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jueves, 5 de noviembre de 2015

Intimidades de una Privada 1a Escena ( Corregida y Aumentada de la Versión del 2011 )



Azuzado un poco por una lectora que recuentemente visita mi pantalla del G Mail IM, retomé un poco esta historia que espero os guste.   Coviene leerla desde el principio aunque alguno ya haya leído la priera escena pues aunque no hice grandes cambios, si la adecué para que "casara" con este nuevo fragmento.

Intimidades de una privada
Ludo Mentis ©

1ª Escena  ( El Ventanal )

Aunque sé que algunas personas ajenas a este tipo de sensaciones nunca podrán comprender lo que pasa dentro de la atormentada cabeza de una pobre alma como la mía, que luego de haber apechugado las recurrentes deslealtades y engaños de las distintas mujeres con las que emocionalmente la vida me ha unido, de a poco, y como dicen, o es bien sabido que a veces dentro de nuestras psiques, los que parecen nuestros mas grandes temores, los vamos envolviendo con sutiles capaz que nos ayudan a lidiar con ellos hasta que a veces sin darnos apenas cuenta de el momento en que esto sucede, estos  suelen llegar a convertirse en fuente de nuestras mayores y mas ocultas e infamantes bajas pasiones.

Y es que como se sabe también, a veces un hombre puede crearse sus propios infiernos y candentes condenas que a ante ojos extraños que ven todo desde otro punto de vista pueden resultar inconcebibles de tolerar, así como en mi caso que mas allá de saberme unido a una adultera esposa  a la que incluso sin oponerme a que esto suceda o querer atreverme a pedirle cuentas sobre sus deslices de señora casada,  con el paso del tiempo,  ahora incluso cada vez que me entero de alguna de sus correrías, aparte de la natural zozobra que me ocasiona saber tan infiel a la mujer con quien vivo, un retorcido placer lleno de morbo me produce imaginar la serie de mal entendidos, comentarios, murmuraciones y opiniones encontradas que de seguro despertara su conducta entre la gente que nos conoce o tal como ocurriera recientemente, sin sospechármelo, cuando esto de pronto sucede, tolere que hasta gente de la mas baja ralea o mala afortuna violente tanto su intimidad como mi propia imagen de marido engañado.


El asunto que ocurre es que teniendo que hacer mejoras y algo de mantenimiento en nuestra casa, y luego de cortar unas pesadas ramas de las que colgaba parte del denso follaje de un árbol que cerraba la vista y entrada de luz al recibidor y amplio ventanal de vidrios traslucidos que dan al frente de la regadera del baño que da servicio a la habitación de la hija de mi esposa, y eventualmente ella misma utiliza cuando, estando yo en casa, en vez de usar el integrado a nuestra recamara y vestidor, prefiere que no me percate del todo de lo que hace o las prendas que se pone para salir al trabajo en esas ocasiones especiales en las que suponiendo que yo ni me imagino de lo que sucede entre ella y algunos de los hombres con quienes trabaja, como su jefe, clientes de éste y amigos con quienes antes de volver a deshoras a veces se ve después del trabajo.

Habían pasado dos o tres días después de la poda cuando al estar resolviendo algunos pendientes necesarios para las reparaciones que se hacían, y sin poder sospechar las consecuencias que me traería tan inicuo descuido, e ir volviendo del portón de acceso a la privada, por mero capricho del destino o coincidencia, de pronto al caminar con otras cosas que me ocupaban la mente mientras dos de los albañiles trabajaban en el exterior de la casa, me hallé justo detrás de unos setos que bordean el jardín contiguo y la puerta trasera de nuestros vecinos, en el instante en que disponiéndome a aparecer junto a ellos para hacerles algún comentario de aliento respecto a sus labores, sin proponérmelo de ninguna manera opté por callar al descubrirlos que conversaban al tiempo en que distraído de sus quehaceres uno de ellos que se encontraba parado le decía al otro que batía el material de  una cubeta de pintura.

...No, pues si está riquísima.  Pero, ¿y esa cual es tú?.  ¿La mamá o la nalgoncita?.  Mira no mas que ricura con esas pelotas de leche que se enjabona la muy cabrona‑   Sin interrumpirlos, quedé plantado sobre la grama, alarmado de lo que a puro primer golpe inmediatamente intuí que seguramente hablarían algo que tenía que ver con mi esposa o su hija.

‑No, pues si por eso te dije que estaban bien buenas las dos...   Pa´ que veas que no me ando con pendejadas...  Esa es la mamá... – Le aclaró al sorprendido ayudante como si el espectáculo que le mostrara fuera de su autoría.

...Y deberías de ver luego como sale vestida la muy güila...  Si se ve que le encanta ponérselos al güey este...‑    Sentí que se me iba el alma del cuerpo al escuchar lo que enseguida le dijo, y que ahora presentía que involucraba a mi persona de manera más contundente.    

Y fue entonces que, movido por las siniestras ansias que algunos de ustedes que se hayan encontrado en mi posición saben que a veces producen este tipo de circunstancias., y sin saber que otra cosa hacer mas que comenzar a lidiar con el tremendo vértigo que inundando mi cabeza con un torrente de adrenalina y sangre, me hizo sentir que los oídos se me taponaban mientras el estomago se volteaba dentro de mí al conjeturar que alguna ominosa calamidad pronto se cerniría sobre mi conciencia., y alzando la cabeza hacia otro lado que no fuera el punto en que aquel par de supinas lenguas hablaban con tal ligereza de la reputación de mi esposa o su adolescente hija, sin percatarme de ello dirigí la vista en dirección hacia donde el primero de ellos parecía estar viendo.

“¡Dios mío!...  Pero si con razón este par de idiotas están como imbeciles diciendo estas cosas Verónica”...  .‑ Exclamé para mis adentros al descubrir las tentadoras formas borrosas del cuerpo de la mamá de mi hijo trasluciéndose a través de los amplios claros de vidrio que, con distintos tamaños rectangulares cerraban el ligero entramado de herrería del ventanal de la regadera, y que siendo el pretil de la ventana tan bajo, ahora que tantas ramas se habían podado del árbol, dejaba a la vista de todo el vecindario que pudiera pasar por allí en ese momento o cualquier otro en que mi esposa o su hija, sin sospechárselo nada, tomasen una ducha como ahora ella lo hacia, sin suponer que la mayor porción de su cuerpo quedaba casi totalmente expuesta ante los ojos que voltearan hacia aquel punto de la construcción.

Si bien no era visible como un cristal transparente en el que no habría quedado la duda de cualquier pormenor de sus anatomías, al menos desde donde me hallaba parado a menos de tres metros del pelado aquel que ahora la contemplaba, a través del traslucido y tan diáfano material si podía distinguirse no sólo el contorno y color de su rosada piel, sino con bastante nitidez, luces y sombras que daban cuenta de manera cuasi precisa de las incitantes formas de la anatomía de mi esposa como si tan sólo fuera cubierta por un caprichoso velo de delicados cristales que apenas y evitaban que desde afuera de nuestra casa pudiera apreciarse la total desnudez de su cuerpo, y teniendo que conformarse con solo saberla, aun así tener adivinar como luciría tras aquella mágica cortina de sílice que como último reducto de su privacidad aún hacia el milagro de por lo menos permitir que su figura no quedase expuesta del todo ante las miradas, aun cuando esto lo hiciera de manera por demás tan escasa que quitaba el aliento.

Y más cuando alcanzando ya a comprender mejor las formas que mis ojos veían moverse entre los marcos de acero y distintos vidrios que componían el traslucido ventanal, baje de nuevo un poco la vista hasta donde el sitio en donde sin haber ya mas trasparencia detuve el camino para volver a subir la mirada empezando a partir de los sugerentes muslos que resultaban visibles desde la parte media de estos, para luego ensancharse en sus formas al llegar a las amplias sinuosidades de sus caderas y glúteos, donde al girar ella su cuerpo al moverse para enjabonar o tallarse aquellas zonas de su anatomía, quizás por mera imaginación mía en vez tangible realidad, me pareció tener un breve atisbo del oscuro matorral que surgía entre sus piernas antes de que girando su cuerpo de nuevo quedaran expuestas ante mis ojos y los de los otros dos admiradores todas las redondéces de los medios orbes de su contundente trasero.    

“¡Dios mío!”...  Verónica...        “Se te ve todo” .    Recuerdo haber exclamado entre mis pensamientos cuando a través de los rectangulares vidrios noté como al girarse ella de nuevo dentro de la regadera, podía apreciarse la forma de sus ampulosos glúteos, breve cintura y globos de carne de sus senos turgentes y llenos de vida.

‑ No, si está buenísima la patrona esta...   Me cae que yo también le daba con todo como el Inge. Gregorio que dice que desde que la vio le notó que a esta le re encanta la “cornetota”, y hasta dice ya se la “comió” en su camita la otra semana... ‑    De pronto aquellas socarronas y casi pueriles pero morbosas palabras me trajeron de golpe a la realidad cuando el que se hallaba batiendo la pintura le echó el comentario al mirón.

...Si tú cómo no.   Si hasta le crees a ése que es bien hablador.    Le retrucó el incrédulo espía.

Pus” si no quieres no me creas...   Aquí estaba yo dándole, cuando él se metió dizque a hablar con la ñora; y si no se la “echó”, de menos si la vio encueradita o algo hizo con ella o en su cuarto o el de la nalgoncita por que se tardó allá adentro un rato y salió poquito antes de que ella se fuera y me dijo que estaba bien rica y hasta me enseñó los calzoncitos que le quitó antes de “comérsela” toda entera... ‑     Con aquellas confusas palabras de tan burdo vocabulario que procuré acomodar en mis ideas terminó de relatarle el inverosímil suceso que de insospechada manera una vez más ensuciaba la reputación de mi esposa.

“Ay sí ¿ no?...   Y de seguro se los regaló y le dijo...    “Ten papi te los regalo para que los guardes o se los enseñes a tus amigos o a mi marido cuando lo veas”.... – En tono de mofa se notaba divertido de escuchar lo que hasta ese momento le parecían meras e improbables ocurrencias de su compañero, antes de azuzarlo a que continuara entreteniéndolo con sus locuacidades, al pedirle que le dijera: ‑

 ¿Cómo eran?.,  ¿tú se los viste?, o ¿te los enseñó? ‑  Le cuestionó el divertido aunque incrédulo hombre a su compañero mientras yo comenzaba a ponerme un tanto nervioso ante la posibilidad de que alguien o algo delatara mi presencia en aquel sitio ahora que terminando el espectáculo que les había estado obsequiando a sus espectadores la imagen de mi esposa rápidamente comenzó a desvanecerse tras el ventanal.

...Pues eran chiquititos., como con florecitas de puro encajito color beige.‑  El del bote de pintura le afirmó al otro de manera casi tan inmediata como la sobrecogedora imagen que de repente brincó a mi cabeza al pensar en la posibilidad de que, aunque de tan vaga la descripción que le daba y esta se ajustara a tantísimos tipos de “inmencionables de mujer”, la prenda íntima que el trabajador ese le describía a su compinche verdaderamente  fuera una que me resultaba conocida, e indiscretamente yo mismo había visto entre las delicadas ropas que mi señora a veces usaba para salir a calle.

‑Que se me hace que lo que pasó es que te metiste al tendedero o su cuarto y le abriste los cajones de sus calzoncitos para olerlos y robarte algunos de los que tienen la señora o la niña...   ¿Cómo sabes que eran de ella y no de la niña?‑    Continuaba inquiriéndole al otro mañoso.

...No., ¿cómo crees?.   Ni que anduviera yo de cochino.   Yo digo que si son por como se viste la ñora.  Deberías de haberla visto el otro día que estaba yo aquí solo, pintando lo de la terraza de allá arriba.  Me había subido con la escalera por la casa de al lado.‑  Comenzó a preparar el detalle de lo que iba a contarle a su amigo  antes de continuar:

Estaba todo solo, ni la que hace el aseo, ni el señor ni los niños...    Como a eso de las dos o tres de la tarde de repente llegó en su carro con otra señora más jovencita. 

‑¿Y qué?...  ¿Ahora vas a decirme que salieron en tanga o bikini a pedirte que les calentaras el agua, y invitarte a que te bañaras con ellas?...‑  Burlón, el que había estado observando a mi esposa tras el ventanal de la regadera bañándose pareció voltear a mirar hacia donde yo me encontraba intentando mimetizarme.   Por lo que al sentir que me hallaba en peligro de ser descubierto por ellos quedé inmóvil por unos instantes durante los cuales contuve hasta la respiración.

¡No. Güey, no!...   Yo no dije eso.     Aclaró un tanto molesto ya de las burlas y exceso de dudas que su interlocutor le oponía a cada momento.  Jalando con su aclaración y molestia la atención que el otro individuo pudiera haber tenido en voltear hacia donde yo me encontraba.

...Yo no sé que hicieron adentro, pero lo que si creo es que la otra venía con ella y se iban a algún lado juntas por que casi no se tardaron y cuando salió la mamá de la nalgoncita, ¡hubieras visto!; iba que...  ¡Bueno!... ¡¿Y para que te lo cuento?!...   Creo yo que ni en San Pablo las ves que salgan tan ricas las que trabajan en los pinches hoteles allí...   Una faldita azul toda cortita, cortita y pegadita, pegadita, pegadita...   Me cae que a lo mucho parecía un cinturón ancho y no una falda...   ¡Se le veía todo!...

Parecía conmovido al recordar la manera en que había visto a mi esposa salir vestida de casa aquella tarde.  Antes de reiterar y precisar:

‑Se le veía casi todo...    Me cae que de veras te juro que parecía de San Pablo aunque esté casada y con hijos la ñora...‑   Aseveraba.

‑¡Ya!... ¡Shaaaa!...  No inventes.    ¡En San Pablo son puras putas de a cien pesos el palo!...‑  De pronto tuve que soportar el montaraz comentario que hizo el ayudante de albañil antes de recriminarle al otro la comparación.

...Aquí pura primera calidad y nalguita de princesa...  ¡¿Cómo comparas?!.

‑Bueno, no... no es de esas putas de a cien., pero está igual de buena que esas y por como te digo que salió con la otra señora., se veía que iba a lo suyo y no iba a regresar sin que le metieran de menos dos o tres goles...  Si no es que ya de plano le echaban montón y le daban una buena goleada a la ñorita.  Hubieras visto la pinche faldita que se puso y los taconzotes que traía...   me cae que se veía para de menos hacerle fila y tirarle a segundo palo...‑     Con tan soez comentario tuve que  hacer de tripas corazón  al oír a aquel tipejo hablando de la mujer con la que había yo decidido casarme.

... “Ahh, ¡shaaaa!!!”.  ¿A poco si?.  Yo he trabajado por aquí pero nunca he visto a una que se vista o ande así de putona como tú dices...  Por aquí pura señito ricachona y buenona, pero apretadas o bien santas según ellas. ‑  cuestionando acotó

Que no era una santa., eso ya lo sabía de meses o quizás poco menos de dos años atrás.    Que para esas alturas sin que yo hiciera otra cosa mas que meramente insinuarle que no sólo tenía razones para sospechar del súbito cambio de vestimentas que, coincidiendo con sus repentinas llegadas cada vez mas tarde a la casa, de pronto la habían hecho comenzar a comprar prendas que antes ni en sueños hubiera yo concebido que llegara ella a ponerse., y ahora debido a ciertas indiscreciones por parte de algunos de nuestros conocidos, no sólo suponía sino que estaba  al tanto de la mayoría de sus escapadas., y bien sabía que al menos con dos de sus jefes y el hijo de uno de ellos me había estado engañando de manera frecuente.  Recapacitaba acerca de nuestra circunstancia cuando el tipo ese para continuar revelándole a su conocido lo mucho que sabía de mi esposa y nuestras vidas  me reconfirmó lo que yo bien sabía.

  El güey de la puerta también me dijo que él sabe que de menos se la andan picando dos monos que luego vienen a verla o a veces pasan a recogerla en unos carrotes cuando no está su marido, y siempre que sale con ellos va bien vestidita y se la llevan en el asiento de atrás...

‑ No., pues pobre güey ese que le ponen los cuernos, hasta los vecinos lo saben y el muy baboso sin enterarse de que su esposa anda regalándolas al que se las pide...  – Pareció apiadarse de mi persona el que había estado observando a mi mujer.

...Bueno, pues sí.   Pero  mientras no sea la tuya, la vieja  o la hija de uno, algunas tienen que ser las que se las prestan a otros...  Si a mi me da chance también le doy lo suyo... ¡¿O tú no?!.‑  Preguntó divertido de mi anónima desgracia antes de que el mirón pidiera que le comentara algo más de lo que el indiscreto encargado de la puerta le había contado durante la semana.

­Te digo que me contó que una de esas veces que la trajeron y ella venía en el carro de uno de esos monos que la trajeron ya muy noche., vio que se tardaba mucho en bajar y que ella entrara a su casa.,  y dice que vino a ver si algo pasaba cuando se acercó y vio como la tenían con la faldita al ombligo, sus calzoncitos en las rodillas., y mientras la dedeaban entre los dos que la tenían allá atrás ella besaba a uno y les agarraba las macanas como si la tuvieran remando...

La sobrecogedora imagen mental que con tanta vileza de lengua el entrometido ese detallaba la escena en que el guardia de la cerrada supuestamente había sorprendido a mi mujer en momento tan privado e íntimo con sus acompañantes quedó permanente incrustada dentro de mi cabeza al escuchar el modo por demás obsceno con que éste le refería al otro lo sucedido en aquella noche.

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