de los dedos nerviosos que la atenazaban y que por fin mi esposa se animara a arrebatármela de la mano,  simplemente me resultó imposible descubrir nada más que unas cuantas costuras, encajes y tan escasas porciones de tela adosados a estos, que amén de resultar casi ridículos de pensar suficientes para cubrir cualquier cosa más allá de lo elemental, simplemente  entre los que me parecieron dos o tres cintillos elásticos y aquellos tramposos pedacitos de encaje y el material que estos unían entre sí, ‑ con toda honestidad aún puedo decir que de tan chica que resultaba la misma‑, no pude alcanzar a discernir si la había tomado de que parte o si lo que mis ojos miraban en realidad era el frente de esta o la visión posterior de lo que resultó ser un calzoncito o nada más que un costosa y encantadoramente adornada tanguita elaborada en lencería tan transparente y ligera que sin cubrir realmente gran cosa, poco, o muy poco sería lo que dejara a la imaginación.

‑¡Dame!...   ¡Lalo!…  ¡Dame eso!...‑   La inesperada explosión de color en las mejillas de mi Verónica primero me tomó enteramente por sorpresa, para inmediatamente después transformarse en bochorno e incomodidad cuando esforzándose por arrebatármelos, me reveló:

Esas no son mías… ¡No son para mí!...  Son unos que Nidi escogió para… ‑  

De inmediato; como si aquella prenda ahora quemara mis dedos yo la solté y también quedé sonrojado intentando recuperarme de las tremendas y por demás muy incorrectas imágenes que como la atronadora velocidad de un relámpago latiguearon mi mente en un santiamén.

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7 comentarios:

  1. PRIMERO.- Jaja me encanto la referencia de la batalla naval
    (En lo personal esa batalla y persecución me parece de lo mejor de la ww2)
    Pero si su honra y tranquilidad, le pasa lo mismo que al “Bismarck” Quiere decir que a nuestras queridas protagonista (Vero y “Nalgoncita”)
    Les van a dar; Duro, Repetidamente, Constante y hasta Hundirlas, con la “POPA para arriba” jaja.
    (Pobrecitas, ¡que RICO!)

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    1. Y claro que sí !.... Recordemos que a diferencia del Hood que fue fulminado de manera inesperada y casi inmediata.

      Efectivamente al Bismarck lo tundieron durante un buen rato hasta que ya imposibilitado de maniobrar debido a sus multiples averias sufridas , precisamente en la popa. que como a cierto personaje que probablemente aparezca en estas escenaa, se conviritó en su talón de aquiles.

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  2. SEGUNDA.- No sabes cómo me puse al imaginar a Nidia “la Nalgoncita,” aun ahora NO se me baja.
    Todo, TODO, ¡TODO! Las escenas me las imagine,
    Al imaginarme su anatomía
    2.- al imaginármela con esas prendas
    3.- me escandalice al imaginármelas a las 2;
    Se van arreglar para OTROS hombres, con esas ropas que solo las p... utilizan.
    Las van a exhibir, Uuufff!!
    Las van a MONTAR, Uuufff!!
    Las 2 van de “!PUTAS!”
    Y una angustia recibí en el corazón, y una palpitación en…?
    4.- Por Favor escribe de Nidia, la “Petite” “la Nalgoncita” no sabes cómo se me pone dura. (y ¡Los problemas que me causas! Jaja) es la primera vez que escribes de jovencitas, y eso refresca.
    5.- Y si la “Petite” se roba la atención de los 2 machos, Uuufff!!
    6.- Un aplauso y reconocimiento LUDO.

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  3. TERCERA.- ahí te dejo apreciado LUDO, también una referencia de 1941, al orgullo del káiser “Bismarck” (Nidia) por horas; Diversos, GRANDES cañones; lo van a zarandear “por todos LADOS”

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  4. Gracias Fede... De verdad mil gracias... Esta vez hasta paso por alto tus "altisonancias virtuales" y luego de varias carcajadas que me ocasionaste al leerte, te comento que curiosamente a mi mismo, al leer el entusiasmo que te causaron esas esas "visiones" de Nidia y lo por demás doblemente , o quizas hasta triplemente retorcido de la situación que sugiero. me fue Puffff , de incitante...

    Celebro lo de la escena naval, y encontrar quien la tenga en mente para entender un poco la intención que pretendo describir en el personaje.

    Y ya por último, el que me digs que te gusó el giro que di a la torreta para dirigir los cañones del navio hacia ese cuasi indefenso objetivo.... Quien sabe en realidad que pueda suceder en la dura refriega, pero por los preparativos y como se dio el giro de aquel equivoco con las prendas, creo que entieno por que te agradó...

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