Nota

Te recordamos que las aportaciones incluidas en este blog son propiedad intelectual de sus creadores y estan registradas, por lo que su uso o publicación previamente no consentida constituye una violación a los derechos de autor internacionales vigentes. Antes de "Tomarlas Prestadas" sin aviso te agradeceremos contactarnos si requieres su uso.

sábado, 20 de julio de 2013

Un Poco de Ayuda Humanitaria 7a Instalación



Un poco de ayuda humanitaria ©
G.O. Tigers , Ludo Mentis ®
Parte 1 Capítulo 3 -1


…¿Qué hacemos Emilio?.   De verás ya no hay cuartos.‑  Preocupada aun sin ver el maltrecho estado en que su esposo volvería preguntaba  Hana a Emilio Corcuera, sabiendo que en verdad ella tampoco se hallaba en condiciones de manejar.

‑Pues haz lo que te digo…  el chico puede llevarlos Jan., y así de pasada lo llevan…  Que a estas horas ya es tarde y aunque  sea empleado y me haya pedido venir de mesero me da pendiente que se quede aquí hasta estas horas‑  Le ofrecía una salida a modo el jefe de su marido y del hombre con que había organizado la  gresca luego de que ella los dejara hablando allá solos.


La verdad es que después de todo lo sucedido Hana tenía un fuerte temor de lo que pudiera decirle Ernesto en esos momentos si se quedaba a solas con él en el estado que seguramente estaría, y aunque no pudiera manejar ella, no estaba convencida de lo que ganaría realmente con aplazar el encuentro y la discusión que tendrían,  tampoco sabía si verdaderamente fuera buena idea que el muchacho los llevara de vuelta y así dar tiempo para que se les pasaran a ambos los severos efectos del alcohol  ingerido.

‑ René.,  ve por tus cosas…   Me harás favor de llevarlos hasta su casa y así de pasada te vas y nos vemos el lunes.‑  Con toda voz de mando se dirigió Emilio Corcuera hacia el muchacho sin dar más  oportunidad para que ella le refutara la decisión.

… Ya mujer, tranquila.   No creo que vaya a pasar nada…   De seguro que no le dijo nada y ya mañana con un café o lo que se tomen para la resaca, veras que no si acuerdan de lo sucedido.    Le aseguró el hombre intentado confortarla antes de ofrecerle que se llevara algo puesto encima de su vestido.

‑No.   Así estoy bien, de veras no tengo frio…

* ¨* *

Minutos más tarde el dolorido marido de la mujer por la que se había batido en duelo y que ahora iba sentada en el asiento trasero de su camioneta, le indico de no muy buena manera que no fuera a pretender  pasarse de listo, después de que el jefe de ambos  los hubiera obligado a tomarlo como chofer designado para regresarlos a casa después de aquella noche tan larga.

 – Y vaya que aquella había sido una noche muy larga para todos los implicados nada más hasta ahí cuando para concluir  le dijo al muchacho: 

Está bien tú, “simpatías”…   No intentes ninguna de tus chistosadas mientras manejas y sólo ve por donde yo te vaya diciendo‑ 

‑Tranquilo Don Otto, no se ponga fiera conmigo, yo sólo manejo para usted y mi Señora Jan.     En tono sarcástico e irreverente le contestó el expatriado al tiempo en que echaba un nuevo vistazo a todo aquel espectáculo de piernas, ajustados escotes y curvas que veía en el espejo pensando en lo que sentiría al poder descargarse dentro de ella luego de una semana de no haber podido tener sexo con ninguna otra mujer., ni siquiera la del Señor Méndez, y haber observado las miradas que le había echado durante la fiesta.

‑“Ni en sueños esto pudo haber salido mejor para mí”…   “Seguro que será rico cogerme a la japonesita de este cretino y regarla por dentro en su jardincito mientras él la ve como me la monto como a una perra en celo hambrienta de semen”‑  Pensaba el exaltado muchacho al ver que los efectos del alcohol que les había estado sirviendo había cumplido su cometido,  y tanto ella como su marido se hallaban apenas conscientes sin saber que les había pegado tanto en esas bebidas.

Aunque todo aquello lo había hecho con el único fin de meterlos en cualquier clase de problemas y evidencia ante sus conocidos, ahora la mujer de sus sueños iba casi tendida y dormida sobre el asiento  de la propia camioneta que ambos habían comprado para cuando la familia creciera,  y antes de que llegaran al segundo semáforo de la avenida,  su marido se encontraba próximo a caer rendido también.

¿Cómo va mi jefe Ernesto?...  ¿Todo bien?‑   Quería asegurarse del grado de conciencia en que iba su acompañante mientras el conducía,  por lo que luego de verlo estirarse a moverle el espejo retrovisor para que no pudiera continuar viendo el abandonado estado en que se hallaba su esposa allá atrás, y una vez habiéndolo acomodado par ser él el que pudiera observarla desde su siento, acomodarse enseguida de lado para checar lo que su improvisado chofer hacía  al volante, antes de contestarle cuando insistió en hacer platica al preguntarle:

‑¿Por qué te dice Otto  a ti Jan?...

‑En japonés eso quiere decir “mi esposo o esposito” , y como se parece a Ne-ehhh-toohh‑  Terminó de tratar de explicarle la inocua pregunta al  muchacho cuando un bostezo lo interrumpió antes de acurrucarse viendo a su esposa sobre el reflejo del retrovisor y caer rendido ante los efectos de las fuertes dosis del narcotizado alcohol ingerido.

‑ Y…  Tu esposa se va a tragar toda mi leche…  ¿Si sabrás tú cómo se dice o se dirá en japonés?...‑ Sabiendo que la pareja ya estaba totalmente perdida preguntó al aire el joven rufián sin esperar ninguna respuesta antes de detenerse afuera de una tienda de conveniencia y bajo la luz que le daba el letrero buscar entre las cosas que llevaba una pequeña bolsita y extraer algo de su contenido para soplarlo cerca de las narices del desprotegido marido.

* * *
“Chotto“...     Sin tener plena conciencia del tiempo que había transcurrido, cuando oyendo la voz  a su esposa pidiéndole a alguien que se esperara o se detuviera de  hacer lo que hacía, Ernesto despertó y pudo mirar  el reloj del panel superior de instrumentos de la camioneta, se dio cuenta que se acercaban las  tres de  la mañana, y aunque reconoció la hora y que se encontraba a bordo de su lujoso vehículo, se sorprendió de  ver que el asiento del conductor se hallaba vacio y por la ventanilla no aparecía ningún lugar que reconociera.  De hecho el motor estaba apagado y salvo por la música que apenas y perceptiblemente surgía de los altavoces tenía la impresión de que lo habían abandonado en una calle desierta y oscura.  Hasta  que acostumbrándose sus pupilas a ver con tan escasas condiciones de luz, de pronto un ruido proviniendo de los asientos traseros lo hizo voltear al espejo que había acomodado antes de caer dormido.

“¿Qué diablos pasaba allá atrás?., ¿Qué hacían aparcados en aquel lugar tan oscuro?, y ¿Qué hacía su esposa platicando en voz baja con ese muchacho allá atrás?”‑  En el confundido estado de mente buscaba hallar la respuesta a todas aquellas preguntas recordando los últimos recuerdos que parecía guardar en su mente, pero todo era en vano…  ¡No recordaba nada y no comprendía porque parecía que tampoco podía moverse ni hablar!...

Entonces luego de más platica y algunas risas que escuchó y observó por el espejo todo fue peor cuando vio que su esposa y aquel negro acercaban sus bocas para darse un suave beso…

En su boca y fosas nasales se ahogó un suspiró que soltó Ernesto al momento en que sus ojos vieron como los labios de ambos se unían.  Pero el que siguió a ese primer contacto por poco le vuelve loco al pobre cuando dentro de su narcotizado estado se percató que el siguiente que se daban en forma ninguna era un beso amistoso.  ¡La lengua de aquel miserable negro estaba profanando los labios de su querida Hana!...   ¡ Y lo que era aún peor!., ¡Ella le estaba devolviendo aquel beso voluntarioso que en su cabeza mientras los observaba pareció durar la infinita eternidad de un solo momento!.

El sobrecogido marido  completamente abatido y en estado de shock solo podía darse cuenta de que le parecía haber dejado de  respirar mientras se besaban, por lo que se forzó a  llenar de aire sus pulmones de nuevo para no sentir que moría al no saber que hacer para impedirles que siguieran besándose de aquella manera.

Menos de una hora o cosa similar a cuarenta minutos atrás según el reloj, su esposa había negado entregarle los labios a aquel aprovechado de su oficina que había osado forzarla para que se los diera sin que lo acusara de estar intentando violarla,  y sin embargo ahora aquí estaba ella  recibiendo las horrendas babas de aquel asqueroso muchacho que la besaba sin condiciones.

…Da pena que Otto no esté despierto para que  vea que rico besas Janita‑   El chico sonriente se congratuló de su suerte cuando por fin sacó de ella su lengua al tiempo que comenzaba a pasear sus manos oscuras por encima de las ropas de ella.  

…Y si no despierta pronto tampoco verá a la chinita cuando me la coja como a todas mis  putas con este palote que tengo aquí ya casi listo para su esposa Janita…‑    Vociferó en su acento de esclavos creole.

‑No René…  No digas cosas‑   Como gatita pareció ronronear  la aturdida mujer,  antes de que él le asegurara:

‑Ya veras la cosa que tengo aquí para ti…  Lo estuviste viendo toda la noche mientras me enseñabas tus tetas de puta casada, ¡pero ni te imaginas que nunca veras uno más grande que el de René  en tu vida gatita putona!‑

‑ No René…  no digas cosas, por favor no…‑  La naturaleza sumisa de Hana daba la impresión de estar aflorando entre la mezcla de alcohol y aquellas substancias , cuando intentando acallarlo le ofreció una vez más los labios para que los  besara el muchacho. 

Pero tras un breve beso mucho más corto que el anterior él insistió porque padeciera.   ‑…¿Qué tiene mamita?,  ¿No me quieres creer que a Otto le gustaría ver cómo te cojo con esta macana?‑   Confiado del tamaño de su virilidad la retó: 

¿Quiere mi gatita que lo despierte para que nos diga?...

‑¡No!... ¡Ya!... ¡No!.,  ¡yamete kudasai!...‑  Suplico ella pidiéndole por favor, inconsciente de que el muchacho no entendería aquella forma de pedírselo ni media palabra de japonés.  Diciendo después ya de forma más clara aunque arrastrando la lengua.  ‑Por favor n-n-o   René…  Ya detente por favor...   S-e   va   a  de- s-pertar…  No quiero que nos-s  vea as-si aquí  atrás…

Entre  el rumor de las voces de los altoparlantes  y siseo de las ropas siendo frotadas, incrédulo de lo que oía Ernesto alcanzó a escuchar la seseante voz de Hana pidiéndole al jovencito que comprendiera.

‑No te apures Gatita…     Le aseguró el jovenzuelo consciente de lo que  había preparado e iba a hacer enseguida con ella sabiendo que el indefenso marido se encontraba sumido en su propio mundo de pesadilla.

Por un momento a Ernesto le dio la impresión que el  moreno se disponía a ayudarla a que se enderezara en su asiento  arrodillándose delante de ella como si fuese a arreglar el  respaldo cuando de repente en voz baja le dijo:   ‑ Ahora Gatita., yo te vi que te pasaste mirándome la macana toda la noche…   Ahora antes de que lleguemos me toca ver que escondes aquí debajo de ese vestido chiquito que traes puesto…    “Chat Jan” debe  de estar mojadito y caliente esperando que te lo vea o René se lo coma y luego lo llene…

Y poniendo manos a la obra el muchacho llevó las manos hacia el escote del vestido que tan sucintamente contenía los pechos de Hana, y ajustando entre ambos pulgares e índices de sus dedos callosos y oscuros el terso material de las copas de éste lo fue levantando de la suave piel de los senos que debería proteger de su vista hasta llegar a correrlos hacia los hombros  y cuello de ella antes de volver a bajarlos de nuevo con rumbo a la pronunciada hondonada que se formaba en el frente y al centro de ellos.

Pese a encontrarse ella  aturdida pero  en posibilidad de eludir el contacto, consciente del peligroso daño que aquellos dedos podían ocasionar a su escote si forcejeaba con el dueño de estos, prefirió no oponer resistencia y se limitó a permitir que jugara con el borde de las copas, sintiendo como cada vez más, de a poco una porción mayor de sus pechos quedaba expuesta a la vista del atrevido jovenzuelo y su flameante mirada que parecía querer devorarla una vez se hubiera divertido con ella mientras que imposibilitado de tener cualquier otra reacción como no fuera observar el efecto que aquellos velados secretos de la anatomía de su esposa estaba teniendo en aquel chico, a Ernesto comenzó a producirle una inconcebible excitación.

Situación que se agravó dentro de los pantalones del noqueado marido quien fingiéndose dormido, quizás por los efectos de lo que fuera que tampoco le permitía moverse para ir a defender a su esposa, apenas pudo no delatar su verdadero estado de incapacitada vigilia sin emitir un fuerte soplido que contuvo entre los labios cuando viendo como el muchacho deteniéndose por unos breves segundos con los dedos en el escote de la mamá de su hijo, y de repente, sin mediar aviso previo de lo que haría, acompañado de un alarmante sonido de tela siendo rasgada arruinó por completo la costosa prenda que ella había estrenado esa misma noche para la fiesta en un solo instante que llegó al momento en que con un simple y despiadado tirón la arrancó de los pechos de Hana para que estos brincaran al aire delante de él. 

…¡A-ah ¡  ¡aeghhhhhh! ‑  Tan sólo un  agobiado suspiro surgió de los labios que quedaron abiertos  de la atontada mujer al momento que ante la  vista de aquellos ojos negros que los veían en detalle rebotaron de acá para allá aquel par de pechos supremos con sus  grandes pezones rosados que asemejándose al remate de dos globos henchidos y llenos estuvieran de algún suave fluido que los hacía vibrar en oleadas cómo  bolsas o gelatinas de leche que queriendo llamar la atención de sus labios para que los succionara y jugara con ellos se bamboleaban delante del boquiabierto  muchacho que jamás esperó ver tan sublime y vasta  belleza dispuesta para que la admirara a su entera satisfacción.

‑¡Dios!...   ¡Que tetas te cargas!...      Exclamó totalmente extasiado de lo que veía allí enfrente y  al alcance de sus manos y boca.  Añadiendo:

 ¡De veras no estaba equivocado!.  Pareces vaca nipona!...  Aquí tienes leche para tut Ayiti… timoun-yo lakay… Voy a ordeñártelas y sacarles toda la leche para mandársela a los hermanos…     Entre el castellano y su creole nativo escasamente alcanzó a decir con voz entrecortada y hosca antes de lanzar la tercera ofensiva usurpadora que esta ocasión cayó encima de los tiernos brotes de exaltados tonos levemente rosados que coronando aquellas delicias que ella ofrecía virtualmente indefensas apenas se distinguían como dos tenues capuchas que les adornaban apuntando en dirección al captor que luego de haberlas despojado de tan poco modesta prenda que las había tenido cubiertas ahora las conquistaría., y después de tantear con los dedos el palpitante contorno de tan tembleque tersura por toda la turgente extensión de aquellos encantos, aprisionar entre las yemas los exaltados botones para divertirse con ellos, pellizcarlos inmisericordemente y apretujándolos como si en vez de algo tan delicado fuesen simple dedales de carne o manivelas para alzar los tiernos y maternales pechos casados de Hana., levantarlos sin mostrar cuidado alguno por ellos.

Divertido del ultrajante maltrato que ella le permitía que tuviera con estos, el alebrestado moreno se hallaba extasiado observando cómo, aunque sin duda alguna la rudeza de la desconsiderada manipulación hacia los mismos brotes de los que se había alimentado el niño de aquella mujer, los lastimaba solo para disfrutar viendo como el habitualmente sereno rostro de ella, ahora en señal de incomodidad se contorsionaba ligeramente al momento en que al verse forzados ambos pezones a elevarse prácticamente hasta la altura de su barbilla, estos se estiraban como si estuviesen próximos a reventarse ante el exceso de peso que producían aquellos globos tiernos y henchidos que dado el encantador volumen natural de los mismos colgaban como sacos gemelos colmados de leche desde el mismo punto en que entre los prietos dedos, él los pinchaba para levantarlos y contemplar como por simple efecto de la gravedad estos parecían querer lamentarse de tan inapropiado maltrato, caían debido a su gran peso y lucía la victimizada piel de su aturdida víctima que entreabriendo los labios tan sólo se limitaba a sollozar entre apagados quejidos pero sin atreverse a oponer mayor resistencia ante el abuso del que súbitamente ella y ellos eran objeto a manos de aquel aprovechado que así los sostuvo por unos instantes mientras la veía lamentarse del perverso trato que estaba sufriendo hasta que los dejó caer para deleitar las oscuras pupilas al verlos rebotar ante su regocijada mirada.

Confundida Hana, cuando por fin él los soltó, por un momento pensó que ya habría concluido el obsceno maltrato que aunque derivado de la inusualmente suave consistencia y tamaño de sus pechos siempre había sabido que provocaban tentación similar a los hombres y no solo deseos de admirarlos sino juguetear con ellos de manera tan desconsiderada e irrespetuosa a los hombres como su esposo, quienes por prudencia, falta de atrevimiento y decoro hacia la persona de su querida mujer, y en balde habían contenido a través de los años el impulso de humillarlos en tan irreverentes formas, únicamente para que en un macabro giro del destino, ahora el sobrecogido marido de ésta fuera nada más que un simple testigo de palo de la sumisa e indefensa actitud de su esposa, y en vez de aquel negro que la manoseaba, pellizcaba y pinchaba a sus anchas, sentado en el asiento delantero de su propia camioneta, y ante su marido que nunca se había atrevido a envilecerlos de tan grotesca manera entendiera que con lo más que él se contentaría sería con observarlos saltar e ir sonrosándose al ser maltratados por las callosas manos del pillo muchacho que sin Ernesto poder impedirlo de ningún modo, sí se había atrevido a hacer lo que él nunca había tenido el coraje de hacerle a los pechos que habían amamantado de leche  a su lindo pequeño.

Mientras se quejaba cuando sintió los gruesos dedos del muchacho apoderarse de nueva cuenta de la punta de sus pezones para pellizcarlos y alzarlos en segunda ocasión, ella, avergonzada del mordaz objetivo que con el tamaño y lechosa suavidad de sus pechos involuntariamente ofrecía al muchacho para su divertimento con aquella región de su anatomía, y apenada de si,  con la vista que alcanzaba a colar por entre las pestañas apenas y abiertas de Hana, sin encontrarla sobre el espejo o el asiento de enfrente, ella buscó la mirada de su marido en espera de alguna especia de apoyo que simplemente no hubiera podido llegar de forma ninguna pues él se hallaba perdido en su propio mundo observando a aquel aprovechado abusándola en sus encantos que ahora palpitaban delante de él subiendo y bajando al compas de la alebrestada respiración de su indefensa mujer cuando el muchacho volvió a soltarlos para que cayeran y rebotaran ante sus ojos.

Abochornada ante la consciencia del involuntario espectáculo que con su cuerpo ofrecía al jovencito, por fin Hana intentó girarse de lado sobre el mullido respaldo de la camioneta, pero antes de que consiguiera moverse,  la contuvo para hacerla quedar postrada ante él y luego de una breve pausa avorazarse contras uno de los pezones que cubrió con sus labios morenos mientras la porción de su pecho que le cabía entre las manos la alzó para acomodárselo a modo de poder succionarlo con toda firmeza.

Aunque las manos de él eran grandes, no alcanzaban a acopar en la mismas mas allá que una porción de toda la carne que ella proveía como blanco de los pellizcos y toqueteos de sus dedos que, mientras unos sujetaban el suculento manjar del que ahora impúdicamente mamaba el muchacho, los de la otra extremidad desordenadamente pinchaban primero y restregaban después el pezón como preparándolo para cuando le llegara su turno de ser probado por aquellos labios rotundos y dientes que pronto terminaron por encajarse en sus mórbidas carnes como lo habían hecho de entrada con su desprotegido mellizo que Hana sin poder apartarle de él, no tenía ningún otro remedio más que prestar para que continuara el obsceno ultraje del que ambos eran sujetos cuando para terminar de conquistarlos y marcarlos comenzó a alternar su fruición entre el suculento par alternando sendos mordiscos que dividió entre los dos antes de culminar empapándolos con su pesada y olorosa saliva de negro que impregno sobre ellos su aroma al intentar abarcarlos en una misma succión de su emancipada y enorme bocaza  de esclavo.

Costaba trabajo a Ernesto mirar al espejo y pensar que aquellos mismos pechos que tantas miradas de admiración de otros recibían y él mismo veneraba por su ternura y belleza, fueran los mismos que ahora ese muchacho simplemente usaba para su goce sin reparos ni miramientos, apretujándolos, mordisqueándolos pinchando sus canes, y dejándolos completamente afrentados y embarrados por todas partes, empapándolos con sus mugrosas y pestilentes babas.

…¡Por Naganga!...  ¡Mira no mas esto!‑ De pronto tras un nuevo sonido de tela siendo rasgada René exclamó sorprendido cuando arruinando aún mas el vestido que habiendo sido comprado exclusivamente para la ocasión no serviría más que como un simple girón o costoso pedazo de tela que tal vez iría a parar al fondo del closet de Hana., terminando de desgarrarla el muchacho abrió por entero la prenda para dejarla completamente expuesta ante él.

¡Mira no mas!…    No me lo imaginaba.,   sin sostén estas cosotas, ni calzones acá abajo…  Quien te viera tan puta chinita…  ‑ Atrayendo la mirada del desvalido marido hacia aquel punto de sus hallazgo exclamó lleno de morbo de encontrarla así al tiempo en que sin soltarle los pechos a Hana de forma en que los mismos parecían globos que conteniendo agua fueran a reventarse al pasar liquido de un lado hacia el otro de las burbujas de carne tan sólo para terminar sus manoseos pellizcando y estirándole las maltratadas puntas de sus enrojecidos pezones., mientras que como cera entre las gruesas manos del excitado muchacho la aturdida mujer dejando vencer su persona ante los inapropiados avances de los que estaba siendo objeto comenzó a derretirse sobre el asiento de la camioneta., y sin darse ni siquiera cuenta de ello lamió levemente sus labios antes de usar sus dientes superiores para mordisquearse el acojinado bezo inferior en franca señal de aceptación ante el placer de lo que estaban haciendo con ella y la brutal exposición de su cuerpo ya dispuesto en canal desde los senos hasta el hispido nido de vellos que anunciaba la inminente cercanía del santuario de su feminidad.

Entonces René notando aquella silente aceptación ante su dominio se abalanzó contra los cálidos y húmedos pechos de su presa para succionarlos de nuevo hasta dejarlos de manera casi animal manifiestamente marcados completamente bañados con su saliva, y los llamativos, aunque injuriados pezones, erectos como dos gruesas puntas redondas de goma que, cual bornes se alzaban al menos un centímetro entero sobre el torneado perfil de los senos.

No era que René quisiera otra cosa mas que marcarlos como su territorio para que cuando llegado el momento en que él terminando de lamerlos y succionarlos, comenzara a bajar en dirección hacia el ombligo de ella, el contrariado e imposibilitado marido de la mujer que se había convertido en su víctima pudiera observar como los había él empañado completamente con sus babas y sufriera un poco más con aquella pequeña muerte que él le estaba ocasionando al violentar de aquellas maneras a su querida señora. 

Y así lo hizo., cuando bajando la cabeza hasta el agitado estomago de ella, ante la vista del desvalido Ernesto  quedaron los violentados pechos de su esposa completamente enviciados con la reluciente saliva de negro que envileciéndolos de una vez y por todas para la posteridad en su mente les escurría por todos lados que los pudiese mirar.

…¡Humghhrr!.  Que rico hueles Janita ‑  Después de un ahogado bramido afirmó el resuelto joven, al acercar su nariz hacia la estremecida forma de interrogación del ombligo de Hana que aceleró el ritmo de sus elaboradas palpitaciones al sentir la proximidad del muchacho en aquel punto mientras que la barbilla de éste parecía ya estar por entrar en contacto con algunos de  los descubiertos vellos de su pubis si ella continuaba agitándose como lo venía haciendo.  Pero en vez de que esto ocurriera de la forma en que cualquiera de los dos miembros del matrimonio que estaba siendo abusado por el demonio este., René se detuvo un momento para separarse de ella antes de forzarla a que levantara las caderas de sobre el asiento y así arrebatarle de encima los finales vestigios de lo que había sido un elegante aunque tentador vestido de noche y una vez habiéndolos apartado del todo los pedazos de tela  revelar a sus ojos de manera definitiva el acicalado felpudo de pelos castaños que adornaban el encantador pubis casado de la mujer que pronto haría suya.  Y poco debajo de aquellos rizados vellos, los delicados brillos que relucían entre la mata de vellos cercanos a la entrepierna de ella y sin importar cualquier cosa que aun bajo el estupor ella pudiese pretender a llegar a decir, anunciaban definitivamente al muchacho que aquella hembra que tenía justo enfrente de él, innegablemente se encontraba dispuesta y receptiva para lo que decidiera hacer con su cuerpo enseguida.

Aparte de oler como las diosas de cualquier raza de seguro deben oler, aquella Afrodita o Benten del  Fujiyama era magnifica y tentadora no solo por su aroma de hembra madura sino por el suave tacto de toda su tersa piel y cuerpo de trazos lindos y firmes donde debían serlo., aquella casi increíblemente breve cintura de sílfide enamorada pero que abruptamente surgía dando paso a las contundentes caderas que, sino fuera ya de por sí redundante la prueba de haber cargado y traído ya un hijo sano a este mundo anunciaban la amplitud del espacio necesario para procrear no solo a otro sino hasta un par de mellizos si la circunstancia lo demandara cuando se convirtiese en madre de nuevo.  Y al ver aquellas anchas caderas enmarcando todo aquel delicioso bocado, resultó imperante para el negro empujarla contra el respaldo al tiempo en que haciéndola deslizarse sobre las nalgas en el asiento la acomodó de modo que éstas quedaron al borde del sillón antes de separarle las piernas para contemplar con mayor amplitud el nido de amor que habitualmente escondía allí en medio para su marido.

Teniéndola ya totalmente expuesta y vulnerable ante él, abierta de par en par René descendió con ambos pulgares para apoderarse y separar los húmedos labios que franqueaban la entrada a la cavidad de la indefensa mujer, y tras  contemplar su tentadora e invitante madurez comenzó a hurgar en busca del punto por donde introduciría dos de sus gruesos dedos que siendo guiados por la resbalosa tibieza producida por el cuerpo de Hana, en cuanto hallaron la entrada a la palpitante cueva de su feminidad se sumergieron en esta como candirús oscuros para hacer de las suyas allá dentro entre ruidos acuosos que los acompañaron desde su acceso a la cavidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario