Nota

Te recordamos que las aportaciones incluidas en este blog son propiedad intelectual de sus creadores y estan registradas, por lo que su uso o publicación previamente no consentida constituye una violación a los derechos de autor internacionales vigentes. Antes de "Tomarlas Prestadas" sin aviso te agradeceremos contactarnos si requieres su uso.

sábado, 20 de julio de 2013

Un Poco de Ayuda Humanitaia 8a Instalación



Un poco de ayuda humanitaria ©
G.O. Tigers , Ludo Mentis ®
Parte 1 Capítulo 3 - 2 Continuación


‑¡Uuhugh!...  Que rico‑   En tono socarrón se congratuló el muchacho de encontrar toda la humedad que el cuerpo de Hana había producido para recibirle los dedos.   Y lo que hizo enseguida marcaría el cariz que tomarían el resto de los ya de por si retorcidos acontecimientos que sucederían en la noche, cuando sin dejar de sacar y meter hasta el último de los nudillos dentro de la vulnerada cavidad, al tiempo en que bañándolos con sus jugos ella gemía al sentirlos invadiéndola por completo el taimado muchacho comentó en voz alta para asegurarse que lo oyera su esposo:


¿Oyes eso mi amigo?...  ¿A poco no se oye bonito el ruido de aquí adentro?...  Seguro puedes oír como tu esposa está toda mojada conmigo…  Seguro que ya sabías que esto sucedería y por eso no quisiste que se pusiera calzones la muy zorra… ‑ Le dijo ocasionando que al no poder revelar el verdadero motivo por el cual se hallaba sin dicha prenda tan intima ni interponer otro recurso ante la grotesca suposición del muchacho, la aludida emitirá un avergonzado suspiro.

¿Verdad Jani?...   Dile a tu marido lo mojada y caliente que estás aquí adentro para que él oiga como tu monito me chupa los dedos…‑  Continuó molestándola con sus cerriles palabras que al instante cayeron como lacerantes puntas de acero sobre la lacerada consciencia de Ernesto que escuchándolas junto a los caldosos sonidos provenientes del cuerpo de su mujer tuvo que admitir la innegable realidad de lo que decía el muchacho aun antes de que movido por el insano deseo de humillara aun más al vencido marido de su víctima, de pronto y dejando vació aquel hueco donde los tenía sumergidos, extrajo ambos dedos para acercarlos hacia la nariz del semiconsciente hombre y enseguida con sorna decirle:

‑Huele esto hombre.‑  Acercó  aun mas los embarrados dedos hacia las fosas nasales del perdido esposo de Hana hasta que la jugosa sustancia producida por ella entró en contacto con la piel de Ernesto justo sobre su pliegue labio nasal para enseguida penetrar hacia su nariz y magullada consciencia.

…¿Si huele?.   Apuesto a que nunca habías olido tanto jugo de tu mujer en toda tu vida.‑   Declaró en tono triunfante el malandrín que ahora tenía a su merced a la pareja en aquel callejón.

Aquello era cierto, aun en su atribulado estado y sin poder articular palabra alguna el agobiado marido tuvo que admitir para sí.  Ernesto no creía poder recordar algún otro momento u ocasión en que hubiese visto a su esposa en semejantes condiciones de excitación. Y la tanto la visión del desvalido y expectante estado de abandono en que la veía como el reluciente caldo que le presentaba a los ojos el monigote para que lo viera y oliera la fragancia que su mujer había producido para sus mugrosos dedos de negro al tenerlos en el interior de su cavidad amatoria era suficiente como para justificar la innegable erección que se había ocasionado bajo sus avergonzados pantaloncillos que sufrieron aún más cuando el moreno comentó:  ‑ Lo bueno es que aquí tengo lo que necesita para que le den.

La extraviada cabeza de Hana se hallaba sumergida en un torbellino de ideas encontradas producto de la propia excitación y las drogas que sin tener plena conciencia de ello había ingerido durante la velada., y cuando después de olvidarse del marido por unos momentos, el muchacho comenzó a desabrocharse la camisa al tiempo en que dejando descubierto su pecho fue a acercarse de nuevo hacia las piernas de la atribulada mujer para situarse entre ellas, dejando escapar un involuntario suspiro que surgió de sus labios al sentir las callosas manos de él posándose sobre la suave porción interior de sus muslos para dirigirse enseguida con calma, seguridad y determinación hacia la curvada forma de los glúteos inferiores y detenerse para tomarlos con firmeza y apretujarlos entre los vigorosos dedos que se encajaron sobre la mórbida carne de estos antes de devolverlas hacia donde habían empezado el acercamiento y corriéndolas ahora por la zona exterior de las piernas, pasarlas mas allá de los inertes vuelos de tela que le habían estado cubriendo y apoderarse completamente de las tibias nalgas de Hana.

Después de sentirla vibrar entre las manos el arrojado jovenzuelo encorvó su persona hasta que sin soltar el férreo agarre que había conseguido sobre las posaderas de la aturdida vecina de sus benefactores apoyó directamente su ancha nariz contra el enmarañado monte de Venus e inhalo profundamente la ardorosa fragancia de su feminidad, cuya inconfundible esencia no disfrazaba el aroma de la fogosidad que ella experimentaba al momento en que él comenzó a lamer el delicado néctar de su excitado cuerpo.

¡Ohhgg ohh!... René…   ¿Qué me haces René?...‑   De labios de la extasiada belleza escapó un suave lamento cuando aparte de la lengua del avezado muchacho comenzó a sentir el fresco aire de la noche enfriando las babas de él.

…¡Oh Dios!.  Me aturdes René.   – Musitó ella lamentándose del predicamento en que se hallaba con aquella lengua invasora tanteando y adueñándose por completo de su feminidad mientras saboreaba los jugos que de ella manaban.  Por lo que alentado él ante la receptiva respuesta probó a encajarle la áspera punta hasta lo más hondo para terminar de hacerla temblar de placer.   El órgano gustativo parecía no dejar sitio sin alcanzar u olvidado por recorrerle y juguetear en la zona cuando para acompañar la ofensiva él comenzó a toquetear el enervado clítoris de la perdida mujer que como reacción momentánea respondió acercándole el cuerpo y el pubis hacia el embarrado mentón del jovencito, que como todo un experto consumado en aquel arte sexual, empezó a revolotear en círculos con su lengua dentro de ella para tocarla por todas partes con ésta.

‑¡Oh Dios!...  Que rico René…   ¡¿Qué cosas me haces?!...    Oh Dios…  ¡René!...    Lloriqueaba Hana atontada por las sensaciones que como oleadas comenzaban a invadir todo su cuerpo de manera definitiva.  En tanto que el muchacho alentado respondió clavando en ella su lengua como si quisiese extraer hasta la última gota de aquel jugo que ella seguía produciendo para que él le bebiera como si fuera un perro sediento bebiendo del pozo que la sensual y joven esposa tenía entre sus piernas casadas.

Oh Dios… ¡No!...  ¡Para!...  ¡Ya!...  Me aturdes René…  ¡Para ya!  Me aturdes…  ¡Ya!...  ¡Ya!...     ¡Yamete!... ¡Yamete!‑      Melindrosa sollozaba ella sin querer apartarse de aquel rostro y aquella lengua que la volvían loca tocándola por todas partes antes de que el volcán anidado en su cuerpo comenzara a agitarse a punto de hacer erupción y oleada tras oleada de placer fluyeran hacia la lengua invasora y terminara por explotar con todas sus ansias y ganas alrededor de aquel órgano.

Sintiéndola como tensaba el cuerpo contra su barba y todo el ser en torno a su lengua René permaneció  con ésta completamente rígida y clavada hasta lo más intimo de la feminidad que le era posible alcanzar mientras ella estallaba con aquel aparato alojado dentro de su palpitante santuario que se convulsionaba como si fuera a derrumbarse sobre el órgano lingual del moreno mientras éste se deleitaba con el aroma y sabores tan primitivos que de ella surgían.

René continuo lamiendo aquel sitio por unos momentos más hasta que ella cesó de convulsionarse y entonces cuando estuvo seguro que regresaría a su anterior estado de aturdimiento, lamió un poco más el néctar de aquel abrevadero de amor femenino y se levantó del sitio para acercar los labios a los  de ella y besarla en la boca.

De inmediato y aun antes de recibir completamente en la suya la lengua de él Hana pudo tomar el primer aliento de sus propios aromas que de inmediato se hicieron acompañar del sabor de sus secreciones entremezcladas con la saliva del viril caribeño supuestamente caído en desgracia, y al saber que toda aquella picante sustancia que ahora inundaba el interior de su boca desparramándose hacia su conciencia la hizo succionar  con vehemencia mayor la lengua que él le ofrecía para que confirmara la rendición de su ser.

En cambio, después de chuparle el órgano con fruición por unos instantes más, Hana se despego para aun en su estado de conmoción querer suplicarle que le permitiera seguir sino ya totalmente pura , al menos no una adultera ante su marido que sin sospéchaselo ella, permanecía sumido en su mar de pesadillas de ignominia y angustia tras haber contemplado desde su asiento lo sucedido,  pero lo único que alcanzó a argüir fue un apocado:      Por favor René…  esto no puede pasar y menos así…    Ernesto…

Genuinamente abochornada de sus propias reacciones, Hana apeló a que recapacitara el muchacho al tiempo que intentó oponer algo de resistencia para escabullirse del fuerte agarre en que la tenía sujetada entre los brazos alrededor de la breve cintura de ella y las manazas oprimiendo sus glúteos vibrantes cuando casi se escapa de él.

“!Slap!”—  El sonoro manotazo llenó el espacioso aunque limitado espacio de la camioneta llegando hasta los arrobados pabellones auditivos de Ernesto que sin poder hacer nada tuvo que soportar la nueva afrenta que veía cometer al muchacho en contra de su propia dignidad y el cuerpo de su mujer.
¡Aauugh!... — Milésimas después del estallido sonoro surgió la voz de Hana quejándose de la nalgada que  sin razón alguna mas que la de el puro poder, le había propinado el muchacho en una de sus nalgas.

—Shhhh…   ¡A callar mi gatita!...  “Jan chat” …  Te voy a agarrar a nalgadas hasta que entiendas que estas nalgas son mías y me gusta que seas mi puta mientras esté aquí para que con mi macana te coja como mereces…   ¡¿Entendiste putona?!...     Anunció el haitiano asestándole una nueva palmada que se amrcó sobre la tierna carne de Hana.

—¡No!...  no…  Esto está mal…   Por favor René estás loco…  ¡Yo no!... Esto no puede volver a pasar…   ¡Ernesto!… —  De repente pareció como si la desprotegida esposa, pensando que podría despertarlo del letargo en que se hallaba sumido quisiera pedir el auxilio de su inerte marido para que evitara la estrepitosa caída de su persona.

…!No!., ¡suéltame!.—  Quiso exigir pagando enseguida con arrepentimiento la osadía de hablarle de aquella manera al muchacho en esos momentos cuando éste para demostrarle que aun se hallaba en control le conectó un tercer manotazo que fue a parar en la otra nalga de la mortificada señora, que no pudo evitar ni ese ni otros mas que le siguieron alternadamente entre las masas de carne que su cuerpo ofrecía como blanco de los oscuros ataques de aquellas manos del negro., hasta que cansado de golpearla para someter al petulante trasero de la indefensa damisela casada, comenzó a aligerar la intensidad y frecuencia de los golpes para empezar a sobar la zona afectada con las mismas manos que la habían humillado.

—Tranquila Gatita…  ¿No quieres ser Chat René?...  La gata de René…   De tu negro en vez de la puta del idiota ese de Víctor…      Le conminó a que eligiera  el arrogante mozuelo de manos oscuras al comenzar a acariciarla por debajo de los pedazos de tela que cubrían parcialmente la espalda y redonda superficie de aquellos maltrechos glúteos maduros de señora casada.

—Es que no…  no es cierto René , te juro que nompfgghh—  No le permitió terminar de defenderse de las acusaciones cuando el muchacho para hacerla callar le plantó un nuevo beso en los labios que instintivamente se abrieron para él al instante y mismo momento que sintiendo el pesado cuerpo de éste cubriendo el suyo encima del sillón trasero de la camioneta familiar se estremeció sin poder contener un suave suspiro que exhalado se ahogó en la boca de él cuando si dejar de manosearla por todas partes posibles, sus gruesos belfos de macho se aplastaron contra los de ella para comérselos con el arrebato propio de cualquier jovenzuelo excitado.

En tanto la húmeda boca de .Hana aceptaba dentro de la suya aquel ardoroso intercambio de lenguas las exploraciones de él bajaron de sus pechos para recorrer todo el contorno del cuerpo vibrante de ella y pasando como una marabunta de manos, callosidades y dedos que arrasaban por cada poro de las excitantes sinuosidades de su tentadora anatomía de madre aún joven hasta llegar a la delgada cintura  y amplias caderas para acariciar y palpar todas aquellas rotundas formas con apremiante torpeza mientras los gruesos labios morenos del negro continuaban encargándose de torturar los pezones en salvajes maneras.

En tanto el muchacho continuaba como poseso el desconsiderado manoseo y maltrato, había conseguido situar sus piernas entre los muslos de ella para acomodársele en medio de estos y comenzar con el simple peso de su robusta persona a separarlas con la intención de restregarse encima de ella.     Y ella impedida de actuar u oponer un efectivo intento por impedirle que lo consiguiera, con cada movimiento que hacía por cerrar las piernas tan sólo conseguía darle mayor cercanía hacia su feminidad en tanto que forcejeaba golpeando con sus pequeños puños los hombros y espalda del decidido hombre que simplemente tomaba aquellos manoteos como parte de la diversión que ella le proveía al complicarse dentro de sus  extraviadas emociones ahora que obviamente y de seguro podía estar sintiendo la proximidad de la empaquetada virilidad contra la rizada montaña de su feminidad.

…No René, por favor.  No está bien.   Esto no es para mí.    …Tu cosa.   ¡No!‑    Musitó lamentándose al sentir el tremendo paquete apoyándose contra su monte de Venus en tanto que ella abandonando el intento de apartarlo golpeando sus hombros, sin mayor éxito buscó algún punto de apoyo para enderezarse de la posición en que ya la tenía totalmente tumbada sobre el ergonómico sillón  y restregándole más firmemente el exaltado  bulto encima de la desguarnecida y profunda coyuntura natural que cansada e inerme había comenzado a rendir nuevamente el tibio refugio que ocultaba entre aquellos muslos maduros.

‑Oh Por favor no René…  Esto no es para mí.   Es demasiado grande para mi cuerpo.‑   Las entrecortadas palabras de Hana sólo servían para convencer aun más al muchacho de que sería una delicia irrumpir con su virilidad entro del conyugal recinto sagrado de la mujer que yacía casi totalmente vencida debajo de él.  Por lo que al escucharla únicamente respondió a sus palabras succionando su lengua como si intentase extraer el cremoso fluido de un helado de dulce.

…E-e –es q-que e-er-es enorme .  Se siente como si fuera un brazo lo que tienes allí.‑    Extraviada e inmersa en sus complicadas emociones, involuntariamente titubeó Hana al atreverse a decirle al sentir aquel miembro atrapado dentro de los pantalones friccionándose entre su anhelante vagina y el cuerpo de él.

‑Tú solo espera que lo sientas abriéndote en dos,  Ya verás que rico te parto para siempre aun después de haber tenido un niño nueve meses allí dentro mamita.     Masculló el joven soltando los maltratados pechos de la señora de su vecino para comenzar a zafarse las ropas sin apartarse de encima de ella.

Alzándose levemente del cuerpo de ella, mientras soltaba los botones de su camisa contempló toda aquella angelical vista de la bella mujer que yacía debajo de él, con los restos del vuelo de lo que había sido un llamativo vestido y que negándose aun a terminar de morir de alguna forma quedaban aun enredados alrededor de la cintura de ella, y en la porción superior de la afrentada figura de ella, pegado a la piel de la desventurada criatura con la pesada saliva que cubriendo los humillados pezones rosados de Hana, parecía estar escurriéndosele por los senos hacia todos los lados de estos –principalmente hacia la angosta cintura y sudoroso vientre de ella ‑.  Que volviendo hacia abajo cerca de aquel pubis que pese a tan inapropiado maltrato revelaba la innegable humedad que éste había producido en su cuerpo.

Y sólo de verla René decidió que había llegado el momento... ‑ Pensó para sus adentros al tiempo en que sin dejarla escapar de su peso miró una vez más a su indefensa presa y llevando los dedos de sus negras manos para zafarse el cinto que mantenía sus pantalones acomodados sobre su cintura, decidió que sin condición alguna sería allí en ese lugar, bajo el connivente amparo del improvisado baldaquín en que se había convertido el vehículo familiar, bajo cuyo techo, y a modo de altar se encontraba tirado el cuerpo de ella postrado sobre el asiento trasero y acomodado entre el sillón y el peso del muchacho encima de éste se encontraba el femenino reducto que haciendo las veces de ara a punto de ser corrompida por la potente descarga de semen que de seguro el negro depositaría dentro de su receptiva y vulnerable feminidad delante del imposibilitado marido que incapaz de hacer otra cosa más que atestiguar la ilícita copula que con su oscuro falo tendría con su esposa para culminar la conquista de aquel cuerpo de madura vestal y señora casada que aunque pretendiera decir otras cosas se rendía para ser tomada por él. 

Al escucharse el sonido de la hebilla del cinturón seguido del zipper de la portañuela siendo bajada para deshacerse de la obstrucción que este le daba, la primera reacción de la nerviosa madre del niño del hombre que se encontraba sentado observándolo todo desde el asiento de enfrente, fue voltear a mirarlo con recogimiento para asegurarse de que nada hubiera ocurrido a su estado de consciencia antes de volver la vista hacía el alebrestado garañón que habiéndose deshecho de la prenda que lo cubría, quedó plantado ante ella tan sólo con la tela de los calzoncillos cubriendo el tremendo paquete que se avizoraba delante de ella.

Sin importar el excesivo tamaño de la tela de los bóxers que usaba el muchacho la dimensión de la tienda de campaña que revelaba la enorme personalidad del bulto que escondía allá abajo llamó la alarmada atención de la sobrecogida mujer que con nervios quedó expectante por unos momentos antes de que el portador de aquella regía masculinidad comenzase a bajarse los calzoncillos para que viera el calibre del arma que portaba allá enfrente.      A las escasas volutas de vellos que surgieron primero a la vista de los rasgados ojos de Hana, siguió la raíz de la gruesa manguera de incendios que con unas venas que surgían desde el nacimiento de esta le daban un aspecto mas vigoroso y atemorizante ante los inquietos ojos de ella que observaba como debido al espesor de aquella salchicha de carne pulsante y oscura, la misma no colgaba directamente hacia abajo sino, aun con la prenda que la sujetaba parcialmente, dada lo robustez de aquel pedazo de carne magra,  permanecía empujando hacia el frente de los calzones formando un arco con estos que se separaba de él al menos unos ocho centímetros hacia delante.

Pasmada ante lo que sus ojos anticipaban que sería algo tan grande e incluso jamás imaginaod por ella posible, Hana permaneció sin atreverse a moverse cuando descuidando René un poco la posición de ventaja que tenía encima de ella maniobró para quitarse los pantaloncillos delante sus narices, acercando incluso la reciedumbre de su masculinidad a unos cuantos centímetros lejos del angelical rostro de la arrobada señora, a quien le resulto sumamente difícil –por no decir que imposible‑, no percatarse de la diferencia de los tamaños que había entre los órganos del muchachito y su esposo, que aun sin que éste hubiese revelado todavía por completo la longitud de su arpón masculino y no hallarse erecto, a simple vista era ya mucho más grande que el de Ernesto cuando alcanzaba su total extensión.

Y así, sin atreverse a decir ni media palabra mientras el caribeño muchacho continuaba haciendo bajar a lo largo del tallo la tela de los calzoncillos, inquieta Hana permaneció apenas pasando saliva hacia su garganta mientras veía que la prenda no terminaba de revelar al verdadero tamaño de aquel monstruo que él guardaba allá dentro.     Y así siguió bajando de a poco hasta que pasando lo que bien podrían haber sido ya algo cercano o  poco mayor a los treinta centímetros de gruesa barra de chocolate y el resorte de los pantaloncillos casi llegaba a las rodillas del confiado chicuelo, por fin la enorme cabeza de aquel falo brincó a la vista de la asombrada mujer.

Quería voltear a ver a su marido y pedirle que por favor viera aquel prodigioso portento de masculinidad para asegurarle de que aquello podía ser cierto y no producto de un sueño.  – Hana volteo de nueva cuenta inquieta a ver a su esposo, pensando dentro de su confundido estado que tal vez  al ver éste la situación tan extrema y excepcionalmente distinta que se presentaba todo pudiera ser excusado y tolerado cuando ocurriera.     Pensaba la sobresaltada mujer buscando el apoyo de su marido que le dijera que estaba bien que al menos por una vez en la vida probara una cosa de semejante tamaño dentro de ella.

La enorme cabeza con forma de casco surgía ante ella imposibilitándole pensar con claridad ya de por si sola aunque no hubiese jugado en su contra todo el influjo del alcohol y aquellas sustancias prohibidas que ella había ingerido durante la noche al ser atendida por el muchacho que con su enorme y bulboso pene pronto probaría arrancarle todo vestigio de fidelidad de su cuerpo.

Al quedar liberada la juvenil reciedumbre semi flácida del muchacho surgió proyectándose en un arco  que soportado por los rellenos testículos de buril embravecido apuntaba hacia el enfebrecido cuerpo de la expectante mujer que aun no se reponía de los nervios que le había ocasionado aquella sorpresa.   Los grandes pechos de Hana se hinchaban, subían y bajaban  al compas de la acelerada respiración que señalaba el estado de anticipación en que se hallaba sumida sabiendo lo que vendría a continuación delante de su marido en aquel sitio  donde sería usado su cuerpo.

Aunque no era otra escena ni otro momento, desde la perspectiva del asiento en que yacía el inerte cuerpo del acongojado marido que observaba todo lo que sucedía allá atrás sin poder oponerse ni decirles ninguna palabra, sintiendo que el alma le iba en un hilo aquello que estaba por suceder entre Hana y aquel negro no era otra cosa más que la violación consentida de su esposa.  Y sin poder hacer otra cosa lo único que hacia aparte de ver los agitados senos de ella subiendo y bajando aceleradamente mientras el aborrecible moreno se preparaba para ultrajarla de manera definitiva.

Aparte de él mismo que se hallaba petrificado escuchando la agitada respiración entrecortada de su esposa, la propia Hana de pronto volvió a angustiarse cuando sin dejar de mirar al aprovechado malandrín que sin remedio la gozaría, además del descomunal tamaño de aquella barra se percató de que sin importar la supuestamente desaventajada condición social del muchacho, nunca en su vida había visto ella un cuerpo tan negro, musculoso y bien definido.   Mas que un muchacho pobre y desterrado lo que Hana veía ante si parecía un Adonis de aromático ébano negro con la herramienta amatoria más grande que ella hubiese visto hasta esa noche en la que todo cambiaria en sus vidas.

Mientras en silencio observaba moverse de un lado hacia otro aquel aguijón, Hana intentaba recapacitar y considerando que por más húmedo que se encontrara a cada momento su cuerpo, ella no creía que pudiera manejar dentro de su pequeña figura semejante tipo de falo, aunque tentada ya por la extrema lujuria que alentada por lo terriblemente indebido de todas las circunstancias que jugaban en contra de la fidelidad que hasta ese día ella había demostrado a su esposo, se sentía irremisiblemente seducida por la idea de intentar ver que tanto amor de él le cabía.   Hasta que perdida en sus emociones de su boca escaparon unas breves palabras:

‑Dios… ¡No!...  Eres enorme… ‑ Vacilante y nerviosa la voz de Hana surgió de sus labios mientras veía el arma de su atacante.  
 Su pecho desnudo cubierto de perspiración se llenaban de aire para luego exhalar pesadamente el contenido que parecía vaciarle los senos para enseguida dar la idea de que volvían a llenarse además de con oxigeno y aire calurosamente viciado del interior del vehículo con un receloso deseo marcado por el temor que le producía ver la imponente arma que se hallaba a punto de alojarse en su cuerpo para partírselo en dos.

‑ Por favor René.   Ese tamaño no es para mí.   Me arruinarías…  Por favor no me lo hagas con tu cosota esa…   Búscate otra, por favor te lo pido.    Intentó hacerle entender que por mucho que ella estuviera dispuesta aquello sería algo terrible para su pequeña anatomía.

‑Tranquila Chat…   Se te olvida que allí dentro ya tuviste un bebe…   No pasa nada…   A lo mucho será como si te lo hicieran de nuevo por vez primera y me dieras tu virginidad.‑   Como si otro ente se apoderar del suyo, de manera inusualmente fluida de repente el svengali le hablaba al convencerla.

‑No René estoy casada…  Es enorme…   Por favor…  Mi marido.‑   Insistía ella en pedir sin dejar de mirar aquel portento negro de virilidad que amenazaba ya con violar la santidad de su cuerpo.

Pero si las palabras de ella acaso tenían algún uso o significancia para el muchacho eran lo opuesto de lo que ella pedía.    Notar aquel nerviosismo tan solo servía para convencer los bajos instintos predatorios del joven haitiano que para ese momento se hallaba seguro de que aquella sería una gran monta.     Para él aquella mujer no era mas que una gata o quizás una perra a la que un macho como él tenía que marcar como usada y ya conquistada.    Una hembra nacida para ser gozada por su enorme falo de negro caliente. – Pensaba para su cabeza René mientras comenzaba a alinear su recia barra con la enmarañada abertura que ella tenía allá abajo para que él le tomara.

Simplemente no había llegado hasta ese punto para detenerse antes de encestar al menos un punto en la rendija que ella tenía allí en medio.   Una mujer de tan delicada y refinada belleza tenía que ser suya hasta que él se cansara de fornicarla una y mil veces delante o a espaldas de su propio marido como ya antes del temblor había hecho con las mujeres de algunos turistas a las que como sus amigos que se habían quedado o muerto en la isla también acostumbraban además de pasear por algunas monedas que les pagaban al rentarse como guías,  a veces usaban para saciar sus urgencias de macho incluso delante de los maridos de estas.  Así que aquella no sería la primera vez que él abusaba de una mujer ante las propias narices de su media naranja.

Por si aquello no fuera ya de por si suficiente combustible inflamable para la retorcida lujuria del mozalbete, mirar la delirante semi desnudez del cuerpo casi inmaculadamente perfecto y vulnerable de Hana postrado ante el suyo, ocasionó que la masiva erección del tolete se volviera aun más firme y potente.  Y le resultara imposible al dueño de esta siquiera considerar la posibilidad de terminar aquella noche sin haber profanado la indefensa feminidad de aquella criatura.

‑Ahora si mi chinita…  Aquí te voy…   Hora de que te cojas mi palote de negro y te lo claves en tu cosita de puta casada  Janita…  ‑ Comentó él  arrimando  la bulbosa cabeza de su masculinidad hacia la entrepierna de ella para que la probara con un suave contacto.

Tú descuida de tu marido… te aseguro que si te viera cuando te lo pongo todo allá dentro, estará hasta orgulloso de saber que su mujercita pueda despacharse un palo de verdad como el mío.   Te apuesto a que el mío es al menos el doble de grande del que él tiene para cogerte en tu cama…  ¨‑Soltó el insolente  comentario.

‑No, por favor no…     No sólo el doble…   E-e-el tuyo es mucho más grande que eso, no sólo el doble.  No va a caberme, mejor no déjame ir…  No diré nada a nadie.‑   En ese tono natural y dulcemente sumiso que ella empleaba para pedir las cosas, le suplicaba que no la violara.     

‑Te daré lo que sea…  si quieres dinero u otra cosa pero no me violes con esa cosa…  Tengo un hijo y estoy casada con él.  Por favor no me ha-a-a-aghhh-aaas e-e-e-ehhssto, mi hi-i-ijoghh..

No, ¡si no voy a violarte pendeja!...    Todo lo que quiero es sentir tu cuerpo y ver tu carita cuando con mi palo te desvirgue por segunda vez en tu vida y te vengas chorreándote toda  encima de mí.     Así de que cállate y ve soltándome el cuerpo puta nipona.‑  La humilló con tan infames palabras.

El sobrecogido marido que imposibilitado de hacer cualquier otra cosa como no fuera mirar y sufrir la desesperante agonía de su esposa que aun se resistía a terminar de rendirle su cuerpo al demandante muchacho, la notó como volvía a forcejear levemente con la intención de zafarse y proteger algo de la honra que aun le quedaba bajo aquellas difíciles circunstancias. Pero aunque contento de ver como su esposa moviéndose debajo del oscuro hombre procuraba aun hacer algunos intentos por no rendirle la plaza a la columna invasora, agobiado Ernesto sabía que todo sería en vano y pronto tendría que aprender a vivir tolerando la ignominia del que se de una u otra forma se sabe cabrón.


* * *

No hay comentarios:

Publicar un comentario